Miguel de Marcos
Lo confieso con orgullo con
legítima satisfacción: soy lector asiduo de la página de policía de los
periódicos. El “fait divers” como dicen los franceses se alumbra de emoción y
de certeza, de una veracidad profunda que excluye las penumbras y los
equívocos. Posiblemente este gusto se implica a un recuerdo. Hace largos años
trabajaba en un periódico. El Director, refrescando su esternón con un abanico
de guano, presidía unos consejillos eruditos. Se canjeaban ideas y
pensamientos. Se urdían campañas mastodónticas sobre la diversificación de
cultivos. Se elaboraban artículos tremendos sobre los postes de la muerte
subrayando con datos estadísticos el número de cráneos que habían sido
estropeados al chocar contra esas rebarbativas trancas urbanas. Los postes de
la muerte suscitaban inmediatamente en el espíritu del Director una asociación
de ideas. Se volvía hacia el Jefe de Información, que era un muchacho
silencioso, extraño, taciturno y de malas pulgas, y le decía: -Quiero para
mañana una primera página hecha sobre un charco de sangre.
El Jefe de Información, sonriendo tenuemente y
con respeto replicaba: -Es una lástima que no tengamos a Jack el Destripador en
La Habana. Con su presencia en nuestra capital, acaso, podría hacer una primera
página sobre un charco de sangre.
El Director, adobando con una mano judicial
sus bigotes prolijos, interpretaba nuevamente al Jefe de Información: -En
materia de charco de sangre, ¿qué tenemos para mañana?
-Hasta ahora, que son las siete de la noche,
muy poca cosa: -Un viejo que apareció ahorcado en la calle de Trocadero,
pendiente de una lámpara; un sujeto que se produjo una fractura conminuta de
los huesos cuadrados de la nariz al resbalar sobre una cáscara de piña; un
chino al que le robaron de su puesto de frutas una tajada de melón.
El director interrumpía: -Dice usted que un
chino resbaló sobre una cáscara de melón.
-No señor. Quien resbaló sobre una cáscara de
piña fue un cubano. Al chino le robaron una tajada de melón de su
establecimiento.
Inmediatamente, el Director se volvió hacia
mí, que era editorialistas del periódico: -Hágame el favor de escribir un
artículo de fondo abogando, como siempre, por el cultivo de la piña, pero
señalando el hecho censurable de que las cáscaras de piña no deben abandonarse
imprudentemente sobre la vía pública.
Y sin transición, dirigiéndose al Jefe de
Información: -Nada de eso sirve para una primera plana hecha sobre un charco de
sangre. Un viejo ahorcado, un suicidio vulgar; un hombre que se desliza sobre
una cáscara de piña; un chino al que le hurtan una tajada de melón. Muy pobre
todo eso. Mire: al viejo ahorcado, al hombre que se resbaló sobre una cáscara
de piña y al chino con su tajada de melón, me los manda para la página de
policía.
Ah, tristeza: aquel Director no comprendió,
porque era nuevo en este oficio doloroso, todo el encanto diáfano, fluídico,
inmaterial que hay en el suceso de policía menudo, opaco y sin relieve. Y, sin
embargo, loado sea Dios, es en la página de policía, donde uno encuentra la vida
tan como es, donde uno se tropieza, para aromar el espíritu, con la belleza
pura, resplandeciente, sin escorias y sin intermediarios, de lo cotidiano. Por
encima de todo, hay determinada correspondencia entre algunos sucesos de los
que llaman los reporters “policía chiquita” y las hazañas que tienen por
decorado la pista de un circo. Ved, por ejemplo, ese suceso tan frecuente: un
niño se tragó un nickel. Uno piensa de inmediato en el hombre infinitamente
triste que para ganar su existencia se dedicaba a comer candela. Es, poco más o
menos, la misma cosa. Además, un niño que demuestra esa capacidad esofágica
hasta el punto de tragarse un nickel y devolver tan sólo tres centavos por el
vehículo del lavado del estómago, está demostrando un claro sentido de la
política. Ah, sí: en ese nickel engullido y en ese nickel residual hay,
fecundo, activo, anticipatorio, un estadista. Ah, aquella noticia que desdeñaba
un Director ligero: un hombre resbaló sobre una cáscara de piña. Es,
aparentemente, un suceso ínfimo, trivial. Pero ahí también, en esa piel arisca
de piña y en ese deslizamiento imprudente –en lo que pudiéramos llamar un
patinazo- hay, sintética, objetiva, lapidaria, sin literatura, la biografía
breve y elíptica de cualquier estadística, de cualquier adalid de estos tiempos
difíciles y desventurados.
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