Alejo Carpentier
Se ha dicho, con una ironía justificada por
numerosos ejemplos, que el intelectual francés "no era una mercancía
destinada a la exportación". Algo cierto hay en ello. A menudo, al ser
llevado a un país extraño, el intelectual francés, sumamente brillante, ágil,
enterado, cuando se le conoce en París, se nos vuelve, frente al paisaje que le
es exótico, ante una historia que le es ajena, ante una realidad que
desconcierta sus hábitos de valorización y de medida, un personaje apagado,
tímido, desconcertado, que no acaba de entender lo contemplado. Perdura, en él,
aquella incomprensión de lo distante que Montesquieu expresaba lindamente,
poniendo en boca de uno de sus personajes la famosa pregunta: "Pero... ¿es
que alguien puede ser persa?"... Más de una vez hemos visto, extraviado en
nuestras calles americanas, a ese hombre para quien el persa es personaje
inverosímil -por aquello de que vive demasiado lejos del Sena-, y que, ante
monumentos erigidos a grandes hombres ignorados; ante horarios que no son los
suyos; ante manjares que nada dicen a su paladar, permanece absorto,
descubriendo, acaso demasiado tarde, que en el mundo existían gentes cuyas
nociones, devociones y costumbres no eran del todo semejantes a las suyas.
Jean-Paul Sartre, reciente huésped de Cuba, se
nos mostró, desde el primer momento, en distinta dimensión. Dotado de un
prodigioso poder de entendimiento, sonriente, activo, metido en todo, observaba
las realizaciones de la Revolución Cubana con extraordinaria agudeza de
juicios. Iba de La Habana a Santiago y de Santiago a La Habana, viendo cuanto
había que ver, probando de cuanto había que probar, pasando del automóvil al
avión, y del avión al helicóptero. Llevado por un incansable deseo de
información. Durmió en las camas de las cooperativas. Visitó campos y
arrabales; examinó mapas y planos; consultó estadísticas; estudió los problemas
económicos del país en función de pasado y de presente. A la vez, el poeta
joven, el novelista bisoño que se acercaron a él alguna duda, alguna angustia
de orden literario, se encontraron con un interlocutor siempre dispuesto a dar
largas y enjundiosas respuestas a sus preguntas. Y todavía hallaba tiempo -ese
hombre menudo y cordial -buen catador del Daiquirí, catador de tabaco fuerte,
movido por una portentosa energía -para burlar la solicitud de sus admiradores
e irse a pasear, a ratos perdidos, en compañía de Simone Beauvoir- por las
calles de La Habana Vieja -Habana Vieja que ha llegado a conocer en sus menores
tránsitos y recovecos.
Tuve la suerte, durante uno de esos paseos furtivos, de hablar con él de
un tema que mucho me interesaba, y que mucho debe preocupar en estos momentos
-creo yo- a más de un escritor de nuestra América. Por la validez que pueda
tener, transcribo en este breve articulo un fragmento del diálogo que nos
llevó, en aquella oportunidad, a abordar cuestiones relativas al cine (Sartre
prepara en estos días una película acerca de la vida de Freud), a la literatura
durante la Revolución Francesa, y otras muchas que, por sus infinitas
implicaciones, invitaban a la dispersión. Llegamos, de pronto, a un terreno
donde la palabra de Jean-Paul Sartre habría de cobrar una singular autoridad:
-Observo -dije- que desde hace mucho tiempo no escribe usted una novela. ¿Es, acaso, porque considera que el teatro constituye un medio de expresión más directo?
SARTRE: -En modo alguno. Tengo enormes deseos
de escribir una novela, actualmente. Pero debo decir, a la vez, que jamás
terminaré los caminos de la libertad. Todo lo que en ese ciclo me faltaba por
narrar ha quedado demasiado lejos de nosotros.
-¿No cree usted, además, que la novela
necesita de planteamientos nuevos en cuanto a la forma?
SARTRE: -Tanto lo creo que es acaso la razón
por la cual vacilo por ahora en meterme en el trabajo de escribir otra novela.
Es evidente que nuestra visión del hombre actual, en función de sus distintos
contextos en lo social, en lo colectivo, en lo subconsciente; en su voluntad de
decir "sí" o decir "no" a cuanto lo circunda reclama un
nuevo tipo de novela. Todavía seguimos presos en las mallas de la novela
psicológica del siglo xix. Busco otra manera de decir las cosas, pero aún no la
he encontrado.
-¿No cree usted que donde es más urgente
hallar nuevos mecanismos es en el diálogo? Me parece que el diálogo novelesco,
tal como se viene escribiendo corrientemente en nuestra época, es tan falso
como el del teatro de Victoriano Sardou, pongamos por caso.
SARTRE: -Estoy totalmente de acuerdo. El
diálogo novelesco estereotipado se nos hace intolerable. Sin embargo, el
público está tan acostumbrado a sus giros, a los tratamientos convencionales
del lenguaje hablado, que cuando el novelista busca caminos nuevos, deja de
seguirlos...
-....Ocurriendo, entonces, lo que ocurre con
los relatos de un Samuel Beckett?
SARTRE: -Exactamente. Pero esta evidencia, sin
embargo, no excluye el problema de la forma. Nadie puede creer que la
preocupación por la forma puede desaparecer en el arte, sin que el arte
desaparezca al propio tiempo. El arte es forma: es "poner en forma".
Dicho esto, hay también el "formalista": aquel que tiene una forma
antes de tener un contenido. Pero quien haya sacado algo que decir de todo un
conjunto de experiencias, de acciones o de pasiones, o bien hace un reportaje
si adopta la forma común, o es artista -auténticamente artista si deja que lo
"por decir" desarrolle sus propias exigencias de forma. Recordemos el
ejemplo de Proust, que fue un testigo fiel de su época, pero altamente
consciente del problema de la forma.
-No olvidemos, sin embargo, que esa
consciencia de la forma retrasó, durante algún tiempo, la acción del testimonio
de quien podemos calificar, en efecto, de "testigo fiel"... Un
"testigo fiel", dicho sea de paso, que cantó el Réquiem de una
sociedad a la que, sin embargo, adoraba.
SARTRE: -Su obra, por lo mismo, es obra de un
testigo fiel. Porque..., ¿qué es un escritor digno de ser calificado de tal? Es
aquel que crea una cierta distancia con respecto a lo observado; aquel que no
tiene la nariz metida en las cosas; aquel que no repite lo que es conveniente
que los periódicos repitan. Es aquel que trata, en una obra, de presentar las
cosas con una cierta perspectiva que permita contemplar una totalidad.
Contemplada esa totalidad por el escritor mismo, ocurre que se vea conducido a
decir "no" ante cosas que, inicialmente, debían llevarlo a decir
"sí".
-¿Lo cual sería la negación del
comprometimiento?
SARTRE: -Me sorprende lo mucho que se habla
del "comprometimiento" del escritor, en estos días, cuando lo cierto
es que el escritor siempre está comprometido. Cuando dice la verdad, se
compromete con la causa de la verdad. Cuando dice la verdad a medias, está
comprometido con los que sueñan con una verdad a medias. Y cuando no escribe,
también está comprometido. Comprometido con aquellos que quisieran ocultar una
verdad.
Revista de la Universidad de México, febrero 1961.
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