Eduardo Varela Zequeira
El moreno Pablo Cantero y Cantero era de 43 años de
edad, soltero, de oficio campesino, natural de Sancti-Spíritus, provincia de Santa Clara, y vecino de Camajuaní con
residencia en Vegas de Palma.
Sus señas particulares eran, estatura baja,
pelo pasa, cejas al pelo, ojos negros, nariz chata, boca regular, con bigote
pequeño, y pera y una cicatriz en el
labio superior, a la derecha.
En el año 1889, en unión de su hermano
Casimiro y del blanco Evangelista del
Río, hoy en presidio, robaron a D. Liberato Martínez en su finca «La Caridad»,
Vegas de Palma, por lo que se les siguió causa criminal.
Al registrar las moradas de los mismos la
Guardia Civil que los perseguía, encontró al moreno Pablo y lo llevaron, a su
petición, para que como testigo presenciara el registro; de regreso, al entrar
en la casa, hirió a uno de los guardias
proporcionándose la fuga.
En el mismo mes de Enero fue capturado por la
Guardia Civil, lo mismo que su hermano y el Evangelista del Rio. De resultas de
la herida murió el guardia al siguiente mes.
Las dos causas que se le siguieron se
instruyeron por la jurisdicción de Guerra.
El día 22 de Mayo de 1891 al salir el reo, de
la cárcel de Remedios para ser conducido a Santa Clara donde le esperaba el
verdugo Valentín, sacó una navaja que
llevaba escondida en una manga de la camisa y se infirió con ella varias
heridas en el cuello de carácter leve.
Este accidente hizo que la ejecución se efectuase
en Remedios en vez de Santa Clara como
se había dispuesto accediendo a las voluntades de los vecinos de la primera de
las poblaciones citadas.
A las 6 de la mañana del 26 de Mayo de 1891, a
presencia del Fiscal, del Secretario de la causa y de dos médicos, oyó,
impasible, su sentencia de muerte, el reo Pablo Cantero.
Enseguida preguntó a los médicos si podía
hablar, arengando que si lo habían de
matar al fin, bien pudieron haberlo hecho antes.
Pidió una copa de gincocktail y que lo
trasladasen a la capilla en un sillón.
Al entrar los sacerdotes en aquella, el reo se mostró sumiso y se confesó;
pidiendo luego vino dulce, que le fue servido.
Le
asistió el vicario y cura párroco de Vueltas, de donde procede el reo.
Cantero habló de las familias que conocía; y
al ver al guardia que le impidió suicidarse, se lamentó amargamente de no haber
podido realizar su intento.
Dijo que lo matasen pronto, a fin de evitar
molestia a todo el mundo.
Cantero estuvo otra vez en capilla, cuando
militaba en las filas insurrectas. Salvó
su vida a consecuencia del pacto del Zanjón, estando muy mejor de las heridas
que se causó en el cuello al ser trasladado a Santa Clara.
Estaba muy animoso, sereno y sin afectación
alguna.
En la orden de la plaza se dispuso que dos
médicos permaneciesen constantemente en la capilla.
Ningún carpintero de Remedios quiso levantar
el patíbulo. Lo hizo Valentín, el verdugo.
El reo obsequió a la guardia con el vino que
pidió. Dijo que no quería ver a su mujer, porque padece de ataques. Pidió ver a
su hija.
Cantero se encontraba muy
débil. Para almorzar pidió sopa de sustancias con fideos y huevos: no quiso
otros alimentos. Tomó la sopa con gran
trabajo, por el dolor que aun le producían las heridas del cuello.
Al penetrar su hija en la capilla, la cargó en
sus brazos; y acariciándola, dijo: — “¿Verdad que es mi retrato?” La escena fue
triste. El reo se conmovió, despidiéndola inmediatamente. La niña se llama
María Covadonga; tiene año y medio de edad. La infeliz criatura no conocía a su
padre; y extrañando su presencia, prorrumpió en llanto.
El sacerdote que le asistió entregó a Pablo el
dinero que había recibido para su hija, que fue remitido a su madre.
El médico hizo una cura en las heridas que
tenía el reo.
Cantero mostró deseos de acostarse, quiso
dormir y suplicó al sacerdote no le abandonase. El médico pidió al oficial de
guardia en la capilla que ordenase cambiar los grillos por otro medio de garantía
menos repugnante e incómodo. El oficial accedió.
Al preguntársele al reo si quería retratarse,
contestó:
— “Sí; que no me saquen muy feo”.
La víspera el alcaide cometió una imprudencia,
diciendo a Cantero: —«Valentín; ya te dieron coñac».
Al rectificar el alcaide, Cantero le dijo: —"Ud.
cree que yo no sé que ya está aquí Valentín. Ye le cantare una décima».
El reo pidió escribir a un compadre.
Pocos momentos después durmió tranquilamente.
Valentín
tenía hecho un recibo de treinta pesos en oro por levantar el patíbulo. Quería
el pago adelantado.
Dijo que temía la muerte de Cantero, «pues
perdería la onza.»
Pidió constantemente éter para aspirar.
Los carretoneros se negaron a conducir la
máquina patibularia desde el paradero a la cárcel.
Con grandes dificultades pudo conseguirse la
traslación a esta.
En Remedios no había hopa y se hacía muy
difícil encontrar una persona que quisiera confeccionar una.
El reo durmió tranquilamente tres cuartos de
hora, despertando muy natural. Se le quitaron los grillos. Pidió al Dr. Seiglie
le escribiese una carta a su hermano Casimiro.
El reo la dictó del siguiente modo:
«Casimiro Cantero.— Presidio de la Habana.
Querido hermano: ¿Por qué no me has escrito ni
contestado mi carta que te escribí, desde la Semana Santa?
Al mes siguiente de Semana Santa estuvo aquí
tu comadre Isabel Ariosa y me dijo que iba a verte; pero no la he vuelto a ver
y no sé si ya fue.
Te mando muchos recuerdos, y cuando recibas
ésta, habré fallecido. Le he encargado al médico Seiglie que te mando un
retrato mío, de los que me voy a hacer en la Capilla. Aunque tú seas mayor que
yo, como voy a morir, te doy el consejo que si algún día encuentras un camino y
vereda, cojas el camino y dejes la vereda.
Sin más por hoy, te abraza tu hermano.— Pablo Cantero. >
A su ruego, ante el Presbítero. — José Antonio Ascue.>
El Dr. Seiglie dispuso que se retratase al
reo.
El oficial de guardia le dijo a Cantero que no
pusiera la cara triste. El reo contestó diciendo: — ¿Por qué he de estar triste?
Pidió borceguíes nuevos porque —dijo— a nadie
entierran con zapatos viejos.
Se los trajeron.
Tomó un refresco. Se retrató con la cara
risueña, admiró la operación exclamando: “Parece brujería”.
Quiso ver el retrato. Pidió que lo enterasen
con certeza si a su hermano le han rebajado dos años de la condena. Preguntó
donde se hospedaba el verdugo, porque
sabiendo que estaba en la cárcel le extrañaba no verle.
Preguntó al oficial de guardia:
— ¿Me concederán lo que pido?
—Hay orden para darte todo.
—Pida al General que me fusilen, pero que no
me den garrote.
No quiero que me mate el verdugo ni la guardia
civil. Escojan cuatro soldados que tiren bien.
—Veré al comandante de la fuerza y se
telegrafiará. El señor Orozco ha reiterado la petición del indulto.
—Es perder el tiempo. Mucho hice yo para que
me indulten. Estoy muy seguro de que me matarán y a ello estoy ya decidido.
Valentín, el verdugo, cobró, por adelantado,
cuarenta y siete pesos oro por la ejecución y por armar el patíbulo.
A las 3 de la tarde el reo tomó agua
azucarada, comenzando a notársele algo excitado.
A las 4 tomó un plato de sopa, con regular
apetito; pero con bastante excitación nerviosa.
Al tomar una copa de vino cantó lo siguiente,
llevando el compás con los pies:
«A mí me dijo mi padre
que no hiciera desatino,
que me tomara este vino
y me acordara de mi madre.»
Se rió nerviosamente al concluir de cantar.
A las 4 y media tomó natilla, chocolate y
bizcochos. La excitación nerviosa le aumentaba.
Al decírsele que se había pedido nuevamente el
indulto, por conducto del licenciado Arged, prorrumpió en risotadas, cantando luego:
“Ya Saturnino cesó,
ya esa linterna no alumbra,
ya ese tunal no da tunas
ya ese tiempo se acabó.”
A
las 6 y media de la tarde se acostó. Parecía que dormía. Tenía ligeros estremecimientos.
A los 20 minutos de haberse acostado, abrió los ojos y pidió agua. Notábase en
él, gran decaimiento.
A las 7 ordenóse la salida del público que
estaba en la capilla, quedando solamente los representantes de la prensa,
sacerdote, médicos y el Dr. Seiglie que lo acompañaba constantemente.
A las 7 y quince —el reo tenía fiebre.
Treinta y nueve grados de temperatura y ciento
veinte pulsaciones por minuto.
Parecía que por momentos su fisonomía
envejecía.
A las 9: igual temperatura y 126 pulsaciones.
Se muestra cansado; habla poco. La fisonomía del reo puede considerarse
cambiada totalmente. Se ha demacrado mucho, alargándosele el rostro.
El reo niega haber estado otra vez en capilla,
pero confirma que estuvo diez años en la guerra. Dice que caudillos reconocidos
de la revolución pueden decir si su
conducta fue irreprochable.
Después de los ruegos de las personas que se
hallaban en la capilla, tomó un poco de bromuro que lo calmó. Durmió de 9 a 10,
tranquilamente. Al despertar, su estado general era mejor.
El comandante militar comunicó al oficial de
la capilla, que el Gobernador General había negado la petición del reo de ser
fusilado, en vez de agarrotado.
El oficial se lo manifestó a Cantero.
A las exhortaciones del sacerdote, respondió
el reo que moriría con valor; y que «probaría que siempre era Pablo Cantero.»
Cantero volvió a dormir desde las 12 y media
hasta las 2 y 40.
A los dos sacerdotes respondió con gran
humildad.
A las 3 de la madrugada la escolta de Valentín
condujo a éste para el lugar del patíbulo.
Desde la capilla se oían los martillazos sobre
el tablado y las voces del centinela.
El aspecto de la capilla era siniestramente
imponente.
A las 4 comenzó a celebrarse la misa por el
Pbro. Sr. Azcue. Dos sacerdotes más acompañaron al reo, que estaba sentado en
una butaca. Cantero oyó la misa con gran devoción, comulgando después.
Mostróse más sereno. Temperatura 37. Pulso 74.
Inspiraciones 28.
Los doctores Seiglie y González acompañaron al
reo toda la noche.
Cantero tomó café a las 4 y 45. Más tarde
bebió cognac y ojén.
A las 5 y 20 pidió al oficial que lo dejase
salir para el patíbulo bailando al compás de instrumentos de cuerda.
Esta petición causó verdadero terror.
Mostró empeño en que lo acompañase hasta el
patíbulo un joven moreno que lo había asistido durante su enfermedad y en la capilla.
Dio las gracias a los médicos y sacerdotes que
tanto se han molestado por él.
A las 5 de la mañana comenzaron a llegar las
tropas que formaron el cuadro.
Algunas mujeres, al acercarse al patíbulo,
fueron retiradas por el centinela, que les dijo:— “Las mujeres no deben salir
de su casa para ver esto”.
Valentín entró en la capilla, para pedir
perdón al reo. Este contestó:— «Te perdono, sé que tú no me matas, me mata la
Ley.»
La
ejecución
Al salir para el patíbulo, en medio del patio
de la Cárcel, Cantero dijo a los presos con calma imperturbable:
—«Compañeros: esto está destinado a los
hombres.»
En todo el camino fatal hasta el patíbulo, el
reo cantó décimas.
Ya sobre el tablado horrible. Cantero bailó el
zapateo.
Este incidente causó asombro extraordinario.
Su valor fue sin ejemplo. Sentado ya en el
banquillo dio un ¡Viva a Cuba! agregando: ¡Adiós hermanos!
Al subir la escalera del patíbulo pronunciaba
frases para animarse.
La muerte fue instantánea. Un público numeroso
presenció la terrible ejecución.
El corbatín rompió los puntos de sutura que
tenía el reo en las heridas. El aspecto del cadáver era horrible.
A las 7 y 10 bajaron el cadáver del tablado,
para proceder a su inhumación.
El verdugo, asombrado del valor de Cantero,
creyó que estaba demente.
Los médicos aseguraron que el estado del
cerebro del reo era normal.
En todo el pueblo de Remedios se comentó el
valor y la serenidad pasmosa con que murió el reo Pablo Cantero.
Tomado de Los
bandidos de Cuba, La Habana, 1891, pp. 197-203.
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