Ahora me interroga Soto Hall. Me pregunta: ¿Usted conocería a Eulogio Horta?
Sí, señor. Una mañana, hace
ya muchos años, en un banquete a los hermanos Carbonell, directores de Letras en
el Hotel Telégrafo. A los postres, y cuando creíamos agotado ya el tema de los
brindis, se puso en pie aquel hombre un poco enigmático en su figura que
hablaba con cierta dificultad. Era Eulogio Horta. Todos esperábamos aburrirnos
con paciencia durante minutos. Él nos deleitó a todos ennobleciendo el ambiente
vulgar del ágape con una charla amenísima en la que vibraban los motivos
clásicos bien tamizados al través de los libros y de los cenáculos de París.
Ciertamente, así era
Eulogio Horta. Una alta mentalidad, olvidada demasiado pronto aquí en Cuba,
según creo. No se le ha dado el lugar que le corresponde. Y si su labor
literaria no es tenida en la estima que merece, ¿qué decir de la obra revolucionaria
de este hombre extraordinario que solía realizar las más grandes empresas sin
quitarse del ojal del alma la flor de su sonrisa, equivalente en lo espiritual
a la gardenia que vivió siempre presa en la "boutoniére" de su
levita?
Eulogio Horta aprendió la
prestidigitación para recaudar fondos con el objeto de engrosar los de la
revolución de Cuba. Y se convirtió en un prestidigitador notable.
El fue un ocultista
también.
El ocultismo fue su gran
pasión.
L. F. M.
"A propósito de
Eulogio Horta", Diario de la Marina, 6 junio de 1926.
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