Vive en una pequeña caja de acero
con una mirilla que él sólo sabe utilizar.
Aunque nunca recibe a nadie,
pasea todos los días con el mismo chaleco.
Por las noches hace su recorrido
y pierde su identidad.
Se diluye en la noche
y la noche lo despedaza silenciosamente.
De pronto, tropieza con un dolmen
lleno de clavos de olor,
se hiere los pies con una botella rota
rellena de un eléctrico papel de oro,
le da la mano a una persona desconocida
que le hace un regalo impenetrable,
duro como una madera que ha estado
muchos siglos bajo el agua.
Tropieza con una multitud
que escandaliza su nombre,
aunque él apenas lo oye.
Su camino parece estar trazado
por una oruga que sube por una escalera.
Penetra en un café sucio
y una muchacha se le acerca con zalemas
y después empieza a pellizcarlo
y a clavarle alfileres
que él se sacude como si fuese
polvo solar.
Masca un caramelo
y comienza a volar.
Lee un rato en una azotea
llena de camas vacías.
Su chaleco escocés
brilla como las estrellas
y se va deshilachando mientras
le cae la ceniza por la cara.
Vive en una pequeña caja de acero
y por la noche se asoma a la mirilla,
pero sólo ve su chaleco reproducido
por el ojo paleolítico del elefante.
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