Miguel de Marcos
Una vez, en un pueblecito de Santa Clara, vi un ahorcado. Era un viejo cubierto de harapos que al ver que la muerte no llegaba para librarlo de su miseria, forzó ese minuto inevitable con su propia mano. Pendía de un árbol. Al permanecer colgante durante varias horas, un zapato lleno de agujeros se le había escurrido del pie. El médico forense observó sumariamente el cadáver y determinó que se trataba de un suicidio. Yo quedé contemplando aquel zapato tan cascado, tan triste, tan lleno de grietas. Aquel borceguí, construido con un cuero primario de buey, miraba por sus brechas, hablaba sordamente como si ensayara una protesta contra la injusticia de los hombres, sufría al quedarse allí, en aquel rincón donde había unos trapos sucios, unos hierros retorcidos, una tierra que parecía súbitamente un yermo y que se tornaba infinitamente desolada...
"El alma de las cosas", Itinerario, Instituto Nacional de Cultura, La Habana, 1956, p.63.
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