Emilio Revertér Delmas
En tanto, el estado de la guerra
era el mismo de hacía seis meses. Bien puede decirse que las operaciones
estaban suspendidas, y lo único que a la fecha se hacía, para evitar sucesos
lamentables, quedaba reducido a vigilar las líneas férreas, a fin de impedir la
resonancia de los accidentes.
En la segunda
semana de Octubre una partida de rebeldes macheteó bárbaramente a una guerrilla
en Artemisa, apoderándose de armas y municiones.
Ascendían a
40.000 los enfermos que había en los hospitales de la isla. La situación
económica había llegado a ser horrible y de día en día aumentaba su gravedad.
Moría el 85 por 100 de los reconcentrados y en plena Habana fallecían de hambre
niños y familias enteras.
Ofrecíanse
cuadros conmovedores y escenas espantosas, producidas por la miseria y el
abandono. Solamente la caridad particular socorría a las innumerables víctimas de
la guerra, pues el Ayuntamiento solo se cuidaba de las contratas y concesiones
escandalosas, como la del matadero, dejando de pagar las atenciones atrasadas.
Los almacenes
de la Habana hallábanse abarrotados de mercancías importadas, sin que fuera
posible darles salida, pues los comerciantes aprovecharon los últimos días en
que estuvieron abiertas las Aduanas para hacer gran acopio de géneros. Había de
venir, como es natural, una enorme baja en las ventas y entonces los enemigos
de la autonomía atribuirían aquella al cambio de régimen.
La población
rural estaba aniquilada, la riqueza destruida y la guerra quebrantada por la
acción del tiempo. Sin embargo, ardía en toda la isla la insurrección (p. 24).
Decidido el general Blanco a proteger a los campesinos reconcentrados que padeciendo estaban todo género de necesidades, dictó un importantísimo bando, que publicó la Gaceta del día 14, dictando algunas medidas encaminadas a remediar en parte su situación triste y angustiosa.
Precedía al
articulado un largo preámbulo, en el que se explicaba la necesidad de modificar
las condiciones de la reconcentración, ya que no fuese realizable suspenderla en
absoluto y de repente; porque arrojar de las poblaciones al campo verdaderas
muchedumbres, compuestas en su mayoría de mujeres y niños, dejándola abandonada
y expuesta a mayores infortunios, sin tomar las precauciones que aseguraren su
vida, acarreara perjuicios mayores, dando origen a censuras tan graves como las
dirigidas contra la concentración.
Se declaraba
en el preámbulo que era indispensable proceder con previsión, tacto y buen
sentido, sin perder de vista la realidad, para llegar lo más pronto posible al
restablecimiento de la normalidad en la vida rural.
Por esto se reiteraba en el propósito y en la decisión
de proteger eficazmente a los reconcentrados, a cuyo efecto se comunicaban
órdenes para facilitarles ración diaria, y para que se atendiera en los
hospitales a los enfermos hasta reorganizar las faenas agrícolas e industriales
y lograr la normalización del trabajo.
Hasta aquí el
preámbulo.
Después se
disponía:
Primero.
Los que en la actualidad se hallan reconcentrados y posean fincas, bien de su
propiedad, bien en arrendamiento, apareciendo contar con elementos para el trabajo
y la vida, pueden volver a ellas seguros del amparo y protección que se les
dispensa por las últimas disposiciones sobre la materia.
A este efecto
obtendrán de la autoridad una autorización en la que consten los nombres de los
individuos que componen la familia, las personas que le acompañen, número y
clase de animales, aperos e instrumentos de labor que lleven a las fincas,
dejando constancia de todo esto en la cabecera, a fin de procurar, al necesitarlos,
utensilios, ropas y efectos.
Segundo. Los
que no se encuentren en este caso como los artesanos y jornaleros, podrán
concurrir a los trabajos del campo a condición de que residan y pernocten
dentro del recinto fortificado de las fincas y porten documentos que
identifiquen su personalidad.
Tercero. Se
considera como centros de trabajo los ingenios, colonias, vegas de tabaco,
cafetales y demás fincas de importancia que se hallen bien defendidas y estén
sus dueños autorizados para tener los operarios que necesiten, tanto de la
población actualmente reconcentrada, como de los que gozan de libertad por
haber sido indultados cuidando especialmente los dueños de adoptar las medidas higiénicas
que garanticen la salud de los jornaleros.
Cuarto. Los dueños
están obligados a constituir un centro de defensa en las respectivas zonas de cultivo
que alberguen las fincas, y en el perímetro exterior de las mismas establecerán
las columnas sus bases de operaciones, cuidando de la defensa del centro en caso
necesario.
Quinto. Se autoriza
a los dueños, arrendatarios y aparceros para que gasten armas que les sirvan para
defenderse, y a los operarios se les permite el uso de revólver y machete,
previo permiso de las autoridades. Las familias y los individuos a quienes no alcancen
los anteriores beneficios, quedarán en las poblaciones bajo el amparo del director
y demás individuos de las juntas protectoras que habrán de constituirse y funcionar
con fondos del Estado y los auxilios de la caridad.
Sexto. Estas
juntas se organizarán inmediatamente en las capitales de los términos
municipales y en los poblados; estarán presididas por las autoridades civiles, a
quienes se asociarán para formarlas los comandantes militares, párrocos, médicos,
propietarios y comerciantes que se designen.
Séptimo. La protección
de estas juntas se extenderá a los rebeldes que se presenten a indulto. (pp. 98-100)
El general
Blanco destinó de los gastos de la guerra la cantidad de cien mil pesos en
plata para socorrer a los reconcentrados, cuya situación era cada día más aflictiva.
Preocupaba
grandemente al general Blanco la situación aterradora en que se encontraban los
campesinos reconcentrados.
Los gobernadores
civiles recibían comunicaciones de los alcaldes, en las cuales se consignaban
cifras y detalles horribles. Para remediar en lo posible tales desgracias, se
enviaron recursos y acordóse la formación de juntas protectoras.
El obispo de la
Habana dirigió una circular a los curas párrocos, encargándoles que invocasen
la piedad del pueblo en favor de los reconcentrados, y para todas las clases de aquella sociedad era
motivo de preocupación la espantosa situación en que se hallaban los pacíficos,
cuya horrible miseria hacía entre ellos verdaderos estragos. (p. 122)
Pinar del Río
Resumiendo los datos y noticias más importantes que
el extenso informe contenía, resulta lo siguiente:
De los 25
términos municipales de que se compone la provincia, se encontraban casi destruidos
los de Diego Núñez, Guayabos, Cruz y Mangas; en regular estado los de Alonso
Rojas, Cabañas, Paso Real, Mantua, Guanes, Bija y Guayabal; reconstruidos Sin
Cristóbal, Palma, San Diego y San Juan y Martínez; bien conservados la capital,
Mariel, Artemisa, Candelaria, Consolación del Norte y del Sur, Los Palacios,
San Luis, Guanajay, Viñales y Bahía Honda.
La población
de aquella provincia, según el último censo, ascendía a 230.000 habitantes, y a
la fecha estaba reducida, según los cálculos más aproximados, a 120.000, hallándose
de éstos reconcentrados 40.000, divididos en la siguiente forma: 12.000 hombres,
13.000 mujeres, y 15.000 niños.
Esta
población reconcentrada ofrecía un aspecto tristísimo. Gentes famélicas y
astrosas, víctimas en sus hacinamientos de la viruela, fiebres palúdicas y
disentería, enfermedades que se cebaban en aquellos desgraciados dando un
contingente diario a la muerte que causa horrenda pena.
Desde que se
tomaron las acertadas y humanitarias medidas adoptadas en su favor por el
general Blanco, esas familias reconcentradas comían dos ranchos, y la caridad
procuraba además remediar aquellos horribles estragos qua amenazaban concluir
con la población.
Hacíanse en
Pinar del Río trabajos importantes para legrar la paz definitiva de la
provincia y en tal sentido se esforzaba el gobernador civil autonomista señor Dr.
Freiré, pero nada podía anticiparse hasta la fecha sobre el remítalo que esta
esfuerzo habría de dar.
A pesar del
estado en que se encontraba la provincia se habían hecho extensas siembras con
las naturales precauciones para su defensa, y se preparaba una buena cosecha de
tabaco.
A la fecha
podía considerarse asegurada en Vuelta Abajo la mitad de la producción con
relación a la cosecha anterior a la guerra y «si se derogase el bando que prohibió
la exportación del tabaco en rama, aumentarían considerablemente las
plantaciones y habría derecho a esperar un rendimiento igual al que se obtenía
antes de que la guerra hiciera los estragos que tanta miseria originan.» (pp. 181-82)
Matanzas
Los
reconcentrados se hallaban en sensible situación, a pesar de los nobles
esfuerzos del gobernador y los alcaldes. Según el último censo, tenía la
provincia 260.000 habitantes, llegando a 100.000 los concentrados, de los que
habían muerto 20.000; emigraron o se dedicaron a diversos trabajos 18.000, y quedaban
en aquella situación 60. 000, de los cuales eran niños 24.000 y mujeres 21.000.
En el Registro
civil se consignaban muchos muertos por miseria.
El día 18 de
Diciembre hubo en la capital 41 defunciones, sin registrarse ningún nacimiento.
Estas cifras acusan por sí solas el grado que alcanzaba la despoblación. (p. 287-88).
Cuba española. Reseña histórica de la insurrección cubana. Ilustrada
por Francisco Pons, Barcelona, 1899.
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