Eulogio Horta
EL París actual es teatro de una
resurrección de antiguas doctrinas y sectas, que llaman poderosamente la
atención pública y seducen a los ánimos libres y curiosos. Un escritor de gran
talento, Jules Bois, se ha encargado de dar a conocer en forma amena y
espiritual la organización y trabajos de los novísimos magos y apóstoles de la
magia, la teosofía y el ocultismo. Sin embargo, no hay que fiarse de lo que
acerca de esas recreativas y estupendas novedades digan los blagueurs de
la prensa, dispuestos en todo momento a ridiculizar lo más respetable y a
buscarle con admirable diligencia su lado cómico y alegre.
El asunto ha trascendido hasta la
vida mundana, que le da participación en medio de sus elegancias y frivolidades
encantadoras. Es una nota nueva en los salones, que estimulará por algún tiempo
el paladar estragado del espíritu francés, claro y sobrio, sí, pero veleidoso e
inconstante como descocada mujerzuela.
Entre los magos modernos los hay
de todas clases. Unos se dedican a escudriñar los secretos de la naturaleza y
las leyes que rigen sus diversas transformaciones; otros, menos ambiciosos,
pero más prácticos, fundan centros y grupos de iniciados, que se creen en
posesión de los más grandes arcanos. Stanislas de Guaita, Popus,
Peladan pertenecen a este número. Después de haber debutado brillantemente en
algunos cenáculos literarios, estas inteligencias exquisitas han hecho voto de
recogimiento, apartándose del mundo y de sus luchas vanas, con la mira de
regenerarse y alcanzar el mayor dominio de la voluntad sobre los sentidos.
No faltan magos dilettantes que
como el citado Popus lleven a la vida diaria y callejera sus
estudios y su ciencia. Este mago, de figura simpática y fisonomía
nada despreciable, atraviesa los boulevares leyendo el
porvenir en las manos de las mujeres bonitas, y traza horóscopos en Le
Figaro y el Echo de Paris por cuarenta céntimos.
No es posible dejar de mencionar
al referirnos a la kábala y ocultismo modernos a la aristocrática duquesa
Pomar, cuyo palacio del Pozzo di Borgo en la avenida de Wagrân es un verdadero
templo consagrado al culto de la grande Isis, que ha descorrido su velo ante
las princesas y ante los sabios que concurren afanosos a las fiestas del mercredis ofrecidas
por la ilustre dama.
Lo que es innegable es el influjo
de estas tendencias y de estas ideas en el teatro y en la literatura, al
extremo que hasta los escritores más apartados por sus antecedentes de estas
cosas, han obedecido al predominio de la moda y echado su cuarto a espadas. Tal
es el caso de Gilbert, Augustin Tierry, Anatole France. Paul Adam, Julio
Lermina y tantos otros que firman notables trabajos en los diarios y revistas
parisienses.
Por lo que a mí toca declaro
francamente que no atribuyo gran mérito a este género literario, que ni
reproduce observación, ni plantea tesis, ni pinta escenas de la vida. El
ocultismo llevado a la novela resulta una especie de Mil y una noches,
en que todo es arbitrario y ocurre fuera de las condiciones normales del mundo.
Como no hay que observar leyes ni lógica, todo el mérito depende de la fantasía
más o menos hermana del autor, pues de Poe, Bulwer Lytton, Villiers de l'lsle
Adam y en la actualidad Jean Lorrain, la magia en la novela y en la poesía sólo
han producido obras medianas y de poquísima enjundia. El carácter impresionable
y propagandista que caracteriza al pueblo francés, basta para explicar la boga
que momentáneamente disfrutan las publicaciones del género a que hacemos
referencia. Un pueblo histérico, nervioso, solicitado por múltiples anhelos,
que ha agotado todas las sensaciones y pedido al placer su última palabra, es
natural que se refugie en el ocultismo y en la kábala, de igual manera que esos
crapulosos sin estómago que buscan los manjares menos fuertes y copiosos.
Los que han entendido la biblia
en este belén son los editores, muchos de los cuales han realizado pingües
ganancias a costa del bolsillo de los crédulos y entusiastas.
A Cuba no ha llegado todavía el
ambiente ocultista. Ni Dios lo quiera. ¡Figúrense los lectores de EL FIGARO las
cosas que saldrían por ahí si la moda ocultista penetra en nuestra anémica
literatura!
¡Ni la guerra!
Diciembre, 1895
El Fígaro, 29 de diciembre
de 1895 p. 580.
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