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viernes, 4 de mayo de 2012

Guía de las madres





 Carlos Belot


 La muger es el más espuesto de los seres al mayor número de enfermedades; y como que la naturaleza la ha destinado para llevar en su seno la almáciga de la  vida, a ella debemos dedicar con preferencia nuestros desvelos, proporcionándola medios de educar el fruto querido de sus entrañas. Deuda es de nuestra gratitud este trabajo, puesto que a ella debemos nuestra existencia, cuando con peligro de la suya salimos al mundo, y  con cariños esmerados dirige los primeros pasos en nuestra infancia menesterosa. En beneficio, pues, de las madres tiernas presentaremos las principales  atenciones que exige la niñez, de las que sin duda dependen nuestra salud y nuestro feliz porvenir (...)
 El primer alimento que conviene al niño está preparado por la misma naturaleza en las entrañas donde se ha formado. Así pues, no debe usarse de una leche estraña sino en las desgraciadas  circunstancias en que sea físicamente imposible a la madre criarle; cuyas circunstancias serían tan raras como son comunes en el día, si las mugeres sinceramente quisieran seguir un precepto que por su propia felicidad no debieran  infringir jamás. No ignoro que la vida que se dan la mayor parte de ellas en este país proviene de la facilidad con que pueden hacerse de nodrizas, a las que confían un ser que aman, según dicen,  sin reflexionar en los males a que le esponen, y a que se esponen ellas mismas, viéndose después abrumadas de enfermedades crueles y merecidas. Muchos se quejan de que mueren tantos niños en la infancia más tierna; pero ¿quién no conoce que se les mata con estos vergonzosos medios, en vez de seguir la fácil senda de la naturaleza? No! nunca las leonas ni las panteras negaron sus pechos a sus cachorros: a la muger tan solo; no empero a esa indigente que nunca se desnaturaliza, sino aquella otra opulenta y rodeada de todas las comodidades de la vida y favores de la fortuna; a esa, repito, estaba reservado hacer perecer a sus hijos. Mas ¿qué importa esto, con tal que ella goce de sus placeres? No citaré las elocuentes verdades de un célebre escritor, ni de otros filósofos ilustres, sobre el particular: me limitaré a decir que el interés de las mugeres y el de sus hijos exigen que los críen, que la que así no lo hiciere está espuesta a continuos peligros después de su parto: que no en vano se violan las leyes de la naturaleza, y que son innumerables los males que se siguen a semejante infracción: que la leche es un principio de corrupción para los demás humores, cuando se retiene en el cuerpo; sin contar, en fin, con aquellas enfermedades demasiado graves para que dejen de conocerse sus causas, a las que inminentemente están espuestas  las madres que no crían a sus hijos. Además padecen descaecimientos y un desorden en su máquina, como resultado de la alteración en el ejercicio de la sensibilidad por la mezcla de humores heterogéneos; y lo que aun es peor, marchitándose la frescura brillante de la tez y los demás atractivos que quisieran conservar, se las arrebata también el fruto de su falta. Los mismos médicos con su silencio parecen que autorizan la infracción de la ley natural, contribuyendo de este modo a abreviar los días de un sexo, cuya conservación debían atender con mucho esmero. Olvidan que la matriz de la muger que no da el pecho a su hijo se convierte en vehículo de los humores que a lo menos la mayor parte de ellos debían haber salido por los mismos pechos; sucediendo también que estos órganos cansados por el trabajo que han sufrido en el tiempo del embarazo y del parto, al encontrarse cargados de fluidos carecen de la fuerza suficiente para repelerlos. Estas madres también quedan sujetas a las obstrucciones, reumatismos y otra serie de males que se dice proviene del derrame de la leche. Sí: me veo precisado a confesar que los numerosos ejemplos de escirros y cánceres en la matriz, tan frecuentes en esta ciudad, los he encontrado solamente en señoras que se privaron de la dulce ocupación de la cría. Y como que la mayor parte de ellas ignoraban la causa de su mal, al saberlo se quejaban de la impericia de sus médicos que no les advertían con tiempo los resultados futuros de tan culpable abandono. La muerte que suele seguir inmediatamente al parto, no proviene tampoco de otra causa. Castigo es este que la Divinidad indignada descarga sobre las madres para que sirva de escarmiento a sus compañeras! (…)
 Mal que le pese a la madre, la naturaleza deposita en ellos el material que debe servir al niño del más saludable alimento;  y no estrayéndose proporcionalmente la leche ya formada, su acumulación aumenta las irritaciones que demandan el desagüe de los líquidos; y de aquí esas enormes obstrucciones de los pechos, y esas calenturas violentísimas que suelen ocasionar la muerte.
 Piensan sin razón las mugeres, que la crianza de sus hijos descompone la gentil hermosura de sus pechos, y que en gran manera contribuye a destruir la morbidez de su mágico tejido. Para probarles lo contrario bastaría presentarlas los ejemplos de las griegas, y de las matronas de Roma, quienes a pesar de criar ellas mismas a sus hijos, fueron tan celebradas por su belleza. Los tipos animados de la hermosura, las muchachas de Georgia y de Circasia, tan solicitadas por los Sultanes del Oriente, y que son el más envidiable adorno de  los serrallos del Asia, cumplen también con los deberes maternos, sin que por ello se desmejoren sus atractivos. Pero no es esta ciertamente la causa que tienen algunas madres para desprenderse de su obligación. Las privaciones penosas que deben imponerse son las que inducen a mugeres depravadas a privarse de los inefables placeres de la maternidad. Es un pretesto falso con el cual se sirven para ocultar los verdaderos motivos de su determinación, y hacer que el indolente marido le sancione. No es, pues, la crianza, sino todo género de escesos; los abusos fuera de orden, suscitados por el calor del clima, en los goces de Venus, son los que contribuyen a destruir con tanta celeridad en las mugeres la redondez de sus contornos, la suavidad de la tez, y en fin, esa elástica firmeza de las carnes, complemento seductor de la belleza. Basta para probar este aserto comparar la salud y robustez de una respetable madre de familia que prodigó su leche a siete u ocho hijos, con la deplorable situación en que se halla a la misma edad otra para quien fue pesada la carga maternal, y que empezando siempre de nuevo una obra que supo inutilizar, trocó en perjuicio de la especie los incentivos que se la concedieron para multiplicarla. 

      
 Así es que interesa a la madre ser la nodriza de su hijo, y la felicidad de este exige con mucha más razón el cumplimiento de un deber tan sagrado. Son innumerables los inconvenientes de una lactancia estraña; y si supierais ¡oh madres! de cuantas ventajas priváis a vuestros hijos, entregándolos a negras; si conocierais el tamaño de los males que de esto les resulta, estoy cierto que ninguna de vosotras emplearía un medio tan peligroso sin una necesidad irremediable.
 Me parece inútil advertir que cuando hablo de la obligación que tienen las madres de criar a sus hijos, no me contraigo a aquellas que solo los pueden dar un alimento dañado o insuficiente; porque las que tienen poca leche, o lo que es más común, la tienen mala, harán muy bien con buscar una nodriza, puesto que a  pesar de las ventajas que la crianza materna puede producir en general, hay casos en que no debe practicarse. La sabia consulta de un médico dirá si son o no suficientes. Los casos más conocidos, sin embargo, son aquellos en que pueden impedir la secreción de la leche, los vicios de todo género cuando se tema que la madre los comunique al hijo &c.
 Se presentan varias cuestiones cuyo desenvolvimiento interesa a ambos sexos,  en el caso en que la madre quisiera criar a su hijo. Tales son: "¿Qué es lo que ha de hacer la madre, y qué régimen de vida ha de observar?" Y cuando no quisiere o no pudiere criarlo, estas otras: "¿Cuáles deben ser las precauciones que han de tomarse en la elección de una nodriza, y cuál el régimen de vida que ha de observar esta?"
 Antes de empezar el examen de la  nodriza, terminaré este artículo echando una ojeada por la antigüedad. Hubiera sido un insulto en Grecia o Roma poner en duda si una madre podría o no criar a su hijo. Las mugeres en aquellos tiempos como que eran esposas y madres por gusto suyo, criaban los hijos con sus propios pechos, y lejos de ser esto un motivo de disgusto para ellas, les servían más bien de placer y de contento las fatigas, las inquietudes y las agitaciones de la crianza, cortejos inseparables de la maternidad. Hacían alarde del cumplimiento de los deberes peculiares a su estado: con noble confianza mostraban sus hijos a los estraños; y semejantes a la madre de los sublimes Gracos, a la ilustre Cornelia, sus diges mas preciados, sus más brillantes preseas eran los talentos y el valor de sus hijos. Ninguna madre, no digo hubiera permitido separarse de ellos; pero la que se hubiera ofrecido a otra por nodriza, habría sido infamada y condenada a sufrir la pena de su atrevimiento.
 Demóstenes dice que en si tiempo fue acusada una muger de este delito, y que solo diciendo que la miseria la había arrastrado a ello, pudo libertarse del castigo. En los pueblos en que por su  corrupción se admitió la esclavitud, las nodrizas eran esclavas; y este último término de degradación trajo consigo la pérdida del estado. ¡Habitantes de esta isla bienhadada! Reflexionad sobre estas fatales resultas, que nunca lo haréis demasiado. Observad lo que sucede en vuestras familias. Si no veíais con tiempo, se introducirá en ellas la corrupción, y haréis que vuestros hijos entreguen su corazón y sus afectos a seres que en vez de agradecérselos, los obtendrán solo para desgracia de ellos y de vosotros.
 La lactancia suministrada por la misma madre tiene una influencia poderosa sobre las costumbres, y por consiguiente sobre el orden social. Sin embargo, en el caso de que sea forzoso servirse de nodrizas, debe preferirse una negra a cualquiera otro animal; o si se quiere, valerse de la substancia artificial; pero téngase presente que no todas aquellas son igualmente a propósito, y que las madres de familia deben tener un cuidado eficaz en el conocimiento y elección de las nodrizas.
 Es necesario que estas sean de 18 hasta 30 años de edad, y que estén recién-paridas, a fin de que su leche guarde cierta analogía con la de su madre. Los pechos han de estar convenientemente desenvueltos, y los pezones ni muy brotados, ni demasiado sumidos, sino de modo que el niño pueda tomarlos con facilidad. La leche deberá tener un sabor ligeramente azucarado, sin olor, de un color azuloso, y de bastante consistencia para que pueda conservarse. La esperiencia ha demostrado que las cualidades físicas de la leche varían según el tiempo más o menos próximo al parto, y que este líquido mientras más viejo se hace tanto más espeso, más blanco, mas grasiento y azucarado; por lo que conviene no mirar con indiferencia esta circunstancia. Sea cualquiera el juicio que haya formado el facultativo sobre la bondad de la leche de una negra criandera,  se debe tomar otra si la primera produce alteraciones en la salud del recién-nacido, o no es suficiente para alimentarle.
 La cantidad de leche filtrada por los pechos no siempre es proporcionada al tamaño de ellos; y así es necesario que se sepa de antemano que la nodriza la tiene con aquella abundancia suficiente para la crianza del niño; pero también hay otro medio que no deben olvidar las madres, y es el de escoger para criandera una de las negras que han nacido y se han educado en casa, de padres sanos y robustos, o a lo menos indagar si no ha estado enferma anteriormente, cosa que es muy común en gente tan inmoral y desenfrenada como esa. ¡Cuántas familias se han infestado por falta de esta precaución! ¡Cuántas jóvenes padecen de empeines de maligna naturaleza por no haber puesto la eficacia necesaria en este reconocimiento! Y si provienen de África las nodrizas, ¿cuál de ellas no trae su sangre corrompida? No sé, a la verdad, con qué palabras infundir a las  madres el cuidado que deben tener sobre esta materia.
 La nodriza ha de ser también de buena índole y enemiga de la mentira; puesto que muchas veces acaecen algunos accidentes que ellas callan o disfrazan temerosas del castigo. No ha mucho tiempo que fui llamado para curar a un niño que tenía un tumor en la región dorsal. Viendo que mis medicamentos  en vez de curarle le ponían peor, reflexioné e hice confesar a la criandera que lo había dejado caer, y de sus resultas había provenido la deformidad de la criatura. Tales son las consecuencias que hay que temer del carácter de las nodrizas, el cual no debe ser indiferente a las madres; como no lo era entre los antiguos, que tenían muy distinta opinión de la que reina en este país. Plutarco dice: "Cuando la madre no puede criar a su hijo, es preciso que tenga mucha perspicacia para que sepa escogerle una nodriza; no adoptando la primera que se le presente, sino la mejor que pueda haber a las manos." Tan lejos están aquí de seguir este precepto, cuanto que en los momentos en que escribo sobre esto, acabo de ver morir en una casa conocida de esta ciudad a un niño porque se le daba leche corrompida, la que le causó un marasmo mortal.
 Por otra parte, ¿se creerá que hay casas en que una negra cría tres niños a un tiempo? No pretendo atribuir semejante falta a las madres de familia que carecen de los conocimientos necesarios sobre el particular, y que no se atienen a las órdenes del médico para remediar el mal; el facultativo es el que debe velar sobre todos estos puntos: pero a ellas toca descubrirlo en tiempo: le corresponde asimismo cuidar que le den de mamar al niño en su presencia, ya que es tan fácil en esta ciudad tener la  criandera en casa. Confesemos, empero que muchas descuidan esto a pesar de la comodidad que brinda este país, y de la cual se carece en Europa. Estoy muy convencido que generalmente se practica lo que he indicado; mas ya empieza a propagarse la epidemia Europea, por la cual se cree que se hace mucho con parir al niño, y esto me pone también en la necesidad de confesar que en este país las madres son mas madres que en Europa.
 Examinemos ahora cuáles son los alimentos que más convienen a la nodriza.
 Parece, y todo conduce a hacérnoslo creer, que la naturaleza de la leche depende de la substancia alimenticia, como así lo han demostrado los últimos esperimentos hechos en París.
 Me ha enseñado la esperiencia que el mejor régimen que ha de seguirse es el de tomar alimentos nutritivos con más abundancia que en cualquiera otra circunstancia de la vida: sin que se entienda por esto que sean condimentados con demasía, ni que la carne sea de monte, ni las bebidas alcohólicas. Al contrario, es preciso evitar todas las escitaciones del sistema animal, y las alteraciones de las vías gástricas. Parece inútil hablar sobre el modo con que deban alimentárselas crianderas; porque esta costumbre, la más provechosa para la salud de los niños, caracteriza el cuidado de las madres en un país donde se les destina un lugar cerca de la vigilancia de estas, los mejores alimentos y las mayores comodidades.
 Es circunstancia también muy importante la de que no menstrúen durante la crianza; porque parece que las que están sujetas a esta incomodidad, se entregan fácilmente a los placeres del amor; lo cual puede producir muy malas consecuencias, y alterar la leche hasta el grado de ser preciso buscar otra nodriza.
 Además yo he observado en las negras, que cuando están con su regla, la leche varía, se pone más azulada y acuosa; y los niños que el día anterior estaban alegres y ágiles, se tornaban tristes y melancólicos; se les desfiguraban sus facciones, perdían la frescura de su tez, se les ponía el cutis muy ardiente, les atormentaban cólicos violentos, y continuamente gemían y lloraban. En este caso me vi precisado a mandar se les suspendiese el pecho por dos o tres días, y se les diera suero terciado con agua de cebaba, y una pequeña cantidad de panetela: con lo que conseguí cesara la descomposición de su estómago a los tres o cuatro días. Mucho trabajo me costó persuadir a algunas madres que la causa referida era la que producía ese desentono del estómago, y solo lo creyeron cuando por sí mismas lo observaron en el siguiente mes. No con todas las nodrizas sucede esto; pero conviene buscarlas que no menstrúen.
 Pasemos a examinar las causas porque no puede una madre criar a su hijo. La facilidad que hay en la Habana, como he dicho, de proporcionarse nodrizas, hace que se mire con descuido la crianza materna; lo que según también he observado, es el origen de una infinidad de males. Mas solo debe faltarse a este deber en los precisos casos que voy a señalar; y aunque había dejado al médico el cuidado de manifestarlos, he reflexionado que será mejor espresarlos aquí ligeramente para que pueda servir a las mugeres que pasan en el campo la mayor parte del año, a donde no es fácil proporcionarse facultativos inteligentes. 


 En primer lugar no debe criar la que tenga muy poca leche, lo que regularmente sucede a las que se casan muy niñas o algo ancianas; pero no hablo de las que al principio carecen de la necesaria, porque a estas les viene con más abundancia, aunque más tarde. Tampoco es inconveniente para criar el no tener leche sino en un pecho, porque este suple la esterilidad del otro. Cuando la falta de leche proviene de debilidad, entonces se debe tomar abundantes alimentos jugosos y nutritivos; pero si, al contrario, es originada de un temperamento ardiente, se tomarán emulsiones y baños tibios, haciendo uso moderado del matrimonio. Si el niño tuviere dificultad en la succión (lo que es bien común en la Habana) y no extrae con la fuerza necesaria la leche, será bueno dar el pecho a otro niño, lo cual siempre ha obrado efectos favorables.
 No deberá criar la que tenga leche aguada, que además de no alimentar al niño, le causará flujos muy líquidos, y cólicos ventosos. También está exenta  de la cría aquella que tuviere en su  constitución algún humor maligno, o padezca de tisis, raquitis, lamparones, escorbuto, piedra, mal de orina, &c.
 Indicadas las causas que impiden la lactancia, daremos algunos consejos a las madres, relativos al método de vida que deben observar en la época de la  crianza. En primer lugar es preciso que renuncien a los bailes, teatro, paseos y demás diversiones bulliciosas; porque la disipación que reina en ellas exalta las pasiones, y esta exaltación de ningún modo es compatible con la vida sedentaria y tranquila que exigen las ocupaciones maternas. Las pasiones a que está sujeto el sexo son o tumultuosas que operan de un modo rápido en el sistema de la madre, y por consiguiente influyen en la leche de un modo violento y pernicioso, o lentas pero permanentes que  acaban causando casi los mismos efectos.
 He visto que un movimiento de cólera ha producido diarreas biliosas y convulsiones. Los afectos de pena también producen grandes desarreglos, por lo que ha de evitarse a la madre todo espectáculo capaz de infundirle tristeza, inquietud, miedo, odio, envidia, celos &c., porque alteran la leche, y descomponen y  hacen trabajosas las funciones de la máquina animal. Por lo demás, puede aplicarse a la madre todo lo que he dicho respecto de la nodriza.
 Sigamos con el recién-nacido y supongámosle adornado de todas las cualidades requeridas. Parece que no hay más que desear; pero no obstante será conveniente decir el modo con que ha de tratarse al niño y a la madre. Muchas señoras en la Habana están creídas de que es muy útil darles el pecho a todas horas, suponiendo que así se alimenta más y se le aumentan en proporción las fuerzas; mas semejante costumbre es dañosa a la madre y al hijo; porque el estómago del uno se pierde en razón de  la escesiva cantidad de alimento con que se sobrecarga, por lo que se les espone a irritaciones que se estienden a todo el canal, y que traen consigo la muerte, o les engendran lombrices &c., y la otra no consigue sino trocar su leche en acuosa y mal preparada, y por otra  parte se aniquila y se consume en fuerza de la irritación que por último la obliga a abandonar la crianza.
 Después de esta reflexión, no puedo  menos de aconsejar a las madres que tomen por única guia a la necesidad, cuyo lenguage espresivo ha dado al niño la naturaleza. Cuando tiene hambre mira solícito a la madre, examina con inquietud sus movimientos, se sonríe cuando se le acerca, y dirige con ansia sus temblosas manitas a los pechos que han de sustentarle. Si por el contrario, se halla satisfecho cae en un entorpecimiento soporífero, toma el pecho con hastío, eructa, respira con dificultad y esperimentan calor esterno en su cuerpo fuera de lo natural. Entonces es de temerse alguna enfermedad pues suelen sobrevenirle diarreas, hijas de aquella escitación, lo cual se cura disminuyendo al punto la cantidad de leche, o lo que es mejor poniéndole a dieta láctea. Generalmente se cree que la leche es de fácil digestión, y que los niños tienen más que suficiente fuerza en su estómago para digerirla, lo que es un error, porque la leche es una substancia muy nutritiva, y capaz muchas veces de descomponer el equilibrio de las vías gástricas. Para que se digiera es preciso que se coagule, y aunque muy pronto desaparece su parte serosa, necesita algún tiempo más para que se reduzca a quilo el coágulo o cuajada; no habían dejado de observar algunas madres el coágulo todavía en su estado natural y sin digerirlo en las evacuaciones. Es conveniente señalar horas en que ha de darse al niño de mamar, evitándose con esto los llantos a que se entregan en los intermedios de las comidas y habituándolos a conocer la hora en que se les debe dar el pecho.
 Síguese a esta precaución otra que presenta no menos dificultad. Esta consiste en saber en qué época se debe añadir a la leche un alimento más nutritivo y más sólido. Ya se deja ver que la fortaleza del niño indicará cuál deba ser su alimento; pues no es muy raro ver que hay niños tan fuertes que al tercero o cuarto día es necesario darles un alimento más sólido. Sin embargo, puede señalarse por regla general el segundo mes. Pero antes de esto será muy útil inspeccionar el estado de su estómago y sus funciones, y a la menor escitacion gástrica suspender el alimento e ir después dándoselo poco a poco y con cuidado.
 En caso de que hubiere falta de digestión, convendrá escasearle la leche, dándole en su lugar bebidas diluentes. Conocida, en fin, la suficiencia del estómago para soportar alimentos sólidos, se tratará de cuáles son los más convenientes. 
(…) En Europa se reprueba el uso de las frutas en los niños de pecho, porque son propensas a cortar la leche y producir lombrices. Efectivamente las frutas verdes pueden hacer daño; pero en un país como el de la Habana que es más herbívoro que el de Europa, las frutas dulces, maduras ó cocidas, son muy provechosas a los niños. Rara es la madre que no haya dejado chupar a sus hijos las cañas de azúcar. El hombre, por  otra parte es frutífero, y vemos en las Indias orientales que los niños se alimentan y crían casi por sí mismos, abandonando el seno maternal por los dátiles, higos y otras frutas.
 Tengo dicho que no conviene el uso del caldo con los niños, y lo repito; pues aunque muchos lo acostumbran, juzgo esto por muy funesto. En efecto, los animales carnívoros no dan a sus cachorros carne y sangre sino después de destetados: y en prueba de las ideas que he manifestado sobre la lactancia maternal, diré que se ha observado que los niños criados con la leche de sus madres no padecen nunca de lombrices, al paso que estas se multiplican en los que se alimentan de papillas.
 Resta ahora saber cuál es la cantidad conveniente de aquel alimento, visto que deberán ser líquidos y por lo mismo han de darse en corta cantidad. Si es conveniente no hacer esperar mucho a los niños, también lo es el no darles demasiado alimento. He visto a muchos niños por un celo mal entendido de las nodrizas, sucumbir a la glotonería de sus niños, que les ha ocasionado enteritis violentas. Respecto de la hora, la naturaleza debe indicarla.
 Pasemos a examinar cuáles deban ser las precauciones que han de tomarse sobre los baños, los vestidos y la cama, y en una palabra, sobre los medios de la educación privada. En la Habana deben ser los baños diarios, sin que se estimen por tales los que exige el aseo del niño; pero es fuerza indicar la temperatura que han de tener. Los médicos europeos, considerando el clima de su patria, han declamado con razón contra los baños fríos aconsejados por J. J. Rousseau; mas atendiendo al nuestro veremos que aquel filósofo dijo podían aplicarse a un país como, por ejemplo, la Habana. Sin embargo, no temo decir que antes de ocurrir a los baños fríos es preciso llegar progresivamente a ellos, de modo que a la edad de uno o dos meses, a lo más, el baño esté igual a la temperatura atmosférica que no es fría. Hay niños a quienes por mucho tiempo no puede bañárseles sin estar el agua ligeramente tibia, y entre estos se cuentan a los que tienen la tez demasiado sensible, suave y transparente, en los que es de temerse congestiones internas, infartos de las vísceras, articulaciones &c. La debilidad impide la reacción de lo interior a lo esterior, y para que el baño frió sea útil es necesario que esta reacción se establezca, y que las fuerzas sean suficientes para ayudarla. Así es conveniente empezar por baños templados, y llegar gradualmente a los fríos con el aumento de la constitución física del niño. Para hacerlo con más regularidad son propias las lociones parciales antes de entrar en los baños generales. El tiempo que debe permanecer en el agua será corto, aumentándose por grados su duración. Con estas precauciones llegaremos a la inmersión en el agua fría, sin temor de resultas peligrosas, porque a medida que el niño va creciendo, el baño frió va perdiendo sus inconvenientes y adquiere mayores ventajas.


 Los europeos tienen la costumbre de empaquetar sus niños, transformándolos en una especie de muñecos, cuyos movimientos apenas se perciben, al paso que los de esta Isla gozan del uso libre  de sus miembros. Se dirá que la naturaleza ha instruido sobre este particular a las amables cubanas; quienes desde los primeros días contemplan con placer al objeto de su ternura tendido libremente sobre una baqueta o estera, a cuja laudable costumbre se debe la soltura y graciosa naturalidad de los ademanes, y la formación de los cuerpos flexibles y voluptuosos, que son como dotes peculiares de la Isla. Aquí sin duda hubiera visto alborozado Rousseau el feliz éxito de los consejos que daba a sus compatriotas. Pero sin embargo, las fatales consecuencias del lujo van introduciendo el uso de las cunas. Las madres, pues, deben abandonar semejante prisión y seguir tendiendo a sus niños en catres de viento, o suaves zaleas, lo que además de evitarles los peligros que pueden ocasionar las cunas, les es más agradable el fresco de esas ligeras pieles, que el calor de los colchones y la fetidez que necesariamente exhalan con los orines. Además,  puede ser de una influencia fatal para el recién-nacido el tenerlo encerrado demasiado tiempo sin ponerlo al contacto del aire.   Efectivamente, nada es más peligroso ni ridículo: preciso es que se acostumbren a las variaciones atmosféricas a que luego han de quedar espuestos toda su vida. Por otra parte, la doble acción del aire influye poderosamente en lo interior y esterior del cuerpo, como se deja conocer en los niños del campo, que no son tan delicados, débiles ni amortecidos como los de la ciudad, quienes, a pesar de todas las recetas medicinales y los venenos de la Farmacia, se ven reducidos al marasmo, del que suelen libertarse cuando, escarmentados por esta desgracia, se ven los padres obligados a enviarlos al campo a respirar el aire saludable de la vida.
 He observado también que se va alterando la antigua sencillez de los vestidos, que en un clima como este deben ser cómodos y ligeros. Pero desde que el lujo se ha estendido tanto que ya se  conoce hasta en los niños por la riqueza de sus vestimentas, se ve a estos con los pies oprimidos y la cabeza agobiada de gorras y turbantes. Antiguamente, como he oído decir, se ponía a los niños un sombrerillo de paja, adornado de flores, y solo la naturaleza era la que establecía distinciones entre ellos; mas ahora se  nota por pesados y costosísimos birretes, cuyos peligros no se quiere conocer, favoreciendo las congestiones hacia la encephalis...
 No deben, pues, las madres adoptar vestidos que no simpaticen con la inclinación independiente de sus costumbres: más vale una hoja de plátano que todas las ricas estofas de Europa. Cubran sus hijos con vestidos ligeros y desahogados que no los opriman y les dejen libertad en sus movimientos, y finalmente que el sombrerillo de paja diga a los estrangeros que en la Habana se observa mejor la naturaleza que en Europa. 

 
 Observaciones sobre los males que se esperimentan en esta Isla de Cuba desde la infancia y consejos dados a la madres y al bello sexo.  Por Carlos Belot: Doctor en Medicina por la Facultad de Paris, Miembro de la Sociedad de Emulación de la misma ciudad, de las de Medicina y de Historia Natural de Philadelphia, Tomo I, Nueva York, En Casa  de Lanuza, Mendía e Impresores Libreros, 1828, pp. 10-50 (fragmentos).

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