Juan Manuel Mestre
En la inteligencia en que
estamos de que nuestro Excmo. Ayuntamiento se ha
ocupado muy recientemente en promover la construcción de una
nueva Cárcel, nos parece oportuno publicar en las
páginas de este periódico, un informe que sobre tan
interesante asunto dio nuestro codirector D. José Manuel Mestre como vocal de la Junta inspectora de la
Real Cárcel.—De resultas
de dicho informe esta corporación siguió un
expediente en el que el Sr. comandante de ingenieros
D. Juan Álvarez Sotomayor, cuya capacidad facultativa es notoria, presentó un
plano perfectamente desempeñado para desenvolver el proyecto
a que nos referimos, y en nuestro sentir ese plano, que hemos tenido el
gusto de ver, llena su objeto a satisfacción.—El
expediente que ha seguido cursando sus trámites, aunque por desgracia con
demasiada lentitud, se encuentra en la actualidad en manos de la Comisión de Nueva Población,
con el fin de que esta designe el lugar en que
debiera elevarse la nueva Cárcel, y según se nos ha
informado, merced a las últimas determinaciones de nuestro
cuerpo municipal de que hablamos al principio,
marchará en lo adelante con mayor impulso que hasta ahora. —He aquí el informe:
Señores Presidente y Vocales
de la Junta Inspectora de la
Cárcel.
Encargado por
esta Junta de la honrosa tarea de presentar a su discusión y examen las bases según las
cuales debe construirse una Nueva Cárcel, no
puedo menos de permitirme algunas observaciones preliminares
que espero serán oídas por V. SS. con su acostumbrada benevolencia, en gracia
del motivo que á hacerlas me anima.
Cuanto había
llegado a mis oídos acerca de las deplorables
consecuencias del principio que presidió a la construcción de la Real Cárcel y ha
presidido y preside a la marcha y desarrollo de la
institución, no era sin duda más que un pálido reflejo de una
terrible realidad. Una Cárcel construida bajo el
espíritu ya añejo y por dicha, odiado en nuestros días de la
venganza, o llámese con algún tanto de hipocresía,
de la vindicta social; una Cárcel que castiga y no corrige, no podía
por punto general ser buena en manera alguna; pero fuerza es decir que, tras de la maldad ingénita del sistema a que pertenece, la Cárcel de la Habana tiene muchas
otras maldades que le son peculiares. Solamente, después de haber recorrido los diversos
departamentos de ella
y examinado con mis propios ojos todo lo que me ha sido posible ver y examinar,
he podido llegar a concebir, y aun me parece que no con toda su extensión,
cuanto horror está encerrado en aquel gigantesco y hermoso edificio. Abusaría
indudablemente de la
bondadosa atención que V. SS. se dignan prestarme, si me detuviera a presentar
ante su vista esos horrores en toda su repugnante desnudez; V. SS. por otra
parte han podido contemplarlos por sí mismos, y además sería cosa de nunca acabar; pero sí, me parece
muy al caso repetir con uno de los señores Síndicos Procuradores Generales del año próximo
pasado, que "puede asegurarse que si entra en la Cárcel algún hombre de buenas costumbres, sale
pervertido." Estas palabras contienen en su sencillez cuanto pudiera
decirse para describir los males de la Cárcel de la Habana.
"El mal exige
instantáneo remedio," exclamó el Sr. D. José Manuel Espelius en la moción
que hizo en el Cabildo del 10 de Noviembre de 1854, y por lo que a mí respecta, repito con toda la
energía de mi alma: el mal exige instantáneo
remedio. Sí, señores; la Junta Inspectora a lo que alcanzo, no puede
mostrarse indiferente y apática en presencia de un
mal de tanta trascendencia. Ella hace sin duda un
gran beneficio con solo evitar con su cuidado y vigilancia, que el mal vaya
adquiriendo mayor incremento, con oponerle un dique a su marcha devastadora;
pero ¿podrá contentarse con eso? ¿le bastará acaso, el conseguir que las
paredes del edificio estén blanqueadas, que los encarcelados tengan una regular
comida, que esos desgraciados vean con frecuencia una cara amiga y protectora?
No; por bueno que esto sea, no pasa de ser un
paliativo, un barniz que ocultará tal vez la llaga, haciéndola menos asquerosa
si se quiere, pero que no podrá impedir que a la sordina siga corroyendo las
entrañas de nuestra sociedad. Cómo! ¿Veremos que la
gangrena corre derecho hacia nuestro corazón, y hemos de mantenernos
impertérritos, sin buscar a toda prisa el remedio? No, vuelvo a decir, la Junta
está animada de una caridad más activa, más eficaz,
más militante, y eso lo digo porque tengo íntimo sentimiento de ello, yo, que soy el último de sus
miembros.
Sentada esta
premisa de que la Junta, comprendiendo como debe su
misión, está en el caso de aspirar a que el mal se
corte de raíz, en cuanto posible sea, he llegado ya
a colocarme en el punto de vista que deseaba, y que
creía indispensable antes de entrar de lleno en el desempeño de mi
cometido.
Señores, yo
parto del principio de que lo que tenemos es malo,
es atroz, y tanto, que si me ocurriese en este momento la idea de que una Nueva Cárcel había
de parecerse a la actual, la pluma se me caería de la mano. Pero parto también de otro
principio. No soy de los que creen que los sistemas de cárceles
pueden importarse como las mercancías, aviniéndose lo mismo a un país que a
otro. En mi concepto, para satisfacer la imprescindible necesidad de que tratamos, debemos estudiar perfectamente nuestro
carácter, nuestras costumbres, nuestro clima, nuestras circunstancias locales
todas, en una palabra; deducir de ese estudio de qué manera puede y debe ejercerse entre
nosotros esa faz del derecho social de castigar; y
al poner en práctica ese sistema que a posteriori digámoslo así, hayamos
descubierto, sacar partido de los adelantos que en
la materia se han hecho en diferentes países.
No me propongo, por cierto,
en este momento presentar a la ilustrada consideración de V.
SS. la serie de raciocinios que haya podido formar
acá en mis adentros para llegar al plan que paso a desenvolver brevemente. Lo
que me parece del caso es ofrecerles sus puntos cardinales, para que procedamos
a discutirlos, pues una vez de acuerdo sobre estos,
sobre los demás, si hubiere dificultades, serán sin duda de
muy poca monta. Por eso no he podido menos de determinar
categóricamente cuales han sido mis principales puntos de partida.
La Cárcel
de la Habana es en su clase el establecimiento más heterogéneo que puede
concebirse. La Cárcel de la Habana es una prisión
por deudas; es una casa de detención para
los procesados, una casa de corrección para
los que hayan de cumplir una condena gubernativa, una
penitenciaría (en el sentido lato de esta
palabra) para los que S. A. la Real Audiencia Pretorial sentencia a encierro y
trabajo en talleres, y es por fin casa de refugio.
Esta consideración es sumamente trascendental, como que, a mi modo de ver, su olvido es cabalmente el origen de los males que tanto deploramos en nuestra Cárcel. La calidad carcelaria de los
presos es la primera cosa que debe tenerse en cuenta para determinar el modo
con que deba tratárseles.
Vamos, por lo tanto, por partes.
Presos por deudas—¿Cómo hemos de tratar, señores, a los que son reducidos a prisión,
porque no pagan lo que deben; muchos de ellos,
porque hallándose en la indigencia no tienen con qué pagar? Me parece que sobra
este particular no debo detenerme ni un momento. Las circunstancias personales de tales presos, y aun las mismas leyes que los han
reducido a ese estado, (pues todas dan a conocer cuánto repugnan las mismas
medidas que se ven forzadas a prescribir) nos trazan bien claramente nuestra
línea de conducta. Una o dos salas ventiladas y cómodas
reducirán la situación de esos encarcelados al
verdadero punto a que, según la ley y según la razón, debe reducirse.
Presos por corrección gubernativa.—En
cuanto a estos tampoco pueden presentarse dificultades. ¿Qué castigo es el que
pretende imponerles la autoridad? Ellos distan mucho de ser
criminales; no son más que delincuentes contra los bandos de
policía, y no pocos entre ellos si hubieran tenido algunos pesos
hubieran evitado la cárcel. El encierro es su
castigo. Su reunión no puede ser verdaderamente perjudicial, ni su número
demasiado grande. Por consiguiente, pueden ser contenidos en seis salas,
cuatro de ellas mayores que las otras dos, según su
sexo, edad y color, y si se les hace trabajar de la
mejor manera que sea posible, de modo que la Cárcel, en cuanto a ellos,
habrá llenado, me parece, completamente su objeto.
Procesados.—Un delito de cualquier género es cometido; la justicia social, llenando
un deber sagrado, sigue o procura seguir la huella de su
autor: sus sospechas recaen sobre tales o cuales individuos, y mientras que su
inocencia o delincuencia se averigua y comprueba en toda aquella plenitud que
ordenan imperiosamente las leyes humanas y las divinas, es necesario que los
que por cualquier motivo hayan sido objeto de aquellas
sospechas se mantengan bajo la inmediata acción de la
ley. He aquí por qué ha de haber necesariamente un
lugar destinado para los que están procesados, hasta tanto que sea declarada su
inocencia o su criminalidad, y he aquí también el verdadero carácter de esta clase de encarcelados,
carácter que por muy aparente que parezca para muy poco, si para algo, se ha
tenido en cuenta entre nosotros. Confundiéndose el doble significado de la palabra reo, y usándola en su más estricta
acepción, aquel de quien algo haya podido
sospecharse ha sido desde luego considerado como verdadero delincuente, y se le
ha tratado en ese concepto. No se les ocultan a V. SS las repugnantes
consecuencias que han podido germinar de semejante
deplorable confusión. ¡Cuántos han salido de nuestra
Cárcel con su inocencia acrisolada del modo más
satisfactorio; pero después de haberse visto largos
meses, tal vez años, en la pantanosa sociedad de bandidos
y asesinos! Y ¿cuántas veces no habrán salido los tales inoculados ya con el
virus de la perversión? Eso es indigno, tres veces
indigno.
Es, pues,
punto que no admite discusión que los procesados no deben confundirse en manera
alguna con los condenados de cualquier clase que
sean. Pero ¿qué haremos con ellos? Esta cuestión es sin duda de suma gravedad. Es cierto que entre los procesados los
hay que no tardarán en ser puestos en la libertad, sin que les sirva de nota la prisión sufrida; pero no faltan tampoco
quienes mañana arrastren vergonzosas cadenas por nuestras calles o por las de los presidios de África, y
quienes tengan que salir de la cárcel por un horrendo camino: el que termina en el
patíbulo.... Si, como dije antes, es pernicioso confundir a los procesados con
aquellos cuya delincuencia está ya declarada, peor es todavía que los procesados
verdaderamente inocentes se vean confundidos con los verdaderos culpables. Digo
peor, porque esos culpables ya declarados tales, que existen en la cárcel, no son por cierto grandes criminales, pues como
sabemos la pena de encierro en la Cárcel y trabajo en sus talleres no la impone S. A. por
delitos de cierta entidad, mientras que entre los
procesados los hay acusados por toda suerte de crímenes.
¿Qué partido debe tomarse en tal caso? El único que
encuentro yo que todo lo concilie, que diga á todas las necesidades y
exigencias es encerrar a cada uno en su célula. ¡El sistema celular! el sistema
penitenciario! Sí, señores. Pero es menester que no perdamos de vista una circunstancia interesante. Lo que propongo
no tiene del sistema penitenciario más que una cosa: las células. Fuera de ellas nada tenemos que ver nosotros, por ahora, con dicho
sistema. Aquí no se trata más sino de que cada
preso esté en su aposentillo o célula, que no se encuentre en perpetuo contacto
con los otros; por lo demás, aquí no hay aquel no salir jamás de la célula, no ver rostro humano, ni aun siquiera el
del carcelero, ni escuchar las simpáticas modulaciones de la
voz humana. Nada de eso. No estaría incomunicado el
que no debiera estarlo; tendrían sus horas de paseo
y podrían trabajar en sus respectivas células, si mañana la Junta estima ser
esto lo más conveniente. Pero esto ya corresponde al Reglamento interior del
Establecimiento que en tal caso se formaría, y eso es anticipar demasiado las
cosas. ¡Ojalá que nos viéramos ya a estas alturas! De todos
modos, ni el perverso pervertiría, ni el inocente seria corrompido, ni el que
comenzase a estarlo adelantaría un paso en la carrera de su
perdición; y lo que es importantísimo, señores, el inocente y de buenos sentimientos solo sufriría con su proceso algún
tiempo de retiro, sin verse forzado a soportar la
más asquerosa tertulia; y el malvado, el verdadero malvado, comenzaría tal vez
a recibir el justo castigo de sus faltas, oyendo a
veces, en la soledad y silencio de su célula, la
voz punzante y reprobadora de los remordimientos. Su
Juez podrá ignorar aun si es o no criminal; pero Dios lee en el fondo de las conciencias. Séame permitida, para concluir con
este punto, la más aventurada de las hipótesis.
Supongamos que cualquiera de nosotros viese
discutida en un proceso su inocencia. ¿Qué preferiríamos? En cuanto a mí,
pediría de rodillas, el ser encerrado en la más
oscura bartolina, a trueque de no verme en alguna de aquellas inmundas galeras.
Así, en consecuencia, los
procesados deben ser encerrados singularmente en células, cuyo número puede
fijarse con vista de los promedios que arroje la
estadística de nuestra Cárcel,
averiguación que es bien fácil de hacer. Si
los datos de que he podido proveerme y mis cálculos
no están errados, no creo que serian necesarias ni aun quinientas células,
para los presos de la clase que venimos examinando.
Pero a mi juicio seria muy conveniente que, caso de que
facultativamente sea posible y no obste al plan general del edificio, se
clasifiquen esas células en cuatro grupos o series, destinada cada una a
distinto sexo y color, por manera que cada cual tenga su
salida particular. Debe haber también una quinta serie para los incomunicados.
Sería asimismo, muy útil que las células no tuviesen vista entre sí. En
cuanto a las dimensiones de cada una podrán determinarse fácilmente una vez que la Junta
acepte la idea fundamental.
Encarcelados por sentencia de S. A.—Esta es ciertamente la sección de presos, que a mi modo de ver
es la más acreedora a llamar sobre sí toda la filantrópica atención de la Junta. En efecto, a estos desgraciados nos los
confía la sociedad para que, al paso que sufran un castigo con el encierro y
trabajos forzados del Establecimiento, se corrijan y mejoren merced a su
saludable influencia.
Los que van a
la Cárcel por disposición gubernativa están allí
por poco tiempo y a causa de faltas leves: poco
partido puede sacarse de algunos, mientras que
otros salen bastantemente escarmentados con el encierro a que se les sometió.
Los
procesados no van a la Cárcel a mejorarse: están
allí a las resultas de un juicio, y a los ojos
racionales de la sociedad, no tienen un carácter
determinado, digo mal, a los ojos de la sociedad
son inocentes, porque, quilibel prcesumiturprobus, doneeprobetur contrarium.
Con que no empeoren, la Cárcel ha llenado su
objeto: si los mejora, como lo espero y dije ya, tanto mejor.
Pero los
sentenciados por S. A! Esos van allí a depurarse, a retroceder en el camino del
mal, a transformarse de malos en buenos, a
convertirse en miembros laboriosos y honrados de la
sociedad.. ¡Cuán grato debe parecernos el contribuir con nuestros esfuerzos en
semejante tarea! porque esa especie de metamorfosis,
que debe verificarse bajo nuestra inspección, es sin duda uno de los trabajos más interesantes de que
puede ocuparse un hombre que ame bien a sus hermanos: se trata nada menos que de crear en cierto modo un hombre nuevo, haciendo entrar
al malo en una vida enteramente otra en las aspiraciones, en los medios y en
los fines. Es menester que de lo que ahora sucede
procuremos pasar al extremo enteramente opuesto; es decir, para hablar con
franqueza, que en vez de salir pervertido el
hombre de buenas costumbres que entra en la Cárcel, salga morigerado, bueno, el que entre
corrompido y malvado.
¿Qué haremos
para conseguir tan apetecible resultado? Coloquémoslos a cada uno en su célula de la misma manera que a los de la
clase anterior; pero que en los de ésta el trabajo
sea imprescindible y en común. Que puedan esparcir su ánimo en un moderado
paseo; que con el aseo de sus cuerpos y células; y
la "abundancia y bondad de su comida, se vean
guarecidos de toda influencia antihigiénica; que
puedan ver en ciertos y determinados días y horas a sus parientes y amigos, que
trabajen juntos en los talleres; pero, por Dios! que cada uno tenga su célula,
y que trabajen todos, todos, hasta que queden rendidos del trabajo. Así
no se contaminarán los unos a los otros, irán adquiriendo
hábitos de orden, de silencio, y de laboriosidad, y (aunque no fuera
más que esto) así, por último, no les quedarán deseos de volver a la Cárcel. Demasiado les consta a V.
SS. que este deseo inmoral y corruptor no es una mera frase por desgracia;
demasiado saben que para cierta ralea social, una temporada de cárcel sirve para el descanso de sus repugnantes fatigas y para
la renovación de sus
fuerzas, saliendo de allí
con nuevos bríos a engrosar las filas que el genio del mal recluta
constantemente contra el genio del bien.
Se me objetará tal vez, que
no debiendo permanecer en el Establecimiento los presos de
que en este momento me ocupo, sino un período bastante corto de tiempo, comparativamente con el que permanecen los que
son condenados a las Penitenciarias, no podrán conseguirse las reformas
morales que estas se proponen por objeto. Pero en hacer esta objeción habría un
error. En primer lugar, es preciso tener en cuenta que los de las verdaderas Penitenciarías han cometido en su mayor
parte crímenes de la mayor gravedad, cosa que no
sucede en los nuestros: y en segundo, eso sería echar en olvido cuanta
influencia debe esperarse de una disciplina severa
y del trabajo constante, en combinación con el sistema de células
que propongo a la humanitaria consideración de la
Junta. Sí; es necesario que el trabajo y el orden, en todas sus
fases, sirvan de atmósfera en aquellas células y
galerías, en aquellos patios y talleres. Habrá .algunos que no sepan ningún
oficio, que sean ineptos para trabajos que exijan ciertas luces naturales; pues
bien, pensemos en proveer al Establecimiento de esas
máquinas sencillas de manejo más sencillo todavía,
a trabajar en las cuales obligaremos aun a aquellos que no tengan más que un
brazo útil para el servicio, o bien, dediquémoslos a la limpieza del mismo.
Respecto al
número de células correspondiente a esta clase, si
no estoy equivocado, con ciento cincuenta o sesenta habrá lo
suficiente; pero debe, procurarse de la misma
manera que indiqué al tratar de la clase anterior,
que sean distribuidas también en cuatro series distintas, cada una con
salida o desemboque especial, si fuese posible, para los diferentes sexos y
colores...: Pero tal me parece que oigo estas preguntas: ¿habrá departamentos de distinción que proporcionen cierto ingreso a los fondos?
¿serán productivos los talleres?.
Hagámonos
cargo de la primera. Mucho me temo que el plantel
correccional, que trato de encarecer a V. SS. se
adune muy mal con nuestras actuales salas y salones de distinción.
Los presos por deudas no estarían en la Cárcel, si
estuviesen en estado de pagar por permanecer en un
lugar distinguido. Los que lo están por corrección gubernativa, tampoco
es do suponerse que se hallen en ese caso. Y en cuanto a los sentenciado» por S. A., señores, en mi
concepto, no deben diferenciarse lo más mínimo entre sí. Ante el régimen
carcelario deben ser tratados con la más perfecta igualdad, porque el rico no
por ser rico deja de ser
delincuente y sería una injusticia el hacer mejor su condición. Por otra parte
lo que en el actual estado de Cárcel es una verdadera necesidad, en el que estoy proponiendo no
tendría objeto: ahora el evitar una galera es evitar el infierno; entonces
lo que se trataría de evitar
seria la célula, 6 digamos por no asustar con los nombres, el aposentillo que
se les daría por habitación, y en que solo tendrían que pasar aislados las
horas de la noche y
algunas de las del día.
En cuanto á los procesados, la cuestión varía de aspecto. No veo inconveniente en
que haya sala de distinción
para ellos, no porque crea que es mejor estar en una sala de distinción que en una célula de las proyectadas, sino porque es
necesario echar la cuenta con lo que influye en el corazón del hombre el
pretencioso amor propio. Me parece que si los presos tuviesen que optar entre
los más frescos y cómodos aposentos, que tuviesen el nombre de células, y una sucia
pocilga, con el nombre de Sala de distinción, no pocos se decidirían por la última. Mas
supongamos que vaya equivocado y que nada produjesen las dichas salas de distinción. Quiero ir aun mas
adelante. Supongamos que ni aun con el trabajo de los talleres, han de poder cubrirse los gastos de la Cárcel.
¿Qué tendríamos con eso? Una cosa es que fuera de desearse semejante resultado, y otra que haya de creerse que una Cárcel debe ser necesariamente un
establecimiento productivo. Si la Cárcel no puede sufragar por sí misma sus costos, es menester que los
sufrague el Común, en la inteligencia que eso está en su más alta
conveniencia, y que llena uno de sus más graves y trascendentales fines. Señores, no puede
perderse de vista la
naturaleza heterogénea de la Cárcel de la Habana: si no fuera más que una casa correccional, de seguro que produciría para
cubrir holgadamente todas sus necesidades.
V. SS. no habrán echando en
olvidado que me he expresado en un sentido hipotético. Muy al contrario, creo
que bien organizados los talleres y con contratas bien y ventajosamente
estipuladas, habían de producir mucho mas, sin
comparación, de lo que en el día producen. En mi
opinión, la nueva Cárcel, no debe contar con menos de seis salones para el efecto, cuyas dimensiones podrán
determinarse al cálculo prudente de la Junta.
Recuérdese, ya que hablamos de productos de la Cárcel, que los
esclavos presos han de abonar una cuota, bien la
que dice nuestro Reglamento, bien la que se convenga fijarles.
Tiempo es ya de resumir lo que llevo dicho, que quizá he fatigado en
demasiado la bondadosa atención de V. SS.; pero
quiero hacer antes una observación. He creído de todo
punto indispensables estas consideraciones que acabo de hacer,
porque reformas tan radicales como las propuestas para nuestro
régimen carcelario no podían haberse presentado sin alguna explicación que les
sirviese de fundamento.
Echando,
pues, una ojeada retrospectiva, diré que la Cárcel proyectada
deberá tener: dos salas para los presos por deudas; seis para los
presos gubernativamente: quinientas células, clasificadas en cinco series,
para los procesados, según su sexo, color y circunstancias; ciento sesenta de las mismas, divididas también en cuatro secciones,
para los sentenciados por S. A. a encierro en la Cárcel y
trabajo en sus talleres, con atención a sus sexos y color; seis salones
para los talleres: y por último, los que parezca conveniente destinar a distinción.
Advierto que hago muy poco hincapié en esos números, pues lo que interesa
fijares el sistema. Yo los he calculado á bulto, en el concepto de que, con suma facilidad, puede hacerse el cálculo con
toda exactitud.
Sin embargo, una Cárcel como la que deseamos necesita de algunos otros departamentos y piezas, además de las ya mencionadas, y este camino lo encontramos ya
andado en el artículo 32 de nuestro Reglamento.
Tomemos de él, por consiguiente, lo que no
contradiga y sea de admitirse en el proyecto de Cárcel, que acabo de bosquejar.
Local para Cuerpo de Guardia.—Capilla
donde se celebre el Santo Sacrificio de la misa,
situada de manera que todos los presos con
separación de sexos, puedan oírla.—Patio espacioso
y traspatio.—Lugares excusados, lavadero y baño para el departamento de hombres, con divisiones para blancos y de color.—Lo mismo para el de mujeres.—Enfermería
preventiva o de socorro, con botiquín.—Sala de actos judiciales.—Otra de visitas
de Cárcel.—Otra para las generales y semanales de la Audiencia. —Habitación para el Alcaide. —Cuarto de despacho para el mismo.— Otro para archivo de libros, cuadernos, legajos y papeles.—Cuartos para
habitación de empleados, sirvientes y enfermero, en
puntos a propósito.—Local para la escuela.—Piezas para almacenes.—Pieza para
cantinas.—Aposento para ministros de policía, alguaciles
y funcionarios auxiliares de esta clase con dos o
más separaciones. Se entiende para los que estén procesados, pues los ya
sentenciados, no hay un motivo para que no vayan a las células indicadas.
Mas ¿para qué
detenernos en estos pormenores? Lo que importa, por ahora, es que la Junta tome
en consideración las opiniones que he tenido el honor de exponer,
y discutiéndolas, o reformándolas, según se lo aconseje su ilustrado
discernimiento y experiencia, formule un acuerdo en este particular que ha de ser de grandísima
importancia para el país.
Llegados, a
tal extremo, lo más dificultoso de la tarea estará
ya vencido. Solo nos faltará entonces fijar dimensiones, determinar qué
departamentos y piezas de segundo orden deben de tenerse presentes en el plan general del edificio, y
especificar del modo más exacto que sea posible todas las condiciones que se
estimen necesarias para que la Cárcel, con cuyo proyecto nos congratulamos, sea
lo que debe ser: una buena Cárcel. De estas cosas que nos faltan por hacer,
unas serán hechas tan luego como se crean convenientes, otras las tengo
preparadas para someterlas a la Junta en su oportunidad; y una vez que hayamos
terminado tan gravísimos trabajos, podremos presentar a nuestra primera
autoridad, sus resultados, a fin de que, si se sirve impartirles su superior
aprobación, podamos esperar con no poco fundamento que dentro de poco se eleve
en nuestro suelo un edificio que tan poderosamente debe influir en la
morigeración de nuestras masas.
Así, pues, estas mis nada
pretenciosas y bien intencionadas observaciones no vienen a ser más que como la
introducción de los trabajos que con fe tan viva nos hemos propuesto emprender,
o mejor dicho, su programa preliminar; del mismo modo que el Reglamento carcelario que a su debido tiempo formemos, será su digna conclusión y
coronamento.
Me anima, Señores, la
agradable idea de que esta primera piedra que ponemos en el cimiento de la
futura Cárcel no ha de ser arrebatada por el soplo helado del indiferentismo.
No tratamos de quimeras é ilusiones; no estamos vagando por los palacios de la
utopía. Aquí, á un lado, vemos un foco de pestilentes emanaciones que amenaza
emponzoñar de muerte hasta los gérmenes de la moral pública, llamándose
irrisoriamente, establecimiento de corrección. Allí, delante, el remedio
positivo, sí, positivo, de mil males y el origen de mil inestimables bienes.
¡Qué noble gloria no
embellecería los recuerdos del jefe que sobre sí tomara el empeño de realizar
tan halagüeña perspectiva! Cuánta no recaería también sobre la Junta Inspectora
de la Cárcel y sobre su digno Presidente! Porque la Isla de Cuba con una
Cárcel, tal coma a una la exigen la civilización, la moral y la religión, habría
recibido uno de los mayores beneficios de que puedan ser objeto los pueblos.
Dispénsenme V.SS., si,
arrastrado por el entusiasmo que naturalmente me inspiran estas animadoras
esperanzas que abrigo, no he podido detenerme antes de llegar a fatigar su
bondadosa atención. Yo por mi parte concluiré con una justa salvedad. Al expresarme
de la manera con que lo he hecho, no he alimentado la necia presunción de
figurarme que la Junta había de necesitar para lo más mínimo de mis insignificantes
inspiraciones; he creído solamente ser el eco más o menos fiel de los
sentimientos de los que componen mi respetable auditorio.
Habana y Julio 26 de 1855.
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