De los distintos bandos que
dicté, fue el más censurado el relativo a concentración, que evitaba el inútil
derramamiento de sangre de mis tropas y los desembarcos de armas y municiones
del enemigo; esta medida no tengo necesidad de defenderla: nadie que esté
medianamente informado de la historia militar contemporánea ignorará que los
ingleses la copiaron en el Transvaal y los norteamericanos en Filipinas, y en
Cuba estaban dispuestos a llevarla a cabo en la última intentona
insurreccional, así como todo mi plan de campaña, lo que no puede menos de halagar
mi amor propio como general español. Si se ejecutaron fusilamientos durante mi mando,
como en toda guerra es forzoso que ocurra, fueron siempre con arreglo a los
bandos y leyes, mas nunca se fusiló a nadie por el mero hecho de ser
insurrecto: ofrecí perdón a cuantos volvieran a la legalidad, y tuve clemencia para
todos los que se presentaron, por desfavorables que fueran sus antecedentes.
Pero natural era que los rebeldes se quejaran de mis medidas
—la mejor prueba de su eficacia—, y que los Estados Unidos despotricasen contra
todo lo que podía contribuir a la terminación de la guerra —probada como está
su mala fe, por mil razones de todos conocidas—.Bien será que conste el hecho
de que estaban en poder de ciudadanos yanquis bonos de la República de Cuba,
por valor de muchos millones, que llevaban una cláusula en que se consignaba
que la isla de Cuba debía pasar a poder de los Estados Unidos en cuanto transcurriesen
diez años de obtenida la independencia de España. ¿Cómo los yanquis no habían
de poner el grito en el cielo, según suele decirse, si veían que, tal como yo
llevaba las cosas, esa tan por ellos ansiada independencia y consiguiente anexión
de la preciada isla se alejaba cada vez más de sus
deseos?
Mi mando en Cuba, Vol.I,p. 11.
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