Un
suceso escandaloso, un atentado horroroso, pocas veces oído en la historia, un
crimen espantoso, o mejor diremos, muchos crímenes reunidos en uno solo y
abominable, se ha perpetrado en las calles de la ciudad de Holguín, el día 1ro
del corriente a las ocho y media de la noche, en la sagrada persona de nuestro
pastor amadísimo, de nuestro prelado ejemplar, de nuestro padre amantísimo, el
Excmo. Ilmo. y Rmo. Sr. Arzobispo doctor D. Antonio María Claret y Clará, a
quien una mano alevosa, traidora y sacrílega ha pretendido arrebatar la visa
tan preciosa para la diócesis de Cuba, ¡qué decimos de la diócesis!, de la isla
entera, de la nación, del Catolicismo: porque ella está enteramente consagrada
al bien de sus ovejas, que forman todo su encanto, todo su anhelo, toda su ocupación;
y su ejemplo brillantísimo refleja sobre la isla, sobre la nación, sobre el
mundo católico, para vivificarlo todo con esa luz esplendorosa, que alumbrará
aun después que Dios sea servido llamarle a la eternidad, porque él nunca,
nunca morirá para su pueblo, y su nombre, recogido por la historia, acompañado de
sus hechos, servirá de estímulo a unos, de consuelo a otros, y de honra y
gloria a todos.
Pues bien; esa vida era de la que quería
privarnos un ruin y cobarde asesino, por medio de un sacrilegio de que no hay
ejemplar en toda la América desde su descubrimiento; y hecho tan cargado de
crímenes ha arrancado unánime y espontáneamente un grito de espanto, de horror
y de indignación a todo el pueblo de Cuba, al punto que llegó la noticia, que voló
por los ángulos de la ciudad como una chispa eléctrica.
La
primera impresión fue de duda; pero al punto que se supo la triste verdad,
aquellos fueron los sentimientos de que se apoderaron los ánimos, consternados
con tan horrible atentado. Al punto se reunió el M. I. Cabildo eclesiástico,
acongojado, triste, atónito, como quien no sabe ni lo que debe hacer, pues el
golpe era demasiado recio para vengarle pronto; mas reuniendo cada uno de los
señores capitulares sus fuerzas, se apresuraron a elevar a S. E. I. una
manifestación afectuosa del dolor que ese inesperado suceso había producido, en
el muy venerable cuerpo. El señor provisor dispuso se hiciesen preces públicas en
la Misa mayor en todos los templos, las cuales se han hecho con notable
devoción.
Como cuando llegó la policía
estaba el pueblo reunido en la iglesia, al punto se oyeron resonar allí
espontáneamente las oraciones más fervorosas, en términos que se notaba un
ruido solemne, conmovedor, imponente, que revelaba muy bien que salía de lo más
recóndito del corazón de los fieles.
-¡Oh asesino desgraciado! Allí hubiéramos
querido colocarte, para que aquel santo ruido te hubiera hecho temblar de
horror y confundirte para bien de tu alma; y si hubieras penetrado en las familias,
las hubieras hallado en igual ocupación; pues tu hecho detestable las ha
sublevado contra ti; pero mescladas con las oraciones de lodos, en acción de
gracia por habernos conservado una vida tan útil y preciosa, también las hemos
elevado por tu alma despiadada, que ha echado un feo y asqueroso borrón sobre
ese infortunado suelo, que has manchado con la sangre inocente de un varón
dulce, bueno, evangélico, en los momentos mismos que acababa de derramar sobre
aquellos vecinos la semilla fructuosa de la palabra de Dios.
Así
fue en efecto; S. E. Illma. acababa de predicar en la parroquia el primer
sermón de su santa misión en aquel desgraciado pueblo, y cuando se dirigía a su
casa, en medio del tumulto de gentes que le rodeaban, asestó él sacrílego su
golpe, sin saber que esa vida, sostenida por la manó de Dios, que le trajo a esta
diócesis, por un favor especial con que quiso favorecerla, y que por ella
ruegan constantemente muchas, muchísimas almas buenas, muchos entendimientos
claros que ven el punto venturoso a que se enderezan los pasos de S. E. Illma.,
muchos patriotas verdaderos que conocen que él es una columna de la industria y
de la prosperidad del país, porque contribuye directamente a ella y porque le
da sus bases fundamentales que son la moral y la religión.
Por esto lodos, todos con bella unanimidad, hemos
protestado contra tan abominable atentado, que con lágrimas, y aún con sangre
nuestra hubiéramos querido evitar, para salvar al país de la horrible nota con
que le ha cargado un ingrato, que ha correspondido tan detestablemente a la
hospitalidad que en él se le diera; porque abortado de su país, por fortuna de
él, que así se libró de un ser tan desalmado, vino al nuestro a darnos a beber
tan amargo cáliz.
Ese
desgraciado está preso, según se dice; pero ni nombrarle queremos. Bástenos
haber protestado contra sus crímenes; bástenos habernos felicitado mutuamente
por el triunfo obtenido contra esos crímenes; y bástenos bendecir al cielo por
el marcado beneficio que acaba de hacernos, salvando a nuestro venerable y
amado Pastor, que acaso hoy mismo sabrá el dolor que ese accidente nos ha
producido, los votos que por su vida y salud estamos haciendo, y nuestra
protesta contra el asesino; pues pocas horas después de recibida tan lamentable
noticia, salieron el secretario de S. E. J., presbítero D. Felipe Revira; el
Rdo. P. capuchino J. Antonio Galdácano, acompañados del licenciado D. José
Garófalo, y ellos serán los portadores de esos sentimientos de su pueblo de
Cuba, que ya desea verle otra vez para regocijarse más con su presencia, como el
hijo que ve y abraza a su padre después que recia borrasca le puso a punto de naufragar
y perecer.
El Redactor, febrero de 1856.
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