Oliverio Girondo
A Don Enrique
Diez-Canedo
Forjada en la “Fábrica de
Armas y Municiones”,
la ciudad
muerde con sus almenas
un pedazo de cielo,
mientras el Tajo,
alfanje que se funde en un
molde de piedra,
atraviesa los puentes y la
Vega,
pintada por algún primitivo
castellano
de esos que conservaron
una influencia flamenca.
Ya al subir en dirección a la
ciudad,
apriétase en las llaves
la empuñadura de una espada,
en tanto que un vientecillo
nos va enmolleciendo el
espinazo
para insuflarnos el empaque
que los aduaneros exigen al
entrar.
¡Silencio!
¡Silencio que nos extravía las
pupilas
y nos diafaniza la nariz!
¡Silencio!
Perros que se pasean de
golilla
con los ojos pintados por el
Greco.
Posadas donde se hospedan
todavía
los protagonistas del
“Lazarillo” y del “Buscón”.
Puertas que gruñen y se
cierran
con las llaves que se le
extraviaron a San Pedro.
¡Para cruzar sobre las
murallas y el Alcázar
las nubes ensillan con arneses
y paramentos medioevales!
Hidalgos que se alimentan de
piedras y de orgullo,
tienen la carne idéntica a la
cera de los exvotos
y un tufo a herrumbre y a
ratón.
Hidalgos que se detienen para
escupir
con la jactancia con que sus
abuelos
tiraban su escarcela a los
leprosos.
Los pies ensangrentados por
los guijarros,
se gulusmea en las cocinas
un olorcillo a inquisición,
y cuando las sombras se
descuelgan de los tejados,
se oye la gesta
que las paredes nos cuentan al
pasar,
a cuyo influjo una pelambre
nos va cubriendo las tetillas.
¡Noches en que los pasos
suenan
como malas palabras!
¡Noches, con gélido aliento de
fantasma,
en que las piedras que
circundan la población
celebran aquelarres goyescos!
¡Juro,
por el mismísimo Cristo de la
Vega,
que a pesar del cansancio que
nos purifica
y nos despoja de toda vanidad,
a veces, al atravesar una
calleja,
uno se cree Don Juan!
Social, Vol. X, núm 7. julio de 1925, p. 32; imágenes originales de la publicación.
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