Francisco Javier Balmaseda
En el año 1886, una
serpiente de cascabel, del Circo de Pubillones, en La Habana, mordió al joven D. José Rodríguez, quien murió al tercer día en el hospital de San
Felipe, sufriendo agudísimos dolores. Si se le hubiese administrado en el acto
la hiel de la misma serpiente, dilatado y profundizado las heridas, y
aplicádoles ventosas, probablemente no hubiera muerto.
Este hecho prueba la
conveniencia de que en estas islas sean conocidos los remedios empíricos de la
América del Sur. Otra serpiente venenosa, no sé si era un crótalo, se escapó
hace algún tiempo, penetró en los fosos de la referida ciudad y no se le halló.
Si estaba en estado de gestación no habría mayor desventura para la Isla, ya
que estos animales son sumamente prolíficos.
Una verdadera lástima,
y sin duda un importado accidente, el de esta fatal mordedura, pues en los risueños
campos de Cuba, Jamaica, Santo Domingo y Puerto Rico, puede dormir el hombre sin oír el rugido de la
fiera, ni el silbido de las sierpes, ni temer a insecto alguno venenoso, como
no sean las moscas que se hayan posado sobre las materias orgánicas en
descomposición…
Mas los habitantes de
estas islas no deben vivir descuidados, pues el comercio, poderoso elementos de
riqueza y bienestar, es al mismo tiempo gran propagador de plagas de unos
países a otros. Probablemente el Trigonocéfalo no existió en Martinica en los
tiempos primitivos y fue llevado allí por algún buque, o por haberse escapado
algunas culebras de esta especie en estado de gestación, de las que se ofrecen
a la vista del público por los exhibidores de fieras, eventualidad muy posible
que deben tener presente los gobiernos de Cuba y las demás islas donde aun no
existe esa temible plaga.
El miscelánico;
colección de producciones científicas y literarias, 1894.
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