Felipe Pichardo Moya
Aquí, bajo esta losa está su cuerpo. Breve
Fue su vida, a manera de una vida de rosa.
Murió, tranquilamente, una noche lluviosa:
Veinte y ocho de agosto del novecientos nueve.
Me acuerdo de ella cuando constantemente llueve
Y de su última noche, tan larga y angustiosa:
Una fiebre que sube... Un sudor... Una cosa...
El cura... ¡Y una vida que deshoja leve!
Así murió, a mediados de una larga semana,
Y la enterramos un viernes por la mañana.
Aún llovía. Era un húmedo tiempo de luna nueva.
Dijimos todos: “Nunca, nunca la olvidaremos;
Tan buena como era”... Y para que hoy pensemos
En su vida y su muerte, es preciso que llueva.
Fue su vida, a manera de una vida de rosa.
Murió, tranquilamente, una noche lluviosa:
Veinte y ocho de agosto del novecientos nueve.
Me acuerdo de ella cuando constantemente llueve
Y de su última noche, tan larga y angustiosa:
Una fiebre que sube... Un sudor... Una cosa...
El cura... ¡Y una vida que deshoja leve!
Así murió, a mediados de una larga semana,
Y la enterramos un viernes por la mañana.
Aún llovía. Era un húmedo tiempo de luna nueva.
Dijimos todos: “Nunca, nunca la olvidaremos;
Tan buena como era”... Y para que hoy pensemos
En su vida y su muerte, es preciso que llueva.
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