Pedro Marqués de Armas
A las fotografías y discursos
anteriores cabría añadir a modo de epílogo algunos carteles. En muy poco tiempo
se pasó de un nacionalismo tutelar, caritativo, a una compulsiva ideologización
de la infancia.
Si la niña de Korda supone una mirada propia del pasado, apenas el umbral del tutelaje revolucionario, y en no pocos desfiles pueden encontrarse señales de la típica composición patriótico-militar, común a eventos republicanos; ya con estos carteles es difícil percibir
otro mensaje como no sea el propiamente totalitario.
“El niño que no estudia o falta a clase no es
un buen revolucionario”, dice uno de ellos.
Y otro: “Este niño ¿será patriota o traidor?
De ti depende. Enséñale la obra de la Revolución.”
Se trata de carteles impresos en el nuevo departamento de publicidad del gobierno (febrero de 1960), y que circulan profusamente en escuelas y oficinas, sustituyendo a menudo a las habituales ilustraciones históricas.
Al mismo tiempo, abundan cada vez más imágenes
donde niños y adolescentes portan armas, insignias y uniformes.
Para los más pequeños cabe la custodia del
pueblo, como en esta fotografía que ilustra la portada de la revista Pueblo
y Cultura.
Del niño fascinado que en 1959 colecciona las
Postalitas de la Revolución, seducido por el aura de la gesta y desde luego
por su retórica de buenos y malos, se pasa al niño erigido en fetiche de una política
de Estado, moldeable a antojos del régimen.
Si la conversión de cuarteles en escuelas en modo alguno es nueva, como tampoco el filón benéfico según el cual se crean “cooperativas
de menores limpiabotas” u "hogares de acogida"; ya con las “patrullas juveniles” y la “unión de pioneros
rebeldes” se está ante una infancia bajo control total.
La masificación creciente, lo que las imágenes
documentan y a la vez amplifican, es un indicador de devenir totalitario. El
desfile se convierte en marcha y la concentración adquiere ordenamientos precisos,
desde el simple pero siempre reiterado acto político hasta enormes tablas
gimnásticas altamente sincronizadas y al cuidado de militares, atletas y
maestros.
El acontecimiento deja de tener
sentido, pues ocurre según una lógica de movilización que deja de
responder a ciclos sociales específicos para avanzar hacia un grado casi absoluto de persistencia, en virtud de un montaje continuo y de superior
disponibilidad.
En adelante, será la fatiga y sus consecuencias...
Pero, más que nada (¿pues qué no es capaz de sublimar la niñez?), el velo del
tiempo, su ilusorio movimiento hacia el porvenir y la sustitución de la realidad por el discurso…
Por un orden tal que parecería
cierto, como en aquella canción infantil:
"Niñito cubano, qué piensas hacer..."
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