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domingo, 23 de marzo de 2014

Oh asesino desgraciado





 Un suceso escandaloso, un atentado horroroso, pocas veces oído en la historia, un crimen espantoso, o mejor diremos, muchos crímenes reunidos en uno solo y abominable, se ha perpetrado en las calles de la ciudad de Holguín, el día 1ro del corriente a las ocho y media de la noche, en la sagrada persona de nuestro pastor amadísimo, de nuestro prelado ejemplar, de nuestro padre amantísimo, el Excmo. Ilmo. y Rmo. Sr. Arzobispo doctor D. Antonio María Claret y Clará, a quien una mano alevosa, traidora y sacrílega ha pretendido arrebatar la visa tan preciosa para la diócesis de Cuba, ¡qué decimos de la diócesis!, de la isla entera, de la nación, del Catolicismo: porque ella está enteramente consagrada al bien de sus ovejas, que forman todo su encanto, todo su anhelo, toda su ocupación; y su ejemplo brillantísimo refleja sobre la isla, sobre la nación, sobre el mundo católico, para vivificarlo todo con esa luz esplendorosa, que alumbrará aun después que Dios sea servido llamarle a la eternidad, porque él nunca, nunca morirá para su pueblo, y su nombre, recogido por la historia, acompañado de sus hechos, servirá de estímulo a unos, de consuelo a otros, y de honra y gloria a todos.
 Pues bien; esa vida era de la que quería privarnos un ruin y cobarde asesino, por medio de un sacrilegio de que no hay ejemplar en toda la América desde su descubrimiento; y hecho tan cargado de crímenes ha arrancado unánime y espontáneamente un grito de espanto, de horror y de indignación a todo el pueblo de Cuba, al punto que llegó la noticia, que voló por los ángulos de la ciudad como una chispa eléctrica.
 La primera impresión fue de duda; pero al punto que se supo la triste verdad, aquellos fueron los sentimientos de que se apoderaron los ánimos, consternados con tan horrible atentado. Al punto se reunió el M. I. Cabildo eclesiástico, acongojado, triste, atónito, como quien no sabe ni lo que debe hacer, pues el golpe era demasiado recio para vengarle pronto; mas reuniendo cada uno de los señores capitulares sus fuerzas, se apresuraron a elevar a S. E. I. una manifestación afectuosa del dolor que ese inesperado suceso había producido, en el muy venerable cuerpo. El señor provisor dispuso se hiciesen preces públicas en la Misa mayor en todos los templos, las cuales se han hecho con notable devoción.   
 Como cuando llegó la policía estaba el pueblo reunido en la iglesia, al punto se oyeron resonar allí espontáneamente las oraciones más fervorosas, en términos que se notaba un ruido solemne, conmovedor, imponente, que revelaba muy bien que salía de lo más recóndito del corazón de los fieles. 
 -¡Oh asesino desgraciado! Allí hubiéramos querido colocarte, para que aquel santo ruido te hubiera hecho temblar de horror y confundirte para bien de tu alma; y si hubieras penetrado en las familias, las hubieras hallado en igual ocupación; pues tu hecho detestable las ha sublevado contra ti; pero mescladas con las oraciones de lodos, en acción de gracia por habernos conservado una vida tan útil y preciosa, también las hemos elevado por tu alma despiadada, que ha echado un feo y asqueroso borrón sobre ese infortunado suelo, que has manchado con la sangre inocente de un varón dulce, bueno, evangélico, en los momentos mismos que acababa de derramar sobre aquellos vecinos la semilla fructuosa de la palabra de Dios.
 Así fue en efecto; S. E. Illma. acababa de predicar en la parroquia el primer sermón de su santa misión en aquel desgraciado pueblo, y cuando se dirigía a su casa, en medio del tumulto de gentes que le rodeaban, asestó él sacrílego su golpe, sin saber que esa vida, sostenida por la manó de Dios, que le trajo a esta diócesis, por un favor especial con que quiso favorecerla, y que por ella ruegan constantemente muchas, muchísimas almas buenas, muchos entendimientos claros que ven el punto venturoso a que se enderezan los pasos de S. E. Illma., muchos patriotas verdaderos que conocen que él es una columna de la industria y de la prosperidad del país, porque contribuye directamente a ella y porque le da sus bases fundamentales que son la moral y la religión.
 Por esto lodos, todos con bella unanimidad, hemos protestado contra tan abominable atentado, que con lágrimas, y aún con sangre nuestra hubiéramos querido evitar, para salvar al país de la horrible nota con que le ha cargado un ingrato, que ha correspondido tan detestablemente a la hospitalidad que en él se le diera; porque abortado de su país, por fortuna de él, que así se libró de un ser tan desalmado, vino al nuestro a darnos a beber tan amargo cáliz.
 Ese desgraciado está preso, según se dice; pero ni nombrarle queremos. Bástenos haber protestado contra sus crímenes; bástenos habernos felicitado mutuamente por el triunfo obtenido contra esos crímenes; y bástenos bendecir al cielo por el marcado beneficio que acaba de hacernos, salvando a nuestro venerable y amado Pastor, que acaso hoy mismo sabrá el dolor que ese accidente nos ha producido, los votos que por su vida y salud estamos haciendo, y nuestra protesta contra el asesino; pues pocas horas después de recibida tan lamentable noticia, salieron el secretario de S. E. J., presbítero D. Felipe Revira; el Rdo. P. capuchino J. Antonio Galdácano, acompañados del licenciado D. José Garófalo, y ellos serán los portadores de esos sentimientos de su pueblo de Cuba, que ya desea verle otra vez para regocijarse más con su presencia, como el hijo que ve y abraza a su padre después que recia borrasca le puso a punto de naufragar y perecer.

 El Redactor, febrero de 1856. 
 

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