Felipe Poey
El Anobio más célebre de la
isla de Cuba es el que denomino Anobium bibliotecarum, porque apenas se ve en
otra parte más que en los libros, que perfora en estado de larva y destruye
poco a poco. Este es el motivo porque no he querido conservar el nombre
específico manuscrito de destructor, bajo el cual es conocido en la colección
de mi apreciable amigo el Sr. Chevrolat, de París, ni el de polilla que según
noticias del Dr. Gundlach tiene en el Museo de Berlín. Ya se sabe que estos
nombres por ser inéditos, no son obligatorios, sin embargo de que en otras
ocasiones tendré gusto en aceptarlos (…)
Historia.—No ha llegado a mi
noticia que este insecto destructor se encuentre en otra patria fuera de la
cubana; y aunque he visto en las bibliotecas de Europa algunos libros
agujereados a la manera de los nuestros, presumo que es por otra especie del mismo
género; pues, la de esta Isla ha tenido en la colección del Sr. Chevrolut, en
París, un nombre manuscrito como especie inédita. Durante los muchos años que
recojo insectos en la isla de Cuba, no lo he hallado más que en los libros,
salvo una vez que fue encontrado en una Ceiba; pero sé que en su voracidad no
respeta la madera, pues he visto un tomo en folio empastado con una tabla dura,
que fue perforada en todos sentidos, quedando intacto el pergamino del lomo: y
el Sr. Ldo. D. Antonio Bachiller y Morales, que no pierde la ocasión de dar
impulso a las ciencias, al paso que ilustra la literatura y la historia, me
remitió un trozo de cedro desecado y acribillado por las larvas del Anobio de
las bibliotecas, con individuos perfectos de machos y hembras, llamando al
mismo tiempo mi atención sobre un parásito que no me era desconocido y de que
hablaré al fin de este artículo.
El insecto parece nocturno:
sus estragos no son causados por el animal perfecto, sino por los hijos en
estado de larva, que viene a ser el gusano antes de haber cobrado las alas. En
general esto sucede en toda esta clase de invertebrados, en que el macho y la
hembra viven el corto tiempo necesario para propagar la especie; mientras que
las larvas al salir del huevo crecen con lentitud, mudando muchas veces de
piel, y pasando por el estado inactivo de ninfa antes de su última
trasformación. La madre, aturdida por el olor de los papeles y libros
acumulados en bibliotecas cerradas, oscuras y húmedas, se introduce por los
mínimos intersticios, y llega a las materias que deben servir de alimento a sus
hijos: cediendo al imperioso impulso que la guía, deposita sus huevos sobre el
lomo o cantos de los libros que el hombre guarda para Henar sus ambiciosas
esperanzas de ciencia y felicidad terrestres. Un corto número de larvas salen
de estos huevos, y penetran con auxilio de sus fuertes mandíbulas, en el
interior del volumen, que perforan en galerías cilíndricas, comiendo los
materiales y tapando con sus excrementos el camino que recorren. Los intrincados
laberintos que de esta suerte practican, se notan por lo regular en la orilla,
principalmente en el lomo del libro, y solamente cuando la destrucción se
encuentra muy adelantada, se resuelven a invadir el centro. Parece que en sus
rodeos vuelve la larva a la superficie próxima para procurarse una salida
cómoda en su última trasformación. Así es que los libros de margen ancha salvan
muchas veces lo impreso. Los excrementos que la larva deja tras de sí, son
compactos y pegan las hojas, dejando el libro difícil de abrir; y causa
admiración, en vista de lo que acabo de decir, que el animal encuentre en las
profundidades en que se aventura, suficiente cantidad de aire para los
fenómenos de la respiración, necesarios a
todo ser organizado.
Cuando importa a la salubridad de la atmósfera
y a la salud de los seres que en ella buscan su existencia, que el cadáver de
un buey desaparezca en breve, acuden las fieras terrestres y los buitres
rapaces; acuden los insectos necrófagos que abundan en todas partes, entre
ellos unas moscas vivíparas que devoran más que un león, gracias al número de
sus hijos, y al desarrollo de las larvas, sucediéndose rápidamente las
generaciones, y compensándose la pequeñez con el número. Pero en el caso
presente, que conviene al hombre salvar los archivos de su inteligencia, y los
comprobantes de sus contratos civiles, refrena la Providencia el azote
destructor; y en el conflicto inevitable de la vida con la muerte, envía un
enemigo de fecundidad escasa, de desarrollo lento, de vuelo perezoso, cuyas
generaciones se ceban en un mismo volumen, y cunden a otros tardíamente; por lo
que ha sido llamado Anobio, esto es, sin vida. Estas consideraciones se
renuevan con frecuencia en la contemplación de lo creado, inclinando el ánimo a
la gratitud, y por este afecto a los sentimientos religiosos.
Mejor fin se conseguirá si
los fabricantes de papel estudian el efecto de ciertos ingredientes que
pudieran introducir en la confección de aquel material; porque he visto libros
que por la calidad del papel se han preservado en medio de la completa
destrucción de otros. Rrecuerdo haber tenido en la mano una obra en folio 6 con
bellas láminas de historia natural: todo el texto estaba comido, y las láminas
quedaron intactas; cuando más la primera arañada. El folleto de Ramírez sobre
las aguas de San Diego, impreso en la Habana, salvaba las cubiertas, que eran
de una simple hoja de papel, al paso que perdían las demás hojas. He visto un
libro inglés conservarse sano en medio de lastimosas averías. Un lomo de
pergamino preserva más que el becerro y la badana.
1853
No hay comentarios:
Publicar un comentario