Pedro Marqués de Armas
Desde 1926 existía en la página literaria del Diario de la
Marina la sección “Cartas de Buenos Aires”, a cargo de Manuel
García Hernández. En ella se publicó el 19 de febrero de ese año, una precisa, pero además elegante reseña sobre Veinte
poemas para ser leídos en el tranvía… “Su pluma es ágil. Más que pluma,
parece la lengua de uno de esos osos hormigueros que se mete bien adentro de
las cuevas para banquetearse”. Esta reseña, a la que volveremos, no era ni
mucho menos el primer contacto del público cubano con el vanguardista
argentino, ni sería, en los años que nos ocupan, el último.
Oliverio Girondo había
hecho su entrada en Cuba, y la había hecho en persona, a finales de agosto de 1924, (1) cuando arriba a La Habana de paso hacia México en el que puede
considerarse el viaje de exploración más audaz del vanguardismo en América
Latina. El cosmopolita, el giróvago que pasara por Douarnenez, Río de Janeiro,
Venecia, Sevilla, Brest, Verona, París, Marruecos, Egipto, y un largo etcétera,
el que atrapaba al vuelo realidad y palabras como quien tira un guantazo, se
proponía ahora, a escasos meses del manifiesto martinfierrista, exportar el
grito de guerra de la vanguardia argentina.
A mediados de año Girondo
salió rumbo a Chile, siguió a Perú, Venezuela, luego La Habana, a continuación
México y, tras alcanzar Nueva York ese crudo invierno, cruzó nuevamente el
Atlántico. En calidad, algo así, como de adelantado de la “nueva sensibilidad”,
representando a varias revistas bonaerenses y alguna que otra uruguaya, pretendía
conectar a los diversos núcleos de vanguardia del continente, a sus respectivas
publicaciones, promover obras literarias y, desde luego, dar a conocer la suya.
El viaje estaba
imbuido de propósitos tan serios como acoplar en un “frente común” por la “independencia
literaria” a los diferentes territorios. Si esta fue alcanzada con Darío, se
trata ahora, agotados los resortes del modernismo, más bien vapuleados, de
reconquistarla. Algo de americanismo pulsa aquí, pero hay de todo, en realidad,
en este periplo que puede lo mismo verse como un divertido tour (¿pero qué no lo era en
Girondo?) de publicista que, ciertamente, como una “misión intelectual”
no exenta de providencialismo: exportar el “esfuerzo sudamericano” a toda la América
y, de ahí, de vuelta a Europa.
Poco se sabe de esta estancia
de Girondo en La Habana, a diferencia, por ejemplo, de cuanto se conoce de su más
fértil gestión en México; pero no tan poco como para que no pueda salvarse
alguna anécdota, reconocerse el impacto que la visita produce tanto en Girondo
como en los escritores cubanos, y verificar las intenciones de la misma.
Empecemos, pues, por estas últimas.
Por una carta fechada en
México el 3 de octubre de 1924, corroboramos tanto su paso por La Habana unos
días antes, como las relaciones que enseguida estableció y que dieron lugar, al
menos, a cuatro colaboraciones en revistas habaneras. Dirigida a
José Carlos Mariátegui, con quien el poeta argentino se viera semanas antes en
Lima en un momento difícil para aquél, pues acababan de amputarle una pierna, Girondo
le presenta una relación de los miembros del Grupo Minorista con sus respectivas
direcciones postales, curiosamente ordenados alfabéticamente, a excepción de Emilio Roig de Leuchsenring, director literario de Social (“especie de plus ultra y la única revista actual que
publica algo interesante.”). Siguen, con breves acotaciones, Agustín Acosta,
José A. Fernández de Castro, Félix Lizaso, Alberto Lamar Schweyer, Juan
Marinello, Jorge Mañach, y José Z. Tallet. De Acosta (a quien no vio
personalmente por encontrarse retirado en su pueblo) apunta Girondo que es el
“poeta joven de mayor reputación”, y de Tallet, de quien leyó sus versos,
consigna que es buen poeta.
Acompañaba a la misiva
un artículo sobre la “poesía moderna en Cuba” que, según precisa, habían elaborado
a toda carrera Lizaso y Fernández de Castro y que consistía en un “resumen”
del estudio introductorio a Antología de
la poesía moderna en Cuba, al que añaden “algunas poesías que lo
ilustran”.
Como se sabe, si algún
proyecto literario ligó a la vanguardia cubana durante su gestación, fue esa
antología, que ocupó por casi tres años a sus artífices, quienes,
con la ayuda de otros jóvenes escritores que frecuentaban por entonces la
biblioteca de la Sociedad Económica Amigos del País, habían iniciado las
labores a principios de 1923. Son tiempos, pues, todavía incipientes para lo
que Girondo define como “movimiento literario”, cuando apenas empiezan a
llamarse a sí mismos minoristas, tal como los bautizara Martínez Villena.
Alude más adelante, en la carta, a lo bien informados que estaban en La Habana sobre la revista Claridad, y califica a los escritores con que contactara como el “grupo que intervino en la Revolución de hace algunos meses”. (¿Cuál? ¿La intentona de alzamiento del Movimiento de Veteranos y Patriotas? Una revolución que no fue tal, pero que se inscribió, así, en la mente de Girondo.) Lo significativo de la misiva radica, no obstante, en la evidencia que contiene del carácter pragmático de aquella “misión intelectual” que, sin dudas, se vio reforzada tras el encuentro con Mariátegui: “Con todo este grupo he hablado de la urgencia de vincularnos y conocernos mutuamente. A cualquiera de sus componentes puede, por lo consiguiente, dirigirse usted en mi nombre, con el objeto de conseguir colaboraciones o pedir cualquier dato que necesite. No sería malo, que al menos a tres o cuatro de ellos les enviara Claridad".
Se abría así, vía
Girondo, la conexión cubana con el intelectual peruano que, sin embargo, no se
hará efectiva hasta dos años más tarde, cuando Mariátegui tome la iniciativa de
escribirle a Roig de Leuchsenring, recordándole aquel viaje del poeta argentino y
el “proyecto de intercambio y vinculación de los grupos de vanguardia de
América”. En cualquier caso, se interceptan el emergente “editorialismo
programático” de Mariátegui y el “esfuerzo intelectual sudamericano”.(1)
En tanto mediador
para que se publique el ensayo de Lizaso & Fernández de Castro y los poemas
de Acosta, Tallet, Marinello, etc., y, a la vez, en calidad de organizador de un
canje aún potencial entre Social y las
revistas argentinas y peruanas que representaba, Girondo resulta, pues, quien
primero intenta divulgar como grupo, fuera de la isla, a los vanguardistas cubanos.
En un cuaderno de trabajo que se conocería décadas después, incorpora su lista a
un directorio más extenso de intelectuales hispanoamericanos.
En realidad, el artículo
y los poemas en proyecto de envío a Mariátegui para la limeña Claridad: revista obrera, no llegaron a publicarse, pues al momento
del intercambio epistolar aquel órgano de prensa fundado por Haya de la Torre -y del que Mariátegui era entonces director
interino- había cerrado a causa de una arremetida del régimen de Leguía. La colaboración siguió hacia Argentina, apareciendo al año siguiente en
la bonaerense Proa (la revista de Borges, Güiraldes, etc.).
Girondo topa en 1924,
en suma, con un gremio en ebullición, el cual entrega presuroso una carpeta de
poesía debidamente acompañada de aquel estudio introductorio que después titularían
“Advertencia”. Poesía: justo el género menos resuelto aún dentro de esa
generación, que por fin vería publicarse en 1926 su añorada antología, lastrada
por una arqueología de precursores que pretendía armonizar a Martí con
los “nuevos”; pero éstos -salvo Martínez Villena y Loynaz- no habían cuajado todavía ni de lejos, creadoramente
hablando.
Por su parte, la primera colaboración del poeta
argentino no se hizo esperar y ya en el número de noviembre de Social aparecerían tres textos de Veinte poemas para ser leídos en el tranvía.
Precedidos por una nota de puntería que debió escribirse en octubre tras su
partida hacia Veracruz, probablemente redactada por Fernández de Castro (según
Girondo “hombre enteradísimo de lo que sucede en América”), valdría la pena
reproducirla aquí:
Un joven poeta
argentino, originalísimo y vigoroso, fue nuestro huésped durante breves días
del mes pasado trayéndole al grupo minorista el cálido mensaje del grupo,
nuevo también, de La Púa bonaerense.
Aquí simpatizamos
enseguida con el escritor, hermano en ideales artísticos, que a través de toda
su obra, y principalmente en su libro Veinte
poemas para ser leídos en el tranvía descubre y afirma su don sintético,
su fuerza expresiva, su agudeza humorística, fina unas veces, hosca otras y
penetrante siempre, su rebelde y valiente independencia de criterio, su
modernidad, su gráfico y plástico poder pictórico, su aguda observación, el
color y relieve que sabe dar a su prosa, y principalmente su anhelo de verdad
pura.
La presentación no
puede ser más sintética y abarcadora; pero lo que quiero destacar, sobre todo, es
el impacto que debió ejercer su figura sobre los escritores del patio, al
tratarse no solo de un poeta cuyo estilo poliédrico tiene que haberles seducido
sino también de un artista polifacético. Girondo llevaba con él un ejemplar de
la edición francesa de su libro, prodigiosamente ilustrado por él mismo, pero
difícil de portar, y debió ser alrededor de ese objeto –carísimo- que les
regalara, que se fraguó también la simpatía hacia su persona. En cuanto al “cálido
mensaje” que, a nombre del grupo La Púa trasmite a sus émulos de La Habana, no
hace más que confirmar el carácter de intercambio de aquel encuentro, a tono
con el propósito de la gira.
“Croquis en la arena”, “Nocturno” y “Guillotinemos”, los tres poemas en prosa, fueron los textos elegidos por Social para su publicación inmediata. “Yo al menos, no renuncio ni a mi derecho de renunciar, y tiro mis veintes poemas como una piedra, sonriendo ante la inutilidad de mi gesto”, escribe en el más significativo de ellos. ¿Debieron causar admiración entre los lectores de turno, quienes tenían delante, como plato fuerte, unos bien facturados sonetos de Enrique Serpa (“para pulir mi vida lo mismo que un soneto”) anunciando La miel de las horas?
Meses más tarde, en enero de 1925, Social publica “Confesiones de Oliverio
Girondo”, auto-entrevista que hacía a la vez de auto-parodia, y donde, en
realidad, fusionaba dos ingeniosos textos: un interviú que había dado en Perú y
el “Aviso de ocasión” con el que anunciara Veinte
poemas… y que desmantelan, a su modo juguetón, sino la noción de público al
menos sí la de autor. Lo que cuenta no son los versos, sino el gesto que
comportan, parece decirnos Girondo, de quien la lujosa revista de Massaguer publicaría,
también, uno de los mejores poemas concebidos en su estadía española de 1923:
“Toledo”.
Perros que se pasean de golilla
con
los ojos pintados por el Greco.
Posadas
donde se hospedan todavía
los
protagonistas del “Lazarillo” y del “Buscón”.
Puertas
que gruñen y se cierran
con
las llaves que se le extraviaron a San Pedro.
(…)
Hidalgos que se alimentan de piedras y de
orgullo,
tienen
la carne idéntica a la cera de los exvotos
y
un tufo a herrumbre y a ratón.
Perteneciente a Calcomanías, su segundo libro, publicado por la editorial Calpe en
1925, el poema salió en La Habana en julio de ese año, convoyado con dos
fotografías antiguas (muy al gusto de los directores de la revista). Su bien
trabada y despectiva narración de la ciudad del Greco causó, por cierto, alguna
que otra queja de la crítica, mortificada por la mirada ácida hacia la “madre
tierra”; pero el poema mereció el elogio de Gómez de la Serna y de Guillermo de
Torre, entre otros. Quizás inauguraba esa tradición de grandes poemas-retablos
sobre España escritos por latinoamericanos y brasileños, como “Calle de las
Sierpes” del propio Girondo, el “Romazón” de Martínez Riva, “Amapolas en el camino
de Toledo”, de Baquero, o el “Sevilla andando” de Cabral de Melo Neto.
No termina aquí la
presencia temprana de Girondo en Cuba, pues, fruto de este periplo, aparece en Chic su artículo –aún entonces no
publicado en Argentina- “Cuidado con la arquitectura”, donde ya está presente
su interés por Le Corbousier, cuyo estilo funcional acabará reflejándose en su
poesía, en particular en su barroco-concreto.
Pasemos entonces a la
única anécdota que de su paso por La Habana dejaran los minoristas, y que
apareciera tres años después de su visita, cuando, consolidado el movimiento de
vanguardia cubano, el Suplemento Dominical del Diario de la Marina que dirigía Fernández de Castro dedica al
argentino su sección Poetas de Ahora:
Estaba de paso para
México, y en sus paseos por la ciudad fue a dar a una librería. Se dirigió al
librero: Venga acá, che, no hay aquí poetas jóvenes… no hay escritores, quién
le compra estos libros (señalando las últimas novedades francesas y de
Hispanoamérica). Y el buen “librero” lo puso en conexión con los poetas jóvenes
de Cuba y los escritores que le compraban aquellas novedades. Fue a nuestras
reuniones, nos regaló sus Veinte poemas…,
maravillosos, escándalo de mentes “burguesas y refinadas”. Se llevó originales
de los más jóvenes. A su actitud se debió que en una de las revistas más
avanzadas de Buenos Aires se multiplicase un ensayo sobre “La moderna lírica en
Cuba”. Entabló conexión con nosotros y desde entonces nos visitan
periódicamente: Martín Fierro, Proa, Inicial, Valoraciones.
Fue a México y procedió del mismo modo….
Escrita quizás por el
propio Fernández de Castro, la nota da cuenta de una curiosa y tal vez ya mitificada
historia, según la cual el poeta habría llegado a La Habana sin credenciales ni
referencia alguna del medio. El poeta forastero se habría topado, a puro
tanteo, con una comunidad de iguales que lo acoge y aclama mientras escucha sus irreverentes poemas y ordena publicarlos, al tiempo que aquél no solo
anuncia -sino que cumple- su misión de conectar a los diversos núcleos
literarios.
Que ese fuera el modo
que tuvo Girondo para contactar con los minoristas cubanos, es decir, gracias a
un "buen librero" revela, al menos, dos cuestiones de interés: por un lado, el carácter
febricitante de la anécdota y, por otro, el papel que juegan libros y revistas
(“las últimas novedades”), como elementos que vehiculan, tanto las
relaciones literarias, como la identidad artística en las ciudades modernas.
De esta manera el poeta foráneo contactaría a sus iguales, no según un plan
previamente señalado y de acuerdo con unos propósitos –políticos,
publicitarios, representativos, etc.- ya definidos, sino como resultado de una
aventura en la que "descubre" al otro casi en estado de gracia y, por tanto,
en su original pureza social.
Girondo como
explorador que recorre las calles en busca de una parentela de escritores ya no
solo denodadamente modernos, sino vírgenes, casi indígenas, aún desconocidos para el resto del continente.
Sin embargo –y sin extendernos en esta invención que reclama un Tiempo Nuevo pero apenas oculta, como puede apreciarse a esas alturas en Social, los todavía sólidos ligámenes con el modernismo-, existe una carta que arroja algo de realidad, o, si se
prefiere, de verosimilitud, no tanto sobre los hechos mismos que, al fin y al
cabo, importan lo que importan, como sobre el modo de proceder en relaciones
literarias interesadas, con perdón del pleonasmo.
Se trata de una carta
de Ricardo Güiraldes al escritor y periodista cubano Aniceto Valdivia, escrita
por los días en que Girondo se aprestaba a emprender su “misión intelectual”.
Tiene todas las características de una carta de presentación, si bien no
podemos precisar si fue enviada a La Habana o viajó en la valija de poeta. Fue
recogida originalmente en Homenaje a
Girondo, de Jorge Schwartz, y la transcribo en totalidad:
Estimado Señor y
amigo:
Hace tiempo ya de mi
visita a La Habana y desde entonces no tengo de vuestra hermosa ciudad ninguna
noticia directa. Me hubiera sido sin embargo muy grato el saber algo de mis
amigos cubanos.
Le he mandado a usted Raucho y Rosaura pero presumo que se habrán perdido pues no recibí
respuesta a mis envíos. Lo mismo me sucedió con algunos ejemplares mandados a
diarios y revistas y con otros que adjunté para la librería de Cervantes y otra
cuyo nombre ahora no viene a mi memoria, sita en la Calle Obispo. Ahora va
hacia Uds. mi amigo el poeta Oliverio Girondo, lleno de talento, de entusiasmo
y de buenos proyectos. Hago los más fervorosos votos para que no se pierda por
el camino y espero que esto no sucederá porque es de los que saben encontrarse
a sí mismos.
Mi querido Señor
Valdivia, creo que se interesará Ud. en el programa de unificación literaria
hispano americana que lleva hasta Uds. a mi compañero Girondo. Mi deseo es que
sean buenos amigos y se aprecien mutuamente.
Salude Ud. con mi más
distinguida consideración a todos los de su familia y reciba los mejores deseos
de felicidad de su
Ricardo Güiraldes.
A finales de 1916 el
matrimonio Güiraldes, junto a un grupo de amigos, había emprendido un viaje por
diferentes puntos del Caribe, como parte del cual visitan La Habana, para
terminar luego en Jamaica, de cuyos apuntes surgiría más tarde la novela Xamaica. Cierto que han pasado ocho años
de aquella andanza habanera y que, por lo que refiere la misiva, se han perdido
o no han tenido respuestas otros envíos posteriores. Se diría, casi como
arrojar una botella al mar.
Pero la carta, qué
duda cabe, se revela como preparatoria de un viaje que, por demás, explicita
una vez más el carácter ordenado de la tournée
literaria, haciendo las veces de credencial. Se trata, nada menos, que de
fraguar “el programa de unificación literaria hispano americana”, y a eso no
puede hacerse oídos sordos en La Habana. Va, comoquiera, dirigida a una de las
figuras más conocidas del ambiente literario y, por descontado, a su dirección
particular.
Es cierto que hay un
desajuste de tiempos y de sensibilidades, y que el Conde Kostia no es la
persona más adecuada para servir de cicerone al joven poeta argentino. Valdivia
es de la época de Casal, pero es toda una institución. Goza, además, de
simpatía, y se mantiene activo en 1924 colaborando incluso en Social (dos años más tarde queda
postrado hasta su fallecimiento), siendo frecuentado por Mañach, Sánchez
Galarraga, la familia Loynaz, y demás, por mencionar a unos pocos.
¿Se vieron el Conde
Kostia y el embajador literario del Cono Sur? Caben aquí, desde luego, todas
las preguntas, incluyendo otras cartas de presentación, tal vez desaparecidas… Pero
tientan más los libros, tanto los que llevaron a Cuba, en un caso, el
decadentismo y el simbolismo, en el célebre baúl del Conde, como las ediciones
modernas –no solo de Hispanoamérica sino también francesas- con que tropieza
Girondo en una librería habanera y que circulan ahora de modo expedito. Cabe indagar
por ella; cabe, incluso, inquirir a aquel librero.
No muchos meses
después de esta visita relámpago, la moderna literatura argentina comenzó a divulgarse en Cuba. Se establece un resuelto canje de libros y revistas, se publican poemas y textos de Borges, Marechal, Molinari, González Tuñón, Norah Lange y Lascano Tegui, entre otros, así como no pocos artículos sobre el acontecer literario en el país sudamericano.
Es el caso por ejemplo de la sección “Cartas de Buenos Aires”, que existía desde comienzos de 1926 y donde el “enviado especial” Manuel Hernández García –que escribía de cualquier cosa pero también de literatura- coloca reseñas hoy olvidadas como las que dedicó a Girondo, Güiraldes, Ferreiro, etc.
Es el caso por ejemplo de la sección “Cartas de Buenos Aires”, que existía desde comienzos de 1926 y donde el “enviado especial” Manuel Hernández García –que escribía de cualquier cosa pero también de literatura- coloca reseñas hoy olvidadas como las que dedicó a Girondo, Güiraldes, Ferreiro, etc.
En la de Girondo,
citada al comienzo de este texto, Hernández destaca la originalidad del libro
(tanto la lujosa edición con dibujos del poeta, de 1922, como la “tranviaria”
que acababa de salir en Argentina), repara en la arquitectura de una prosa que
nada tiene que ver con un ambiente llano como el de la Pampa, y reproduce su
célebre apelación al grupo La Púa, aquella que lo emparenta con la antropofagia
brasileira:
Con la certidumbre
reconfortante de que en nuestra calidad de hispano-americanos, poseemos el
mejor estómago ecléctico, libérrimo, capaz de digerir bien, tanto unos arenques
septentrionales o un kouskous oriental, como una becacina cocinada en la llama
o uno de esos chorizos épicos de Castilla.
Y ejemplo del bueno
ojo y la buena pluma del reseñista:
El estilo de Girondo,
cortado a pico, enseña la naturaleza del cuarzo lingüístico. La estructura de sus
poemas no es un apósito que se ha pegado a la superficie. Más bien es interior.
A veces la prosa retorcida hace muecas de equilibrista y hasta se escucha la
fusta del saltimbanqui que hace correr por la pista enarenada los briosos
corceles. Pero la originalidad borbota y predispone a la legitimidad de
expresión.
Todavía aparecerá en
la sección Poetas de Ahora, con la que el Suplemento Literario del Diario de la Marina inicia en marzo de 1927 su intensa divulgación de la poesía hispanoamericana,
una muestra de sus poemas: “Escorial”, dedicado a Ortega y Gasset; “España”,
“Siesta” y “Gibraltar” (éste último reproducido por la revista Orto), todos perteneciente a Calcomanías.
Desde su primera publicación en Social, Girondo formó parte de su directorio de colaboradores. Es así que se mantuvo vivo el vínculo, y su retrato asomando ocasionalmente, hasta la aparición en noviembre de 1932 de varias de las prosas de Espantapájaros, con su caricatura y esta nota recordatoria: "En los días brillantes del "Grupo Minorista" apareció en nuestra Habana Oliverio Girondo, trayéndonos, con su rostro caricaturesco, su simpatía y su buen humor, el último mensaje literario de los intelectuales de vanguardia argentinos. Bien pronto el camarada se convirtió en amigo y él escritor novísimo fue justamente admirado por su vivo talento, su fecundísima imaginación, su ironía demoledora y su rebeldía a todo lo normalizado en letras, en arte y en la vida. Sólo había publicado entonces “Veinte poemas para ser leídos en el tranvía”. Más tarde, visitó y conquistó España, Editando en Calpe sus "Calcomanías”. Volvió después a Buenos Aires y de allí nos llega ahora este "Espantapájaros (al alcance de todos)”, originalísimas elucubraciones literario-artístico-filosóficas, de las que entresacamos e insertamos en estas páginas tres de ellas, para deleite o protesta del lector… Y para el amigo no olvidado un cordial saludo de admiración y de afecto".
Pero acabemos con una
cierta visualización de su presencia en Cuba. Carpentier lo recordaría décadas
más tarde como “aquel pintoresco poeta, muy simpático, que conocíamos mucho en
aquella época, porque pasaba a menudo La Habana”, cuyo estilo tilda
injustamente de calco no solo de Apollinaire y Max Jacob, sino incluso, del
ultraísmo español.
Debió pasearse “a largas
zancadas” exhibiendo aquella ondulante melena negra (todavía no llevaba barba)
que demudara a Pío Baroja en Madrid.
Debió leer, entre burlón
y enfático, sus poemas en el Café el Mundo, donde mismo los minoristas reunidos
escuchaban con arrobo al musical Porfirio Barba Jacob, o bien en la redacción
de Social en la calle Cuba.
Debió, en fin, tropezarse
con aquel Alejo Carpentier (no hay evidencias de ningún otro viaje a la urbe
literaria habanera), a quien no cita en su directorio, como también con Eduardo
Avilés quien lo invitara a publicar en una revista llamada Chic.
Por un cuaderno
titulado “Viaje a América y Europa” recogido en Nuevo homenaje a Girondo, todo indica que Girondo alquiló aquellos
días una habitación en el Hotel Manhattan, en San Lázaro y Belascoaín, entonces
muy frecuentado por turistas norteamericanos y cercano al célebre Café Vista
Alegre.
Debió hacer un alto en
aquel Café y tomar, a través de un espejo, o por el ojo mismo, este breve y conciso
apunte: “Hotel Manhattan. Habana. Cuarto con baños, fresco pero humilde”.
Notas
Notas
Girondo llegó a La Habana el 30 de agosto de 1924 en el vapor inglés Essequivo, procedente de Colón, Panamá.
Las relaciones de Mariátegui con los cubanos se venían tejiendo indirectamente a través de su compatriota Edwin Elmore, quien tramaba desde 1923 realizar en La Habana el Congreso Libre de Intelectuales Iberoamericanos, para el que tuvo el apoyo de Roig y en el que pretendían reunir a figuras como Unamuno, Vasconcelos, Lugones y Varona, entre otros. No sería este, desde luego, un cónclave de vanguardia, sino a favor de "la raza" inspirado en buena parte en el pensamiento de Rodó, pero contaba con la adhesión de numerosos escritores jóvenes (“discípulos de los discípulos de Próspero”). Elmore conocía y admiraba a Girondo pero no sabemos si existió alguna conexión entre la “misión” de éste y aquel proyectado Congreso que se frustraría, poco más tarde, definitivamente, cuando Elmore es asesinado a manos del poeta José Santos Chocano.
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