Llegar a México y preguntar a los
amigos que nos rodean por Alfonso Reyes, es el primer trámite obligatorio para
muchos escritores que visitan la gran ciudad. Y desde los últimos años, en que
se supo que el maestro y generoso amigo había tenido algún trastorno de salud,
ese interés ha crecido: "¿Cómo está Alfonso Reyes?"
Por suerte el maestro de las
letras americanas superó cierta crisis circulatoria que hace tiempo le aquejara
y su salud ya no da temores excesivos. Sin embargo, el informe primero que
recibo de Chacón y Calvo, que ha llegado tres días antes, es que Alfonso está
de vacaciones en Cuernavaca, pero había venido a la ciudad con motivo del
Congreso de Academias de la Lengua, que a todos nos había convocado y reunido.
Ya nuestro fraternal José María había tenido oportunidad, cuando nos informaba,
no sólo de visitarlo, sino de pasar casi medio día en su casa, invitado a la
mesa cordial, junto a Manuelita, la gran compañera y bibliotecaria
insustituible, al punto de que sin ella no sabría a ciencia cierta dónde se
encuentran muchos de sus libros, en la extensa, clara y nutrida biblioteca que
es su casa.
Ahora también fuimos allí a saludarlo, aunque
ya lo habíamos visto y cambiado algunas palabras en la propia sede de la
Conferencia. Aunque oficialmente su intervención era mínima, el maestro había
acudido una y otra vez al tanto de esa obligación de la cortesía, ya tan
proverbial en el mexicano, pero de la que Alfonso hace culto, al punto de que
uno de sus libros —libro encantador por cierto— tiene ese simple título: Cortesía.
Allí estaba Alfonso, siempre rodeado de
admiradores y de amigos lejanos, para quienes saludarlo y conversar con el
eminente hombre de letras era uno de los puntos esenciales de su programa en
México. Porque no ya al llegar, sino aun antes de salir, ya en nuestro programa
se apunta ese nombre, asociado siempre a lo mejor del país hermano.
Queríamos después despedirnos, y la voz de
Manuelita nos invitó a ir en seguida a su casa un poco retirada, en Tacubaya,
al extremo de la Avenida Tamaulipas, con señas muy concretas para que no haya
pérdida, como ésta: "al llegar al cine Lido". Y Alfonso estaba allí
esperándonos, a pesar de su mucho quehacer, de la correspondencia extensísima,
de las pruebas siempre pendientes de revisar, de los libros en que está
trabajando.
Los que hemos penetrado en su biblioteca, no
podremos olvidar nunca la impresión que produce en el ánimo aquel amplio
cuerpo, de altura como de dos plantas, todo tapizado de libros, que dan sus
vistosos y variados lomos a la contemplación, entre diplomas y cuadros, y por
acá y por allá, sobre estantes simétricamente dispuestos, objetos de arte,
desde lo popular a lo de más exclusiva cultura. En larga vida de diplomático y
de hombre de letras acumuló rarezas en todos los órdenes, que ahora lucen en
esa iluminación maravillosa que entra por los cristales y baña los objetos y
los espíritus. Allí, cuando por primera vez lo visitamos, fue una larga
conversación en que participaban Cossío Villegas y Raimundo Lida, dos
magníficos y fraternales amigos.
Ahora estamos solos. La conversación es
sencilla, humana, apenas rozando los temas literarios. De pronto, una dama
francesa entra en busca de una revista. Commerce tal vez. Allá está, en un
lugar en que se alinean las revistas modernas de Europa. Acaso la colección estaría
completa y podía hallarse el número buscado. Pero era una lástima que Manuelita
no pudiera venir, recogida en su habitación por alguna molestia de salud. Y eso
nos hizo pensar lo que siempre se piensa cuando vamos a visitar a Alfonso Reyes
en su casa.
No es propiamente una casa, sino una
biblioteca en todo el rigor de la palabra, con unas cuantas habitaciones de
vivienda disimuladas, que dan acceso al gran salón principal. Su mismo comedor
es una pieza así, pequeña, sin lujo, meramente funcional.
En aquella casa lo que importa es el sitio
donde se piensa, donde se escribe, donde se crean esos grandes libros en que el
autor ha ido dejando la huella más profunda de su vida, de sus experiencias
literarias, de sus pesquisas y meditaciones, de su gran estilo vital.
Y salimos, como siempre, pensando en Goethe;
pues ¿quién en nuestra América tiene más puntos de contacto que Alfonso Reyes
con el gran animador de la cultura moderna? Como los viajeros del pasado siglo
iban a Weimar para verlo y saludarlo, los viajeros que vamos a México
preguntamos, antes que por ninguna otra cosa de interés, por Alfonso Reyes.
Vamos a llevarle nuestro saludo y nuestra admiración.
EL Mundo, 15 de Mayo de 1951. Tomado
de Páginas sobre Alfonso Reyes 1946-1957, Edición de Homenaje, Universidad
de Nuevo León, Monterrey, 1957, pp. 164-67.
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