Pedro Marqués de Armas
No he sido lector
recurrente de Regino Pedroso, ni de otros poetas de la llamada vanguardia
cubana, salvo Guillén (algo más). Pero ahora, al releer su poesía, recupero,
con goce, el recuerdo de su lectura, que sin embargo se escurre pronto,
entre tanta poesía leída de prisa, hará unos veinticinco años. A nada de eso se
fue indiferente, sobre todo por una manera de leer, no contaminada entonces.
Por eso comparto el balance de la Loynaz; no como lo compartiría un
contemporáneo, al final del camino, pero sí como quien participa de un legado
que se ha vuelto curioso, amén de extraño, en un archivo donde hay espacio
suficiente para la relación.
Cualquiera de los poetas que fue Regino
Pedroso se sostiene, todavía hoy, desde esa levedad a que obliga la tradición cuando escapa de afanes y contingencias, y enseña, más bien, el modo
que tiene la poesía de decantarse, el poema de sobrevivir –sin devenir
propiamente arqueología–, y el poeta de parecerse a sí mismo a fuerza de bandazos
que le devuelven a un lugar más onírico que estético, y, desde luego, más
lúdico que epifánico.
Orientalista, comunista,
anti-colonial, otra vez preciosista, ingenuo y escéptico, nunca demasiado
aclamado, no exento de simpatías criminales, el post de Regino no es uno ni otro. Es el post del archivo donde, a
menor énfasis, mejor… Sus mejores poemas saltan de una etapa a otra, casi
transgénicos y se dejan leer al margen de disquisiciones.
Cierta transversalidad chinesca que buscó, supongo, sin encontrarla, nos sale
ahora al paso, como el encuentro con un dragón, un mono, un central, una pipa, el
esqueleto de un culí, o la exhibición por error de la primera edición de Nosotros –con su rodillo de industria y
su brazo de obrero- en una vitrina de El Encanto. Buen balance, a fin de cuentas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario