La gente en el Café Lehmitz tenía una
presencia y una sinceridad que a mí me faltaba. Estaba bien estar desesperado,
ser tierno, sentarte solo o compartir la compañía de los demás. Había una gran
calidez y tolerancia.
Escojo un lugar, a alguien, me presento,
establezco una conversación, hablo de ellos y hablo de mí, les pido permiso
para fotografiarlos, pero luego no lo hago.
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