Michel Foucault
La Science de Dieu y,
en gran medida, La Grammaire logique se presentan como una
investigación acerca del origen de las lenguas. Investigación tradicional
durante siglos, que, desde el siglo XIX, se vio obligada poco a poco a derivar
hacia el lado del delirio. Baste un dato simbólico para esta exclusión: el día en
que las sociedades eruditas rechazaron las memorias consagradas a la lengua
primitiva. Pero dentro de esta larga dinastía, un buen día desterrada, Brisset
ocupa un sitio señero y actúa como un agitador. Súbito torbellino entre tantos
tranquilos delirios.
El principio de no
traducción
Dijo en la Advertencia de La
Science de Dieu: “La presente obra no puede ser traducida por completo” 1.
¿Por qué? La afirmación no deja de extrañar, desde el momento en que viene de
quien investiga el origen común de todas las lenguas. ¿No está ese origen, como
lo quiere una tradición singularmente ilustrada por Court de Gébelin,
constituido por un pequeño número de elementos simples ligados a las cosas
mismas, que siguen existiendo en forma de huellas en todas las lenguas del
mundo? ¿No es posible -directamente o no- conducir de nuevo hacia él todos los
elementos de una lengua? ¿No es él eso en lo que cualquier idioma puede ser
vuelto a traducir y no forma un conjunto de puntos gracias a los cuales todas
las lenguas del mundo actual o pasado comunican? Él es el elemento de la
traducción universal: otro en relación con todas las lenguas y el mismo en cada
una de ellas.
Ahora bien, Brisset
no se dirige hacia aquella lengua suprema, elemental, inmediatamente expresiva.
Sino que se queda quieto sin moverse del sitio, con y en la lengua francesa,
como si ella fuera en sí misma su propio origen, como si hubiera sido hablada
desde el fondo del tiempo, con las mismas palabras, o faltándole unas pocas,
distribuidas solamente en un orden diferente, trastornadas por metátesis,
encogidas o distendidas por dilataciones y contracciones. El origen del francés
no es para Brisset algo anterior al francés; es el francés que juega consigo
mismo, y que cae ahí, al exterior de sí, con una polvareda final que es su
comienzo.
Sea el nacimiento del mentón:
“El mentón = él
aumentó. Por esta relación, el mentón aumenta después de que hayan sido
mentadas la cara o la mandíbula. Sal mentón = Se
alimentó. Comienzan a tomarse los ajos como ali-mento cuando el
mentón, hasta entonces ali-corto, se formó. Con la llegada del
mentón el antepasado se hizo vegetariano.” 2
A decir verdad, no
hay para Brisset una lengua primitiva que se pudiera poner en correspondencia
con Siete sentencias sobre el séptimo ángel los diversos elementos de las
lenguas actuales, ni siquiera cierta forma arcaica de lengua de la cual se
pudiera hacer que derivara, punto por punto, la que hablamos; la primitividad
es más bien para él un esta do fluido, móvil, indefinidamente penetrable del
lenguaje, una posibilidad de circular por él en todos los sentidos, el campo
abierto a todas las transformaciones, inversiones y recortes, la multiplicación
en cada punto, en cada sílaba o sonoridad, de los poderes de designación. En el
origen, lo que Brisset descubre no es un conjunto limitado de palabras
sencillas sólida mente amarradas a su referencia, sino la lengua tal como hoy
la hablamos, esta misma lengua en el estado de juego, en el momento en que se
arrojan los dados, en que los sonidos ruedan aún, dejando ver sus sucesivas
caras. En esa primera edad, las palabras brincan fuera al toque de corneta decisivo,
y son recuperadas sin cesar gracias a él, volviendo a caer de nuevo, cada vez
según nuevas formas y siguiendo reglas diferentes de descomposición y de
reagrupamiento:
“El demonio =
el dedo mio no. El demonio presume de dos dedos -dedos de
dos-, dado el dedo de Dios, su sexo... Invertida, la palabra demonio da:
la monda = una mondadura = un mundo de altura. A lo alto del
mundo = yo empino el mundo. El demonio se con vierte así en señor del mundo en
virtud de su perfección sexual... En su homilía él se guiaba
por su ombligo: su ombliguía. La homilía es la
mira del maligno. De un mar ígneo, ven tú, el más
digno: el maligno es una criatura del mar, de un mar tibio. Ahí
salta y sortea el martirio. Con mi salto al mar me tiro.”
3.
Dentro del lenguaje
en emulsión, las palabras saltan al azar, como en las ciénagas primitivas
nuestras ranas antepasadas brincaban según las leyes de una suerte aleatoria.
En el comienzo eran los dados. El redescubrimiento de las lenguas primitivas no
es en absoluto el resultado de una traducción; es el recorrido y la repetición
del azar de la lengua.
Por esto es por lo
que Brisset estaba tan orgulloso de haber demostrado que el latín no existió.
Si hubiera habido latín, sería preciso remontar desde el francés actual hacia
esa otra lengua diferente y de la que habría derivado según esquemas
determinados; y más allá sería preciso aún remontar hacia el estado estable de
una lengua elemental. Suprimido el latín, el calendario cronológico desaparece;
lo primitivo deja de ser lo anterior; surge como los lances, encontrados
repentinamente todos, de la lengua.
La envoltura al
infinito
Cuando Duret, de
Brosses, o Court de Gebelin se esforzaban por restituir el estado primitivo de
las lenguas, reconstituían un conjunto limitado de sonidos, de palabras, de
contenidos semánticos y de reglas de sintaxis. Con el fin de formar la raíz
común de todas las lenguas del mundo, y para volverse a encontrar aún hoy en
cada una de ellas, era muy necesario que ese idioma fuera pobre en elementos y
limitado en sus leyes de construcción. En último término, un solo grito (un
solo grito que se diferencia de cualquier otro ruido o que se opone a otro
sonido articulado) es lo que hay en la punta de la pirámide. La lengua
primitiva es concebida tradicionalmente como un código pobre. La de Brisset es
por el contrario un discurso ilimitado cuya descripción no puede nunca estar
acabada. Y esto por muchas razones.
Su análisis no conduce un
término contemporáneo a un elemento primero que se podría encontrar en otra
parte y más o menos disfrazado: hace que la palabra estalle sucesivamente en
muchas combinaciones ele mentales, de manera que su forma actual descubra,
cuando se la descomponga, muchos estados arcaicos; éstos, desde un principio,
diferían unos de otros, pero mediante juegos de apisonamientos, de
contracciones, de modificaciones fonéticas propias de cada uno, han terminado
por converger todos en una sola y la misma expresión que los reagrupa y los
contiene. Es cosa de la ciencia de Dios hacer que reaparezcan y que giren como
un gran año multicolor en torno a la palabra analizada. Así, por ejemplo, la
expresión “a solas”:
“Sólo óyelos = los oye solo. Oye
los holas, oye las olas. Sólo dice: ‘¡Hola! ola’. Dice solo. En soledad, dice
sol: ‘¡Hola! sol’ El océano primitivo trae con el hola del sol la ola de la
soledad. Al sol, la ola sola. La soledad asola. Con la soledad: a solas.”4
Se está en lo
contrario del procedimiento que consiste en buscar una misma raíz para muchas
palabras; se trata, en función de una unidad actual, de ver cómo proliferan los
estados anteriores que han llegado a cristalizar en ella. Recolocada en el
vasto líquido primitivo, cualquier expresión actual revela las múltiples
facetas que la han formado, que la limitan y que dibujan para los únicos ojos
enterados su invisible geometría.
Además, una misma palabra
puede volver a pasar muchas veces por el filtro del análisis. Su descomposición
no es unívoca ni está adquirida de una vez por todas. Sucede muy a menudo que
Brisset la recupere, y en muchas ocasiones, tal, como sucede con el verbo “ser”
analizado unas veces a partir de haber, otras veces a partir de sexo. En último
término, se podría imaginar que cada palabra de la lengua puede servir para
analizar todas las demás; que todas ellas son, unas para otras, principios de
destrucción; que toda la lengua por entero se descompone a partir de sí misma;
que es su propio filtro, y su propio estado originario; que es, en su forma
actual, el resultado de un juego cuyos elementos y reglas están poco más o
menos sacados de esta forma actual que es precisa mente la que hablamos. Si
hiciéramos que pasara cualquier palabra de hoy por el filtro de todas las
demás, habría tantos orígenes como palabras hay en la lengua. Y muchos más
todavía, si se recuerda que cada análisis ofrece, en grupo inseparable, muchas
descomposiciones posibles. La búsqueda de su origen, según Brisset, no comprime
la lengua: la descompone y la multiplica por sí misma. Finalmente, último
principio de proliferación: lo que se descubre, en el estado primero de la
lengua, no es un tesoro, incluso considerablemente rico, de palabras, sino una
multiplicidad de enunciados. Por debajo de una palabra que pronunciamos, lo que
se oculta no es otra palabra, ni siquiera muchas palabras soldadas juntas,
sino, casi siempre, una frase o una serie de frases. He aquí la doble
etimología -y admiramos precisamente la doble gemelaridad- de origine y
de imagination:
“Eau rit, ore ist, oris. J’is
noeud, gine. Oris = gine = la gine urine. Veau rit gine. Au rige
ist noeud. Origine. L’écoulement de l’eau est à l’origine de la parole.
L’inversion de oris est rio, et rio ou rit
eau, c’est le ruisseau. Quant au mot gine il s’applique bientôt à la
femelle: tu te limes à gine? Tu te l’imagines. Je me lime,
a gine est? Je me imaginais. Once, l’image ist né; on
ce, lime a gine ai, on se l’imaginait. Lime a gine á sillon; l’image
ist, noeud á sillon, l’image ist, n’ai á sillon.” 5
El estado primero de
la lengua no era por tanto un conjunto definible de símbolos y de reglas de
construcción, era una masa indefinida de enunciados, un chorrear de cosas
dichas: lo que debemos encontrar sobre el séptimo ángel detrás
de las palabras de nuestro diccionario no son constantes morfológicas, sino
afirmaciones, preguntas, anhelos, mandatos. Las palabras son fragmentos de
discursos trazados por ellas mismas, modalidades de enunciados coagulados y
reducidos al neutro. Antes que las palabras estaban las frases; antes que el
vocabulario estaban los enunciados; antes que las sílabas y el acomodo
elemental de los sonidos estaba el indefinido murmullo de todo lo que se diría.
Efectivamente, antes de que hubiera lengua se hablaba. Pero ¿de qué se hablaba
si no era de ese hombre que aún no existía puesto que no estaba dotado de
ninguna lengua, de qué si no era de su formación, de su lento acomodo a la
animalidad, si no era de la ciénaga de la que penosamente escapaba su
existencia de renacuajo? De modo que bajo las palabras de nuestra lengua actual
se dejan oír frases -pronunciadas dentro de esas mismas palabras o casi -por
hombres que aún no existían y que habla de su nacimiento futuro. Se trata, dice
Brisset, de “demostrar la creación del hombre con materiales que vamos a tomar
de tu boca, lector, donde Dios los había colocado antes de que el hombre fuera
creado”. Creación doble y entrecruzada del hombre y de las lenguas, sobre el
fondo de un inmenso discurso anterior.
Buscar el origen de
las lenguas, para Brisset, no es encontrarles un principio de formación en la
historia, un juego de elementos revelables que aseguren su construcción, una
red de comunicación universal entre ellas. Es más bien abrir cada una de ellas
a una multiplicidad sin límite; definir una unidad estable en una proliferación
de enunciados; volcar la organización del sistema hacia la exterioridad de las
cosas dichas.
Siete sentencias sobre el séptimo ángel; traducción Isidro Herrera, Madrid, Arena Libros, 1999, pp. 17-28.
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