El cuello de la botella,
incitación arco iris,
es como la garganta del diablo.
No pasa un dedo
y la mirada tropieza con las culebras
del fondo profundizado por la borraja.
Yo, como una rana,
dentro de la botella, mi cuerpo
es un Atlas entre el tapón
y el anca que lentamente recorre
todo su fundamento maternal.
La uva emparienta con el cristal,
un equilibrio indescifrable,
como el aire en la balanza de Osiris.
El rocío sobre la uva en la mañana
se iguala con la respiración del pájaro,
bulto, después cuerpo de niebla
que comienza a respirar.
Descorchan los ojos de vidrio de un indio
sioux,
el instante del pelillo ante la luz,
y después la cascada ceñida de anillos
y de gritos que rodean el cuerpo dictando
los nuevos cuerpos que tropiezan
en la carnalidad rocosa del ombligo.
Dentro de la botella,
un tercio de año en la humedad de la cueva,
un esqueleto, un molino, las bodas:
el barroco carcelario.
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