Magali Alabau
Se vio llegando al aeropuerto
sórdido como las noches invadidas de sombras. No podía vestirse. Trató de
ordenar la ropa y no pudo. Tengo que sentarme. De todas formas, tengo que
vestirme. Ya tengo el pasaje y me están esperando. Cualquier cosa, cualquier
camisa, los zapatos. Tengo frío. Todo lo que pueda imaginarme es poco. Tengo al
frente la maleta. No es la misma que traje. Aquella la boté enseguida. Estoy
atolondrada. El más pequeño error en el pasaporte, un nombre mal puesto en
cualquier papel me puede rendir sospechosa. Todavía quieren que les lleve
regalos. Como siempre, se han salido con la suya. Me tienen de vuelta, en sus
manos, moribunda, empequeñecida y muda. ¿Cuál será el aparato que tendrán listo
para mi demolición? ¿Cuánto tiempo hace que estoy acá? No me acuerdo. He
perdido la memoria. Registrarán todas mis pertenencias. Uno a uno todos los
recuerdos serán interrogados. Los aeropuertos me perturban. Me dan miedo.
Entrar en ellos, no poder salir de ellos. Tengo que mantenerme rezando. Eso sí,
el corazón aguanta. Aguanta palos, corazón. Rájate que me harás un favor grande
en este momento. Pero el corazón es un escorpión más que te echa en el mar
lleno de guijarros. Tengo un dolor implacable. Nadie lo sabe. Yo no puedo ir a
ese lugar, si entro no me dejarán salir. Mis peores pesadillas se aúnan todas
al presente. Estoy presente para encarcelarte. Que todos sepan que si no
regreso no es porque soy culpable. No, no he hecho nada malo. Algo malo debes
haber hecho. Mírate. Me miro. Mírate en ese espejo. ¿No te da vergüenza tener
el pelo tan corto? Si me creciera durante el viaje. Pero el viajecito dura solo
un par de horas. Ojalá que el pelo se me caiga por completo. Les diré que es la
quimioterapia, que estoy enferma. Que todo este tiempo lo he pasado enferma,
extrañando las palmeras, los cocos, el agua del Cienfuegos Yacht Club, el olor
a salitre, el azul transparente del mar. En la baranda pasaba el tiempo
contemplando el agua. Hay mucho mar en Cienfuegos. En la mazmorra que te
meteremos, niñita, te crecerá el pelo. Tendrás agua para jugar. Veinte años más
de juegos y rejuegos. Nadie te reconocerá cuando salgas de aquí. Todo el mundo
estará muerto y para entonces estarás en el laboratorio y no te acordarás que
tuviste otra vida, otra vida en otro país. No sabrás que tuviste pasado, estarás
en las mismas, tratando de obtener memoria, desesperada, dando brincos en la
jaula, clamando por recuerdos. La oscura noche, el descenso ya llega. Aparecen
las furias: Bartolo, Cuco y Sergio. Cuco tiene una verruga que en cualquier
momento explota, lanza unos grititos y me da pellizcos en la nalga. Cuco, el
bromista del pueblo, el casadito con Haydee la flaca. A Bartolo es el que le
toca quitarme los pantalones y a Sergio, ponerme los improperios. Ahora que los
tengo frente a frente no les tengo tanto miedo. Sergio con su pata podrida. Ha
sufrido tanto que es posible que tenga conmiseración de mis riñones. Nunca
sospeché que yo terminaría en este lugar a merced del pasado. A la memoria hay
que darle patadas. El pasado siempre vuelve. En realidad, no vale tanto, es una
noche como hoy, qué más da acá que allá, siempre estará el aparato, el cajón
donde entras y empieza todo a moverse. El que vaya o no vaya no cambia el hecho
de que mi cuerpo tiembla. Las maletas que llevo tienen flores húmedas, arroz
cálido para pájaros que no vuelan. Silenciosa vas y vienes deshaciendo las
maletas en el vaivén de qué encontraré. Solo el amor abre las rejas. No
dormiré, ya lo sé. Óyeme: no hay vigilantes.
Tomado de Diario de Cuba
Tomado de Diario de Cuba
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