Carlos Belot
La muger es el más espuesto de los seres al mayor número de enfermedades; y
como que la naturaleza la ha destinado para
llevar en su seno la almáciga de la vida, a ella debemos dedicar con preferencia nuestros desvelos, proporcionándola
medios de educar el fruto querido de sus entrañas. Deuda es de nuestra gratitud este trabajo, puesto que a ella
debemos nuestra existencia, cuando con peligro de la suya salimos al mundo, y con cariños esmerados dirige los primeros
pasos en nuestra infancia menesterosa. En beneficio, pues, de las madres
tiernas presentaremos las principales atenciones
que exige la niñez, de las que sin duda dependen nuestra salud y nuestro feliz
porvenir (...)
El primer alimento que conviene al niño está preparado por la misma
naturaleza en las entrañas donde se ha formado. Así pues, no debe usarse de una
leche estraña sino en las desgraciadas circunstancias
en que sea físicamente imposible a la madre criarle; cuyas circunstancias
serían tan raras como son comunes en el día, si las mugeres sinceramente
quisieran seguir un precepto que por su propia felicidad no debieran infringir jamás. No ignoro que la vida que se
dan la mayor parte de ellas en este país proviene de la facilidad con que pueden
hacerse de nodrizas, a las que confían un ser que aman, según dicen, sin reflexionar en los males a que le esponen,
y a que se esponen ellas mismas, viéndose después abrumadas de enfermedades
crueles y merecidas. Muchos se quejan de que mueren tantos niños en la infancia más tierna; pero ¿quién no
conoce que se les mata con estos vergonzosos medios, en vez de seguir la fácil
senda de la naturaleza? No! nunca las leonas ni las panteras negaron sus pechos
a sus cachorros: a la muger tan solo; no empero a esa indigente que nunca se
desnaturaliza, sino aquella otra opulenta y rodeada de todas las comodidades de
la vida y favores de la fortuna; a esa, repito, estaba reservado hacer perecer a sus hijos. Mas ¿qué importa esto, con tal que ella goce de sus placeres? No
citaré las elocuentes verdades de un célebre escritor, ni de otros filósofos
ilustres, sobre el particular: me limitaré a decir que el interés de las
mugeres y el de sus hijos exigen que los críen, que la que así no lo hiciere
está espuesta a continuos peligros después de su parto: que no en vano se violan las leyes de la naturaleza, y que son
innumerables los males que se siguen a semejante infracción: que la leche es un
principio de corrupción para los demás humores, cuando se retiene en el cuerpo;
sin contar, en fin, con aquellas enfermedades demasiado graves para que dejen
de conocerse sus causas, a las que inminentemente están espuestas las madres que no crían a sus hijos. Además
padecen descaecimientos y un desorden en su máquina, como resultado de la
alteración en el ejercicio de la sensibilidad por la mezcla de humores
heterogéneos; y lo que aun es peor, marchitándose la frescura brillante de la
tez y los demás atractivos que quisieran conservar, se las arrebata también el
fruto de su falta. Los mismos médicos con su silencio parecen que autorizan la
infracción de la ley natural, contribuyendo de este modo a abreviar los días de
un sexo, cuya conservación debían atender con mucho esmero. Olvidan que la
matriz de la muger que no da el pecho a su hijo se convierte en vehículo de los
humores que a lo menos la mayor parte de ellos debían haber salido por los
mismos pechos; sucediendo también que estos órganos cansados por el trabajo que
han sufrido en el tiempo del embarazo y del parto, al encontrarse cargados de
fluidos carecen de la fuerza suficiente para repelerlos. Estas madres también
quedan sujetas a las obstrucciones, reumatismos y otra serie de males que se
dice proviene del derrame de la leche. Sí: me veo precisado a confesar que los
numerosos ejemplos de escirros y cánceres en la matriz, tan frecuentes en esta
ciudad, los he encontrado solamente en señoras que se privaron de la dulce
ocupación de la cría. Y como que la mayor parte de ellas ignoraban la causa de
su mal, al saberlo se quejaban de la impericia de sus médicos que no les
advertían con tiempo los resultados futuros de tan culpable abandono. La muerte
que suele seguir inmediatamente al parto, no proviene tampoco de otra causa. Castigo
es este que la Divinidad indignada descarga sobre las madres para que
sirva de escarmiento a sus compañeras! (…)
Me parece inútil advertir que cuando
hablo de la obligación que tienen las madres de criar a sus hijos, no me contraigo
a aquellas que solo los pueden dar un alimento dañado o insuficiente; porque
las que tienen poca leche, o lo que es más común, la tienen mala, harán muy
bien con buscar una nodriza, puesto que a pesar de las ventajas que la crianza materna
puede producir en general, hay casos en que no debe practicarse. La sabia
consulta de un médico dirá si son o no suficientes. Los casos más conocidos,
sin embargo, son aquellos en que pueden impedir la secreción de la leche, los
vicios de todo género cuando se tema que la madre los comunique al hijo &c.
Se presentan varias cuestiones cuyo desenvolvimiento
interesa a ambos sexos, en el caso en
que la madre quisiera criar a su hijo. Tales son: "¿Qué es lo que ha de
hacer la madre, y qué régimen de vida ha de observar?" Y cuando no quisiere
o no pudiere criarlo, estas otras: "¿Cuáles deben ser las precauciones que
han de tomarse en la elección de una nodriza, y cuál el régimen de vida que ha
de observar esta?"
Antes de empezar el examen de la nodriza, terminaré este artículo echando una
ojeada por la antigüedad. Hubiera sido un insulto en Grecia o Roma poner en
duda si una madre podría o no criar a su hijo. Las mugeres en aquellos tiempos
como que eran esposas y madres por gusto suyo, criaban los hijos con sus propios
pechos, y lejos de ser esto un motivo de disgusto para ellas, les servían más
bien de placer y de contento las fatigas, las inquietudes y las agitaciones de
la crianza, cortejos inseparables de la maternidad. Hacían alarde del cumplimiento
de los deberes peculiares a su estado: con noble confianza mostraban sus hijos
a los estraños; y semejantes a la madre de los sublimes Gracos, a la ilustre
Cornelia, sus diges mas preciados, sus más brillantes preseas eran los talentos
y el valor de sus hijos. Ninguna madre, no digo hubiera permitido separarse de
ellos; pero la que se hubiera ofrecido a otra por nodriza, habría sido infamada
y condenada a sufrir la pena de su atrevimiento.
Demóstenes dice que en si tiempo fue
acusada una muger de este delito, y que solo diciendo que la miseria la había
arrastrado a ello, pudo libertarse del castigo. En los pueblos en que por su corrupción se admitió la esclavitud, las
nodrizas eran esclavas; y este último término de degradación trajo consigo la pérdida del estado. ¡Habitantes de esta isla
bienhadada! Reflexionad sobre estas fatales resultas, que nunca lo haréis
demasiado. Observad lo que sucede en vuestras familias. Si no veíais con
tiempo, se introducirá en ellas la corrupción, y haréis que vuestros hijos
entreguen su corazón y sus afectos a seres que en vez de agradecérselos, los
obtendrán solo para desgracia de ellos y de vosotros.
La lactancia suministrada por la
misma madre tiene una influencia poderosa sobre las costumbres, y por
consiguiente sobre el orden social. Sin embargo, en el caso de que sea forzoso
servirse de nodrizas, debe preferirse una negra a cualquiera otro animal; o si
se quiere, valerse de la substancia artificial; pero téngase presente que no
todas aquellas son igualmente a propósito, y que las madres de familia deben
tener un cuidado eficaz en el conocimiento y elección de las nodrizas.
Es necesario que estas sean de 18
hasta 30 años de edad, y que estén recién-paridas, a fin de que su leche guarde
cierta analogía con la de su madre. Los pechos han de estar convenientemente
desenvueltos, y los pezones ni muy brotados, ni demasiado sumidos, sino de modo
que el niño pueda tomarlos con facilidad. La leche deberá tener un sabor
ligeramente azucarado, sin olor, de un color azuloso, y de bastante
consistencia para que pueda conservarse. La esperiencia ha demostrado que las
cualidades físicas de la leche varían según el tiempo más o menos próximo al
parto, y que este líquido mientras más viejo se hace tanto más espeso, más
blanco, mas grasiento y azucarado; por lo que conviene no mirar con
indiferencia esta circunstancia. Sea cualquiera el juicio que haya formado el
facultativo sobre la bondad de la leche de una negra criandera, se debe tomar otra si la primera produce alteraciones
en la salud del recién-nacido, o no es suficiente para alimentarle.
La cantidad de leche filtrada por
los pechos no siempre es proporcionada al tamaño de ellos; y así es necesario
que se sepa de antemano que la nodriza la tiene con aquella abundancia suficiente
para la crianza del niño; pero también hay otro medio que no deben olvidar las madres,
y es el de escoger para criandera una de las negras que han nacido y se han
educado en casa, de padres sanos y robustos, o a lo menos indagar si no ha
estado enferma anteriormente, cosa que es muy común en gente tan inmoral y
desenfrenada como esa. ¡Cuántas familias se han infestado por falta de esta precaución!
¡Cuántas jóvenes padecen de empeines de maligna naturaleza por no haber puesto
la eficacia necesaria en este reconocimiento! Y si provienen de África las
nodrizas, ¿cuál de ellas no trae su sangre corrompida? No sé, a la verdad, con
qué palabras infundir a las madres el
cuidado que deben tener sobre esta materia.
La nodriza ha de ser también de
buena índole y enemiga de la mentira; puesto que muchas veces acaecen algunos
accidentes que ellas callan o disfrazan temerosas del castigo. No ha mucho tiempo
que fui llamado para curar a un niño que tenía un tumor en la región dorsal.
Viendo que mis medicamentos en vez de
curarle le ponían peor, reflexioné e hice confesar a la criandera que lo había
dejado caer, y de sus resultas había provenido la deformidad de la criatura.
Tales son las consecuencias que hay que temer del carácter de las nodrizas, el
cual no debe ser indiferente a las madres; como no lo era entre los antiguos,
que tenían muy distinta opinión de la que reina en este país. Plutarco dice:
"Cuando la madre no puede criar a su hijo, es preciso que tenga mucha
perspicacia para que sepa escogerle una nodriza; no adoptando la primera que se
le presente, sino la mejor que pueda haber a las manos." Tan lejos están
aquí de seguir este precepto, cuanto que en los momentos en que escribo sobre
esto, acabo de ver morir en una casa conocida de esta ciudad a un niño porque
se le daba leche corrompida, la que le causó un marasmo mortal.
Por otra parte, ¿se creerá que hay
casas en que una negra cría tres niños a un tiempo? No pretendo atribuir semejante
falta a las madres de familia que carecen de los conocimientos necesarios sobre
el particular, y que no se atienen a las órdenes del médico para remediar el
mal; el facultativo es el que debe velar sobre todos estos puntos: pero a ellas
toca descubrirlo en tiempo: le corresponde asimismo cuidar que le den de mamar
al niño en su presencia, ya que es tan fácil en esta ciudad tener la criandera en casa. Confesemos, empero que
muchas descuidan esto a pesar de la comodidad que brinda este país, y de la
cual se carece en Europa. Estoy muy convencido que generalmente se practica lo
que he indicado; mas ya empieza a propagarse la epidemia Europea, por la cual
se cree que se hace mucho con parir al niño, y esto me pone también en la
necesidad de confesar que en este país las madres son mas madres que en Europa.
Examinemos ahora cuáles son los alimentos
que más convienen a la nodriza.
Parece, y todo conduce a hacérnoslo
creer, que la naturaleza de la leche depende de la substancia alimenticia, como
así lo han demostrado los últimos esperimentos hechos en París.
Me ha enseñado la esperiencia que el
mejor régimen que ha de seguirse es el de tomar alimentos nutritivos con más
abundancia que en cualquiera otra circunstancia de la vida: sin que se entienda
por esto que sean condimentados con demasía, ni que la carne sea de monte, ni
las bebidas alcohólicas. Al contrario, es preciso evitar todas las escitaciones
del sistema animal, y las alteraciones de las vías gástricas. Parece inútil
hablar sobre el modo con que deban alimentárselas crianderas; porque esta
costumbre, la más provechosa para la salud de los niños, caracteriza el cuidado
de las madres en un país donde se les destina un lugar cerca de la vigilancia
de estas, los mejores alimentos y las mayores comodidades.
Es circunstancia también muy importante
la de que no menstrúen durante la crianza; porque parece que las que están
sujetas a esta incomodidad, se entregan fácilmente a los placeres del amor; lo
cual puede producir muy malas consecuencias, y alterar la leche hasta el grado
de ser preciso buscar otra nodriza.
Además yo he observado en las
negras, que cuando están con su regla, la leche varía, se pone más azulada y
acuosa; y los niños que el día anterior estaban alegres y ágiles, se tornaban
tristes y melancólicos; se les desfiguraban sus facciones, perdían la frescura
de su tez, se les ponía el cutis muy ardiente, les atormentaban cólicos
violentos, y continuamente gemían y lloraban. En este caso me vi precisado a
mandar se les suspendiese el pecho por dos o tres días, y se les diera suero
terciado con agua de cebaba, y una pequeña cantidad de panetela: con lo que
conseguí cesara la descomposición de su estómago a los tres o cuatro días.
Mucho trabajo me costó persuadir a algunas madres que la causa referida era la
que producía ese desentono del estómago, y solo lo creyeron cuando por sí
mismas lo observaron en el siguiente mes. No con todas las nodrizas sucede
esto; pero conviene buscarlas que no menstrúen.
Pasemos a examinar las causas porque no puede una madre criar a su hijo. La facilidad que hay en la Habana, como
he dicho, de proporcionarse nodrizas, hace que se mire con descuido la crianza
materna; lo que según también he observado, es el origen de una infinidad de
males. Mas solo debe faltarse a este deber en los precisos casos que voy a
señalar; y aunque había dejado al médico el cuidado de manifestarlos, he
reflexionado que será mejor espresarlos aquí ligeramente para que pueda servir
a las mugeres que pasan en el campo la mayor parte del año, a donde no es fácil
proporcionarse facultativos inteligentes.
En primer lugar no debe criar la que
tenga muy poca leche, lo que regularmente sucede a las que se casan muy niñas o
algo ancianas; pero no hablo de las que al principio carecen de la necesaria,
porque a estas les viene con más abundancia, aunque más tarde. Tampoco es
inconveniente para criar el no tener leche sino en un pecho, porque este suple
la esterilidad del otro. Cuando la falta de leche proviene de debilidad,
entonces se debe tomar abundantes alimentos jugosos y nutritivos; pero si, al
contrario, es originada de un temperamento ardiente, se tomarán emulsiones y
baños tibios, haciendo uso moderado del matrimonio. Si el niño tuviere
dificultad en la succión (lo que es bien común en la Habana) y no extrae con la
fuerza necesaria la leche, será bueno dar el pecho a otro niño, lo cual siempre
ha obrado efectos favorables.
No deberá criar la que tenga leche aguada,
que además de no alimentar al niño, le causará flujos muy líquidos, y cólicos
ventosos. También está exenta de la cría
aquella que tuviere en su constitución
algún humor maligno, o padezca de tisis, raquitis, lamparones, escorbuto,
piedra, mal de orina, &c.
Indicadas las causas que impiden la lactancia, daremos algunos consejos a las
madres, relativos al método de vida que deben observar en la época de la crianza. En primer lugar es preciso que renuncien a los bailes, teatro, paseos y demás diversiones bulliciosas;
porque la disipación que reina en ellas exalta las pasiones, y esta exaltación
de ningún modo es compatible con la vida sedentaria y tranquila que exigen las
ocupaciones maternas. Las pasiones a que está sujeto el sexo son o tumultuosas
que operan de un modo rápido en el sistema de la madre, y por consiguiente
influyen en la leche de un modo violento y pernicioso, o lentas pero permanentes
que acaban causando casi los mismos
efectos.
He visto que un movimiento de cólera
ha producido diarreas biliosas y convulsiones. Los afectos de pena también
producen grandes desarreglos, por lo que ha de evitarse a la madre todo
espectáculo capaz de infundirle tristeza, inquietud, miedo, odio, envidia,
celos &c., porque alteran la leche, y descomponen y hacen trabajosas las funciones de la máquina
animal. Por lo demás, puede aplicarse a la madre todo lo que he dicho respecto
de la nodriza.
Sigamos con el recién-nacido y
supongámosle adornado de todas las cualidades requeridas. Parece que no hay más
que desear; pero no obstante será conveniente decir el modo con que ha de
tratarse al niño y a la madre. Muchas señoras en la Habana están creídas de que
es muy útil darles el pecho a todas horas, suponiendo que así se alimenta más y
se le aumentan en proporción las fuerzas; mas semejante costumbre es dañosa a
la madre y al hijo; porque el estómago del uno se pierde en razón de la escesiva cantidad de alimento con que se
sobrecarga, por lo que se les espone a irritaciones que se estienden a todo el
canal, y que traen consigo la muerte, o les engendran lombrices &c., y la
otra no consigue sino trocar su leche en acuosa y mal preparada, y por otra parte se aniquila y se consume en fuerza de la
irritación que por último la obliga a abandonar la crianza.
Después de esta reflexión, no puedo menos de aconsejar a las madres que tomen por
única guia a la necesidad, cuyo lenguage espresivo ha dado al niño la
naturaleza. Cuando tiene hambre mira solícito a la madre, examina con inquietud
sus movimientos, se sonríe cuando se le acerca, y dirige con ansia sus
temblosas manitas a los pechos que han de sustentarle. Si por el contrario, se
halla satisfecho cae en un entorpecimiento soporífero, toma el pecho con
hastío, eructa, respira con dificultad y esperimentan calor esterno en su
cuerpo fuera de lo natural. Entonces es de temerse alguna enfermedad pues
suelen sobrevenirle diarreas, hijas de aquella escitación, lo cual se cura
disminuyendo al punto la cantidad de leche, o lo que es mejor poniéndole a
dieta láctea. Generalmente se cree que la leche es de fácil digestión, y que
los niños tienen más que suficiente fuerza en su estómago para digerirla, lo
que es un error, porque la leche es una substancia muy nutritiva, y capaz
muchas veces de descomponer el equilibrio de las vías gástricas. Para que se
digiera es preciso que se coagule, y aunque muy pronto desaparece su parte serosa,
necesita algún tiempo más para que se reduzca a quilo el coágulo o cuajada; no habían dejado de observar algunas madres el coágulo todavía en
su estado natural y sin digerirlo en las evacuaciones. Es conveniente señalar
horas en que ha de darse al niño de mamar, evitándose con esto los llantos a
que se entregan en los intermedios de las comidas y habituándolos a conocer la
hora en que se les debe dar el pecho.
Síguese a esta precaución otra que
presenta no menos dificultad. Esta consiste en saber en qué época se debe añadir
a la leche un alimento más nutritivo y más sólido. Ya se deja ver que la
fortaleza del niño indicará cuál deba ser su alimento; pues no es muy raro ver
que hay niños tan fuertes que al tercero o cuarto día es necesario darles un
alimento más sólido. Sin embargo, puede señalarse por regla general el segundo
mes. Pero antes de esto será muy útil inspeccionar el estado de su estómago y
sus funciones, y a la menor escitacion gástrica suspender el alimento e ir
después dándoselo poco a poco y con cuidado.
En caso de que hubiere falta de
digestión, convendrá escasearle la leche, dándole en su lugar bebidas
diluentes. Conocida, en fin, la suficiencia del estómago para soportar
alimentos sólidos, se tratará de cuáles son los más convenientes.
(…) En Europa se reprueba el uso de las frutas en los niños de pecho,
porque son propensas a cortar la leche y producir lombrices. Efectivamente las
frutas verdes pueden hacer daño; pero en un país como el de la Habana que es
más herbívoro que el de Europa, las frutas dulces, maduras ó cocidas, son muy
provechosas a los niños. Rara es la madre que no haya dejado chupar a sus hijos
las cañas de azúcar. El hombre, por otra
parte es frutífero, y vemos en las Indias orientales que los niños se alimentan
y crían casi por sí mismos, abandonando el seno maternal por los dátiles, higos
y otras frutas.
Tengo dicho que no conviene el uso
del caldo con los niños, y lo repito; pues aunque muchos lo acostumbran, juzgo
esto por muy funesto. En efecto, los animales carnívoros no dan a sus cachorros
carne y sangre sino después de destetados: y en prueba de las ideas que he
manifestado sobre la lactancia maternal, diré que se ha observado que los niños
criados con la leche de sus madres no padecen nunca de lombrices, al paso que
estas se multiplican en los que se alimentan de papillas.
Resta ahora saber cuál es la cantidad
conveniente de aquel alimento, visto que deberán ser líquidos y por lo mismo han
de darse en corta cantidad. Si es conveniente no hacer esperar mucho a los
niños, también lo es el no darles demasiado alimento. He visto a muchos niños
por un celo mal entendido de las nodrizas, sucumbir a la glotonería de sus
niños, que les ha ocasionado enteritis violentas. Respecto de la hora, la
naturaleza debe indicarla.
Pasemos a examinar cuáles deban ser
las precauciones que han de tomarse sobre los baños, los vestidos y la cama, y en
una palabra, sobre los medios de la educación privada. En la Habana deben ser los baños
diarios, sin que se estimen por tales los que exige el aseo del niño; pero es
fuerza indicar la temperatura que han de tener. Los médicos europeos,
considerando el clima de su patria, han declamado con razón contra los baños
fríos aconsejados por J. J. Rousseau; mas atendiendo al nuestro veremos que
aquel filósofo dijo podían aplicarse a un país como, por ejemplo, la Habana.
Sin embargo, no temo decir que antes de ocurrir a los baños fríos es preciso
llegar progresivamente a ellos, de modo que a la edad de uno o dos meses, a lo
más, el baño esté igual a la temperatura atmosférica que no es fría. Hay niños
a quienes por mucho tiempo no puede bañárseles sin estar el agua ligeramente
tibia, y entre estos se cuentan a los que tienen la tez demasiado sensible,
suave y transparente, en los que es de temerse congestiones internas, infartos
de las vísceras, articulaciones &c. La debilidad impide la reacción de lo
interior a lo esterior, y para que el baño frió sea útil es necesario que esta
reacción se establezca, y que las fuerzas sean suficientes para ayudarla. Así
es conveniente empezar por baños templados, y llegar gradualmente a los fríos
con el aumento de la constitución física del niño. Para hacerlo con más
regularidad son propias las lociones parciales antes de entrar en los baños generales.
El tiempo que debe permanecer en el agua será corto, aumentándose por grados su
duración. Con estas precauciones llegaremos a la inmersión en el agua fría, sin
temor de resultas peligrosas, porque a medida que el niño va creciendo, el baño
frió va perdiendo sus inconvenientes y adquiere mayores ventajas.
Los europeos tienen la costumbre de empaquetar
sus niños, transformándolos en una especie de muñecos, cuyos movimientos apenas
se perciben, al paso que los de esta Isla gozan del uso libre de sus miembros. Se dirá que la naturaleza ha
instruido sobre este particular a las amables cubanas; quienes desde los
primeros días contemplan con placer al objeto de su ternura tendido libremente sobre una baqueta o estera, a cuja laudable costumbre se debe la soltura y
graciosa naturalidad de los ademanes, y la formación de los cuerpos flexibles y
voluptuosos, que son como dotes peculiares de la Isla. Aquí sin duda hubiera visto
alborozado Rousseau el feliz éxito de los consejos que daba a sus compatriotas.
Pero sin embargo, las fatales consecuencias del lujo van introduciendo el uso
de las cunas. Las madres, pues, deben abandonar semejante prisión y seguir tendiendo
a sus niños en catres de viento, o suaves zaleas, lo que además de evitarles
los peligros que pueden ocasionar las cunas, les es más agradable el fresco de
esas ligeras pieles, que el calor de los colchones y la fetidez que necesariamente
exhalan con los orines. Además, puede
ser de una influencia fatal para el recién-nacido el tenerlo encerrado demasiado
tiempo sin ponerlo al contacto del aire. Efectivamente, nada es más peligroso ni
ridículo: preciso es que se acostumbren a las variaciones atmosféricas a que
luego han de quedar espuestos toda su vida. Por otra parte, la doble acción del
aire influye poderosamente en lo interior y esterior del cuerpo, como se deja
conocer en los niños del campo, que no son tan delicados, débiles ni
amortecidos como los de la ciudad, quienes, a pesar de todas las recetas medicinales
y los venenos de la Farmacia, se ven reducidos al marasmo, del que suelen
libertarse cuando, escarmentados por esta desgracia, se ven los padres obligados
a enviarlos al campo a respirar el aire saludable de la vida.
He observado también que se va alterando
la antigua sencillez de los vestidos, que en un clima como este deben ser
cómodos y ligeros. Pero desde que el lujo se ha estendido tanto que ya se conoce hasta en los niños por la riqueza de
sus vestimentas, se ve a estos con los pies oprimidos y la cabeza agobiada de gorras
y turbantes. Antiguamente, como he oído decir, se ponía a los niños un sombrerillo
de paja, adornado de flores, y solo la naturaleza era la que establecía distinciones
entre ellos; mas ahora se nota por
pesados y costosísimos birretes, cuyos peligros no se quiere conocer, favoreciendo
las congestiones hacia la encephalis...
No deben, pues, las madres adoptar
vestidos que no simpaticen con la inclinación independiente de sus costumbres: más vale una hoja de plátano
que todas las ricas estofas de Europa. Cubran sus hijos con vestidos ligeros y desahogados
que no los opriman y les dejen libertad en sus movimientos, y finalmente que el
sombrerillo de paja diga a los estrangeros que en la Habana se observa mejor la
naturaleza que en Europa.
Observaciones sobre
los males que se esperimentan en esta Isla de Cuba desde la infancia y consejos
dados a la madres y al bello sexo. Por Carlos Belot: Doctor en Medicina por la Facultad
de Paris, Miembro de la Sociedad de Emulación de la misma ciudad, de las de Medicina
y de Historia Natural de Philadelphia, Tomo I, Nueva York, En Casa de Lanuza, Mendía e Impresores Libreros, 1828, pp. 10-50 (fragmentos).
No hay comentarios:
Publicar un comentario