martes, 21 de octubre de 2014

Presencia de Gustave Flaubert






 Alejo Carpentier


 Balzac escribió alrededor de cien novelas... Y decimos «alrededor» porque hay dos modos de establecer un catálogo de ellas: a) el que consiste en sumar sus títulos definitivos, lo que nos da una cifra algo inferior a cien, b) el que consiste en señalar que tal o cual relativo, tenido por una obra coherente y vertebrada es, en realidad, un patch-work, una reunión de varias novelas o «novellas» anteriores hilvanadas, a veces, con tanta prisa y descuido que, como ocurre con La mujer de treinta años, nos cuesta trabajo relacionar y seguir el desarrollo de seis textos arbitrariamente puestos en sucesión. (Algo semejante vemos en las Grandezas y miserias de las cortesanas, donde, aunque con mayor fortuna, Balzac reúne cinco novelas anteriormente publicadas bajo otros títulos...) 
 Claro está que Balzac era un genio, y el genio no sólo hace lo que quiere, sino también lo que puede. Pero cabe preguntarse ahora si una producción tan superabundante como la de Balzac no resulta, en fin de cuentas, perjudicial al conocimiento de la obra misma. Todo hombre culto ha leído a Balzac, ciertamente. ¿Pero cuántos tomos de Balzac ha leído en realidad? Acaso una cuarta parte, que incluye, por fuerza -por ser más famosaslas obras maestras indiscutibles Eugenia Grandet, admirable logro, acierto total del comienzo a fin, La piel de zapa, justamente clásica; La duquesa de Langeais, expresión perfecta del romanticísmo en la narrativa; El lirio en el valle, y, desde luego, aquellos tránsitos de la Comedia humana, que trajeron al mundo de la dimensión imaginaria los inolvidables personajes de papá Goriot, la prima Bette, César Birotteau, Gobseck, Vautrin, Rastignac, el banquero Nucingen, Luciano de Rumbempré, y tantos otros que, con el tiempo, se nos erigieron en arquetipos proverbiales. 
 Esto, desde luego, basta para asegurar la inmortalidad de un escritor. Y, sin embargo, ante la desbordada creación balzaciana, llegamos a preguntarnos si no le hubiese sido mejor haber escrito menos, centrando el esfuerzo en el mantenimiento de una calidad semejante a la que se observa a todo lo largo de Eugenia Grandet. Porque en nada se rebaja la grandeza de Balzac: admitiéndose que, en sus novelas de segundo plano, abundan las páginas sumamente prescindibles -cuando no francamente detestables. 
 Este año muchas revistas literarias consagrarán números especiales, ensayos, estudios, etcétera, a la memoria de Gustave Flaubert, muerto el 8 de mayo de 1880 -hace exactamente un siglo. Y su nombre viene a oponerse, en nuestra mente, por fuerza, al de un Balzac, por cuanto -también creador de arquetipos por siempre inscritos en la historia literaria universal- fue un autor poco fecundo, consciente de su terrible dificultad de escribir y que, sin embargo, después de mucho renegar de su oficio, de quejarse de la lentitutd con que adelantaban sus manuscritos, después de leerlos, releerlos, clamarlos, declamarlos a la manera de un actor, después de exasperarse en el manejo de una pluma que mal respondía a sus intenciones, acababa produciendo algo que siempre -casi por fatalidad- resultaba una auténtica obra maestra, destinada a la inmortalidad. 
 Fuera de una mala comedia, muerta al nacer, y de una copiosa correspondencia, a más de uno que otro texto de juventud, Flaubert sólo escribió seis libros. Pero seis libros titulados: Madame Bovary, Salambó, La educación sentimental, La tentación de san Antonio, Tres cuentos y Bouvard y Pecuchet, novela que la muerte de su autor dejó inconclusa, aunque casi toda pasada en limpio. Y estas obras tienen una característica singular, muy rara en la historia literaria: cada una responde a un planteamiento particular, nos lleva a diversas épocas y diversos ambientes, resuelve diferentes problemas de expresión, de estilo, de enfoque, constituyéndose en universo cerrado, redondo, completo en sí misma. 
 Nada hay más diferente de Madame Bovary que La tentación de San Antonio. Y sin embargo, Flaubert está presente y bien presente en cualquier página de estos dos libros. A la gestación dolorosa, prolongada, llena de desalientos, seguía el fruto genial, espléndido y pronto imitado. Porque, si bien algunos, hoy, nos dicen que Salambó se les parece un poco a las películas de Cecil B, de Miller, no habría que olvidar que la novela cartaginesa de Flaubert resultó algo tan novedoso en su tiempo que dio origen a toda una novelística cultivada -con la personalidad particular de cada cual por autores tan distintos como Pierre Louys (Afrodita), Jean Lombard (Bizancio, La agonía), Sienkiewic, y hasta por Vicente Blasco Ibáñez, quien, en su novela de juventud Sónica la Cortesana, reproduce, con plagiario desparpajo, frases enteras del texto ejemplar.

 En cuanto a Bouvard y Pecuchet, se trata de una novela sin paralelo en toda la literatura moderna. Nada parecido conozco a ese viaje de dos personajes -primos remotos de don Quijote y Sancho- a través del vasto mundo de las ideas y los conocimientos humanos. Viaje cuyas jornadas tragicómicas terminan siempre en un fracaso -como ocurre en la magna novela cervantina-. Pero novela que, vuelta a su punto de partida, tras de una trayectoria circular, puede volver a empezar indefinidamente, disparándose hacia otros rumbos. Novela inmensa, novela enciclopédica -sin antecedentes en Francia, como no sea en Rabelais-, donde acaso haya alcanzado Flaubert la cima de sus posibilidades.

 Y esta importancia la había percibido, antes que nadie, un hombre genial de América Latina. Me refiero al cubano José Martí. Y el hecho resulta tanto más portentoso si pensamos que el día 8 de julio de 1880 publicaba Martí, en The Sun, de Nueva York, un importantísimo ensayo acerca de Bouvard y Pecuchet, exponiendo pormenorizadamente su asunto, destacando sus planteamientos con la sagacidad crítica que le era peculiar... Y lo más extraordinario del caso era que Martí escribía su ensayo cinco meses antes de que madame Aubin empezara a publicar fragmentos del manuscrito inconcluso en La Revue Nouvelle, de París, a título de sensacional primicia ofrecida a sus lectores... ¿Cómo José Martí conocía, estando en Nueva York, el texto póstumo de Flaubert?... ¿Y cómo lo conocía hasta el punto de poder análizar certeramente su contenido literario y hasta filosófico?... Hay ahí un misterio cuya elucidación dejo a los doctos investigadores de enigmas históricos. Pero nos queda el hecho de que un escritor de América Latina fuese el primero, acaso, en señalar el extraordinario valor de una novela debida al genio de quien nunca se repitió, en sus empeños, y que en vísperas de morir, emprendía una nueva aventura creativa, distinta a todas.

 Balzac pasa a la posteridad con un bagaje de más de cien libros. Gustave Flaubert, con seis obras maestras.... ¿Cuál de los dos destinos será el más envidiable?...



 El País, 26 de abril de 1980. 

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