Las máquinas-órganos
El tema de la máquina no
significa que el esquizofrénico se experimente a sí mismo globalmente como una
máquina. Más bien vive atravesado por máquinas, en máquinas y con máquinas en
sí o adyacentes a él. No se trata de que sus órganos sean máquinas
cualificadas, sino de que sus órganos sólo funcionan en cuanto elementos
cualesquiera de máquinas, piezas conectadas a otras piezas exteriores (un
árbol, una estrella, una bombilla, un motor). Los órganos, conectados a sus
fuentes, enchufados a flujos, componen ellos mismos máquinas complejas. No se
trata de un mecanismo, sino de toda una maquinaria terriblemente discordante.
Con el esquizofrénico, el inconsciente aparece como es: una fábrica. Bruno
Bettelheim traza el cuadro del pequeño Joey, el niño-máquina que no vive, no
come, no defeca, no respira ni duerme si no es enchufándose a motores,
carburadores, volantes, lámparas y circuitos reales, fingidos o incluso
imaginarios: "Tenía que establecer estos empalmes eléctricos imaginarios
antes de poder comer, pues la corriente era lo único que hacía funcionar su
aparato digestivo. Ejecutaba este ritual con tal destreza que uno tenía que
mirar con atención para asegurarse que no había hilo ni enchufes...". Incluso
el paseo o el viaje esquizofrénico forma un circuito a lo largo del cual el
esquizofrénico no deja de huir siguiendo líneas maquínicas. Hasta los
enunciados del esquizofrénico aparecen, más que como combinaciones de signos,
como el producto de dispositivos de máquinas. Connect-I-cut!, grita el
pequeño Joey. Louis Wolfson explica la máquina de lenguaje que ha inventado (un
dedo en una oreja, un auricular de radio en la otra, un libro en lengua
extranjera en la mano, gruñidos en la garganta, etcétera) para dejar escapar y
escapar de la lengua materna inglesa, y para poder traducir cada frase a una
mezcla de sonidos y palabras que se le parecen, pero que toma a la vez de toda
clase de lenguas extranjeras.
El carácter especial de las máquinas esquizofrénicas procede de que
ponen en juego elementos discordantes, extraños entre sí. Son
máquinas-agregados. Y sin embargo funcionan. Pero su función es precisamente la
de dejar escapar algo o a alguien. Ni siquiera puede decirse que la máquina
esquizofrénica esté compuesta por piezas y elementos tomados de diferentes
máquinas preexistentes. En última instancia, el esquizofrénico construye una
máquina funcional con elementos últimos que no tienen nada que ver con su
contexto, y que entran en relación entre sí a fuerza de no tener relación
alguna: como si la distinción real, la discordancia de las diferentes
piezas, se convirtiese en razón para mantenerlas juntas, para que funcionen
juntas, conforme a lo que los químicos llaman vínculos no localizables. El
psicoanalista Serge Leclaire dice que no se alcanzan los elementos últimos del
inconsciente hasta que no se encuentran singularidades puras soldadas o unidas
"precisamente por la ausencia de vínculo", términos discordantes
irreductibles que sólo se unen mediante un vínculo no localizable como "la
fuerza misma del deseo". (2) Esto implica un cuestionamiento de todos los
presupuestos psicoanalíticos acerca de la asociación de ideas, las relaciones y
las estructuras. El inconsciente esquizofrénico es el de los elementos últimos
que forman máquinas a fuerza de ser últimos y realmente distintos. Así son las
secuencias de los personajes de Beckett: piedras-bolsillo-boca; un zapato-una
cazoleta de pipa-un paquetito blanco inde terminado-una tapadera de timbre de
bicicleta-la mitad de una muleta. Una máquina infernal se prepara. Una película
de W. C. Fields nos presenta al héroe dispuesto a ejecutar una receta de cocina
tras una emisión gimnástica: cortocircuito entre dos máquinas, establecimiento
de un vínculo no localizable entre elementos que animan una máquina explosiva,
una fuga generalizada, sinsentido propiamente esquizofrénico.
El cuerpo sin órganos
Pero en la descripción necesaria de la
esquizofrenia hay algo más que las máquinas-órganos con sus fuentes y sus
flujos, sus zumbidos y sus estropicios. El otro tema es el de un cuerpo sin
órganos, al que se priva de órganos, ojos tapados, fosas nasales obstruidas,
ano cerrado, estómago ulceroso, laringe carcomida, "sin boca, sin lengua,
sin dientes, sin laringe, sin esófago, sin estómago, sin vientre, sin ano"
(3): nada más que un cuerpo lleno como una molécula gigante o un huevo indiferenciado.
A menudo se ha descrito este estupor catatónico en el cual todas las máquinas
parecen detenerse y el esquizofrénico queda paralizado durante largo tiempo en
posturas rígidas que pueden durar días o años. Y no son únicamente los períodos
de tiempo lo que distingue los llamados accesos procesuales y los momentos de
catatonia, es que parece que se produce una lucha a cada instante entre el
funcionamiento exacerbado de las máquinas y el estasis catatónico del cuerpo
sin órganos, como entre los dos polos de la esquizofrenia: la angustia
específica mente esquizofrénica transluce todos los aspectos de esta lucha. Hay
siempre una excitación o un impulso que se cuela en el seno del estupor catatónico,
y asimismo siempre hay algo de estupor y de estasis rígido en el hormigueo de
las máquinas, como si el cuerpo sin órganos no acabase nunca de cerrarse sobre
las conexiones maquínicas, como si las explosiones de órganos-máquinas nunca
acabasen de producirse en el cuerpo sin órganos.
No hemos de creer, no obstante, que el verdadero enemigo del cuerpo sin órganos son los órganos en cuanto tales. El enemigo es el organismo, es decir, la organización que impone a los órganos un régimen de totalización, de colaboración, de sinergia, de integración, de inhibición y de disyunción. En este sentido, ciertamente, los órganos son el enemigo del cuerpo sin órganos que ejerce respecto de ellos una acción repulsiva y denuncia sus aparatos persecutorios. Pero también el cuerpo sin órganos se atrae a los órganos, se los apropia y los hace funcionar en otro régimen que ya no es el del organismo, en unas condiciones en que cada órgano es todo el cuerpo, tanto más cuanto más se ejerce por sí mismo e incluye las funciones de los demás. Los órganos están entonces como "milagreados" por el cuerpo sin órganos, según ese régimen maquínico que no se confunde ni con los mecanismos orgánicos ni con la organización del organismo. Ejemplo: la boca ano-pulmón del anoréxico. O ciertos estados esquizoides provocados por la droga, como los describe William Burroughs en función de un cuerpo sin órganos: "El organismo humano es de una ineficacia escandalosa. En lugar de una boca y un ano que corren ambos peligro de estropearse, ¿por qué no un solo orificio polivalente para la alimentación y la defecación? Se podrían tapiar la boca y la nariz, anegar el estómago, abrir un orificio de ventilación directamente en los pulmones, cosa que habría que haber hecho desde el origen". (4) Artaud describe la lucha vital del cuerpo sin órganos contra el organismo y contra Dios, señor de los organismos y de la organización. El presidente Schreber describe la alternancia de repulsión y atracción, según que el cuerpo sin órganos repudie la organización de los órganos o, al contrario, se apropie de los órganos en régimen anorgánico.
Una relación en
intensidad
De
manera que los dos polos de la esquizofrenia (catatonia del cuerpo sin órganos,
ejercicio anorgánico de las máquinas-órganos) nunca están separados, sino que
ambos engendran formas en las que prevalece ora la repulsión, ora la atracción:
forma paranoide y forma milagrera o fantástica de la esquizofrenia. Si se considera
el cuerpo sin órganos como un huevo lleno, hay que decir que bajo la
organización que va a tomar, que va a desarrollar, el huevo no aparece como un
medio indiferenciado: está atravesado por ejes y gradientes, polos y
potenciales, umbrales y zonas destinadas a producir más tarde tal o cual parte
orgánica, pero cuya disposición es por el momento únicamente intensiva. Como si
el huevo estuviese recorrido por un flujo de intensidad variable. Éste es el
sentido en el cual el cuerpo sin órganos ignora o repudia el organismo, es
decir, la organización de los órganos en extensión, pero forma una matriz
intensiva que se apropia de todos los órganos en intensidad. Se diría que las
atracciones y repulsiones del cuerpo sin órganos esquizofrénico producen los
estados intensivos que atraviesa el esquizofrénico. El viaje esquizofrénico
puede ser inmóvil; pero, incluso cuando comporta movimiento, se realiza a
través del cuerpo sin órganos, en intensidad. El cuerpo sin órganos es la
intensidad igual a cero, implicada en toda producción de cantidades intensivas,
y a partir de la cual esas intensidades se producen efectivamente como aquello
que llena el espacio en tal o cual grado. Las máquinas-órganos son pues como
las potencias directas del cuerpo sin órganos. El cuerpo sin órganos es la pura
materia intensiva o el motor inmóvil del cual las máquinas-órganos constituyen
las piezas trabajadoras y las potencias propias. Y esto es lo que muestra a la
perfección el delirio esquizofrénico: bajo las alucinaciones sensoria les, bajo
el propio delirio del pensamiento, hay algo más profundo, un sentimiento de
intensidad, es decir, un devenir o un tránsito. Se franquea un gradiente, se
sobrepasa o se retrocede respecto de un umbral, se opera una migración: siento
que me convierto en mujer, siento que me vuelvo dios, que me torno
vidente, que me trueco en pura materia... El delirio esquizofrénico no puede
alcanzarse más que en el nivel de este "siento" que registra a cada
instante la relación intensiva del cuerpo sin órganos y los órganos-máquinas.
Creemos, por este motivo, que la farmacología, en un sentido muy general, tiene una importancia extrema en las investigaciones teóricas y prácticas acerca de la esquizofrenia. El estudio del metabolismo de los esquizofrénicos abre un amplio campo de investigación del que forma parte la biología molecular. Parece como si hubiese toda una química intensiva y vivencial capaz de superar las dualidades tradicionales de lo orgánico y lo psíquico al menos en dos direcciones: la experimentación de los estados esquizoides inducidos por la mescalina, la bulbocapnina, el LSD, etcétera; y la tentativa terapéutica de calmar la angustia del esquizofrénico rompiendo la coraza catatónica para poder restaurar, volver a poner en marcha las máquinas esquizofrénicas (uso de "neurolépticos incisivos", o incluso de LSD).
La esquizofrenia como proceso
El psicoanálisis y la familia "esquizógena"
El problema reside al mismo tiempo en la indefinición de la extensión de
la esquizofrenia y en la naturaleza de los síntomas que constituyen su
conjunto, puesto que estos síntomas aparecen dispersos, difíciles de totalizar
o de unificar en una entidad coherente y bien localizada justamente debido a su
naturaleza: siempre hay un síndrome discordante que escapa de sí mismo. Emil
Kraepelin había formado su concepto de demencia precoz en función de dos polos
principales: la hebefrenia como psicosis pospuberal, con sus fenómenos de
desagregación, y la catatonia como forma de estupor, con sus problemas de
actividad muscular. Cuando Eugen Bleuler inventa en 1911 el término
"esquizofrenia", insiste en la fragmentación o dislocación funcional
de las asociaciones, que convierte la falta de vinculación en el problema
esencial. Pero estas asociaciones fragmentadas son también el reverso de una
disociación de la persona y de una escisión con respecto a la realidad que
resultan en una suerte de preponderancia o de autonomía de una vida interior
rígida y cerrada sobre sí misma (el "autismo" que Bleuler subraya cada
vez más: "Casi diría que el problema primario arraiga sobre todo en la
vida instintiva"). Parece que, en función del estado actual de la
psiquiatría, no es posible buscar la determinación de una unidad comprehensiva
de la esquizofrenia ni en el orden de las causas ni en el de los síntomas, sino
únicamente en el todo de una personalidad conflictiva que cada síntoma expresa
a su manera. O, mejor aún, según Eugéne Minkowski y sobre todo según Ludwig
Binswanger, en las formas psicóticas del "estar-en-el-mundo", de su
espacialización y su temporalización ("salto",
"torbellino", "abatimiento", "escabrosidad"). O
bien en la imagen del cuerpo, según las concepciones de Gisela Pankow, que
utiliza un método práctico de reestructuración espacial y temporal para
conjurar los fenómenos de disociación esquizofrénica y hacerlos accesibles al
psicoanálisis ("reparar las zonas de destrucción de la imagen del cuerpo y
hallar un acceso a la estructura familiar"). (a)
En cualquier caso, la dificultad reside en dar cuenta de la
esquizofrenia en su positividad y como positividad, sin reducirla a los
caracteres de déficit o de destrucción que engendra en la persona ni a las
lagunas y disociaciones que presenta en una presunta estructura. No puede
decirse que el psicoanálisis vaya más allá del punto de vista negativo, pues
mantiene una relación esencialmente ambigua con la psicosis. Por una parte, es
perfectamente consciente de que todo su material clínico procede de ella (esto
ya era cierto para el caso de Freud en la escuela de Zúrich, y sigue siéndolo
para el de Melanie Klein y Jacques Lacan, pero el psicoanálisis está siempre
más interesado por la paranoia que por la esquizofrenia). Por otra parte, el
método psicoanalítico, enteramente forjado en torno a los fenómenos neuróticos,
experimenta las mayores dificultades a la hora de encontrar por su propia
cuenta un modo de acceso a la psicosis (como no sea en virtud de la dislocación
de las asociaciones). Freud proponía una distinción simple entre neurosis y
psicosis, de acuerdo con la cual el principio de realidad queda a salvo en las
neurosis, aunque al precio de una represión del "complejo", mientras
que en la psicosis el complejo aparece en la conciencia al precio de una
destrucción de la realidad que procede del hecho de que la libido se separa del
mundo exterior. Las investigaciones de Lacan fundamentan la distinción de la
represión neurótica, que opera sobre el "significado", y del rechazo
[forclusion] psicótico, que se ejerce en el propio orden simbólico, en
el nivel original del "significante", una especie de agujero en la
estructura, lugar vacío que hace que lo rechazado en lo simbólico reaparezca en
lo real bajo una forma alucinatoria. El esquizofrénico aparece entonces como
aquel que ya no puede reconocer o plantear su propio deseo. Este
punto de vista negativo se ve reforzado en la medida en que el psicoanálisis se
pregunta: ¿qué es lo que le falta al esquizofrénico para que el mecanismo
psicoanalítico pueda "prender" en él?
¿Podría suceder que lo que le falta al esquizofrénico fuera algo relacionado con Edipo? Una desfiguración del papel materno junto a la aniquilación del padre, desde la edad más tierna, ¿explicarían la existencia de una laguna en la estructura edípica? Siguiendo a Lacan, Maud Mannoni invoca "un rechazo [forclusion] inicial del significante paterno", de tal modo que "los personajes edípicos están en escena, pero, en el juego de permutaciones que se efectúa, queda una suerte de lugar vacío. Este lugar es enigmático, abierto a la angustia que suscita el deseo". (5) En todo caso, no es seguro que una estructura que a pesar de todo sigue siendo familiar constituya una buena unidad de medida de la esquizofrenia, incluso aunque se postule que esta estructura involucra tres generaciones e incluye a los abuelos. La tentativa de estudiar a las familias "esquizógenas" o los mecanismos esquizógenos en las familias parece un lugar común de la psiquiatría tradicional, de la psicología, del psicoanálisis y hasta de la anti-psiquiatría. El carácter decepcionante de estas tentativas procede del hecho de que los mecanismos que invocan (por ejemplo, el double bind de Gregory Bateson, es decir, la emisión simultánea de dos órdenes de mensajes de los cuales el uno contradice al otro: "Haz esto, pero, sobre todo, no hagas aquello otro...") pertenecen efectivamente a la cotidianidad trivial de cualquier familia y no nos ayudan a penetrar en el modo de producción de un esquizofrénico. E incluso aunque se eleven las coordenadas familiares al rango de un poder propiamente simbólico, haciendo del padre una metáfora o del nombre del-padre un significante coextensivo del lenguaje, no parece que ello nos permita salir de un discurso rígidamente familiarista en función del cual el esquizofrénico se define negativamente, debido al supuesto rechazo del significante.
Apertura al "plus de realidad"
Es curioso el modo como se reconduce al esquizofrénico hacia unos
problemas que, como es evidente, no son los suyos: padre, madre, ley,
significante; el esquizofrénico está en otra parte, y no se puede seguir de
ello que carezca de aquello que no le concierne. Artaud y Beckett lo han dicho
todo sobre este asunto: hemos de resignarnos a la idea de que hay artistas y
escritores que nos han revelado mucho más que los psiquiatras y los
psicoanalistas acerca de la esquizofrenia. En definitiva, es el mismo error el
que lleva a definir la esquizofrenia en términos negativos o de carencia
(disociación, pérdida de realidad, autismo, rechazo) y el que evalúa la
esquizofrenia de acuerdo con una estructura familiar en la que se localiza esa
carencia. De hecho, el fenómeno del delirio nunca es la reproducción (ni
siquiera imaginaria) de una historia familiar a propósito de una carencia. Es,
bien al contrario, un excedente de historia, una amplia deriva de la historia
universal. Lo que el delirio pone en movimiento son las razas, las civilizaciones,
las culturas, los continentes, los reinos, los poderes, las guerras, las clases
y las revoluciones. Y no es preciso ser una persona cultivada para delirar de
este modo. Siempre hay un negro, un judío, un chino, un gran mongol, un ario en
el delirio; todo delirio lo es de la política y la economía. Y sería un error
pensar que se trata simplemente de la expresión manifiesta del delirio: más
bien es el propio delirio el que expresa por sí mismo la manera en que la
libido catexiza todo un campo social histórico y el modo como el deseo
inconsciente envuelve sus objetos últimos. Incluso cuando parece que el delirio
manipula temas familiares, las lagunas, las rupturas, los flujos que atraviesan
la familia y la constituyen como esquizógena son de naturaleza extrafamiliar y
hacen que el campo social entero intervenga en sus determinaciones
inconscientes. Como dice acertadamente Marcel Jaeger, "por mucho que esto
disguste a los sumos sacerdotes de la psiquiatría, las palabras de los locos no
tienen únicamente el espesor de sus desórdenes psíquicos individuales: el
discurso de la locura se articula sobre otro discurso, el de la historia, la
política, lo social, la religión, que habla en cada uno de ellos". (6) El
delirio no se constituye alrededor del nombre-del-padre, sino sobre los nombres
de la historia. Nombres propios: se diría que las zonas, los umbrales o los
gradientes de intensidad que el esquizofrénico recorre sobre el cuerpo sin
órganos (siento que me convierto en…) se designan mediante nombres de razas, de
continentes, de clases o de personas. El esquizofrénico no se identifica con
personas, identifica dominios y regiones del cuerpo sin órganos designadas
mediante nombres propios.
Ésta es la razón de que hayamos intentado describir la esquizofrenia en
términos positivos. Disociación, autismo, pérdida de realidad son ante todo
comodines para no escuchar a los esquizofrénicos. "Disociación" es un
mal término para designar el estado de los elementos que intervienen en estas
máquinas especiales, las máquinas esquizofrénicas positivamente determinables,
y a este respecto hemos señalado el papel maquínico que desempeña la ausencia
de vínculo. "Autismo" es una palabra muy deficiente para designar el
cuerpo sin órganos y todo lo que pasa en él, que nada tiene que ver con una
supuesta vida interior desprendida de la realidad. "Pérdida de
realidad" ¿cómo referirse así a alguien que vive en una insoportable
intimidad con lo real ("Esa emoción que otorga al espíritu el sonido
estremecedor de la materia", escribe Artaud en Le Pèse-Nerfs). (7) En
lugar de comprender la esquizofrenia en función de las destrucciones que
produce en las personas, o de los fallos y lagunas que causa en la estructura,
hay que entenderla como proceso. Cuando Kraepelin intentaba fundamentar
su concepto de demencia precoz, no lo definía ni mediante causas ni mediante
síntomas, sino por un proceso, por una evolución y un estado terminal. Sólo que
Kraepelin concebía este estado terminal como una completa y definitiva
descomposición que justificaba el internamiento del enfermo a la espera de su
muerte. Karl Jaspers, y hoy día Ronald D. Laing, han comprendido la valiosa
noción de proceso de una manera bien diferente: una ruptura, una irrupción, una
brecha que interrumpe la continuidad de una personalidad, involucrándola en una
especie de viaje hacia un "plus de realidad" intenso y terrible que
traza líneas de fuga que arrastran a la naturaleza y a la historia, al
organismo y al espíritu. Esto es lo que verdaderamente tiene lugar entre los
órganos-máquinas esquizofrénicos, el cuerpo sin órganos y los flujos de intensidad
del cuerpo, operando toda una instalación de máquinas y toda una deriva de la
historia.
En este sentido, es fácil distinguir la paranoia y la esquizofrenia (e
incluso las llamadas formas paranoides de la esquizofrenia): el "dejadme
en paz" del esquizofrénico y el "nunca os dejaré en paz" del
paranoico; la combinatoria de los signos en la paranoia frente a las
composiciones maquínicas de la esquizofrenia; los grandes conjuntos paranoicos
y las pequeñas multiplicidades esquizofrénicas; los grandes planos de
integración reactiva de la paranoia y las líneas activas de fuga de la esquizofrenia.
La esquizofrenia no se nos aparece como la enfermedad de nuestra época debido a
los rasgos generales de nuestra forma de vida, sino con respecto a mecanismos
muy concretos de naturaleza económica, social y política. Nuestras sociedades
ya no funcionan a base de códigos y territorialidades sino que, al contrario,
lo hacen sobre el fondo de una descodificación y de una desterritorialización
masivas. Al revés que el paranoico, cuyo delirio consiste en la restauración de
los códigos y en la reinvención de las territorialidades, el esquizofrénico no
para de acelerar el movimiento de descodificación y desterritorialización de sí
mismo {la brecha, el viaje o el proceso esquizofrénico). El esquizofrénico es
una suerte de límite de nuestra sociedad, pero un límite siempre conjurado,
reprimido, aborrecido. Laing ha planteado correctamente el problema de la
esquizofrenia: ¿cómo conseguir que la brecha (breakthrough) no se
convierta en hundimiento (break-down) ¿Cómo impedir que el cuerpo sin
órganos se cierre sobre sí, que se vuelva imbécil y catatónico, cómo lograr que
el estado crítico triunfe sobre su angustia sin conducir a ese estado de
embrutecimiento crónico, al estado terminal de hundimiento generalizado que
vemos en los hospitales? Hay que decir, desde luego, que las condiciones
hospitalarias, tanto como las familiares, son poco satisfactorias a este
respecto; y los grandes síntomas del autismo o la pérdida de realidad son a
menudo productos de la familiarización o de la hospitalización. ¿Sería posible
combinar la potencia de una química de la vivencia y de un análisis
esquizológico para conseguir que el proceso esquizofrénico no se convierta en
su contrario, es decir, en la producción de un esquizofrénico adaptado al
asilo? ¿En qué clase de grupo, en qué tipo de colectividad?
*Encyclopedia Universalis,
vol. 14, París, Encyclopedia Universalis, 1975, pp. 692-694. Hemos completado
las referencias y las hemos puesto en nota. (Nota de los editores).
(1) La Fortresse vide,
París, Gallimard, 1969, col. Connaisance de Tinconscient, p. 304 [trad. cast. La
fortaleza vacía, Barcelona, Paidós, 2001].
(2) Serge Leclaire, "La
Realité du désir", en Sexualité humaine [Sexualidad humana], París,
Aubier, 1970.
(3) Antonin Artaud, en 84, núm.
5-6,1948.
(4) William S. Burroughs, Le
Festín Nu, París, Gallimard, 1964, p. 146 (trad. cast., El almuerzo
desnudo, Barcelona, Anagrama, 1989].
(a) Gisela Pankow, L'Homme et sa psychose,
París, Aubier-Montaigne, 1969, col. La chair et l'esprit, IV, A.,
p. 240 [trad. cast., El hombre y su psicosis, Buenos Aires, Amorrortu,
1969].
(5) Maud Mannoni, Le
Psychiatre, son fou et la psychanalyse, Paris, Seuil, 1970, p. 104 [trad,
cast., El psiquiatra, su "loco" y el psicoanálisis, Buenos
Aires, Siglo XXI, 1976].
(6) Marcel Jaeger, "L'
Underground de la folie" [El Underground de la Iocura], en Partisans,
febrero de 1972.
(7) Antonin Artaud, Le
Pése-nerfs, en Œuvres complètes. / Paris, Gallimard, 1956, reed.
1970, p. 112 [trad, cast., El Pesanervios, Madrid, A, Corazón, 1976].
(b) Ronald D. Laing, La
politique de l’experience, París, Stock, 1969, p. 93 [trad. cast., La
política de la experiencia, Barcelona, Crítica, 1983].
Dos regímenes de locos. Textos y entrevistas
(1975-1995). Ed. de David
Lapoujade. Introd. y trad. de José Luis Pardo, Valencia, Pre-Textos, 2007,
pp. 35-40.
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