Ramón Zambrana
Un enorme caimán (crocodilus
acutus), de cuatro varas y media de longitud, colocado de ujier en la casa
de un ciudadano, no recomienda ciertamente las humanitarias intenciones de éste; y sin embargo la casa de mi afectuoso amigo Juan Antonio Fabre
ha sido invadida de más de doscientas personas en dos días, a pesar de haber en
ella el expresado servidor de palacio.
El Sr. Fabre es habilísimo
preparador naturalista, y la admirable preparación que ha hecho de este fornido
ex-habitante del río Zaza, puede competir con las mejores preparaciones que se
verifican en los museos de Europa. ¡Cuánta vida
está respirando en su sorprendente actitud el anfibio! Tal parece con la boca
entreabierta que olfatea y que está dispuesto a todo. ¡Vade reto! — Del
comedor de la casa de Fabre pasará este caimán a la morada del benemérito
general Dulce, a quien lo regala una persona distinguida.
Juan Antonio Fabre es un
hombre lleno de ciencia y de modestia, infatigable en el trabajo, inimitable en
todo lo que sale de sus manos por la exactitud, el esmero, la delicadeza, la
perfección con que está hecho. Aficionadísimo a la Historia Natural, en todos
sus ramos ha trabajado con un ardor ejemplar, con un gusto exquisito, y él es
hoy quien remite al Jardín Botánico de Madrid un tesoro de plantas por él
preparadas, en una especie de herbarios portátiles, que simulan grandes
volúmenes de obras ricamente encuadernadas. Yo he visto allí un tomo o volumen
en gran folio conteniendo 131 especies de musgos, y otros dos tomos
iguales con 260 especies de líquenes, y otro volumen idéntico con 300
especies de helechos. Y todas estas criptogramas preciosísimas, con cien
y cien especies más, todas desconocidas, todas nuevas, han sido recolectadas
por Wright, botánico inteligentísimo, en la parte oriental de nuestra isla. ¡Prodigiosa
y bendita riqueza de la vegetación cubana, tan pobremente explotada hasta
ahora! ¡Dos mil trescientas especies de las plantas cubanas, de las
recolectadas por Wright, han sido clasificadas por el eminente Gbiseiuch!
También remite Fabre a Madrid multitud de animales bellamente preparados. El pez zorro,
la chopa amarilla, el sábalo, el cachucho, el perro y
otros peces, igualmente notables y raros, se encuentran hoy en su laboratorio,
prontos ya para ir a su destino, desafiando la habilidad de los más diestros en
ese arte, cuyo mecanismo exige indudablemente mucha inteligencia y mucha
instrucción.
Inmediato a
su laboratorio, laberinto inescrutable cuya llave solo él posee, tiene Fabre su
museo, en un corto salón, a cuya entrada me sentí yo sumamente conmovido. Una
emoción particular me asalta siempre de un modo inevitable cuando entro en el
recinto donde el hombre del trabajo, del arte, de la ciencia, atesora sus
adquisiciones, aunque todavía sean estas muy escasas; pero aun me conmuevo más
profundamente cuando veo que ya en aquel recinto no caben los objetos, por más
que se economice y aproveche hasta el lugar menos accesible. En el salón de
Fabre no caben ya todas las cosas preciosas que ha reunido, pero sorprende el orden
con que están colocadas. Es considerable la colección de preparaciones de
animales: mamíferos, aves, peces, reptiles, insectos, moluscos; y al lado de la
colección, o mezclados con ella sin confundirse, madréporas, fósiles,
minerales, nidos, huevos, objetos industriales, rarezas naturales y
artificiales, cuadros al óleo, libros numerosos, láminas, esqueletos, medallas, monedas. Y todo, todo escogido, y estudiado, y preparado admirablemente por
Fabre. Como objetos muy dignos de particular mención recuerdo: una colección de
cangrejos que encierra cuarenta especies, la colección de mariposas lindísima,
muchas aves, varias hutías, un tigre, un mono, un fósil
de Saratoga formado por el tronco de un árbol di cotiledón, un enorme y
completo cráneo de un caimán, un cuadro primoroso hecho con semillas de plantas del
país, una corbata de piel de majá con una semilla por alfiler, una
abundante colección de maderas de Cuba, y
una colección en cera negra de tipos cubanos, que representan al
panadero, al carretillero , al velero y otros varios, algunos de los cuales van
desapareciendo.
Mientras que Juan Antonio
Fabre me enseñaba su museo, en aquel lugar donde su noble ambición no cabía, yo
gozaba doblemente, admirando los bellísimos objetos que encierra el museo, y
envidiando el candor santo, la diligencia fervorosa, el amor acendrado con que
él se detenía delante de cada objeto para explicarme hasta el particular más
insignificante.
¡Oh! Sí, los hombres como
Juan Antonio Fabre, que a la cualidad de caballeros por sus sentimientos y
virtudes, unen el mérito inapreciable de la vida
laboriosa, decididamente empicada en beneficio de las ciencias, de la industria,
de las artes, es a los que se debiera dispensar toda clase de protección por los
amantes del saber, por las corporaciones, por el gobierno; porque ellos son los
que verdaderamente sirven a la patria.
Al salir de la casa de Juan Antonio
Fabre vi cruzar a la bella Rosalía Navarrete, tan lozana y tan animada como la
vi tres meses hace en Saratoga. ¡Dios la guarde! Yo había recorrido los lagos,
después de visitar el Niágara, había hecho la navegación del San Lorenzo hasta
Montreal, y había atravesado el famoso, el estupendo puente Victoria. En
Saratoga vi, con su apreciabilísima familia, a la interesante Rosalía, y
escribí en su precioso álbum los versos siguientes, que han obtenido la más
completa aprobación de S.A. mi esposa: —
Yo
recorrí las campiñas
del suelo que nos circunda,
y engalana y fecunda
la naturaleza hallé:
del suelo que nos circunda,
y engalana y fecunda
la naturaleza hallé:
Y con vigor inaudito
en una y en otra parte
un nuevo triunfo del arte
surgir audaz contemplé.
en una y en otra parte
un nuevo triunfo del arte
surgir audaz contemplé.
Y vi la fugaz corriente
extenderse en ancho río,
y llevar su poderío
extenderse en ancho río,
y llevar su poderío
al
más remoto confín.
Y vi a la airosa colina
suceder la enhiesta cumbre,
queriendo eclipsar la lumbre
del sol aun en el zenit.
suceder la enhiesta cumbre,
queriendo eclipsar la lumbre
del sol aun en el zenit.
Yo
vi el apacible lago,
limpio espejo de la altura,
de llores y de verdura
sus márgenes esmaltar;
limpio espejo de la altura,
de llores y de verdura
sus márgenes esmaltar;
Y luego agitar su seno,
cual sierpe que se desata,
y en soberbia catarata
sus aguas precipitar.
Yo
vi carriles inmensos,
y vi puentes colosales,
y vi profundos canales,
prodigios
de la invención.
Mas
ni la naturaleza,
ni
el arte rico y triunfante
tuvieron
poder bastante
para
colmar mi ilusión.
El
recuerdo de la patria
a
mi espíritu venía,
y su triste poesía
era
a todo superior .
El
hogar de la familia
en
mi mente se pintaba ,
y en él ¡ay! se atesoraba
toda
mi dicha y amor.
Mas
te encuentro, Rosalía,
y el admirable conjunto
recobra
su encanto al punto,
su
vida, su sombra y luz: —
Que
la patria, la familia ,
mujer,
hermosa, cubana,
mi
tierna amiga, mi hermana,
todo
lo compendías tú.
Soliloquios, La Habana, 1865, Imprenta La Intrépida, pp.
27-32.
Fotografía de Lady Alligator Wrestler
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