Había
nacido en Sagua la Grande. Pasó su infancia en Tembleque, donde su padre, gallego,
fue notario. Salió bachiller en Getafe. Don Eugenio, el padre, abrió bufete en
Cuba. Presidió en la Habana el Centro Gallego, que era, en aquellos tiempos, como
capitanear una tempestad. El hijo, don Jorge, fue alumno en Harvard. Luego se
entregó al periodismo, al ensayo filosófico-literario, a la cátedra y,
finalmente, a la política. Le iba a la medida el calificativo de "intelectual".
De su infancia en Tembleque le quedaba en el corazón un eco remoto. Era un
americano de alma, de esperanzas y de fe civil; un hombre de América y para
América.
En
los tiempos de Batista buscó refugio y paz en el exilio de Madrid. ¿Volvió
entonces a encontrar a España en su intimidad? Él se ha llevado el secreto. Con
el advenimiento de Fidel Castro se sintió resucitar. Fue al Retiro Madrileño,
se irguió al pie del Monumento a Cuba y dijo cosas que a algunos de sus amigos
nos parecieron peregrinas. Esas cosas que dicen los intelectuales puros cuando
se lanzan a la política. (El intelectual puro es un ser que tiene de siempre
ganado nuestro ánimo; pero ¡nos da tanto miedo verle convertido en político!)
Jorge
Mañach acaba de morir en Puerto Rico. Los soles de Santurce han dorado sus
últimos desencantos. Y también la serenidad de su estoicismo. Sufría mucho del
cuerpo y del alma. Tenía la salud quebradiza. Y el espíritu colmado de
desilusiones ante la inmensa desventura que sufre el pueblo cubano. El exilio
de Madrid estaba siempre abierto a la esperanza; el de Puerto Rico se le había
cerrado, igual que una noche oscura, porque de Cuba no llegaban sino desconsuelos.
Con la victoria de Fidel Castro se le despertó
—repetimos— una gran ilusión. Creyó a pie juntillas en el tremendo engaño. No
hace mucho decía —según acaba de recordar un magnífico editorial de "A B
C"—: "¡Cómo he lamentado aquella carta que envié al director de una
publicación madrileña diciendo que Fidel Castro no era comunista! Lo lamento una
y mil veces, no sólo por la burla de que fui víctima, sino porque transmití el
engaño a muchas personas que creían de buena fe en aquella revolución."
Dramática
confesión; desilusión devastadora. Imaginamos que la compartirán algunos jerarcas
del catolicismo cubano, inducidos a error —¡y qué error!— por las apariencias
del castrismo en la Sierra Maestra.
Jorge Mañach ha muerto de tristeza. Mil
ilusiones suyas se le habían convertido en puñados de ceniza. Y él era tan delicado,
tan pulcro de condición, tan sutil y limpio de corazón y de mente, que no ha
podido resistir esa tremenda realidad política de Cuba, capaz de abatir las
mejores torres del optimismo. (¡Salvo las torres de una política resuelta,
convencida, elemental, popular, sacrificante, que al fin triunfará!)
Jorge Mañach, escritor admirable, una de las primeras
plumas de América, ha pasado ya a la historia de las letras de Cuba. Y a la de
la cultura hispánica. Hubiéramos querido conversar con él a la sombra de La
Española, hermosísima fortaleza de Puerto Rico, y preguntarle:
—Díganos Mañach: ¿comienza usted a entender
algo de lo que aconteció en España? Declaramos que no es fácil; pero quizá los
mediodías de la Cuba de hoy le habrán iluminado ciertas auroras nuestras.
Descanse en paz el gran patriota, el gran
amigo, el gran hombre. Y que su memoria nos preserve de engaños que traen tanta
maldición.
La Vanguardia, 21 de junio de 1961. Sin firma.
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