Antonio B. Ainciart era el verdadero
prototipo del degenerado; si lo hubieran sometido a un minucioso estudio clínico,
hubiera aportado datos de importancia decisiva para la patología criminal.
Había rasgos de degeneración física en su cuerpo, del cual cultivaba con esmero
ciertos particulares de afeminamiento; había manifestaciones inequívocas de
degeneración mental, en la constante ideación de sus planes de asesinato, que estremecieron
de terror a todo el pueblo de la Habana y enlutaron los hogares decentes y honrados;
y había demostraciones evidentes de su degeneración moral en su delirio de
Adonis cuarentenario y en su refocilación de chacal ante los cadáveres de sus
víctimas.
Como todos los asesinos de su calaña,
era cobarde hasta temblar como una mujerzuela ante la idea del castigo y vivía continuamente
sobresaltado por el delirio de persecución. La tuberculosis que minaba su
organismo depauperado por el vicio y por la ponzoña de su ferocidad de antropoide
histérico, estimulaba sus insaciables ansias de exterminación.
Como todas las bestias alucinadas
por la soberbia implacable del Monstruo villaclareño, le parecían pocos todos
los cubanos para ofrecerlos en holocausto de la bestialidad del Amo y fijaba
sus ojos vesánicos en los extranjeros que encontraba a su paso.
Sería demasiado larga la lista de
sus crímenes si tratáramos de enumerarlos. Recordemos solamente que el estudiante
Trejo, los hermanos Freyre, el representante Miguel Ángel Aguiar, el coronel Esteban
Delgado, los hermanos Valdés Daussá, Pío Álvarez, Fuertes Blandino y los inocentes
que perecieron en la incalificable matanza del día 7, fueron víctimas de su demencia
sanguinaria.
Era lógico que un criminal de esta índole tuviera él macabro fin que ha tenido ante la muchedumbre hambrienta de justicia. Hasta en sus últimas horas utilizó sus inclinaciones de degenerado, disfrazándose de mujer para escapar de la vigilancia popular. Nadie ignora la odisea macabra de su cadáver que fue arrastrado por las calles y los alrededores de la ciudad para ejemplo y experiencia de sus feroces compañeros que permanecen en sus escondrijos o que se exhiben todavía dentro fuera de nuestro territorio.
Bohemia, 20 de agosto 1933, p. 35.
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