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miércoles, 11 de julio de 2018

Toledo

 


 Oliverio Girondo

                  A Don Enrique Diez-Canedo


 Forjada en la “Fábrica de Armas y Municiones”,
la ciudad
muerde con sus almenas
un pedazo de cielo,
mientras el Tajo,
alfanje que se funde en un molde de piedra,
atraviesa los puentes y la Vega,
pintada por algún primitivo castellano
de esos que conservaron
una influencia flamenca.

 Ya al subir en dirección a la ciudad,
apriétase en las llaves
la empuñadura de una espada,
en tanto que un vientecillo
nos va enmolleciendo el espinazo
para insuflarnos el empaque
que los aduaneros exigen al entrar.

 ¡Silencio!
¡Silencio que nos extravía las pupilas
y nos diafaniza la nariz!
¡Silencio!

 Perros que se pasean de golilla
con los ojos pintados por el Greco.
Posadas donde se hospedan todavía
los protagonistas del “Lazarillo” y del “Buscón”.
Puertas que gruñen y se cierran
con las llaves que se le extraviaron a San Pedro.

 ¡Para cruzar sobre las murallas y el Alcázar
las nubes ensillan con arneses y paramentos medioevales!

 Hidalgos que se alimentan de piedras y de orgullo,
tienen la carne idéntica a la cera de los exvotos
y un tufo a herrumbre y a ratón.
Hidalgos que se detienen para escupir
con la jactancia con que sus abuelos
tiraban su escarcela a los leprosos.

 Los pies ensangrentados por los guijarros,
se gulusmea en las cocinas
un olorcillo a inquisición,
y cuando las sombras se descuelgan de los tejados,
se oye la gesta
que las paredes nos cuentan al pasar,
a cuyo influjo una pelambre
nos va cubriendo las tetillas.

 ¡Noches en que los pasos suenan
como malas palabras!
¡Noches, con gélido aliento de fantasma,
en que las piedras que circundan la población
celebran aquelarres goyescos!

 ¡Juro,
por el mismísimo Cristo de la Vega,
que a pesar del cansancio que nos purifica
y nos despoja de toda vanidad,
a veces, al atravesar una calleja,
uno se cree Don Juan!





 Social, Vol. X, núm 7. julio de 1925, p. 32; imágenes originales de la publicación. 

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