Enrique LLuria y Despau
De nada se han escrito y dicho más frases bonitas y anodinas que de la salud. Si quisiéramos citarlas, llenaríamos un volumen. Ni la Medicina ni la Higiene tienen solución para el problema de la salud: consejos y preceptos, muchos; soluciones de verdad, ninguna. El problema de la salud está íntimamente ligado al problema social; mientras la humanidad no tenga otro estado mejor, poco adelantará en su salud. De poco le servirá al que no tenga recursos, que la Higiene le dé consejos. Y al decir esto no sólo nos referimos al menesteroso y a la clase proletaria, sino que también a toda clase de empleados, que viven sin poder llenar todas sus necesidades; nos referimos, además, a todos aquellos a quienes las exigencias sociales les piden más de lo que pueden dar, y les dan menos de lo que merecen; a toda esa gran masa víctima de la ley de la lucha por la vida, de esa ley que, por lo mismo que es propia de animales, es indigna del hombre. Todos los señalados son individuos que, si no están enfermos, enfermarán, y no sólo ellos, sino que también su descendencia nace ya enferma, como todo lo que germina y se desarrolla en un medio deficiente. -Maudsley ha observado con frecuencia que los descendientes de hombres que han adquirido grandes fortunas después de muchas penas y privaciones, presentan signos de degeneración física y moral. Y no es esto sólo; sino que siendo el organismo social una unidad como el Organismo humano, tanto aquél como éste, enferma cuando tiene elementos alterados. El organismo social no será un organismo sano mientras no ponga remedio a sus males. De todo esto trataremos extensamente en la cuarta parte de esta obra.
Vamos ahora a lo que importa, pero antes queremos
aconsejar al lector que lea, si le pueden interesar, las dos obras, muy semejantes
por cierto, de Lubbock, que representan un trabajo de erudición grande: L'emploi de la vie y Le bonheur de vivre, que en las muchas
citas que contienen y en las ideas que expresan enseñan que el hombre debe
gozar de una salud perfecta, y que s i no la tiene lo debe a errores y a
ignorancia. Nosotros, además de reconocer estas causas, invocamos el testimonio
de la Naturaleza para tratar de demostrar que la salud del hombre debe ser perfecta.
¿Podrá el hombre algún día nacer y morir sin que le atormenten la serie ele
dolo res que le causan las enfermedades ¿Se evitarán las madres el dolor de ver
morir a sus hijos ¿Se evitarán el dolor, aún mayor si cabe, de verlos
desgraciados para toda su vida, víctimas de tal o cual monstruosidad? Tenemos
la plena convicción de que sí, de que así ha de suceder. ¿Cuándo? La respuesta depende
más del hombre que del mismo problema; la ciencia tiene ya en sus manos los
elementos que han de realizar tan hermoso sueño. ¿Cómo? Es de lo que vamos a
tratar.
Para nosotros es de toda evidencia que el hombre
ha nacido para ser completamente feliz; que si no lo es, debe culparse a los tiempos
y a nuestra ignorancia, pero no a la Naturaleza. Verdad es que vamos mejorando;
que nuestra evolución se cumple, pero se cumple muy lentamente, de lo cual los
egoísmos, las preocupaciones y la ignorancia son los responsables. El problema
de la salud -repetimos- no sólo es interesante desde el punto de vista individual,
si no que entraña al mismo tiempo la cuestión social, que es de la mayor importancia.
Si la humanidad hubiera gozado de perfecta salud, ¡qué distinto sería nuestro
estado actual! ¿Quién sería capaz de apreciar las alteraciones tan grandes que
las enfermedades o la muerte con su mano invisible, imprimen en nuestra
historia? ¡Cuántas veces el destino de los hombres ha estado en manos
enfermizas o en cerebros mal equilibrados! Y ¡cuántas veces un acceso de fiebre
o un ataque de gota habrán influido para desviar a la humanidad de su rumbo! Si
Marx, ha demostrado que la cuestión moral depende de la situación económica,
nada más fácil de probar también que nuestro estado de salud va ligado a la
misma causa.
Al hombre le cuesta mucho trabajo prescindir
de sus ideas y preocupaciones, y esto, además de la fuerza que le da la
tradición y la herencia, tiene su origen en una cuestión de mecánica cerebral. La dificultad de las ideas
para evolucionar, su inmovilidad, nacen de la escasa percepción, que motiva el
que la ideación sea limitada; no ven los que se hallan en este caso las
relaciones que unen a unas ideas con otras, y de ahí que no comprendan más que
aquello que directamente perciben por los sentidos; no tienen más que la
percepción exterior; fuera de ese mundo que les revela los sentidos, no comprenden
nada, no ven nada, les falta la percepción interior, que es la evolución de las
ideas. Un cerebro tendrá una percepción tanto más extensa cuanto más exquisita
sea la sensibilidad o impresionabilidad de sus células; esa impresionabilidad hace
de la ideación una verdadera escala armónica; toda idea que surge en el cerebro
despierta inmediatamente una serie de analogías. Los cerebros elementales son como
cerebros fósiles; los hay elementales por constitución, y otros que lo son por
falta de cultura; estos últimos los convierte en armónicos el trabajo intelectual.
El misoneísmo o el horror a las ideas nuevas en la humanidad, no reconoce otra
causa, que esa dificultad que tienen las ideas para evolucionar en un cerebro que
sólo tiene la percepción externa. Esto constituye la inercia intelectual, que
es la mayor dificultad que encuentra el hombre para su progreso. Todas las
ideas o conceptos nuevos que la humanidad rechaza acaba luego por admitirlos,
siempre que sean verdaderos. Decidle a los hombres que ha de llegar un día en
que puedan vivir sin dolores; que vendrá una época en que morirán únicamente de
vejez, y que el tiempo será el solo el responsable de su muerte; que su
tránsito de esta a la otra vida se hará de una manera insensible, y se comprende
que les sea esto cosa difícil de creer, por la gran fuerza que adquieren las ideas
por tradición, tanto más esta idea de la enfermedad que es tan antigua como el hombre.
Nuestra tarea va a consistir en demostrar que
ese porvenir es posible y en señalar los medios que consideramos necesarios para
conseguirlo. Si queremos convencernos de que el porvenir de la Humanidad es muy
distinto del que tenemos hoy, basta fijarnos en lo que nos rodea. El reino
mineral, ese mundo que parece el más apartado de nosotros, esa materia bruta,
cuyas formas cristalinas son de una precisión admirable, esos cristales tienen
su lenguaje y tienen su significado. ¿Qué quiere decirnos la Naturaleza cuando
de esas masas informes saca formas cristalinas tan puras? Esas formas
rigurosamente exactas parecen denunciar una ley incontrastable, una voluntad
firmísima de perfeccionamiento. Para el mineral la forma cristalina es cosa tan
sorprendente y perfecta, como lo es la flor para la planta, o la inteligencia
para el hombre.
El mundo inorgánico, que no siente ni sufre: esas
moles de granito, testigos impasibles de nuestras desdichas, se han adelantado
a nosotros y nos enseñan que saben sacar de sus entrañas formas cristalinas tan
puras, porque tienen un estado perfecto, y en su lenguaje nos dicen que
nosotros también alcanzaremos esa perfección. Las plantas, esos seres
admirables que elaboran en la tierra flores y frutos, también nos hablan de que
tenemos un más allá, de que nuestro porvenir no es tan triste como cree nuestra
ignorancia.
El hombre tiene la inteligencia, precioso don
que la Naturaleza le ha dado, para que al interpretarla, nos perfeccionemos
imitándola. Fuera de nuestro planeta hay la inmensidad de los cielos con sus
millones de astros y la ley universal que los mantiene en sus relaciones de
sorprendente equilibrio. La fe en nuestro destino debe ser tan to mayor cuanto
que la fuerza molecular, cuyo equilibrio perfecto cristaliza a los minerales,
es la misma que a las plantas da sus flores, sus perfumes y sus frutos; la
misma que da al hombre: su inteligencia y lo impulsa en su Progreso, y es la
misma, en fin, que guía por los espacios infinitos esos millones de astros.
Esta solidaridad con el universo entero nos arrastra hacia nuestra evolución y
nuestra perfectibilidad.
Esa fuerza universal que crea tantas
maravillas es la que ha de guiar al hombre a la tierra de Promisión, a la Verdadera
felicidad. En medio de tantas armonías no creemos que el hombre pueda tener la
pretensión de ser el único error en que haya podido incurrir la Naturaleza. El
hombre, cuando llegue a conocer todos los secretos que encierran las leyes
naturales, tendrá un grado de perfección imposible de prever hoy. No se puede
negar, ni cabe pensar otra cosa en buena filosofía. Negarlo sería no comprender
la obra sublime de la creación.
Capítulo de El medio social y la perfectibilidad de la
salud, Madrid, Establecimiento
Tipográfico de Fortanet, 1898, pp. 24-31.
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