Páginas

sábado, 21 de julio de 2012

Proyecto de nueva cárcel



 

Juan Manuel Mestre 


En la inteligencia en que estamos de que nuestro Excmo. Ayuntamiento se ha ocupado muy recientemente en promover la construcción de una nueva Cárcel, nos parece oportuno publicar en las páginas de este periódico, un informe que sobre tan interesante asunto dio nuestro codirector D. José Manuel Mestre como vocal de la Junta inspectora de la Real Cárcel.De resultas de dicho informe esta corporación siguió un expediente en el que el Sr. comandante de ingenieros D. Juan Álvarez Sotomayor, cuya capacidad facultativa es notoria, presentó un plano perfectamente desempeñado para desenvolver el proyecto a que nos referimos, y en nuestro sentir ese plano, que hemos tenido el gusto de ver, llena su objeto a satisfacción.—El expediente que ha seguido cursando sus trámites, aunque por desgracia con demasiada lentitud, se encuentra en la actualidad en manos de la Comisión de Nueva Población, con el fin de que esta designe el lugar en que debiera elevarse la nueva Cárcel, y según se nos ha informado, merced a las últimas determinaciones de nuestro cuerpo municipal de que hablamos al principio, marchará en lo adelante con mayor impulso que hasta ahora. —He aquí el informe:
Señores Presidente y Vocales de la Junta Inspectora de la Cárcel.
 Encargado por esta Junta de la honrosa tarea de presentar a su discusión y examen las bases según las cuales debe construirse una Nueva Cárcel, no puedo menos de permitirme algunas observaciones preliminares que espero serán oídas por V. SS. con su acostumbrada benevolencia, en gracia del motivo que á hacerlas me anima.
 Cuanto había llegado a mis oídos acerca de las deplorables consecuencias del principio que presidió a la construcción de la Real Cárcel y ha presidido y preside a la marcha y desarrollo de la institución, no era sin duda más que un pálido reflejo de una terrible realidad. Una Cárcel construida bajo el espíritu ya añejo y por dicha, odiado en nuestros días de la venganza, o llámese con algún tanto de hipocresía, de la vindicta social; una Cárcel que castiga y no corrige, no podía por punto general ser buena en manera alguna; pero fuerza es decir que, tras de la maldad ingénita del sistema a que pertenece, la Cárcel de la Habana tiene muchas otras maldades que le son peculiares. Solamente, después de haber recorrido los diversos departamentos de ella y examinado con mis propios ojos todo lo que me ha sido posible ver y examinar, he podido llegar a concebir, y aun me parece que no con toda su extensión, cuanto horror está encerrado en aquel gigantesco y hermoso edificio. Abusaría indudablemente de la bondadosa atención que V. SS. se dignan prestarme, si me detuviera a presentar ante su vista esos horrores en toda su repugnante desnudez; V. SS. por otra parte han podido contemplarlos por sí mismos, y además sería cosa de nunca acabar; pero sí, me parece muy al caso repetir con uno de los señores Síndicos Procuradores Generales del año próximo pasado, que "puede asegurarse que si entra en la Cárcel algún hombre de buenas costumbres, sale pervertido." Estas palabras contienen en su sencillez cuanto pudiera decirse para describir los males de la Cárcel de la Habana.
"El mal exige instantáneo remedio," exclamó el Sr. D. José Manuel Espelius en la moción que hizo en el Cabildo del 10 de Noviembre de 1854, y por lo que a mí respecta, repito con toda la energía de mi alma: el mal exige instantáneo remedio. Sí, señores; la Junta Inspectora a lo que alcanzo, no puede mostrarse indiferente y apática en presencia de un mal de tanta trascendencia. Ella hace sin duda un gran beneficio con solo evitar con su cuidado y vigilancia, que el mal vaya adquiriendo mayor incremento, con oponerle un dique a su marcha devastadora; pero ¿podrá contentarse con eso? ¿le bastará acaso, el conseguir que las paredes del edificio estén blanqueadas, que los encarcelados tengan una regular comida, que esos desgraciados vean con frecuencia una cara amiga y protectora? No; por bueno que esto sea, no pasa de ser un paliativo, un barniz que ocultará tal vez la llaga, haciéndola menos asquerosa si se quiere, pero que no podrá impedir que a la sordina siga corroyendo las entrañas de nuestra sociedad. Cómo! ¿Veremos que la gangrena corre derecho hacia nuestro corazón, y hemos de mantenernos impertérritos, sin buscar a toda prisa el remedio? No, vuelvo a decir, la Junta está animada de una caridad más activa, más eficaz, más militante, y eso lo digo porque tengo íntimo sentimiento de ello, yo, que soy el último de sus miembros.
 Sentada esta premisa de que la Junta, comprendiendo como debe su misión, está en el caso de aspirar a que el mal se corte de raíz, en cuanto posible sea, he llegado ya a colocarme en el punto de vista que deseaba, y que creía indispensable antes de entrar de lleno en el desempeño de mi cometido.
 Señores, yo parto del principio de que lo que tenemos es malo, es atroz, y tanto, que si me ocurriese en este momento la idea de que una Nueva Cárcel había de parecerse a la actual, la pluma se me caería de la mano. Pero parto también de otro principio. No soy de los que creen que los sistemas de cárceles pueden importarse como las mercancías, aviniéndose lo mismo a un país que a otro. En mi concepto, para satisfacer la imprescindible necesidad de que tratamos, debemos estudiar perfectamente nuestro carácter, nuestras costumbres, nuestro clima, nuestras circunstancias locales todas, en una palabra; deducir de ese estudio de qué manera puede y debe ejercerse entre nosotros esa faz del derecho social de castigar; y al poner en práctica ese sistema que a posteriori digámoslo así, hayamos descubierto, sacar partido de los adelantos que en la materia se han hecho en diferentes países.
No me propongo, por cierto, en este momento presentar a la ilustrada consideración de V. SS. la serie de raciocinios que haya podido formar acá en mis adentros para llegar al plan que paso a desenvolver brevemente. Lo que me parece del caso es ofrecerles sus puntos cardinales, para que procedamos a discutirlos, pues una vez de acuerdo sobre estos, sobre los demás, si hubiere dificultades, serán sin duda de muy poca monta. Por eso no he podido menos de determinar categóricamente cuales han sido mis principales puntos de partida.
La Cárcel de la Habana es en su clase el establecimiento más heterogéneo que puede concebirse. La Cárcel de la Habana es una prisión por deudas; es una casa de detención para los procesados, una casa de corrección para los que hayan de cumplir una condena gubernativa, una penitenciaría (en el sentido lato de esta palabra) para los que S. A. la Real Audiencia Pretorial sentencia a encierro y trabajo en talleres, y es por fin casa de refugio. Esta consideración es sumamente trascendental, como que, a mi modo de ver, su olvido es cabalmente el origen de los males que tanto deploramos en nuestra Cárcel. La calidad carcelaria de los presos es la primera cosa que debe tenerse en cuenta para determinar el modo con que deba tratárseles.
Vamos, por lo tanto, por partes.
Presos por deudas—¿Cómo hemos de tratar, señores, a los que son reducidos a prisión, porque no pagan lo que deben; muchos de ellos, porque hallándose en la indigencia no tienen con qué pagar? Me parece que sobra este particular no debo detenerme ni un momento. Las circunstancias personales de tales presos, y aun las mismas leyes que los han reducido a ese estado, (pues todas dan a conocer cuánto repugnan las mismas medidas que se ven forzadas a prescribir) nos trazan bien claramente nuestra línea de conducta. Una o dos salas ventiladas y cómodas reducirán la situación de esos encarcelados al verdadero punto a que, según la ley y según la razón, debe reducirse.
 Presos por corrección gubernativa.—En cuanto a estos tampoco pueden presentarse dificultades. ¿Qué castigo es el que pretende imponerles la autoridad? Ellos distan mucho de ser criminales; no son más que delincuentes contra los bandos de policía, y no pocos entre ellos si hubieran tenido algunos pesos hubieran evitado la cárcel. El encierro es su castigo. Su reunión no puede ser verdaderamente perjudicial, ni su número demasiado grande. Por consiguiente, pueden ser contenidos en seis salas, cuatro de ellas mayores que las otras dos, según su sexo, edad y color, y si se les hace trabajar de la mejor manera que sea posible, de modo que la Cárcel, en cuanto a ellos, habrá llenado, me parece, completamente su objeto.
Procesados.—Un delito de cualquier género es cometido; la justicia social, llenando un deber sagrado, sigue o procura seguir la huella de su autor: sus sospechas recaen sobre tales o cuales individuos, y mientras que su inocencia o delincuencia se averigua y comprueba en toda aquella plenitud que ordenan imperiosamente las leyes humanas y las divinas, es necesario que los que por cualquier motivo hayan sido objeto de aquellas sospechas se mantengan bajo la inmediata acción de la ley. He aquí por qué ha de haber necesariamente un lugar destinado para los que están procesados, hasta tanto que sea declarada su inocencia o su criminalidad, y he aquí también el verdadero carácter de esta clase de encarcelados, carácter que por muy aparente que parezca para muy poco, si para algo, se ha tenido en cuenta entre nosotros. Confundiéndose el doble significado de la palabra reo, y usándola en su más estricta acepción, aquel de quien algo haya podido sospecharse ha sido desde luego considerado como verdadero delincuente, y se le ha tratado en ese concepto. No se les ocultan a V. SS las repugnantes consecuencias que han podido germinar de semejante deplorable confusión. ¡Cuántos han salido de nuestra Cárcel con su inocencia acrisolada del modo más satisfactorio; pero después de haberse visto largos meses, tal vez años, en la pantanosa sociedad de bandidos y asesinos! Y ¿cuántas veces no habrán salido los tales inoculados ya con el virus de la perversión? Eso es indigno, tres veces indigno.
 Es, pues, punto que no admite discusión que los procesados no deben confundirse en manera alguna con los condenados de cualquier clase que sean. Pero ¿qué haremos con ellos? Esta cuestión es sin duda de suma gravedad. Es cierto que entre los procesados los hay que no tardarán en ser puestos en la libertad, sin que les sirva de nota la prisión sufrida; pero no faltan tampoco quienes mañana arrastren vergonzosas cadenas por nuestras calles o por las de los presidios de África, y quienes tengan que salir de la cárcel por un horrendo camino: el que termina en el patíbulo.... Si, como dije antes, es pernicioso confundir a los procesados con aquellos cuya delincuencia está ya declarada, peor es todavía que los procesados verdaderamente inocentes se vean confundidos con los verdaderos culpables. Digo peor, porque esos culpables ya declarados tales, que existen en la cárcel, no son por cierto grandes criminales, pues como sabemos la pena de encierro en la Cárcel y trabajo en sus talleres no la impone S. A. por delitos de cierta entidad, mientras que entre los procesados los hay acusados por toda suerte de crímenes.
 ¿Qué partido debe tomarse en tal caso? El único que encuentro yo que todo lo concilie, que diga á todas las necesidades y exigencias es encerrar a cada uno en su célula. ¡El sistema celular! el sistema penitenciario! Sí, señores. Pero es menester que no perdamos de vista una circunstancia interesante. Lo que propongo no tiene del sistema penitenciario más que una cosa: las células. Fuera de ellas nada tenemos que ver nosotros, por ahora, con dicho sistema. Aquí no se trata más sino de que cada preso esté en su aposentillo o célula, que no se encuentre en perpetuo contacto con los otros; por lo demás, aquí no hay aquel no salir jamás de la célula, no ver rostro humano, ni aun siquiera el del carcelero, ni escuchar las simpáticas modulaciones de la voz humana. Nada de eso. No estaría incomunicado el que no debiera estarlo; tendrían sus horas de paseo y podrían trabajar en sus respectivas células, si mañana la Junta estima ser esto lo más conveniente. Pero esto ya corresponde al Reglamento interior del Establecimiento que en tal caso se formaría, y eso es anticipar demasiado las cosas. ¡Ojalá que nos viéramos ya a estas alturas! De todos modos, ni el perverso pervertiría, ni el inocente seria corrompido, ni el que comenzase a estarlo adelantaría un paso en la carrera de su perdición; y lo que es importantísimo, señores, el inocente y de buenos sentimientos solo sufriría con su proceso algún tiempo de retiro, sin verse forzado a soportar la más asquerosa tertulia; y el malvado, el verdadero malvado, comenzaría tal vez a recibir el justo castigo de sus faltas, oyendo a veces, en la soledad y silencio de su célula, la voz punzante y reprobadora de los remordimientos. Su Juez podrá ignorar aun si es o no criminal; pero Dios lee en el fondo de las conciencias. Séame permitida, para concluir con este punto, la más aventurada de las hipótesis. Supongamos que cualquiera de nosotros viese discutida en un proceso su inocencia. ¿Qué preferiríamos? En cuanto a mí, pediría de rodillas, el ser encerrado en la más oscura bartolina, a trueque de no verme en alguna de aquellas inmundas galeras.
Así, en consecuencia, los procesados deben ser encerrados singularmente en células, cuyo número puede fijarse con vista de los promedios que arroje la estadística de nuestra Cárcel, averiguación que es bien fácil de hacer. Si los datos de que he podido proveerme y mis cálculos no están errados, no creo que serian necesarias ni aun quinientas células, para los presos de la clase que venimos examinando. Pero a mi juicio seria muy conveniente que, caso de que facultativamente sea posible y no obste al plan general del edificio, se clasifiquen esas células en cuatro grupos o series, destinada cada una a distinto sexo y color, por manera que cada cual tenga su salida particular. Debe haber también una quinta serie para los incomunicados. Sería asimismo, muy útil que las células no tuviesen vista entre sí. En cuanto a las dimensiones de cada una podrán determinarse fácilmente una vez que la Junta acepte la idea fundamental.
Encarcelados por sentencia de S. A.—Esta es ciertamente la sección de presos, que a mi modo de ver es la más acreedora a llamar sobre sí toda la filantrópica atención de la Junta. En efecto, a estos desgraciados nos los confía la sociedad para que, al paso que sufran un castigo con el encierro y trabajos forzados del Establecimiento, se corrijan y mejoren merced a su saludable influencia.


 
 Los que van a la Cárcel por disposición gubernativa están allí por poco tiempo y a causa de faltas leves: poco partido puede sacarse de algunos, mientras que otros salen bastantemente escarmentados con el encierro a que se les sometió.
 Los procesados no van a la Cárcel a mejorarse: están allí a las resultas de un juicio, y a los ojos racionales de la sociedad, no tienen un carácter determinado, digo mal, a los ojos de la sociedad son inocentes, porque, quilibel prcesumiturprobus, doneeprobetur contrarium. Con que no empeoren, la Cárcel ha llenado su objeto: si los mejora, como lo espero y dije ya, tanto mejor.
 Pero los sentenciados por S. A! Esos van allí a depurarse, a retroceder en el camino del mal, a transformarse de malos en buenos, a convertirse en miembros laboriosos y honrados de la sociedad.. ¡Cuán grato debe parecernos el contribuir con nuestros esfuerzos en semejante tarea! porque esa especie de metamorfosis, que debe verificarse bajo nuestra inspección, es sin duda uno de los trabajos más interesantes de que puede ocuparse un hombre que ame bien a sus hermanos: se trata nada menos que de crear en cierto modo un hombre nuevo, haciendo entrar al malo en una vida enteramente otra en las aspiraciones, en los medios y en los fines. Es menester que de lo que ahora sucede procuremos pasar al extremo enteramente opuesto; es decir, para hablar con franqueza, que en vez de salir pervertido el hombre de buenas costumbres que entra en la Cárcel, salga morigerado, bueno, el que entre corrompido y malvado.
 ¿Qué haremos para conseguir tan apetecible resultado? Coloquémoslos a cada uno en su célula de la misma manera que a los de la clase anterior; pero que en los de ésta el trabajo sea imprescindible y en común. Que puedan esparcir su ánimo en un moderado paseo; que con el aseo de sus cuerpos y células; y la "abundancia y bondad de su comida, se vean guarecidos de toda influencia antihigiénica; que puedan ver en ciertos y determinados días y horas a sus parientes y amigos, que trabajen juntos en los talleres; pero, por Dios! que cada uno tenga su célula, y que trabajen todos, todos, hasta que queden rendidos del trabajo. Así no se contaminarán los unos a los otros, irán adquiriendo hábitos de orden, de silencio, y de laboriosidad, y (aunque no fuera más que esto) así, por último, no les quedarán deseos de volver a la Cárcel. Demasiado les consta a V. SS. que este deseo inmoral y corruptor no es una mera frase por desgracia; demasiado saben que para cierta ralea social, una temporada de cárcel sirve para el descanso de sus repugnantes fatigas y para la renovación de sus fuerzas, saliendo de allí con nuevos bríos a engrosar las filas que el genio del mal recluta constantemente contra el genio del bien.
Se me objetará tal vez, que no debiendo permanecer en el Establecimiento los presos de que en este momento me ocupo, sino un período bastante corto de tiempo, comparativamente con el que permanecen los que son condenados a las Penitenciarias, no podrán conseguirse las reformas morales que estas se proponen por objeto. Pero en hacer esta objeción habría un error. En primer lugar, es preciso tener en cuenta que los de las verdaderas Penitenciarías han cometido en su mayor parte crímenes de la mayor gravedad, cosa que no sucede en los nuestros: y en segundo, eso sería echar en olvido cuanta influencia debe esperarse de una disciplina severa y del trabajo constante, en combinación con el sistema de células que propongo a la humanitaria consideración de la Junta. Sí; es necesario que el trabajo y el orden, en todas sus fases, sirvan de atmósfera en aquellas células y galerías, en aquellos patios y talleres. Habrá .algunos que no sepan ningún oficio, que sean ineptos para trabajos que exijan ciertas luces naturales; pues bien, pensemos en proveer al Establecimiento de esas máquinas sencillas de manejo más sencillo todavía, a trabajar en las cuales obligaremos aun a aquellos que no tengan más que un brazo útil para el servicio, o bien, dediquémoslos a la limpieza del mismo.
 Respecto al número de células correspondiente a esta clase, si no estoy equivocado, con ciento cincuenta o sesenta habrá lo suficiente; pero debe, procurarse de la misma manera que indiqué al tratar de la clase anterior, que sean distribuidas también en cuatro series distintas, cada una con salida o desemboque especial, si fuese posible, para los diferentes sexos y colores...: Pero tal me parece que oigo estas preguntas: ¿habrá departamentos de distinción que proporcionen cierto ingreso a los fondos? ¿serán productivos los talleres?.  
 Hagámonos cargo de la primera. Mucho me temo que el plantel correccional, que trato de encarecer a V. SS. se adune muy mal con nuestras actuales salas y salones de distinción. Los presos por deudas no estarían en la Cárcel, si estuviesen en estado de pagar por permanecer en un lugar distinguido. Los que lo están por corrección gubernativa, tampoco es do suponerse que se hallen en ese caso. Y en cuanto a los sentenciado» por S. A., señores, en mi concepto, no deben diferenciarse lo más mínimo entre sí. Ante el régimen carcelario deben ser tratados con la más perfecta igualdad, porque el rico no por ser rico deja de ser delincuente y sería una injusticia el hacer mejor su condición. Por otra parte lo que en el actual estado de Cárcel es una verdadera necesidad, en el que estoy proponiendo no tendría objeto: ahora el evitar una galera es evitar el infierno; entonces lo que se trataría de evitar seria la célula, 6 digamos por no asustar con los nombres, el aposentillo que se les daría por habitación, y en que solo tendrían que pasar aislados las horas de la noche y algunas de las del día. En cuanto á los procesados, la cuestión varía de aspecto. No veo inconveniente en que haya sala de distinción para ellos, no porque crea que es mejor estar en una sala de distinción que en una célula de las proyectadas, sino porque es necesario echar la cuenta con lo que influye en el corazón del hombre el pretencioso amor propio. Me parece que si los presos tuviesen que optar entre los más frescos y cómodos aposentos, que tuviesen el nombre de células, y una sucia pocilga, con el nombre de Sala de distinción, no pocos se decidirían por la última. Mas supongamos que vaya equivocado y que nada produjesen las dichas salas de distinción. Quiero ir aun mas adelante. Supongamos que ni aun con el trabajo de los talleres, han de poder cubrirse los gastos de la Cárcel. ¿Qué tendríamos con eso? Una cosa es que fuera de desearse semejante resultado, y otra que haya de creerse que una Cárcel debe ser necesariamente un establecimiento productivo. Si la Cárcel no puede sufragar por sí misma sus costos, es menester que los sufrague el Común, en la inteligencia que eso está en su más alta conveniencia, y que llena uno de sus más graves y trascendentales fines. Señores, no puede perderse de vista la naturaleza heterogénea de la Cárcel de la Habana: si no fuera más que una casa correccional, de seguro que produciría para cubrir holgadamente todas sus necesidades.
V. SS. no habrán echando en olvidado que me he expresado en un sentido hipotético. Muy al contrario, creo que bien organizados los talleres y con contratas bien y ventajosamente estipuladas, habían de producir mucho mas, sin comparación, de lo que en el día producen. En mi opinión, la nueva Cárcel, no debe contar con menos de seis salones para el efecto, cuyas dimensiones podrán determinarse al cálculo prudente de la Junta. Recuérdese, ya que hablamos de productos de la Cárcel, que los esclavos presos han de abonar una cuota, bien la que dice nuestro Reglamento, bien la que se convenga fijarles.
 Tiempo es ya de resumir lo que llevo dicho, que quizá he fatigado en demasiado la bondadosa atención de V. SS.; pero quiero hacer antes una observación. He creído de todo punto indispensables estas consideraciones que acabo de hacer, porque reformas tan radicales como las propuestas para nuestro régimen carcelario no podían haberse presentado sin alguna explicación que les sirviese de fundamento.
 Echando, pues, una ojeada retrospectiva, diré que la Cárcel proyectada deberá tener: dos salas para los presos por deudas; seis para los presos gubernativamente: quinientas células, clasificadas en cinco series, para los procesados, según su sexo, color y circunstancias; ciento sesenta de las mismas, divididas también en cuatro secciones, para los sentenciados por S. A. a encierro en la Cárcel y trabajo en sus talleres, con atención a sus sexos y color; seis salones para los talleres: y por último, los que parezca conveniente destinar a distinción. Advierto que hago muy poco hincapié en esos números, pues lo que interesa fijares el sistema. Yo los he calculado á bulto, en el concepto de que, con suma facilidad, puede hacerse el cálculo con toda exactitud.
Sin embargo, una Cárcel como la que deseamos necesita de algunos otros departamentos y piezas, además de las ya mencionadas, y este camino lo encontramos ya andado en el artículo 32 de nuestro Reglamento. Tomemos de él, por consiguiente, lo que no contradiga y sea de admitirse en el proyecto de Cárcel, que acabo de bosquejar.
  Local para Cuerpo de Guardia.—Capilla donde se celebre el Santo Sacrificio de la misa, situada de manera que todos los presos con separación de sexos, puedan oírla.—Patio espacioso y traspatio.—Lugares excusados, lavadero y baño para el departamento de hombres, con divisiones para blancos y de color.—Lo mismo para el de mujeres.—Enfermería preventiva o de socorro, con botiquín.—Sala de actos judiciales.—Otra de visitas de Cárcel.—Otra para las generales y semanales de la Audiencia. —Habitación para el Alcaide. —Cuarto de despacho para el mismo.— Otro para archivo de libros, cuadernos, legajos y papeles.—Cuartos para habitación de empleados, sirvientes y enfermero, en puntos a propósito.—Local para la escuela.—Piezas para almacenes.—Pieza para cantinas.—Aposento para ministros de policía, alguaciles y funcionarios auxiliares de esta clase con dos o más separaciones. Se entiende para los que estén procesados, pues los ya sentenciados, no hay un motivo para que no vayan a las células indicadas.
 Mas ¿para qué detenernos en estos pormenores? Lo que importa, por ahora, es que la Junta tome en consideración las opiniones que he tenido el honor de exponer, y discutiéndolas, o reformándolas, según se lo aconseje su ilustrado discernimiento y experiencia, formule un acuerdo en este particular que ha de ser de grandísima importancia para el país.
 Llegados, a tal extremo, lo más dificultoso de la tarea estará ya vencido. Solo nos faltará entonces fijar dimensiones, determinar qué departamentos y piezas de segundo orden deben de tenerse presentes en el plan general del edificio, y especificar del modo más exacto que sea posible todas las condiciones que se estimen necesarias para que la Cárcel, con cuyo proyecto nos congratulamos, sea lo que debe ser: una buena Cárcel. De estas cosas que nos faltan por hacer, unas serán hechas tan luego como se crean convenientes, otras las tengo preparadas para someterlas a la Junta en su oportunidad; y una vez que hayamos terminado tan gravísimos trabajos, podremos presentar a nuestra primera autoridad, sus resultados, a fin de que, si se sirve impartirles su superior aprobación, podamos esperar con no poco fundamento que dentro de poco se eleve en nuestro suelo un edificio que tan poderosamente debe influir en la morigeración de nuestras masas.
Así, pues, estas mis nada pretenciosas y bien intencionadas observaciones no vienen a ser más que como la introducción de los trabajos que con fe tan viva nos hemos propuesto emprender, o mejor dicho, su programa preliminar; del mismo modo que el Reglamento carcelario que a su debido tiempo formemos, será su digna conclusión y coronamento.
Me anima, Señores, la agradable idea de que esta primera piedra que ponemos en el cimiento de la futura Cárcel no ha de ser arrebatada por el soplo helado del indiferentismo. No tratamos de quimeras é ilusiones; no estamos vagando por los palacios de la utopía. Aquí, á un lado, vemos un foco de pestilentes emanaciones que amenaza emponzoñar de muerte hasta los gérmenes de la moral pública, llamándose irrisoriamente, establecimiento de corrección. Allí, delante, el remedio positivo, sí, positivo, de mil males y el origen de mil inestimables bienes.
¡Qué noble gloria no embellecería los recuerdos del jefe que sobre sí tomara el empeño de realizar tan halagüeña perspectiva! Cuánta no recaería también sobre la Junta Inspectora de la Cárcel y sobre su digno Presidente! Porque la Isla de Cuba con una Cárcel, tal coma a una la exigen la civilización, la moral y la religión, habría recibido uno de los mayores beneficios de que puedan ser objeto los pueblos.
Dispénsenme V.SS., si, arrastrado por el entusiasmo que naturalmente me inspiran estas animadoras esperanzas que abrigo, no he podido detenerme antes de llegar a fatigar su bondadosa atención. Yo por mi parte concluiré con una justa salvedad. Al expresarme de la manera con que lo he hecho, no he alimentado la necia presunción de figurarme que la Junta había de necesitar para lo más mínimo de mis insignificantes inspiraciones; he creído solamente ser el eco más o menos fiel de los sentimientos de los que componen mi respetable auditorio.

Habana y Julio 26 de 1855.



No hay comentarios:

Publicar un comentario