Roger Bastide
Al terminar la lectura de este Vocabulario
Lucumí, me he preguntado si no ha sido escrito por un hada, pues Lidia Cabrera
ha logrado esta extraña metamorfosis, la de transmutar un simple léxico en una
fuente de poesía.
Lo mismo que alcanzó a hacer en “El Monte” de
un herbario de plantas medicinales o mágicas, un libro extraordinario en el que
las flores secas se convierten en danzas de jóvenes arrebatadas por los dioses,
y en el que de las hojas recogidas se desprende todo el perfume embrujador de
los trópicos.
Aquí, como alas de mariposas aún trémulas,
están clavadas, palabras tras palabras, frase Lucumí y con ellas todo un mundo
maravilloso, azul, púrpura y ébano para despertar y vibrar ante el lector,
cuando lo abra.
Pero este libro que llamo, a pesar de su
título: un libro de poesía, es también, bien entendido, y ante todo, un libro
de ciencia. La poesía está en él como flor de ciencia.
No soy un especialista de lenguas africanas y
no hablo como lingüista, de esta obra. No dudo que un hombre como Joseph H.
Greenberg, que ha escrito un artículo tan pertinente como “An Application of
New World evidence to an African Linguistic Problem”, u otros lingüistas
preocupados por el método comparativo, encuentren en la obra de Lidia Cabrera
una abundancia de datos de la mayor importancia para la fonética, tanto como
para el estudio del posible cambio de los sentidos de las palabras cuando pasan
de un grupo social a otro. Aunque los
vocabularios de que disponemos en el Brasil son menos ricos, la comparación, la
pronunciación de las palabras africanas en dos medios diferentes, no dejará de
sugerirles observaciones interesantes, ya que pueden servir para conocer mejor
las comunidades originarias de los negros transportados como esclavos.
Sin embargo, no es solo el lingüista quien
hallará aquí un material que se presta a reflexiones: este Vocabulario Lucumís,
es una fuente de información capital para el etnógrafo y el sociólogo.
Para el etnógrafo. Primero, pues encontramos,
asidos de cierto modo a las palabras, fragmentos de cánticos que tienen su lugar
y llenan una función en las ceremonias religiosas, proverbios que nos abren perspectivas
para una comprensión mejor de la sabiduría negra –una lista de los “Odu” de la
adivinaciónlos nombres múltiples de una
misma divinidad y sus equivalentes católicos respectivos, (lo que aporta una prueba
suplementaria a la tesis que he defendido hace años, que la multiplicidad de
los correspondientes católicos para un mismo dios, se explica en gran medida,
por las múltiples formas de los Orishas) los términos que designan los diversos
tipos de collares o los ornamentos sacerdotales, los nombres de las diversas
partes del cuerpo del animal que se ofrece en sacrificio –las yerbas sagradas-, las diversas especies de magias. Lo que hace que el autor nos presente uno
de los inventarios más completos de todo un sector, a menudo descuidado de las
religiones afroamericanas. Al mismo tiempo, que cierto número de frases, dados
como ejemplos de la significación de una u otra palabra por el informante de
Lidia Cabrera, nos introduce en la psicología del negro de Cuba, en el
conocimiento precioso de sus actitudes mentales, de su sexualidad, de su
comportamiento ante la vida. La antropología cultural se preocupa cada vez más
de no separar el estudio de la cultura del de la personalidad, personalidad y
cultura que son el derecho y el revés de una misma realidad, captada ya en lo exterior
o en lo interior, en su exteriorización, o en la vida en el interior de las
almas. El vocabulario Lucumí nos pasea, al azar del orden alfabético, en estos
dominios en reciprocidad, en el de la cultura exteriorizada en los signos de la
adivinación, en sacrificios sangrientos, en vestidos religiosos, y en la
cultura vivida, en proverbios, en sabrosas reflexiones, en actitudes eróticas.
Se me permitirá de insistir un poco más sobre
el interés sociológico de este léxico que la amistad de Lidia Cabrera me vale
el honor de prolongar. Resulta extremadamente sugestivo para los fenómenos de
aculturación, un simple estudio estadístico de las palabras africanas que se
han conservado y de las que aparecen olvidadas, tomadas, tomando la precaución
de no considerar como un olvido definitivo lo que acaso puede ser olvido de un
individuo; se apercibe, en efecto, que si los términos del parentesco
restringidos se han mantenido, aquellos que designaban el ancho parentesco, la
familia extendida, los enlaces clásicos no han sobrevivido o han sobrevivido
mal del naufragio de la estructura social africana, que la esclavitud rompió
definitivamente. El lenguaje nos muestra, de cierto modo, por la ley de mayor o
menor resistencia al olvido, el paso de la familia extendida tan como existe
aún en el país yoruba, a la familia restringida modelo de la familia española
de Cuba. Por lo contrario, la importancia del Vocabulario religioso,
cuantitativamente, por el número de palabras conservadas. Y cualitativamente,
por la existencia de palabras múltiples para designar cosas que en español no
necesitan más que de una sola palabra, es una nueva prueba a añadir a tantas
otras más, que la religión constituía el centro dominante de la protesta
cultural del africano reducido a la esclavitud, bautizado y occidentalizado a
la fuerza, o por su propia voluntad. El segundo centro de resistencia lingüista
parece ser el de la anatomía del cuerpo humano o animal, del animal o causa de
los sacrificios, lo que no nos aleja de la religión, pero, lo que nos interesa
más, del cuerpo humano también, como si la personalidad del negro se
confundiera con su cuerpo, y que el mejor medio de salvar esta personalidad, amenazada
en sus fundamentos por el cambio de civilización, era el de agarrarse a las
palabras descriptivas africanas de la anatomía.
De seguro que otros factores actuaron aquí, en
particular, la exclusión del negro de las medicinas de los blancos y la
necesidad de poder describir los síntomas de las enfermedades sufridas por los
desventurados esclavos a sus sacerdotes de Osain. Hemos hablado de la
multiplicidad de términos utilizados para designar lo que en español no
necesita más que de una palabra. Podemos sugerir de este hecho, varias explicaciones
posibles, o bien se trata de variantes regionales, lo cual pueden los
africanistas invalidar o confirmar, y esto nos permitirá conocer mejor las
tribus o las aldeas de orígenes de los negros de Cuba, o bien, se trata de este
carácter de las lenguas llamadas primitivas, sobre las cuales ya Levy Bruhl ha
insistido tanto, que hace que se amolden sobre la rica diversidad de lo
concreto. Si el informante de Lidia Cabrera, en este caso, no ha podido dar los
matices de sentidos que diferencia un término de otro, es porque hay probabilidad
de que la aculturación haya penetrado ya en el dominio de la inteligencia y que
la acción de la lengua del blanco haya tenido un primer efecto en la evolución
de esta mentalidad hacia la abstracción. No se trata todavía, naturalmente de una
hipótesis, que tendría necesidad para ser confirmada, de una encuesta
suplementaria para saber que diferencia los negros de Cuba pueden hacer todavía
entre las palabras que, aparentemente, presentan el mismo sentido. En todo
caso, nuestras propias investigaciones nos han llevado a distinguir dos tipos
de aculturación, la aculturación material, que es la interpenetración de contenidos de las
civilizaciones que están presentes y la aculturación formal, que es el cambio
de mentalidad. Como la lengua es el vehículo del pensamiento o la expresión de
formas particulares de sensibilidad, la mejor manera de discernir el proceso de
lo que llamo la aculturación formal seguirá siendo aún el estudio de las
modificaciones del idioma.
Y ahora lector, vuelve pronto la hoja, para
emprender a través de las palabras recogidas de la boca del pueblo por Lydia
Cabrera el hermoso viaje que se ha prometido al comenzar, por el país de la
fidelidad negra.
"Prefacio", Vocabulario lucumí (el yoruba que se habla en Cuba), La Habana, Ediciones C. R, 1957.
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