Nicolás Guillén
Acaba de morir, aquí en La Habana, el poeta
Regino Pedroso. ¿Quién era, qué hizo Pedroso para que se le recuerde más allá
de las fronteras de la admiración y el cariño? ¿Dónde está su obra y, por
tanto, dónde hay que buscarla? El mismo viene en nuestra ayuda contándonos que
nació en un pequeño pueblo de la provincia de Matanzas, y que de allí buscó
respiro en la capital de Cuba. Pero se dice fácil, sobre todo a estas alturas,
pues vienen en nuestro auxilio textos que él mismo ha dado, que los periódicos
han recogido, que la diaria devoción conserva fijos para la curiosidad del
viajero inteligente. Pedroso pertenecía a una humildísima capa de nuestra
población, como que estaba integrada por negros y chinos. Negros descendientes
del gran drama esclavista, y chinos que cayeron esclavos a su vez cuando cesó
la esclavitud negra y fueron de ese modo víctimas de los más crueles maltratos,
sin que, por otra parte, se aliviara el dolor de los negros, que no por
manumitidos legalmente lo fueron en la práctica de la vida colonial.
Físicamente Pedroso era un hombre alto, sólido
de carnes y de atuendo impecable. Hacia las seis de la tarde –estoy hablando de
los años treinta- veíasele descender por la calzada de Galiano hasta la calle
San Rafael, todo a paso lento, lo que permitía a quien los daba extasiarse en
la vitrina de moda, pues aquella calle lo era y de la más refinada. A veces se
hundía en el bullicio humano y otras, en fin, apenas lo rozaba en su andar. No
le conocí amigo permanente, en parte a causa de su carácter retraído y otras
por la dureza del trabajo, al que no pocas veces tenía que enfrentar y de donde
salieron sus más conocidos y enérgicos poemas. Por último, un detalle trivial,
Pedroso tenía un tic al hablar que lo forzaba a decir siempre: Abe, abe,
por sabe, sabe.
Intelectualmente poseía Regino una formación
arbitraria, como hombre sin aquella disciplina que dan los estudios académicos,
lo que no impedía que desempeñara sin decoro su papel en el mundo literario de
la época y trabajara, como ya hemos dicho, en un taller de mecánica, lo que
hubiera agotado a un temple menos fuerte que el de aquel poeta. Yo, que viví
duramente largos años cerca de él, me hice una especie de clave para entender
su persona y su poesía que pudiera resumirse y concretarse de la siguiente
manera: Regino Pedroso se compone de varios regino-pedrosos, cada uno
independiente del otro. Es decir, que forman diversas capas (por lo menos tres)
superpuestas sin ligamen o soldadura entre sí.
Primer Regino Pedroso: El de los poemas
postmodernistas. Basora, camellos, minaretes. Regino artificial y enjoyado.
Segundo Regino Pedroso: Es el primero y más
importante. El de Nosotros, libro que
abre el camino a la poesía social en Cuba. Los intentos iniciales de ella -¿Pichardo,
Tejera?- quedan opacados y lejanos al paso de las metálicas estrofas de estos
poemas. Dan la nota inusitada, nueva. Hasta entonces (en Cuba) primaba
Mayakosvki, traducido. Un Mayakoski, que siendo en el original ritmo, no avant toute chose, pero sí avec la chose, lo había perdido –se lo
habían quitado- al pasar al español por los canales de traductores, a quienes
imitando aquella prosa puesta en renglones cortos (o largos, lo mismo daba)
bastábales sólo llenarla de puños levantados, tornillos, tuercas, hoces y
consignas para fingir un aliento social inexistente, desde luego.
Regino Pedroso barrió todo eso. Su poesía
proletaria es política, fuerte y casi siempre grandiosa. La forma es rítmica
–aunque los versos sean libres en cuanto a la rima- y cada poema está trabajado
no como lo haría el orfebre, sino a golpes de martillo sobre el yunque, dando
el hierro todavía rojo o blanco la forja que el artista ha concebido, y ninguna
otra.
Tercer Regino Pedroso: El chino. No es un
chino de chinerías, externo. No es un chino pasado por California, un chino de
chopsuei y sopa de nidos (en lata) de golondrina y aletas (en lata) de tiburón.
Trátase de un chino profundo, más aún, insondable. Un chino filósofo que ve lo
que le rodea con su paciencia y su abanico (negro tal vez) y acota cada suceso
con un marginal sonriente, hijo de una experiencia que viene desde la dinastía
Ming, tan amada por el poeta.
Estos tres Reginos Pedrosos hacen un solo
Regino Pedroso verdadero, uno de los poetas más serios, sólidos –solo- de la
poética americana. Aquí se le ve como un gran río ancho y lento cuyas aguas
pasan por Asia y África antes de llegar a Cuba.
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