viernes, 11 de octubre de 2024

Esquizofrenia y sociedad. Los dos polos de la esquizofrenia

 



 Gilles Deleuze


Las máquinas-órganos

  El tema de la máquina no significa que el esquizofrénico se experimente a sí mismo globalmente como una máquina. Más bien vive atravesado por máquinas, en máquinas y con máquinas en sí o adyacentes a él. No se trata de que sus órganos sean máquinas cualificadas, sino de que sus órganos sólo funcionan en cuanto elementos cualesquiera de máquinas, piezas conectadas a otras piezas exteriores (un árbol, una estrella, una bombilla, un motor). Los órganos, conectados a sus fuentes, enchufados a flujos, componen ellos mismos máquinas complejas. No se trata de un mecanismo, sino de toda una maquinaria terriblemente discordante. Con el esquizofrénico, el inconsciente aparece como es: una fábrica. Bruno Bettelheim traza el cuadro del pequeño Joey, el niño-máquina que no vive, no come, no defeca, no respira ni duerme si no es enchufándose a motores, carburadores, volantes, lámparas y circuitos reales, fingidos o incluso imaginarios: "Tenía que establecer estos empalmes eléctricos imaginarios antes de poder comer, pues la corriente era lo único que hacía funcionar su aparato digestivo. Ejecutaba este ritual con tal destreza que uno tenía que mirar con atención para asegurarse que no había hilo ni enchufes...". Incluso el paseo o el viaje esquizofrénico forma un circuito a lo largo del cual el esquizofrénico no deja de huir siguiendo líneas maquínicas. Hasta los enunciados del esquizofrénico aparecen, más que como combinaciones de signos, como el producto de dispositivos de máquinas. Connect-I-cut!, grita el pequeño Joey. Louis Wolfson explica la máquina de lenguaje que ha inventado (un dedo en una oreja, un auricular de radio en la otra, un libro en lengua extranjera en la mano, gruñidos en la garganta, etcétera) para dejar escapar y escapar de la lengua materna inglesa, y para poder traducir cada frase a una mezcla de sonidos y palabras que se le parecen, pero que toma a la vez de toda clase de lenguas extranjeras.

  El carácter especial de las máquinas esquizofrénicas procede de que ponen en juego elementos discordantes, extraños entre sí. Son máquinas-agregados. Y sin embargo funcionan. Pero su función es precisamente la de dejar escapar algo o a alguien. Ni siquiera puede decirse que la máquina esquizofrénica esté compuesta por piezas y elementos tomados de diferentes máquinas preexistentes. En última instancia, el esquizofrénico construye una máquina funcional con elementos últimos que no tienen nada que ver con su contexto, y que entran en relación entre sí a fuerza de no tener relación alguna: como si la distinción real, la discordancia de las diferentes piezas, se convirtiese en razón para mantenerlas juntas, para que funcionen juntas, conforme a lo que los químicos llaman vínculos no localizables. El psicoanalista Serge Leclaire dice que no se alcanzan los elementos últimos del inconsciente hasta que no se encuentran singularidades puras soldadas o unidas "precisamente por la ausencia de vínculo", términos discordantes irreductibles que sólo se unen mediante un vínculo no localizable como "la fuerza misma del deseo". (2) Esto implica un cuestionamiento de todos los presupuestos psicoanalíticos acerca de la asociación de ideas, las relaciones y las estructuras. El inconsciente esquizofrénico es el de los elementos últimos que forman máquinas a fuerza de ser últimos y realmente distintos. Así son las secuencias de los personajes de Beckett: piedras-bolsillo-boca; un zapato-una cazoleta de pipa-un paquetito blanco inde terminado-una tapadera de timbre de bicicleta-la mitad de una muleta. Una máquina infernal se prepara. Una película de W. C. Fields nos presenta al héroe dispuesto a ejecutar una receta de cocina tras una emisión gimnástica: cortocircuito entre dos máquinas, establecimiento de un vínculo no localizable entre elementos que animan una máquina explosiva, una fuga generalizada, sinsentido propiamente esquizofrénico.

El cuerpo sin órganos

 Pero en la descripción necesaria de la esquizofrenia hay algo más que las máquinas-órganos con sus fuentes y sus flujos, sus zumbidos y sus estropicios. El otro tema es el de un cuerpo sin órganos, al que se priva de órganos, ojos tapados, fosas nasales obstruidas, ano cerrado, estómago ulceroso, laringe carcomida, "sin boca, sin lengua, sin dientes, sin laringe, sin esófago, sin estómago, sin vientre, sin ano" (3): nada más que un cuerpo lleno como una molécula gigante o un huevo indiferenciado. A menudo se ha descrito este estupor catatónico en el cual todas las máquinas parecen detenerse y el esquizofrénico queda paralizado durante largo tiempo en posturas rígidas que pueden durar días o años. Y no son únicamente los períodos de tiempo lo que distingue los llamados accesos procesuales y los momentos de catatonia, es que parece que se produce una lucha a cada instante entre el funcionamiento exacerbado de las máquinas y el estasis catatónico del cuerpo sin órganos, como entre los dos polos de la esquizofrenia: la angustia específica mente esquizofrénica transluce todos los aspectos de esta lucha. Hay siempre una excitación o un impulso que se cuela en el seno del estupor catatónico, y asimismo siempre hay algo de estupor y de estasis rígido en el hormigueo de las máquinas, como si el cuerpo sin órganos no acabase nunca de cerrarse sobre las conexiones maquínicas, como si las explosiones de órganos-máquinas nunca acabasen de producirse en el cuerpo sin órganos.

  No hemos de creer, no obstante, que el verdadero enemigo del cuerpo sin órganos son los órganos en cuanto tales. El enemigo es el organismo, es decir, la organización que impone a los órganos un régimen de totalización, de colaboración, de sinergia, de integración, de inhibición y de disyunción. En este sentido, ciertamente, los órganos son el enemigo del cuerpo sin órganos que ejerce respecto de ellos una acción repulsiva y denuncia sus aparatos persecutorios. Pero también el cuerpo sin órganos se atrae a los órganos, se los apropia y los hace funcionar en otro régimen que ya no es el del organismo, en unas condiciones en que cada órgano es todo el cuerpo, tanto más cuanto más se ejerce por sí mismo e incluye las funciones de los demás. Los órganos están entonces como "milagreados" por el cuerpo sin órganos, según ese régimen maquínico que no se confunde ni con los mecanismos orgánicos ni con la organización del organismo. Ejemplo: la boca ano-pulmón del anoréxico. O ciertos estados esquizoides provocados por la droga, como los describe William Burroughs en función de un cuerpo sin órganos: "El organismo humano es de una ineficacia escandalosa. En lugar de una boca y un ano que corren ambos peligro de estropearse, ¿por qué no un solo orificio polivalente para la alimentación y la defecación? Se podrían tapiar la boca y la nariz, anegar el estómago, abrir un orificio de ventilación directamente en los pulmones, cosa que habría que haber hecho desde el origen". (4) Artaud describe la lucha vital del cuerpo sin órganos contra el organismo y contra Dios, señor de los organismos y de la organización. El presidente Schreber describe la alternancia de repulsión y atracción, según que el cuerpo sin órganos repudie la organización de los órganos o, al contrario, se apropie de los órganos en régimen anorgánico.

Una relación en intensidad

  De manera que los dos polos de la esquizofrenia (catatonia del cuerpo sin órganos, ejercicio anorgánico de las máquinas-órganos) nunca están separados, sino que ambos engendran formas en las que prevalece ora la repulsión, ora la atracción: forma paranoide y forma milagrera o fantástica de la esquizofrenia. Si se considera el cuerpo sin órganos como un huevo lleno, hay que decir que bajo la organización que va a tomar, que va a desarrollar, el huevo no aparece como un medio indiferenciado: está atravesado por ejes y gradientes, polos y potenciales, umbrales y zonas destinadas a producir más tarde tal o cual parte orgánica, pero cuya disposición es por el momento únicamente intensiva. Como si el huevo estuviese recorrido por un flujo de intensidad variable. Éste es el sentido en el cual el cuerpo sin órganos ignora o repudia el organismo, es decir, la organización de los órganos en extensión, pero forma una matriz intensiva que se apropia de todos los órganos en intensidad. Se diría que las atracciones y repulsiones del cuerpo sin órganos esquizofrénico producen los estados intensivos que atraviesa el esquizofrénico. El viaje esquizofrénico puede ser inmóvil; pero, incluso cuando comporta movimiento, se realiza a través del cuerpo sin órganos, en intensidad. El cuerpo sin órganos es la intensidad igual a cero, implicada en toda producción de cantidades intensivas, y a partir de la cual esas intensidades se producen efectivamente como aquello que llena el espacio en tal o cual grado. Las máquinas-órganos son pues como las potencias directas del cuerpo sin órganos. El cuerpo sin órganos es la pura materia intensiva o el motor inmóvil del cual las máquinas-órganos constituyen las piezas trabajadoras y las potencias propias. Y esto es lo que muestra a la perfección el delirio esquizofrénico: bajo las alucinaciones sensoria les, bajo el propio delirio del pensamiento, hay algo más profundo, un sentimiento de intensidad, es decir, un devenir o un tránsito. Se franquea un gradiente, se sobrepasa o se retrocede respecto de un umbral, se opera una migración: siento que me convierto en mujer, siento que me vuelvo dios, que me torno vidente, que me trueco en pura materia... El delirio esquizofrénico no puede alcanzarse más que en el nivel de este "siento" que registra a cada instante la relación intensiva del cuerpo sin órganos y los órganos-máquinas.

  Creemos, por este motivo, que la farmacología, en un sentido muy general, tiene una importancia extrema en las investigaciones teóricas y prácticas acerca de la esquizofrenia. El estudio del metabolismo de los esquizofrénicos abre un amplio campo de investigación del que forma parte la biología molecular. Parece como si hubiese toda una química intensiva y vivencial capaz de superar las dualidades tradicionales de lo orgánico y lo psíquico al menos en dos direcciones: la experimentación de los estados esquizoides inducidos por la mescalina, la bulbocapnina, el LSD, etcétera; y la tentativa terapéutica de calmar la angustia del esquizofrénico rompiendo la coraza catatónica para poder restaurar, volver a poner en marcha las máquinas esquizofrénicas (uso de "neurolépticos incisivos", o incluso de LSD).


La esquizofrenia como proceso

El psicoanálisis y la familia "esquizógena"

  El problema reside al mismo tiempo en la indefinición de la extensión de la esquizofrenia y en la naturaleza de los síntomas que constituyen su conjunto, puesto que estos síntomas aparecen dispersos, difíciles de totalizar o de unificar en una entidad coherente y bien localizada justamente debido a su naturaleza: siempre hay un síndrome discordante que escapa de sí mismo. Emil Kraepelin había formado su concepto de demencia precoz en función de dos polos principales: la hebefrenia como psicosis pospuberal, con sus fenómenos de desagregación, y la catatonia como forma de estupor, con sus problemas de actividad muscular. Cuando Eugen Bleuler inventa en 1911 el término "esquizofrenia", insiste en la fragmentación o dislocación funcional de las asociaciones, que convierte la falta de vinculación en el problema esencial. Pero estas asociaciones fragmentadas son también el reverso de una disociación de la persona y de una escisión con respecto a la realidad que resultan en una suerte de preponderancia o de autonomía de una vida interior rígida y cerrada sobre sí misma (el "autismo" que Bleuler subraya cada vez más: "Casi diría que el problema primario arraiga sobre todo en la vida instintiva"). Parece que, en función del estado actual de la psiquiatría, no es posible buscar la determinación de una unidad comprehensiva de la esquizofrenia ni en el orden de las causas ni en el de los síntomas, sino únicamente en el todo de una personalidad conflictiva que cada síntoma expresa a su manera. O, mejor aún, según Eugéne Minkowski y sobre todo según Ludwig Binswanger, en las formas psicóticas del "estar-en-el-mundo", de su espacialización y su temporalización ("salto", "torbellino", "abatimiento", "escabrosidad"). O bien en la imagen del cuerpo, según las concepciones de Gisela Pankow, que utiliza un método práctico de reestructuración espacial y temporal para conjurar los fenómenos de disociación esquizofrénica y hacerlos accesibles al psicoanálisis ("reparar las zonas de destrucción de la imagen del cuerpo y hallar un acceso a la estructura familiar"). (a)

  En cualquier caso, la dificultad reside en dar cuenta de la esquizofrenia en su positividad y como positividad, sin reducirla a los caracteres de déficit o de destrucción que engendra en la persona ni a las lagunas y disociaciones que presenta en una presunta estructura. No puede decirse que el psicoanálisis vaya más allá del punto de vista negativo, pues mantiene una relación esencialmente ambigua con la psicosis. Por una parte, es perfectamente consciente de que todo su material clínico procede de ella (esto ya era cierto para el caso de Freud en la escuela de Zúrich, y sigue siéndolo para el de Melanie Klein y Jacques Lacan, pero el psicoanálisis está siempre más interesado por la paranoia que por la esquizofrenia). Por otra parte, el método psicoanalítico, enteramente forjado en torno a los fenómenos neuróticos, experimenta las mayores dificultades a la hora de encontrar por su propia cuenta un modo de acceso a la psicosis (como no sea en virtud de la dislocación de las asociaciones). Freud proponía una distinción simple entre neurosis y psicosis, de acuerdo con la cual el principio de realidad queda a salvo en las neurosis, aunque al precio de una represión del "complejo", mientras que en la psicosis el complejo aparece en la conciencia al precio de una destrucción de la realidad que procede del hecho de que la libido se separa del mundo exterior. Las investigaciones de Lacan fundamentan la distinción de la represión neurótica, que opera sobre el "significado", y del rechazo [forclusion] psicótico, que se ejerce en el propio orden simbólico, en el nivel original del "significante", una especie de agujero en la estructura, lugar vacío que hace que lo rechazado en lo simbólico reaparezca en lo real bajo una forma alucinatoria. El esquizofrénico aparece entonces como aquel que ya no puede reconocer o plantear su propio deseo. Este punto de vista negativo se ve reforzado en la medida en que el psicoanálisis se pregunta: ¿qué es lo que le falta al esquizofrénico para que el mecanismo psicoanalítico pueda "prender" en él?

  ¿Podría suceder que lo que le falta al esquizofrénico fuera algo relacionado con Edipo? Una desfiguración del papel materno junto a la aniquilación del padre, desde la edad más tierna, ¿explicarían la existencia de una laguna en la estructura edípica? Siguiendo a Lacan, Maud Mannoni invoca "un rechazo [forclusion] inicial del significante paterno", de tal modo que "los personajes edípicos están en escena, pero, en el juego de permutaciones que se efectúa, queda una suerte de lugar vacío. Este lugar es enigmático, abierto a la angustia que suscita el deseo". (5) En todo caso, no es seguro que una estructura que a pesar de todo sigue siendo familiar constituya una buena unidad de medida de la esquizofrenia, incluso aunque se postule que esta estructura involucra tres generaciones e incluye a los abuelos. La tentativa de estudiar a las familias "esquizógenas" o los mecanismos esquizógenos en las familias parece un lugar común de la psiquiatría tradicional, de la psicología, del psicoanálisis y hasta de la anti-psiquiatría. El carácter decepcionante de estas tentativas procede del hecho de que los mecanismos que invocan (por ejemplo, el double bind de Gregory Bateson, es decir, la emisión simultánea de dos órdenes de mensajes de los cuales el uno contradice al otro: "Haz esto, pero, sobre todo, no hagas aquello otro...") pertenecen efectivamente a la cotidianidad trivial de cualquier familia y no nos ayudan a penetrar en el modo de producción de un esquizofrénico. E incluso aunque se eleven las coordenadas familiares al rango de un poder propiamente simbólico, haciendo del padre una metáfora o del nombre del-padre un significante coextensivo del lenguaje, no parece que ello nos permita salir de un discurso rígidamente familiarista en función del cual el esquizofrénico se define negativamente, debido al supuesto rechazo del significante.


               Apertura al "plus de realidad"

  Es curioso el modo como se reconduce al esquizofrénico hacia unos problemas que, como es evidente, no son los suyos: padre, madre, ley, significante; el esquizofrénico está en otra parte, y no se puede seguir de ello que carezca de aquello que no le concierne. Artaud y Beckett lo han dicho todo sobre este asunto: hemos de resignarnos a la idea de que hay artistas y escritores que nos han revelado mucho más que los psiquiatras y los psicoanalistas acerca de la esquizofrenia. En definitiva, es el mismo error el que lleva a definir la esquizofrenia en términos negativos o de carencia (disociación, pérdida de realidad, autismo, rechazo) y el que evalúa la esquizofrenia de acuerdo con una estructura familiar en la que se localiza esa carencia. De hecho, el fenómeno del delirio nunca es la reproducción (ni siquiera imaginaria) de una historia familiar a propósito de una carencia. Es, bien al contrario, un excedente de historia, una amplia deriva de la historia universal. Lo que el delirio pone en movimiento son las razas, las civilizaciones, las culturas, los continentes, los reinos, los poderes, las guerras, las clases y las revoluciones. Y no es preciso ser una persona cultivada para delirar de este modo. Siempre hay un negro, un judío, un chino, un gran mongol, un ario en el delirio; todo delirio lo es de la política y la economía. Y sería un error pensar que se trata simplemente de la expresión manifiesta del delirio: más bien es el propio delirio el que expresa por sí mismo la manera en que la libido catexiza todo un campo social histórico y el modo como el deseo inconsciente envuelve sus objetos últimos. Incluso cuando parece que el delirio manipula temas familiares, las lagunas, las rupturas, los flujos que atraviesan la familia y la constituyen como esquizógena son de naturaleza extrafamiliar y hacen que el campo social entero intervenga en sus determinaciones inconscientes. Como dice acertadamente Marcel Jaeger, "por mucho que esto disguste a los sumos sacerdotes de la psiquiatría, las palabras de los locos no tienen únicamente el espesor de sus desórdenes psíquicos individuales: el discurso de la locura se articula sobre otro discurso, el de la historia, la política, lo social, la religión, que habla en cada uno de ellos". (6) El delirio no se constituye alrededor del nombre-del-padre, sino sobre los nombres de la historia. Nombres propios: se diría que las zonas, los umbrales o los gradientes de intensidad que el esquizofrénico recorre sobre el cuerpo sin órganos (siento que me convierto en…) se designan mediante nombres de razas, de continentes, de clases o de personas. El esquizofrénico no se identifica con personas, identifica dominios y regiones del cuerpo sin órganos designadas mediante nombres propios.

  Ésta es la razón de que hayamos intentado describir la esquizofrenia en términos positivos. Disociación, autismo, pérdida de realidad son ante todo comodines para no escuchar a los esquizofrénicos. "Disociación" es un mal término para designar el estado de los elementos que intervienen en estas máquinas especiales, las máquinas esquizofrénicas positivamente determinables, y a este respecto hemos señalado el papel maquínico que desempeña la ausencia de vínculo. "Autismo" es una palabra muy deficiente para designar el cuerpo sin órganos y todo lo que pasa en él, que nada tiene que ver con una supuesta vida interior desprendida de la realidad. "Pérdida de realidad" ¿cómo referirse así a alguien que vive en una insoportable intimidad con lo real ("Esa emoción que otorga al espíritu el sonido estremecedor de la materia", escribe Artaud en Le Pèse-Nerfs). (7) En lugar de comprender la esquizofrenia en función de las destrucciones que produce en las personas, o de los fallos y lagunas que causa en la estructura, hay que entenderla como proceso. Cuando Kraepelin intentaba fundamentar su concepto de demencia precoz, no lo definía ni mediante causas ni mediante síntomas, sino por un proceso, por una evolución y un estado terminal. Sólo que Kraepelin concebía este estado terminal como una completa y definitiva descomposición que justificaba el internamiento del enfermo a la espera de su muerte. Karl Jaspers, y hoy día Ronald D. Laing, han comprendido la valiosa noción de proceso de una manera bien diferente: una ruptura, una irrupción, una brecha que interrumpe la continuidad de una personalidad, involucrándola en una especie de viaje hacia un "plus de realidad" intenso y terrible que traza líneas de fuga que arrastran a la naturaleza y a la historia, al organismo y al espíritu. Esto es lo que verdaderamente tiene lugar entre los órganos-máquinas esquizofrénicos, el cuerpo sin órganos y los flujos de intensidad del cuerpo, operando toda una instalación de máquinas y toda una deriva de la historia.

  En este sentido, es fácil distinguir la paranoia y la esquizofrenia (e incluso las llamadas formas paranoides de la esquizofrenia): el "dejadme en paz" del esquizofrénico y el "nunca os dejaré en paz" del paranoico; la combinatoria de los signos en la paranoia frente a las composiciones maquínicas de la esquizofrenia; los grandes conjuntos paranoicos y las pequeñas multiplicidades esquizofrénicas; los grandes planos de integración reactiva de la paranoia y las líneas activas de fuga de la esquizofrenia. La esquizofrenia no se nos aparece como la enfermedad de nuestra época debido a los rasgos generales de nuestra forma de vida, sino con respecto a mecanismos muy concretos de naturaleza económica, social y política. Nuestras sociedades ya no funcionan a base de códigos y territorialidades sino que, al contrario, lo hacen sobre el fondo de una descodificación y de una desterritorialización masivas. Al revés que el paranoico, cuyo delirio consiste en la restauración de los códigos y en la reinvención de las territorialidades, el esquizofrénico no para de acelerar el movimiento de descodificación y desterritorialización de sí mismo {la brecha, el viaje o el proceso esquizofrénico). El esquizofrénico es una suerte de límite de nuestra sociedad, pero un límite siempre conjurado, reprimido, aborrecido. Laing ha planteado correctamente el problema de la esquizofrenia: ¿cómo conseguir que la brecha (breakthrough) no se convierta en hundimiento (break-down) ¿Cómo impedir que el cuerpo sin órganos se cierre sobre sí, que se vuelva imbécil y catatónico, cómo lograr que el estado crítico triunfe sobre su angustia sin conducir a ese estado de embrutecimiento crónico, al estado terminal de hundimiento generalizado que vemos en los hospitales? Hay que decir, desde luego, que las condiciones hospitalarias, tanto como las familiares, son poco satisfactorias a este respecto; y los grandes síntomas del autismo o la pérdida de realidad son a menudo productos de la familiarización o de la hospitalización. ¿Sería posible combinar la potencia de una química de la vivencia y de un análisis esquizológico para conseguir que el proceso esquizofrénico no se convierta en su contrario, es decir, en la producción de un esquizofrénico adaptado al asilo? ¿En qué clase de grupo, en qué tipo de colectividad?

 

 Notas 

*Encyclopedia Universalis, vol. 14, París, Encyclopedia Universalis, 1975, pp. 692-694. Hemos completado las referencias y las hemos puesto en nota. (Nota de los editores).

(1) La Fortresse vide, París, Gallimard, 1969, col. Connaisance de Tinconscient, p. 304 [trad. cast. La fortaleza vacía, Barcelona, Paidós, 2001].

(2) Serge Leclaire, "La Realité du désir", en Sexualité humaine [Sexualidad humana], París, Aubier, 1970.

(3) Antonin Artaud, en 84, núm. 5-6,1948.

(4) William S. Burroughs, Le Festín Nu, París, Gallimard, 1964, p. 146 (trad. cast., El almuerzo desnudo, Barcelona, Anagrama, 1989].

(a) Gisela Pankow, L'Homme et sa psychose, París, Aubier-Montaigne, 1969, col. La chair et l'esprit, IV, A., p. 240 [trad. cast., El hombre y su psicosis, Buenos Aires, Amorrortu, 1969].

(5) Maud Mannoni, Le Psychiatre, son fou et la psychanalyse, Paris, Seuil, 1970, p. 104 [trad, cast., El psiquiatra, su "loco" y el psicoanálisis, Buenos Aires, Siglo XXI, 1976].

(6) Marcel Jaeger, "L' Underground de la folie" [El Underground de la Iocura], en Partisans, febrero de 1972.

(7) Antonin Artaud, Le Pése-nerfs, en Œuvres complètes. / Paris, Gallimard, 1956, reed. 1970, p. 112 [trad, cast., El Pesanervios, Madrid, A, Corazón, 1976].

(b) Ronald D. Laing, La politique de l’experience, París, Stock, 1969, p. 93 [trad. cast., La política de la experiencia, Barcelona, Crítica, 1983].

 Dos regímenes de locos. Textos y entrevistas (1975-1995). Ed. de David Lapoujade. Introd. y trad. de José Luis Pardo, Valencia, Pre-Textos, 2007, pp. 35-40.


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