domingo, 26 de mayo de 2024

Salomón de la Selva



  Pedro Henríquez Ureña 


 Las Novedades desea no dejar sin mención el reciente triunfo del poeta Salomón de la Selva. Aunque nació en Nicaragua (hace apenas veintiún años) y aunque maneja con elegancia el castellano, su verdadera lengua literaria es el inglés. Se le conocía ya y se le estimaba en los círculos literarios de los Estados Unidos; pero el triunfo que le coloca en la primera fila de los poetas norteamericanos es el que acaba de obtener con la publicación, en la aristocrática revista The Forum, de su poema “A Tale from Fairyland” (“Cuento del País de las Hadas”). 

 El poema ha sido comentado con gran aplauso en todos los cenáculos neoyorquinos. El distinguido antologista Mr. Braithwaite, que recoge en un volumen las mejores poesías de cada año, ha decidido darle sitio de honor en la colección de 1915. 

 El “Cuento del País de las Hadas” es un poema de exquisito corte prerrafaelista. El poeta narra cómo tuvo una visión deslumbradora, y tejió con palabras una tela maravillosa. “Y había palabras como rosas; y palabras resonantes, como el vuelo súbito de multitud de pájaros. Y palabras de selvas, como hojas, que, siempre trémulas, hacían murmurantes los versos. Y una palabra era luna: una sílaba argentada, y casta, y plena de conjuros. Y una palabra era sol: y era redonda, y era cálida, y tenía sonido de oro. Y una palabra suave era como carne de doncella y como rosa blanca, y de venas delicadas: contenía el día y la noche. -Y tejí con todas estas palabras un cantar, una tela de palabras, que alegró mi corazón triste”. Y cuando concluyó, dijo: el rey la comprará. Y la tela lírica sería famosa, y su fama llegaría hasta los santos ermitaños; y éstos dirían: “Debe de ser más hermosa que el nacer del día. Dios bendiga las manos que la tejieron, y Dios bendiga el alma del hombre que soñó tanta belleza”. El poeta llegó a la puerta del palacio real con su tela. El crítico le detuvo en la puerta, y juzgó desdeñosamente la tela. El poeta, entonces, la vendió por cobre, y se fue adonde van los parias. Pero un día la Cenicienta vistió la tela, y ésta fue famosa, y peregrinos iban a verla. Y Jasón, por amarla mucho, realizó proezas. Y pasó de mano en mano, y nunca perdió su encanto. Y cuando murió Jesús, José de Arimatea lo envolvió en ella. Tres días vistió Jesús la tela, y era digna de él. Y la vestirá en el día del juicio, y los Santos Patriarcas dirán: “Dios bendiga las manos que la tejieron, y Dios bendiga el alma del hombre que soñó tanta belleza”.

 

 Las Novedades, 22 de julio, 1915, p. 7; OC, 5, 1911-1920, Editorial Nacional, Santo Domingo, 2013, pp.  266-65.


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