jueves, 7 de junio de 2012

La fiesta del rey congo




 En Santiago de Cuba, culta y poética capital del departamento oriental de la perla de las Antillas, conservan aun los negros muchas de las costumbres tradicionales de su raza. La más extraña y chocante para el europeo, es la llamada Fiesta del rey Congo, que todos los años celebran pública y solemnemente el día 6 de enero.
 Halla el viajero tanta novedad y tanto contraste cuando ve representadas en las calles y plazas de la ciudad las ceremonias o mogigangas de origen africano que constituyen dicha fiesta, mezcladas con la más ridícula imitación de las que se usan en las cortes de Europa, que no puede menos de preguntarse atónito, ¿estoy en un pueblo civilizado, o en el centro de África? ¿Es una grotesca mascarada lo que veo, o una verdadera función Real?
 Tal fue la impresión que experimenté ante la característica y estupenda fiesta Real de los congos, que me sentí movido a adquirir datos históricos sobre su origen, y acerca de las razones que tiene el gobierno español para autorizarla, y dibujé inmediatamente un croquis del natural, que pudiera recordarme siempre aquellas escenas peregrinas representadas por negros de diversos tipos y naciones.
 Reunidas ambas cosas, la reseña histórica y el dibujo, las dedico al ameno e ilustrado Museo Universal para su publicación, no dudando que los lectores de este periódico las verán con gusto, ya que tienen noticias de cómo se celebra el día de Reyes en la Habana y en otras partes del departamento occidental de nuestra isla de Cuba.
 Narraré sucintamente lo que con referencia al origen de la citada fiesta he podido averiguar y consta en las crónicas del país.
 Hace muchos años se venía observando por los gobernadores de Cuba, que los negros esclavos formaban asambleas, reuniéndose en días festivos los de cada nación (1) para dar bailes y hacer ceremonias imitando las cortes de sus respectivos países. Los congos, que fueron siempre los más numerosos, al par que los más accesibles a civilizarse, llegaron a constituir cabildos (2) y a celebrar juntas, en las que elegían y nombraban un rey, príncipes y otras dignidades para gobernarse entre sí. Estos altos funcionarios admitían y administraban los fondos con que hacían contribuir a los socios para diversos objetos.
 El 6 de enero de cada año era el día en que celebraban la gran festividad clásica en honor de su patrono el santo rey Gaspar, empezando por tomar de sus fondos la cantidad necesaria para dar la libertad a un individuo de la congregación, lo cual verificaban por sorteo, y terminaban dando una función con las mismas ceremonias, bailes y regocijos de estilo en su país.
 Esto se hacía por los congos; los carabalíes, los mandingas, macuas, gangas, lucumíes y en general los de todas las naciones, trataron de imitarlos bien pronto, pretendiendo competir y hasta superarlos en el lujo y ostentación de sus fiestas; lo cual vino a ocasionar cuestiones y hasta pleitos ruidosos, en términos de tener que intervenir la autoridad superior de la isla, para poner coto a los vuelos que iban tomando estas asociaciones; mas como por otra parte era necesario proceder con mucho tacto para no herir de frente las sencillas y tradicionales prácticas de una clase numerosa, que con su trabajo presta importantes servicios a las industrias de este suelo, oyendo antes la opinión de los hombres más ilustrados y conocedores del país, concedió dicha autoridad al bando congo la facultad de elegirse un jefe con el título honorífico de rey, y a su cabildo el privilegio de ocupar el lugar preferente en todas las funciones públicas. Este privilegio y aquel título, fueron confirmados por el rey don Carlos IV, y como consecuencia de tan alta distinción, conservan todavía hoy la de ser los primeros que salen a saludar a la autoridad superior cuando visita a Santiago de Cuba.
 El día de Reyes fue siempre el fijado por la corte conga para celebrar la función regia que paso a describir, y lo haré a grandes rasgos, deteniéndome sólo en los detalles más precisos para dar a conocer sus principales caracteres y para la mejor inteligencia del dibujo adjunto.
 Desde la víspera del citado día se reúnen los congos en el palacio de su soberano, donde tienen bailes que duran treinta y seis horas, lo cual no debe extrañarse sabiendo la extraordinaria afición de los negros a la danza, afición que raya en frenesí. El rey congo, engalanado con sus reales atavíos, preside estos bailes, sentado en su trono, que consiste en un sillón tosco, puesto sobre una mesa. Rodéanlo las princesas y damas de honor, que son otras tantas negras bembudas, caricaturescamente adornadas, las cuales abanican sin cesar a S. M. y le limpian el sudor.




 Llegado el gran día, y a la hora señalada, disponen la comitiva y sale el rey de los congos procesionalmente de su palacio, precedido por su numerosa corte y seguido por su pueblo.
 Forman la vanguardia las banderas de los cabildos con su correspondiente escolta de soldados, ridículamente vestidos, precediendo a la comitiva de S. M. la bandera del rey congo, que es blanca con cintas rojas. Un funcionario, vestido de uniforme cerrado, sombrero tricornio y pantalón negro, hace las ceremonias de honor, volviéndose a menudo de cara al rey para saludarle con reverentes cortesías, al mismo tiempo que sostiene casi horizontalmente con ambas manos un bastón negro.
 Rodean a S. M. los altos funcionarios o ministros en traje de etiqueta, que consiste, en frac y pantalón negro, corbata blanca, cuello a la inglesa, sombrero de copa muy alto, banda generalmente de Carlos III y una gran cruz de hoja de lata en el costado izquierdo. Sigue inmediato a ellos un grupo de mujeres indistintamente negras y mulatas, representando a las damas de honor. Entre éstas se distinguen algunas con bandas, que son las esposas de los ministros, a las que preside la reina conga, mujer de más edad que sus compañeras y más grave en su porte. Al grupo femenino precede también una bandera, distintivo del gremio, con muchos colorines y gallardetes.
 En extremo animado es el séquito de damas, por el gracioso contoneo con que van bailando en todo el trayecto que recorren y la característica y monótona cantinela con que se acompañan en loor de su soberano y a fin de regalar sus regios oídos.
 Esta comparsa de faldas es también muy vistosa por los adornos con que se atavían las bronceadas o ebúrneas matronas, no careciendo de cierto buen gusto el tocado de algunas Gracias a las bellas cubanas que a porfía adornan a sus ahijadas con coronas de llores, lazos, anchos cinturones, cintas, bandas rojas, pañuelos de seda y puchas (3) en la mano.
 El último rey congo vestía chaleco de seda morado, calzón color de rosa a media pierna, capa corta de un azul claro con borla de oro, zapatos de seda blancos con lazo y hebilla, encajes en la orilla del calzón, guantes blancos, espada ceñida, cetro dorado y una gran corona de farol dorada. Era bajo de cuerpo, grueso y algo viejo (4). Su semblante serio, paciente y característicamente estúpido, parecía en esta última procesión muy preocupado del gran papel que iba representando. Cerrando la comitiva van las demás banderas y grupos de gente de color, que bulle y se agita ansiosa por acompañar el festejo. Dos filas de acompañantes con levita o frac van formando calle, y la población blanca pulula aquí y allí, dirigiendo al cortejo Real miradas ya asombradas, ya risueñas y burlonas. Está el cuadro en medio de las calles de Cuba.
 La música de tan singular procesión la forman los tambores llamados tumbas, hechos con troncos de árboles, a manera de colmenas; las pailas y cazuelas cubiertas con pellejo como las zambombas, y finalmente los cencerros y las marugas. Con tales instrumentos producen un ruido estridente y satánico, acompañado de aullidos salvajes.
 El rey con su comitiva recorre así las principales calles de la ciudad, dirigiéndose a la Plaza de Armas para saludar al gobernador. Este le hace entrar en la casa de gobierno y le dirige la palabra para cumplimentarlo por su fiesta, a lo que responde su majestad conga en un discurso pronunciado con la más ceremoniosa y ridícula gravedad, pero como de un soberano a otro. El gobernador, después de obsequiarlo con refrescos, presencia desde los balcones los bailes que tienen lugar delante de palacio, y recibe las salutaciones de fórmula que le son dirigidas por la comitiva, que sigue luego su carrera triunfal sin detenerse ya hasta el palacio de su rey. Una vez allí, vuelve el congo a ocupar su trono y continúan los bailes y los cantos con nuevo vigor y de la manera más desalorada que puede imaginarse, siguiendo las princesas en su tarea de echar fresco y limpiar el sudor grasiento que corre, sin cesar, por las mejillas del soberano: tan pesada y sofocante es la atmósfera de aquel cocido, a que dan los negros muy formalmente el nombre de estrados del palacio real. El congo soporta tranquilo las fatigas consiguientes a tanta ceremonia, tanta danza en torno suyo y tan infernal barahúnda.
 Más que una fiesta de seres humanos, parece aquella una función de demonios.
 La fiesta termina a la una de la noche con un banquete a usanza de los negros y la asamblea, y se disuelve al amanecer hasta otro año.
 Para completar estos apuntes, diré que al morir el rey congo hacen sus funcionarios una parodia de lo que se hacía a la muerte de un rey de Castilla. El llamado justicia mayor, después de examinar atentamente el cadáver de su majestad, rompe el bastón de mando y lo arroja a los pies del féretro exclamando: «¡El rey ha muerto, viva el rey!»


  Notas

 (1) Nación llaman los negros de África a la provincia o departamento en que han nacido, y así se comprende que procediendo todos de un mismo país haya entre ellos tantas nacionalidades. Cada nación pertenece a una raza y a una tribu diferentes, lo que está demostrado en la diversidad de tipos, en sus distintas costumbres domésticas y hasta en las maneras de su ruerno.

(2) Llaman los negros cabildo a la reunión de altos funcionarios, elegidos por ellos para representar sus tribus o nacionalidades. Estos personajes visten para asistir a sus juntas y funciones, uniformes ridículamente adornados con galones, placía, cruces y bandas.

(3) Al remitir estas líneas he sabido que acaba de morir el último rey congo que figuraba en la fiesta que describen.

(4) En la isla de Cuba llaman puchas a los ramilletes o bouquets de mano.


 El museo universal: periódico de ciencias,  1868, Volumen 12, Números 1-52, pp. 4-8. 

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