Carlos de Velasco*
Deben ser todos
los veteranos de la independencia, unidos en la paz como estuvieron en la
guerra, los primeros en mantener y defender los principios inspiradores de la
Revolución cubana, porque lucharon por ellos con las armas en la mano y están
obligados a no desmentir su actitud de indomable rebeldía contra todo lo
representativo del oprobioso régimen abolido en Cuba al cesar la dominación
española; y sin embargo, no puede negarse que algunos han falseado el alcance
de aquellos principios, desconociendo real o aparentemente su deber en relación
con ellos. Y mientras varios probados patriotas, uno por ignorancia y otros por
circunstanciales intereses, toleran hoy no pocas cosas que ayer condenaron como
dañinas a la evolución político social cubana -cooperando así, indirectamente,
a la tenaz labor retardatriz que llevan a cabo ciertos elementos no resignados
a ver su influencia limitada y su codicia reducida a la obtención de ganancias
compatibles con los intereses del pueblo a cuya costa se han enriquecido
durante tantos años-, otros cubanos entendemos que es preciso indicar las
graves consecuencias de tales hechos y poner de manifiesto la contradicción en
que incurren quienes encendieron la guerra y lucharon por modificar de un modo
radical los fundamentos de la sociedad cubana, establecida sobre las
detestables bases de la esclavitud y la explotación, si niegan su apoyo a las
reformas inspiradas en el programa revolucionario, si moral o materialmente lo
dan a cuanto combatieron sin tregua, o si con palabras y actos proporcionan a
los reaccionarios pretextos para señalarlos poco menos que como arrepentidos de
haber realizado la gloriosa obra emancipadora de Cuba.
Porque si unos
pocos no saben o no pueden resistir a las constantes solicitaciones de tantos
interesados en presentar como irrealizables los ideales de la Revolución
cubana, y si a lo que hacen o dicen estos pocos quieren aquellos interesados
atribuirle significación excepcional y propagarlo cual si fuera genuino sentir
de todos los revolucionarios cubanos, es imprescindible contrarrestar el efecto
deplorable de tales amañadas suplantaciones del espíritu nacional y decir cuán
profundo es el quebranto que éste sufre y cuán grande es la necesidad de no
olvidar en la paz los ideales acariciados por el cubano en la guerra.
Es indudable que
no todos los combatientes por la libertad de Cuba conocían el vasto alcance del
empeño emancipador, porque los más de ellos -como en todas las revoluciones -procedieron
movidos por el sentimiento y no la reflexión o la plena conciencia del deber;
pero los directores sí lo sabían, y no lo ignoraban tampoco los principales
jefes revolucionarios. Algunos de éstos, valientes y de gran influencia
personal, caudillos admirados como Rabí, Cabreco, Díaz, Camacho y tantos otros,
hombres de campo a quienes no puede pedirse más de lo mucho que hicieron, deben
ser respetados siempre y no inducidos a tomar parte en ciertos actos a los
cuales se les invita por el renombre de que gozan como libertadores, pero de
cuya trascendencia no pueden juzgar cabalmente porque sólo son grandes
corazones, figuras ilustres por sus hechos guerreros. El deber de sus hermanos
de armas a quienes fue dado adquirir mayor cultura, es el de aconsejarles
rectamente, el de impedir que sean puestos en franca pugna con los principios
defendidos por unos y por otros, letrados e iletrados, en los campos de
batalla.
Y esto acaba de
ocurrir el 24 de septiembre último en la villa oriental de El Cobre, donde unos
cuantos veteranos de la independencia han realizado actos que serán muy
respetables en el orden personal, pero que como tales veteranos no han debido
llevar a cabo porque los ponen en abierta contradicción con el programa
revolucionario. Pedir a la iglesia romana -cuyo sumo pontífice denigró
públicamente a los insurrectos cubanos y bendijo y alentó a los soldados
españoles- que declare patrona de Cuba a la denominada Virgen de la Caridad del
Cobre, y pretender que el Congreso consagre a la nación cubana como devota de
tal imagen, es cosa en sumo grado peregrina; pero mucho más si quienes así
proceden invocan no sólo su calidad de veteranos de la independencia, sino que
se arrogan la representación de todos sus conmilitones y la del país en
general. Y sube de punto el asombro de cuantos no encontramos una explicación
lógica a este hecho, si a las amplias informaciones de los periódicos se agrega
la noticia, que tomo tal como apareció en uno de ellos, de que el General
Presidente del Centro de Veteranos de Santiago de Cuba expresó ese mismo día, y
con motivo del propio acto aparatosamente preparado, “que la instrucción
elemental que el Gobierno da es incompleta, porque falta la enseñanza religiosa
para la evolución de nuestra sociedad, y que como la mayoría del pueblo cubano
es católica, debía enseñarse en catecismo en las escuelas primarias”!…
¿Qué significa
esto? Altas consideraciones patrióticas impiden aceptar la idea de que tan
insólita actitud pueda tener nexo alguno con la campaña de descrédito
emprendida contra la escuela cubana por algunos periódicos apasionados,
singularmente por el principal defensor en Cuba de los intereses de la iglesia
contraria a la libertad y enemiga del poder civil en todas partes: la iglesia
de Roma; pero, ¿saben esos pocos veteranos que tales actos les colocan ante el
pueblo nuestro no sólo como ignorantes de que el Estado cubano no tiene
religión oficial, ni puede imponer ninguna -aunque permite la profesión de
todas-, sino también como ignorantes de cuanto defendieron con las armas y de
cuanto combatieron con ellas? Defendieron a Cuba libre políticamente, y libre
también de perjuicios, de dogmas religiosos, de esclavitudes, de obscurantismos;
y combatieron todo eso, representado por España y la religión oficial de los
españoles. No lucharon sólo contra la servidumbre política, sino contra la
servidumbre espiritual y moral. Y olvidan que la iglesia romana, a la cual
rinden pleito homenaje en el documento dirigido por ellos a Benedicto XV, se
resuelve airada contra la ruptura del vínculo matrimonial; ruptura que la
Revolución cubana declaró lícita por medio de la Ley de Matrimonio promulgada
el 16 de septiembre de 1896, siendo Presidente Salvador Cisneros Betancourt.
(2)
Poca firmeza de
convicciones parecen tener los que de tal modo proceden y van contra el
espíritu cubano, liberal y enemigo de la retrogradación. Pero el espíritu
cubano, el que se inspira en los ideales revolucionarios puros y anhela ver la
República como la soñaron sus precursores y sus mártires, como la delineó el
pensamiento luminoso y amplio de Martí, cada día tiene menos representantes
entre los abnegados luchadores por la libertad de Cuba. Es triste y amarga esta
verdad; pero el hecho es cierto y natural. La muerte va llevándose a muchos de
ellos y escoge casi siempre a los que mejor encarnan ese espíritu; otros son
hombres a quienes no puede pedirse que lo conozcan sino a medias, y otros -todavía
quedan algunos- responden a él cuando en verdad juegan altos intereses patrios.
Mientras estos hombres subsistan y haya quienes aprendan de ellos, no se
extinguirá el espíritu cubano; mas donde surge potente, vivo, inmaculado aún y
transmitido por lecturas y enseñanzas patrióticas, es en una gran parte de la
juventud. Procuro ahora ser intérprete de ella, tal como cada uno de los que a
esa juventud pertenecemos cree serlo cuando habla o escribe sobre asuntos
nacionales.
Hasta donde nos ha sido dable penetrarlo, pero seguramente más que tantos heroicos hombres como defendieron con rifles y machetes los mismos ideales que sostenemos con la palabra y con la pluma, nosotros conocemos el alcance de la obra revolucionaria. La hemos estudiado en su génesis, en su desarrollo y en su imperfecto planteamiento; la hemos conocido por los libros, por las proclamas, por las cartas, por todos los diversos documentos públicos y privados en que dejaron su corazón y su cerebro los cerebros-alma de la Revolución libertadora, sus grandes figuras inmortales; la respetamos en esas grandes figuras y en las respetables que por fortuna sobreviven; la amamos con todo el fuego de nuestros pechos juveniles y la defendemos y defenderemos con todo el ardor de quienes saben que va en ello la salud, la vida de la patria. Afirmamos, pues, nuestra plena identificación con la ingente obra revolucionaria.
Hasta donde nos ha sido dable penetrarlo, pero seguramente más que tantos heroicos hombres como defendieron con rifles y machetes los mismos ideales que sostenemos con la palabra y con la pluma, nosotros conocemos el alcance de la obra revolucionaria. La hemos estudiado en su génesis, en su desarrollo y en su imperfecto planteamiento; la hemos conocido por los libros, por las proclamas, por las cartas, por todos los diversos documentos públicos y privados en que dejaron su corazón y su cerebro los cerebros-alma de la Revolución libertadora, sus grandes figuras inmortales; la respetamos en esas grandes figuras y en las respetables que por fortuna sobreviven; la amamos con todo el fuego de nuestros pechos juveniles y la defendemos y defenderemos con todo el ardor de quienes saben que va en ello la salud, la vida de la patria. Afirmamos, pues, nuestra plena identificación con la ingente obra revolucionaria.
Y en nombre de esa obra, en nombre de la patria,
urge declarar y hacer oír en toda la nación que el espíritu cubano, tal como la
juventud lo concibe y desea verlo fortalecido e inquebrantable, es atacado con
rudeza y sin rebozo por los sempiternos enemigos de la causa de nuestras
libertades. Toda manifestación de soberanía les repugna; toda medida encaminada
a favorecer al pueblo y a disminuir, por consiguiente, los monopolios y
privilegios de quienes viven esquilmándolo, encuentra obstáculos o es recibida
con engañosas muestras de aceptación (tal acaba de ocurrir con la moneda
nacional, pues so pretexto de cooperar a difundirla más rápidamente, el
comercio y muchas industrias han acordado adelantar dos meses el plazo
concedido por el Gobierno para retirar las monedas española y francesa de
circulación, sabiendo, como saben los representantes de esas entidades
comerciales e industriales, que hasta diciembre no habrá moneda fraccionaria
cubana bastante para evitar entorpecimientos en las transacciones); cuanta reforma
se intenta implantar -y todas han de ser necesariamente dirigidas a substituir
por otras modernas y liberales las viejas e inadecuadas leyes impuestas a la
colonia esclava- tropieza con la oposición de elementos reaccionarios o bien
hallados con el estancamiento en que tradicionalmente han vivido; las
disposiciones relativas a la higiene pública con acogidas siempre con hostilidad
por ellos; contra los tratados postales alegan que el consumidor nacional
adquirirá directamente en el extranjero, con menos costo, ciertos artículos que
aquí los comerciantes venden a altos precios, perjudicándoseles al disminuir la
demanda y las utilidades; tratan de ridiculizar a los funcionarios que encauzan
la hacienda pública y que justificadamente rechazan la concertación de cierto
incalificable “modus vivendi”; algunos niéganse a admitir a jóvenes cubanos
como dependientes, exigiéndoles declaración de ser españoles; y no hay figura
nuestra, de alto valor intelectual e historia revolucionaria especialmente, que
a diario no sea zaherida por los periódicos representantes de intereses contrapuestos
a los nacionales.
Y el espíritu
cubano está adormecido. Aisladas voces interrumpen de cuando en cuando el
silencio de aparente muerte moral que nos envuelve; sacuden esas voces a los
sensibles y hacen vibrar de un extremo a otro del país los corazones nuevos o
los viejos encariñados con el ideal; pero no hay un gran movimiento de opinión
que haga callar a quienes tan torpemente pagan la generosa conducta del cubano
que les da la hospitalidad y oportunidades de enriquecerse, otorgando a veces
la alternativa política y social a entes que ni siquiera soñaron con ella en
tiempos de la dominación española; no hay una repulsa unánime, una condenación
general. Cierto es que poco a poco la medida de la paciencia de los pueblos se
colma, y esperamos que la nuestra se colme también; pero, mientras tanto, arrecian
en su campaña antinacional los adversarios y sus periódicos causan en la patria
y en el exterior el efecto de que Cuba es una nacionalidad imposible de
consolidar, un pueblo llamado a desaparecer.
A estas
manifestaciones anticubanas, contrarias a la obra que hemos de consolidar, no
son extraños a veces algunos escritores nacidos en Cuba. Hay quienes
representan al pueblo cubano en los distintos cuerpos deliberantes de la
República, y al propio tiempo aparecen dirigiendo periódicos donde a diario se
estampan conceptos humillantes para ese mismo pueblo. Ciertos periodistas, al
referirse a las clases comerciales, escriben siempre esta frase mortificante:
“los que trabajan”; como si el cubano fuese vago, vividor del trabajo ajeno;
cual si únicamente laborasen y produjesen en Cuba los extranjeros, y todos los
nacionales nos concretáramos a gravitar sobre las fortunas de aquéllos, de
tantos como las han amasado con sangre y lágrimas de cubanos.
No se nos trata
con respeto, y tenemos el derecho de exigirlo. De nuestras instituciones se
habla con sorna, con menosprecio a veces; de compatriotas que protestan contra
todo síntoma de agresión al pasado, como el prócer que hoy ocupa la
Vicepresidencia de la República y es orgullo de la patria y honra del
pensamiento americano -uno de los pocos en quien vive todavía el espíritu de la
Revolución cubana-, pretende siempre hacer burla el periódico que representa en
Cuba, con su director, la tendencia tradicional y tenazmente opuesta a la obra
de los libertadores.
Ese propio diario
se ha atrevido a afirmar no hace mucho, el 4 de septiembre, en un editorial
titulado El fracaso de la escuela pública, que el desastre de la nuestra es de
tal magnitud que llega a la enorme cifra de seiscientos mil el número de niños
carecientes de instrucción en la República. Para comprender la perversa
intención de dañar a esos centros cubanos, basta advertir la imposibilidad de
que tal cosa ocurra en un país como el nuestro, donde sólo hay poco más de
2.500,000 habitantes; pero con evidente mala fe tergiversó ese periódico los
datos oficiales expresivos del cálculo aproximado de analfabetos en Cuba, con
tal de argumentar falsamente contra quienes abogamos por la reglamentación de
la enseñanza privada que no coopera con la pública en la labor de educar
patrióticamente a la juventud cubana, a la juventud que será en lo futuro
depositaria y defensora de los ideales revolucionarios, como nosotros estamos
hoy a punto de serlo y lo seremos mientras tengamos aliento
“Mientras la
pluma esté en nuestras manos, nadie fuera de nosotros escribirá nuestra
historia” -ha dicho recientemente uno de los jóvenes cubanos de más claro
talento y más intenso patriotismo, José Antonio Ramos, en un estudio digno de
la atención de todos nuestros compatriotas; pero también lo está en manos que
la desfiguran, que la tuercen y presentan a su antojo, porque son manifiestamente
hostiles al espíritu nacional. Y en tanto esas plumas no sean substituidas por
las de quienes desean ver a Cuba como la queremos cuantos aspiramos a alcanzar
el mismo ideal; en tanto cada uno de nosotros no se decida a hacer siempre la
parte que le corresponde en la obra común, sin dar paz a la mano ni descanso a
la mente, contribuyendo por todos los medios a encauzar la opinión pública y al
mejor estudio de los problemas nacionales -que únicamente los cubanos tenemos
el derecho de analizar y el deber de resolver-; en tanto no establezcamos de
una vez, con energía serena y firme, la subordinación necesaria entre los
distintos componentes de la nacionalidad y sepamos hacernos respetar
debidamente, adquiriendo el pleno dominio de lo que fue nuestro y poco a poco
vamos reconquistando, no habrá cesado por completo la pugna entre los intereses
creados y los supremos de la patria, es decir, la sorda lucha entre el alma
vivaz de la colonia y el alma rebelde de la república.
Ya lo dijeron Martí y
Máximo Gómez en el célebre Manifiesto que ambos inmortales firmaron en
Montecristi el 25 de marzo de 1895: “Los cubanos empezamos la guerra, y los
cubanos y los españoles la terminaremos. No nos maltraten, y no se les
maltratará. Respeten, y se les respetará.” Es el camino único para llegar al
fin, y quienes lo señalan no pueden tener para nosotros más altos títulos. Sigámoslo,
pues, exigiendo la consideración que merecemos. Y al exigirla, no olvidemos
tampoco aquellas mal interpretadas palabras del egregio caído en Dos Ríos: “La
República con todos y para el bien de todos”; porque ha de ser con todos y para
todos los que la amen, la sirvan y la respeten, no para los que la odien, la
estorben y la menosprecien.
Nadie, por abyecto que sea, deja de tener un
átomo de estimación propia: es la dignidad natural del ser humano. ¿Cómo no ha
de tener el pueblo viril donde nacieron un Agramonte, un Céspedes, un Maceo,
dignidad suficiente para hacerse respetar? Y no por la violencia, sino por la
justicia; no por el temor, sino por la saludable entereza. Insensato fuera
pretender otra cosa y grave responsabilidad contraería quien intentara iniciar
sistemática persecución contra los que viven al amparo de nuestra bandera, de
nuestras leyes y de nuestras instituciones.
Cuba Contemporánea, Año 4, no 1, enero de 1916, pp. 5-14.
* (Nota de Cuba Contemporánea): Este trabajo fue leído
por su autor en el Consejo Nacional de Veteranos de la Independencia de Cuba,
en La Habana, el 10 de octubre de 1915, con motivo de la celebración del 47
aniversario de la Guerra de los Diez Años. Forma parte del libro Aspectos Nacionales, recién publicado,
acerca del cual ha escrito en El Fígaro el ilustre Dr. Enrique José Varona,
Vicepresidente de la República, las siguientes expresivas líneas tituladas
Toque de llamada:
“Si el libro que
acaba de publicar el señor Carlos de Velasco fuese sólo una colección de
estudios en que, a vueltas con las ideas propias de su discreto autor, se
saborease su estilo meduloso y se admirase la limpidez de su expresión, me
hubiera limitado a leerlo con placer, y no se me hubiese ocurrido tomar la
pluma para recomendarlo. Quizás ciertas consideraciones de orden personal me
hubieran inducido al silencio.
Pero la obra Aspectos Nacionales es mucho más que un
libro ben pensado y bien escrito. Porque resulta esforzada labor cívica, que
pide la atención de los ciudadanos conscientes, y merece la atención y el
comentario.
La vida social, como
la individual, pero en escala mucho mayor y con mucha mayor complejidad, va
presentando incesantes transformaciones. Cada período trae nuevos problemas, o
complica, o desfigura y retoca los viejos. Todo lo que heredamos, querámoslo o
no, lo modificamos. Nada es inmutable, nada persiste. Pensar que la ardua labor
de nuestros ilustres predecesores nos emancipa del trabajo inacabable de ir
adaptando lo que nos legaron a las necesidades presentes, es quimera que halaga
a los inexpertos y a los perezosos, pero de que están libres los vigilantes y
esforzados. A este número pertenece el Sr. Velasco.
Tipo relevante de la
nueva generación que ya está en la liza, sabe todo lo que debe al pasado, y sin
olvidarlo y porque no lo olvida, estudia con ahínco nuestros problemas de la
hora actual, señala sin vacilar los peligros que envuelven y propone sus
remedios. No es un iluso, ni un impaciente. No posee ninguna vara de virtudes
que le abra de un solo golpe las peñas más duras, para que corran las ocultas
aguas cristalinas. Sabe que es fuerza repetir una y otra vez lo que se quiere
grabar en la conciencia indiferente o adormecida del pueblo. No desconoce la
tremenda fuerza de inercia que ponen siempre los residuos de lo anterior a los
ímpetus generosos de saneamiento y reforma.
Puede asegurarse que
no hay en Cuba al presente una sola cuestión de interés público que no sea
tratada en este libro, con plena franqueza y sano patriotismo. Desde luego, el
autor propone sus puntos de vista y presenta sus soluciones. Dicho se está que
se pueden ver dentro de otro ángulo los puntos que estudia y se puede
resolverlos de otra manera. Pero cabe tener la seguridad, y esto es lo que más
me cautiva en su obra y lo que más la recomienda, de que el señor Velasco
presenta todos sus datos y expone sin ambages su pensamiento.
En medio de la
confusión que reina en torno nuestro, provocada por intereses, uno legítimos y
otros bastardos, pero que no aciertan a ver más allá del pequeño horizonte del
día, el autor de estos vibrantes capítulos mira con entereza mucho más lejos, y
señala los riesgos que debemos evitar si queremos, como debemos, realizar
nuestra plena vida nacional.
Hay un punto capital,
en que conviene insistir cada vez que se trata de los asuntos públicos cubanos.
Tenemos problemas comunes a los que ofrece la vida social en todos los países
de nuestro grupo de civilización, pero, como cada pueblo, los tenemos propios,
privativos nuestros, nacidos de los antecedentes históricos merced a los cuales
somos lo que somos. Hay, por ejemplo, en el mundo la cuestión religiosa; pero
tiene Cuba su cuestión religiosa, con caracteres propios, que demandan estudios
y soluciones propias. No somos el único pueblo donde coexisten y aspiran a las
ventajas de la vida colectiva razas humanas diversas; pero entre nosotros por
los componentes, por la proporción, por los servicios sociales que cada uno ha
prestado y las consecuencias que éstos han tenido en su cohesión y elementos de
socialización y cultura, el modo de ser tratado el importante fenómeno tiene
que diferir del que se aplicaría con provecho en otros lugares.
El libro en que me
ocupo hace ver que su autor se da clara cuenta de esa necesidad primordial. Y,
entre todos los que posee, este mérito lo realza, lo distingue y lo hace digno
de ocupar un lugar prominente en nuestra admiración.”
(2) Véase el libro Documentos Históricos, publicado
oficialmente por la Secretaría de Gobernación en 1912 (Habana, Imp. de Rambla y Bouza), págs. 55-62
* Carlos de Velasco
Pérez: Escritor y periodista. Nació en Santa Clara en 1884. A los 16 años se
trasladó a La Habana donde funda la revista El
Estudiante, del Instituto de Segunda Enseñanza. Colaboró en La Discusión, El Fígaro,
Gráfico, Social, Cuba y América, etc. Fundó y dirigió durante varios años
la revista Cuba Contemporánea. Entre
sus obras se destacan Aspectos Nacionales
(1915), José Sixto de Sola: Ensayo
biográfico-crítico (1917) y Martí:
esbozo biográfico (1920). Tradujo Cartas
familiares y billetes de París, de Eça de Queiroz. Usó los seudónimos Óscar de Salcovel y
Villoslas. Falleció en París en 1923.
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