Antonio José Valdés
El año de mil quinientos noventa y tres… naufragó en Bacuranao una fragata nombrada la Perla y en el naufragio pereció casi todos los de la tripulación. Uno los pocos que se salvaron fue Sebastián de la Cruz.
El año de mil quinientos noventa y tres… naufragó en Bacuranao una fragata nombrada la Perla y en el naufragio pereció casi todos los de la tripulación. Uno los pocos que se salvaron fue Sebastián de la Cruz.
Presentóse este hombre en la ciudad cubierto de andrajos, excitando con sus acciones la risa y mofa de la plebe, que le trataba como a loco; pero su
obstinado silencio, la inalterable paz y humildad con que sobrellevaba
las injurias que le inferían, y sobre todo la constancia y
valor con que se castigaba, recostándose de continuo
sobre las espinas, y levantándose cubierto de heridas,
indujeron a que se juzgase de él de un modo más favorable.
Efectivamente, de allí
a pocos días se apareció este hombre vestido con el
hábito de la tercera orden de S.
Francisco, exercitando la caridad con cuantos enfermos encontraba, los que conducía
al barracón, donde había fixado su domicilio.
Allí los curaba y les
administraba con la mayor benevolencia cuantos auxilios podía, valiéndose para
este fin de las limosnas que recogía,
desempeñando él solo los oficios de cocinero y enfermero
y demandante; hasta que el diez y siete de mayo de mil quinientos noventa y ocho murió este hombre, sin
saberse quién era, ni el lugar de su nacimiento,
pues guardó sobre este punto un silencio obstinado.
Historia
de la isla de Cuba y en especial de La Habana, 1813, p. 390.
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