El primer reportaje sobre la obra del cartero Ferdinand Cheval fue algo más que un asombrado comentario junto a unas espléndidas fotografías del Palacio Ideal; fue también su “Autobiografía”. Quizá porque semejante construcción dejó atónitos a los editores de la popular revista La Vie Ilustrée, estos pidieron al propio cartero que contara su maravillosa historia para los lectores del magazín.
“Nos envió esta
especie de autobiografía -comentan en la brevísima presentación- que
reproducimos sin cambiar una palabra, porque el señor Cheval, arquitecto,
escultor, albañil, pintor, cartero, es también -sin juego de palabras
desafortunado- un hombre de letras muy suficiente.”
Cheval firmó su escrito el 15 de marzo de 1905, no apareciendo hasta el 10 de noviembre bajo el título "Le Palais Idéal d´Auterives et son architecte".
El eco en la prensa
ilustrada española no se hizo esperar. Pocos días después, Vida galante daba a
conocer algunas de las fotografías, y no mucho más tarde, La Ilustración Artística y Por esos mundos se encargan de reproducir casi todo el
material: exordio, imágenes, y el texto de Cheval. De este modo, los lectores
de lengua española conocen de la existencia de la portentosa obra al
mismo tiempo que los franceses.
De ambas traducciones, la de Por esos mundos es algo más cuidada y completa. Como de costumbre, no se alude al traductor. La Ilustración artística consigna al propietario de las fotografías (Hutin, Trampus y C.a), cuya señas, curiosamente, no aparecen en la publicación francesa.
Para entonces, Cheval comenzaba a ser objeto de curiosidad entre artistas y escritores. En 1904 el joven poeta Emile Roux Parassac visita la construcción todavía inconclusa, que le inspira su poema “Ton idéal, ton palais”.
Al reportaje siguió la edición de las primeras postales, en las que se insertan fragmentos de la autobiografía. Es así como su historia sigue circulando, con la requerida explicación, y como el escritor Cheval contribuye a la publicidad de su obra y su figura. En 1907 tiene que contratar a una encargada para atender a los cuantiosos visitantes. En 1912 concluye por fin el palacio, aunque tiene todavía que construir su tumba, que le tomará una década más.
Por su parte, el descubrimiento del palacio del cartero por los surrealistas se produce a finales de los veinte. En 1928 lo visita el poeta y cineasta Jacques-Bernard Brunius, quien regresa al año siguiente con su cuñada, la fotógrafa Denis Bellon. Brunius escribe el artículo "Ferdinand Cheval, facteur, constructeur du Palais de l'Idéal" (Varietés, junio 15, 1929), y la misma publicación, en un número dedicado al surrealismo, reproduce par de aquellas de fotografías junto a una de las inscripciones del cartero: "Todas mis ideas me vienen durante el sueño, y cuando trabajo, tengo siempre presente mis sueños en el espíritu".
A Brunius se debe también el primer filme, al consagrarle espacio en Le violon d' Ingre. Su serie fotográfica con Bellon puede consultarse aquí.
Se suceden entonces las visitas de André Breton, Valentine Hugo, Max Ernst, Paul Éluard, e incluso Alejo Carpentier. Bretón se detiene en Hauterives junto a Valentine en septiembre de 1931. Impresionado, realiza numerosas fotografías que mostrará en París a sus amigos. Un año más tarde, publica su poema "Cartero Cheval" e incluye una de las instantáneas -en la que aparece asomando por una de las grutas- en Los vasos comunicantes. Aunque en el libro no se menciona a Cheval, la inclusión de esa imagen era todo una declaración. Velentine Hugo concibe -también en 1932- su Retrato del Cartero Cheval, y ese mismo año Max Ernst realiza su conocido collage.
En su artículo "Le message automatique" (Minotaure 3-4, diciembre 1933), que puebla de imágenes visuales para coronar su tesis -dibujos de médiums y de locos-, Breton incluye otra de las fotografías del Palacio Ideal, que tampoco comenta, como si probara por sí sola la existencia de una "arquitectura automática." Más adelante, se referirá al desván en que Cheval guardaba su carretilla como al único "lugar útil" en todo el entorno. Y así lo recuerda en el Diccionario Abreviado del Surrealismo: "Al maestro incontestable de la arquitectura y de la escultura medianímicas le ha obsesionado el aspecto de las paredes de las grutas, de los vestigios de fuentes petrificantes de esta región de la Drome donde, durante treinta y seis años, realizó a pie su viaje".
Carpentier pudo visitar la obra del cartero hacia la misma época. En su serie sobre "Casas extrañas" (Le Phare de Neuilly, 1933) la comenta con aire de certeza, de quien pasó ya por allí.
La definitiva consagración surrealista le llega al figurar en la célebre exposición Fantastic Art, Dada, Surrealism, celebrada en Nueva York en 1936. Entonces atrae la atención de Man Ray, Picasso, Matta, y otros muchos.
Aun así la autobiografía no circulará de modo extenso hasta 1937, cuando André Jean la recoja en el folleto Le Palais idéal du Facteur Cheval a Hauterives, en este caso un original aportado por los descendientes.
AUTOBIOGRAFÍA DEL CARTERO CHEVAL
EL Palais Idéal, que
levanta su silueta fantástica en Hauterives, departamento de Drome, en Francia,
es seguramente una de las cosas más extraordinaria que existen: puede
considerarse como obra maestra de la habilidad y de la paciencia humanas. Una sola
persona ha levantado este edificio: el cartero M. Cheval, dependiente de las
Oficinas de Correos de aquel departamento. Este M. Cheval ha sido a la vez
arquitecto, escultor y albañil. Para llevar a cabo su propósito no solicitó
colaboración de ninguna otra persona ni ayuda de nadie: cada piedra de su
Palacio Ideal ha sido elegida por él y hasta transportada por su propio fuerzo al lugar donde debía
ser colocada para constituir, al fin, el edificio.
No es esto un cuento, lector amigo. Es una historia. Es la demostración palpable del poder de la voluntad. El mismo M. Cheval nos relata su historia y la de su Palacio, con detalles muy curiosos o interesantes. Dejémosle hablar y oigámosle lo que dice:
Hijo de un aldeano, soy también aldeano.
Empleado de Correos desde mis mocedades, hace veintinueve años que sirvo al
país como cartero rural de una región bañada por el mar, que ha dejado en todo este
territorio señales evidentes de su vecindad. Observando atentamente y un día
tras otro los efectos de ese mar en el paisaje, poco a poco fue apoderándose de
mi imaginación el proyecto de un edificio fantástico coronado por torres,
rodeado de grutas, adornado con esculturas. Y tan pintoresco y bello lo ideé, que
la imagen de tal palacio no se alejó un solo día de mi mente durante más de
diez años.
Cada vez más enamorado de la
idea, quise pasar del proyecto a la realidad. Pero la distancia que tenía que
salvar era grande, inmensa. Parecíame imposible recorrerla: jamás había empuñado
yo el palustre del albañil ni el cincel del escultor; y palustre y cincel eran
indispensables para la realización de mi obra fantástica. En estas condiciones,
mi propósito llegó a parecerme alucinación de un loco, y no me atreví a ponerlo
en conocimiento de ninguna persona.
Pero un incidente hizo que, a pesar de todo,
yo no abandonara mi propósito: mis pies encontraron cierto día un obstáculo que
me hizo caer. Quise ver de cerca la piedra que motivó el accidente, y su forma
rara me hizo llevármela a casa y volver al día siguiente al mismo sitio, donde
encontré otras piedras tan bellas como la primera.
Esta circunstancia me entusiasmó
y me dije: “Puesto que la naturaleza me proporciona las piedras talladas, seré
arquitecto y albañil”.
Desde este momento, registré las costas, las
profundidades y los terrenos áridos, empezando la recolección de mis
materiales. De los treinta kilómetros de caminata diaria, lo menos diez los
recorría con un peso de treinta y cuarenta kilogramos sobre las espaldas.
La obra ha durado veintiséis años, sin tregua
ni descanso. En cuanto a los planos y figuras que había que adoptar, fueron
precisas combinaciones y ensayos múltiples. Hoy que el monumento está en pie,
me siento feliz al oír las exclamaciones de asombro de los visitantes. He aquí
la descripción de mi palacio:
La fachada Este mide veintiséis metros de
longitud; la del Norte, catorce; la del Sur, diez. Las dos últimas constituyen
la cuarta parte del edificio, con una longitud media de doce metros y una
altura de ocho a diez. Entre las fachadas Este y Oeste, una galería de veinte
metros de longitud por un metro cincuenta de anchura, ofrece en sus dos
extremidades una especie de catacumba o laberinto; en una de ellas aparecen en
conjunto elefantes, osos, cascadas y moluscos, bajo la vigilancia de un pastor;
y en la otra, siete figuras de la antigüedad, y avestruces, flamencos y
águilas.
Del mismo lado, en medio del monumento y a cuatro metros de altura, existe una gran terraza de veintitrés metros de longitud por ocho de anchura, a la cual terraza afluyen cuatro escaleras giratorias, de las que parten otras que suben a la Torre de la Barbarie, que tiene en uno de sus lados un genio que ilumina el mundo. La fachada Este representa por todas partes animales informes a causa de los materiales duros empleados. La cascada del centro ha llevado dos años de trabajo; la pequeña gruta vecina, tres; y la grande con sus tres gigantes, recuerda un poco a Egipto.
Sobre la Torre de la Barbarie,
una especie de jardín suspendido ofrece higueras, cactus, palmeras y olivos
guardados por el águila y el leopardo. Por encima de una cueva existen
personajes y una tumba imitada de los tiempos de los hindús, con objetos cristianos,
dos coronas de piedra, la gruta de la Virgen, los cuatro evangelistas, un
calvario, peregrinos, ángeles y un pequeño genio, todo compuesto de pequeños
adornos rocosos.
Siete años he necesitado para construir esta
parte, que mide diez metros y medio de altura, cinco de longitud y cuatro de
anchura.
En la fachada Oeste aparece una mezquita
árabe, con sus minaretes y su media luna; un templo hindú, un chalet suizo,
la Casa Blanca y la casa Carré, de Argel, y un castillo de la Edad Media. Pequeños guijarros de río, reunidos
en forma de cubo de mármol, de diversos colores, han servido para construir la
Casa Blanca y la Casa Carré de Argel con la terraza adornada y una pequeña
palmera en el centro. En fin, con piedras rojas halladas en Rochetaillée es con
lo que el castillo de la Edad Media ha adornado sus bordeadas torres, sus
galerías y sus puentes levadizos. Piedras talladas por la Naturaleza y en las
que figuran animales, terminan la fachada del Sur, donde se encuentra un museo
prehistórico con sílice y piedras talladas.
Las fachadas Sur y Oeste han exigido seis años
para su construcción. Mi obra, en fin, ha necesitado tres mil quinientos sacos
de cal y de cemento y me ha costado cinco mil francos.
Por esos mundos (Madrid), Año VII, Núm.
143, 1 de diciembre de 1906, pp. 496-98.
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