Maria Luisa Milanés
En ese mundo en que tanto se cantea, se
precisa y se saca a relucir el libre albedrío, no se es dueño siquiera de vivir
la vida; hay no sólo que dejar que se la vivan a uno, sino que querer o
demostrar que quiere uno que lo lleven de la mano y le reglamenten el amor, el
deseo, el talento, el placer, el dolor y hasta el más supremo de los derechos:
el de vivir o no.
[…] La vida de la mujer latina es un
ferroprusiato. Todo está previsto, marcado, arreglado, medido y, hasta duplicado
por si se pierde, se confunde o se olvida el ‘proyecto de vida’. No tiene el
derecho de sus emociones, de sus inclinaciones, de sus aficiones, de sus
aspiraciones, de su talento, sino el deber de lo que ‘está bien’ y la
prohibición de lo ‘que está mal’. Es decir, que está sometida a un código
fantástico, envilecido y anormal, que prescribiéndole ‘lo que está bien’ y
prohibiéndole lo ‘que está mal’, le prescribe la hipocresía y le prohíbe ser
honrada.
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