Manuel Delfín
En aquella triste época, que recuerdo como una horrible pesadilla, las
discusiones de nuestra Corporación languidecían, y a las veces pasaban sin
observaciones los trabajos más brillantes sin que lograra el amor a la ciencia
darles aliento; porque cuando nuestro cerebro es solicitado por una fuerza tan
terrible, como eran los acontecimientos que se desenvolvían en torno nuestro,
no puede el pensamiento abrirse amplio y espontaneo, sino que corre tardo y restringido.
Ante tantas desventuras que
rodeaban a nuestros compatriotas en los campos y en las ciudades, en Cuba y en
extrañas tierras, no cabía más ciencia que la del dolor, ni cabían más
discusiones que las de la tristeza.
Por aquella época cayó para
siempre el Dr. Braulio Sáenz, cuyo alegre carácter no pudo sobreponerse a la
angustiosa situación que le circuía; sucumbió el santo Domingo Madan, agotado
por los sufrimientos de su pueblo cuyo espectáculo horrible le dio muerte
silenciosa; también perecieron entonces Maximiliano Galán y Joaquín Ruíz.
En ese ambiente de dolores y
tristezas nuestros compañeros hicieron supremos esfuerzos para no consentir que
se extinguiera el fuego sagrado de la ciencia en nuestra patria, cuando parecía
había sonado la última hora para esta desventurada tierra de Cuba; y eran
muchos de los trabajos aquí leídos la vínica protesta cine se alzaba contra el
exterminio de nuestra población: las monografías de Madan y Eduardo Díaz, que
se referían a horribles y nuevas enfermedades indefinidas en nuestros pueblos y
ciudades a causa de la reconcentración, a causa del hambre, daban en el rostro
al bárbaro herodes de nuestro pueblo.
Y esto en aquellos momentos en
que era crimen anotar en el certificado médico que una persona había fallecido a
consecuencia del hambre o por inanición. Y tan cierto es esto, Señores, que sé
de un médico a quien se amenazó duramente, porque en un atestado de esa clase
consignó que el individuo había muerto de hambre.
Anales, tomo XXXVI, 1899.
Imagen: Domingo Madan Bebelagua.
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