domingo, 20 de abril de 2025

Entrevista con Alejo Carpentier: Ni del sarape, ni del huarache saldrá nuestra verdadera literatura

 

   Emmanuel Carballo

 El novelista cubano Alejo Carpentier estuvo entre nosotros hace algunos días. Asuntos de índole editorial le permitieron, una vez más, entrar en contacto con México. (Su primera visita la efectuó en 1926.) Visitó Oaxaca. Mitla lo deslumbró. Es -dice- "la apoteosis del abstraccionismo. Un templo sin imágenes".

 Carpentier reside, habitualmente, en Caracas. Vive de su trabajo: la publicidad, a la que dedica tres horas diarias. Cree que vivir de la literatura es inmoral. "Los escritores -afirmó- debemos tener un oficio básico. De esta manera escribiremos sobre lo que nos interesa, podemos madurar nuestros asuntos y redactarlos como nos venga en gana. No dependemos de veleidades extrañas a nosotros mismos: la política, los editores, el público y la crítica:

 -Carpentier, ¿qué opina usted de la ficción que actualmente se escribe en Venezuela?

 -La base es Rómulo Gallegos. Su obra, maciza y generosa, descubre el paisaje y el hombre nativos. Al primero le da autenticidad; al segundo lo pone en marcha, lo hace figurar en la historia universal de la literatura.

 -Y después de Gallegos, ¿qué escritores le interesan?

 -Dos principalmente: Mariano Picón-Salas y Ramón Díaz Sánchez. Picón-Salas ha creado uno de los mejores libros -por lo bien escrito- que han salido del Continente: Pedro Claver, el santo de los esclavos. Díaz Sánchez, al que ahora interesa más el hombre que el paisaje, ha escrito una buena novela, Mene Grande. Cuenta en ella la transformación de una aldea en campo petrolífero.

 -Venezuela, según parece, posee destacados cuentistas. ¿Se puede hablar de un auge del cuento venezolano?

 -Efectivamente. Dos nombres, entre otros muchos, lo atestiguan: Osvaldo Trejo y Oscar Guaramato. (En ese momento olvida otro nombre, el que, por cierto, está ligado a él por razones amistosas. La amistad, no cabe duda, es mala consejera.) (*)

 Alejo Carpentier de origen galo-ruso, nació en La Habana el año de 1904. Ejercitó durante algún tiempo, con eficacia y honradez, las labores periodísticas. Fue jefe de redacción de las revistas Social y Carteles. Editó, junto con Jorge Mañach, Juan Marinello, Francisco Ichaso y Martí Casanovas, la Revista de Avance (1927-1930). Esta publicación significa -dice José Antonio Portuondo- "la definitiva incorporación de Cuba a la cultura universal contemporánea". Con ella concluye un período de la historia literaria de esa nación. A partir de entonces, los escritores se dan cuenta de su impotencia como seres aislados y autosuficientes, y descubren -es el tiempo de la rebelión que anunciara Ortega y Gasset- la fuerza que representan las masas. Carpentier abandona su isla a finales de la segunda década y se instala en París. Padece durante la ocupación -y él lo calla- la persecución de los nazis, quienes lo internan en un campo de concentración. De nuevo en América, al término de la segunda Gran Guerra, viaja frecuentemente a Cuba, país cuyo desenvolvimiento en todos los órdenes sigue puntualmente. Fruto de ese interés nacionalista es su libro La música en Cuba, editado en 1946.

 -¿Qué opina del movimiento literario cubano?

 -Quienes conocieron la revista Orígenes se habrán dado cuenta de la calidad del grupo que la animaba. José Lezama Lima, uno de sus directores, es muy estimable como poeta y ensayista. Su Expresión americana es la indagación más digna que he leído sobre el espíritu del Continente. Analecta del reloj (libro de ensayos) es extraordinaria.

 -¿Y de los poetas?

 -Además de Lezama Lima, Eliseo Diego me interesa enormemente. Otros poetas que admiro son Cintio Vitier y Fina García Marruz.

 -¿Qué validez concede a la obra en prosa -novelas y cuentos- de Enrique Labrador Ruiz?

 -Pues hace algunos años que enmudeció. A propósito, qué poca gente escribe novela en Cuba, en América.

 -¿A qué lo atribuye?

 -Tal vez a que los soliciten otras tareas que ellos consideran importantes. Abundan los novelistas de ejercicio desarticulado, intermitente.

 -¿Cree usted que Ciclón sea la revista sucesora de Orígenes?

 -¡No lo creo!

 Alejo Carpentier es uno de los novelistas más destacados de América; es, asimismo, uno de los novelistas nuestros mejor conocidos en Europa. Una de sus obras, Los pasos perdidos (1949), fue considerada en Francia durante 1956 como el libro extranjero más valioso. Inglaterra, en el mismo año, lanzó a la venta seis ediciones de ese libro. Además del inglés y del francés, la novela ha sido traducida al noruego, al sueco, al danés, al finlandés, al holandés, al alemán, al italiano y al yugoslavo. Se desarrolla en la selva del alto Orinoco. Cuenta las peripecias de un intelectual que descubre la selva y medita sobre ella. Es -dice Anderson Imbert- "un viaje hacia los fondos sin historia del tiempo americano". Intenta -me platicó Carpentier- fijar las constantes del hombre en nuestras tierras. Su primera novela, editada en 1934, Ecué-Yamba-O -Loado sea Dios-, está inscrita en el movimiento negrista, que equivale -opinan los críticos autorizados- al indigenismo iberoamericano y al populismo mundial. Otra de sus novelas, El reino de este mundo (1947), en la que aprovecha las técnicas del esperpento y del superrealismo, está traducida al inglés y al francés. La historia se desarrolla en Haití y se refiere a las sublevaciones negras ocurridas entre 1759 у 1821. Su última obra, El acoso (1955) es una novela psicológica. En el volumen de cuentos Viaje a la semilla (1944) predomina lo mágico.

-Carpentier, ¿cuál es su juicio sobre la novela que se escribe actualmente en Hispanoamérica?

-Nuestros novelistas deben salir un poco del localismo, del nativismo tipicista. En otras épocas estas posturas eran necesarias, útiles. Nos ayudaron a fijar principios, a descubrir el color, el paisaje, las costumbres. Ahora tenemos la obligación de concurrir, en igualdad de circunstancias, a la literatura universal. La consigna debería ser ésta. Desexotizar América.

 -Sus palabras anteriores se refieren exclusivamente al anacronismo de cierto sector de nuestros novelistas, ¿qué opina de la pretendida originalidad de otro grupo que da como suyo lo ajeno?

 -Pienso, entre otros, en los kafkistas. Su modelo es, en sí, admirable; sus seguidores, en cambio

 -Pienso, entre otros, en los kafkistas. Su modelo es, en sí, admirable; sus seguidores, en cambio, son lastimosos. Deben olvidar los castillos encantados, los procesos, las murallas.

-Se ha referido usted a los defectos tanto de aquellos que padecen sólida incultura como a los de estos que, en su afán de estar al día, viven en el pasado inmediato, se visten de acuerdo a la penúltima moda europea. ¿Cuál es, según usted, el camino que indistintamente deben seguir?

-En ocasiones me pregunto, ¿me interesaría una novela que tratara exclusivamente. sobre la situación de los campesinos en Polonia? La respuesta es inmediata: me aburriría. Desgraciadamente la novela escrita en la América española se ha apegado en demasía a lo accesorio. A mí me interesan, sobre todas, las obras que plantean los básicos conflictos del hombre. Este podría ser uno de los caminos. Aunque, me apresuro a reconocerlo, los caminos son infinitos.

 -¿Cuáles son los escritores iberoamericanos que más interesan hoy en Francia?

 -Indudablemente Jorge Luis Borges y Miguel Ángel Asturias, que es un creador de arquetipos. Su Señor Presidente representa en general al tirano que todos nuestros países padecen o han padecido. Un libro de juventud, Leyendas de Guatemala, con prólogo de Paul Valéry, obtuvieron magnífica acogida.

 -Una pregunta personal que es, casi, una latente confesión. ¿Cuáles son los autores y las obras americanos, del pasado y del presente, que mayormente le atraen?

 -Bernal Díaz del Castillo (Agustín Yáñez lo considera americano); Fernández de Lizardi, sobre todo con su Periquillo Sarniento; mi compatriota Cirilo Villaverde y su Cecilia Valdés o la Loma del Ángel; El Lazarillo de ciegos caminantes del peruano "Concolorcorvo". Os sertoes del brasileño Euclydes da Cunha. Alguna vez dije, en un grupo de amigos, que si yo tuviese poder enviaría a la cárcel a cualquier joven que, a los veinticinco años no hubiera leído el Popol Vuh. Entre los contemporáneos prefiero a Jorge Luis Borges, uno de los espíritus más singulares de nuestra época. La recta actitud latinoamericana se refleja -en profundidad, en decencia- en su manera de ver las cosas.

 ¿Cuál es, Carpentier, la tradición o las tradiciones en que descansa el escritor hispanoamericano?

 -El latinoamericano heredó de los conquistadores varias cosas: una tradición, un idioma que habla y escribe distinto, una literatura que constituye -entiéndase bien- tan sólo una de sus tradiciones culturales. No le basta con eso. Por otra parte, están -y tal vez más próximas- sus tradiciones locales y americanas. Le es imposible ignorar la cultura francesa que ha influido -en todos los campos desde la época de la independencia- en todos nuestros países. Lo anglosajón está más próximo: lo tenemos en el Continente y es muy valioso

 -Es frecuente oír hablar a algunos escritores de su rigurosa formación en textos redactados en español. ¿Es posible una cultura monolingüe?

 -Charles Péguy pudo decir que nunca leyó libros de autores que no fuesen franceses. Los escritores europeos pueden practicar esta actitud y tener una expresión válida: cada uno de sus países ha asimilado la cultura occidental.

 No es ese nuestro caso, afortunadamente: adquirimos, por derecho de conquista, la cultura del universo. Los europeos no conocen la cultura americana; nosotros, en cambio, conocemos la suya. Jorge Luis Borges, por ejemplo, en su libro Antiguas literaturas germánicas ofrece, por una parte, una muestra de su conocimiento de la literatura europea y, por la otra, de su propia literatura: compara algunos poemas germánicos con similares poemas gauchescos. La simbiosis de culturas diferencia al hispanoamericano del europeo típico. En tanto que ellos, muchas veces, practican un angosto nacionalismo, nosotros somos universales. Ni del sarape, ni del guarache saldrá nuestra verdadera literatura; saldrá. precisamente, de esa simbiosis.

 -Carpentier, ¿cómo concibe y realiza sus libros?

 -La realización, en mí, es rápida: madurar la historia, los personajes me lleva demasiado tiempo. Trabajo, por lo regular, ocho horas diarias.

 Alejo Carpentier se inició en la literatura, dicen los manuales, escribiendo poesía. Citan un libro: Poemes des Antilles, neuf chants, con música de Marius François Gaillard, editado en Paris en 1929. De entonces acá el lírico ha enmudecido.

-¿Cuál es la razón de su silencio?

 -La poesía es un quehacer muy serio. No me atrevería a publicar un nuevo libro. Además, no me considero poeta.

 -Y en prosa, ¿qué libros prepara?

 -Tengo terminados dos: Guerra del tiempo, que consta de tres extensos relatos, y El siglo de las luces, una novela cuya historia ocurre en el Caribe. Ambos libros se publicarán en México este año: los editará EDIAPSA.

 Alejo Carpentier es un hombre maduro. Viste y actúa como un hombre común y corriente. Perfecto actor de sus propias emociones y preferencias, las expresa sin sobresaltos, maduras y concisas. Su pasión más visible es la música.

 

 (*) Ya para salir, Carpentier me dejó este recado: "El absurdo olvido del otro día quedó reparado por mi propia memoria. El joven cuentista es: Antonio Márquez Salas, autor, entre otros relatos magistrales de El hombre y un verde caballo y Como Dios... Creo que es uno de los narradores más originales de la América actual".

 

 Diario de la Marina, domingo 9 de marzo 1958, p. 1-D.


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