Dolores Labarcena
¿Quién no se desternilló con su novela
Galápagos, donde echa por tierra la teoría de Darwin en una suerte de
involución a conciencia? Ahora, en La cartera del cretino, siete piezas de Kurt
Vonnegut que acaban de aparecer gracias a Malpaso Ediciones S.L., me he
detenido a pensar en el ingenio. En una de ellas, “El último de Tasmania”, sin
tratar de ser didáctico y menos poner orden al caos, el narrador realiza un
viaje por la historia donde caben desde Pablo de Tarso, líder teológico de la
cristiandad, Colón con sus carabelas, Newton con su dichosa gravedad y hasta el
mismísimo y recurrente Hitler. Así pues, cumpliendo al pie de la letra el
consejo de Vonnegut: “Escribe sobre lo que conoces”, pensé en el exterminio de
taínos y siboneyes, la trata de esclavos y el descubrimiento por Finlay de la
vacuna contra la fiebre amarilla.
No obstante, como todo curioso, hice caso
omiso y seguí los pasos de Clément Ader, un ingenioso francés que construyó en
1873 un planeador en forma de ave recubierto de plumas de oca, y más tarde, su
famoso Éole, especie de murciélago motorizado con hélice y alas articuladas de
14 metros de ancho y 300 kg de peso. Se coronó, desde luego, pionero de la
aviación. ¿Y qué descubrí en este periplo? Nada menos que a Arturo Norberto
Amancio Comas y Pons, habanero que ideó lo que podría considerarse el primer
avión cubano. Ingeniero agrónomo, periodista y poeta bejucaleño, en fin, hombre
de su tiempo, Comas concluyó a escala el modelo preliminar de su
"velocípedo aéreo" en 1890... Pero no consiguió que se sostuviera en
el aire, pues a pesar de estar hecho de piezas de güin sujetas con hilaza, el
conjunto, compuesto también por aspas de cedro y un motor “reforzado” con la
maquinaria de un reloj, pesaba a lo bestia.
Sin embargo, como la paciencia es un arte, al
igual que Clémer Ader, Comas corrigió el armatoste y lo lanzó desde un barranco
hasta con piloto y todo, no por supuesto en París, sino en Bejucal. Del piloto
no se tienen razones; lo más seguro saldría ileso, ya que nuestro primer
aeronauta se hinchó como un globo, o lo que es lo mismo, se llenó de suficiente
valor y le propuso, al mismísimo Apóstol, la financiación del proyecto en aras de
combatir al Reino de España.
He aquí extractos de la misiva:
«Señor José Martí, Nueva York:
Con motivo de haber inventado un aparato que
bien pudiera llamarse un velocípedo aéreo, y que en miniatura me ha dado los
más brillantes resultados, creo mi deber dedicarlo antes que a nadie, a mi
patria. Las ventajas que puede reportarnos el velocípedo aéreo no creo que se
ocultan a su perspicacia, toda vez que con media docena de ellos se pueden
arrojar en medio de la noche, una lluvia de bombas sobre una agrupación militar
o campamento, sin ser vistos, y sobre todo con el pánico que ocasionaría una
cosa oculta y desconocida. En caso de aceptar esta oferta, que tanto nos
elevaría, espero guardará la más absoluta reserva sobre este asunto. Y, sin
más, B.S.M. (besa su mano) Arturo Comas, Bejucal, 25 de mayo de 1893».
Se dice que dicha carta nunca llegó a manos de
su destinatario. En nombre de la Junta Revolucionaria en el extranjero
respondió Félix Iznaga, informándole al remitente que el poco dinero de que
disponían era para comprar municiones y rifles, y que se trataba de un plan muy
costoso, pues requería acero y aluminio. Pero supongamos, por un momento, que
el Apóstol hubiese dado el visto bueno y corrido con los gastos. Tal vez Arturo
Norberto Amancio Comas y Pons nos hubiera armado hasta los dientes con una
artillería aérea que volaría en pedazos a cada miembro del ejército español,
además de desmoralizarlos técnicamente. A una distancia más que prudente me
pregunto si los simpatizantes de Tampa y Cayo Hueso, y los capitalistas que
ayudaron a la preparación de la guerra, no podían haber cubierto esa inversión.
En tal caso, es de suponer, nos hubiéramos ahorrado la reconcentración de
Weyler, las enfermedades y toda esa ringlera de calamidades que, ¿campearían?, campean aun hoy, ya libres de la madre patria, desde
el Cabo de San Antonio hasta la punta de Maisí.
Es posible que Félix Iznaga, o el propio
Apóstol, hayan declinado la oferta por considerar al inventor un tarado; en
cualquier caso, semejante propuesta tecnológica pudo dejarlos patidifusos.
Quién sabe. Lo cierto es que Arturo Norberto Amancio Comas y Pons pereció en
Colón, Matanzas, sin penas ni glorias, si bien aupado por familiares y amigos y
con los pies bien puestos en la tierra. Siguiendo el consejo de Vonnegut:
“Escribe sobre lo que conoces”, evidentemente las conjeturas se las lleva el
viento y mis conocimientos de aeronáutica son nulos. Sin embargo, en La cartera
del cretino creo haber encontrado varias respuestas, incluso una bastante
razonable para descifrar el porqué del suicidio en masa de los lemmings. Según
Brecht, “Erst kommt das Fressen, dann komm die Moral”. O lo que es lo mismo:
“Cuando se tiene hambre, sólo se piensa en la comida”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario