Juan Carlos Flores
Animal de tiro o de parábola
cargaste todo el peso, en omóplatos lo propio
y lo
añadido:
polvo y polen y lo que no se ha reducido en círculos.
Extraño mercader,
tus paños el más exacto, alucinado mapa del país
y un espejo no apto para los cazadores de fantasmas.
Algo ejemplar: aún te vieron sonreír de orilla a orilla
con la malicia de un niño o un ratón ante la adversidad
entregarte al prohibido, devorante amor anfibio
como una dama impúdica, como querías
como que todo al final no es más que una gran broma,
un carcajearse escamado entre las sales.
Oscar Wilde tuvo su estancia gélida, el aislamiento
pudo
ser la tuya.
A la hora anunciada por los especialistas en posteridad
te convertiste en una isla, isla hundida
en qué profundo y olvidado mar oscuro.
Dispersas están las cosas que fueron prometidas,
así en la cita bíblica: debajo de la casa un tesoro,
un
alimento.
Nos decían que no, que no nos acercáramos
nos mandaban a leer a Pita, a Guillén, a cualquiera
de
los otros
nos decían que no y tuvimos que escoger, que adelantarnos
a estrella o muro empezar la partida, el naipe
de los
desorejados,
aunque tuviéramos que introducir toda la escala
en el dormido paladar de los prudentes.
Hombre, mujer o coágulo que anuda el paraíso:
Entre líneas andamos buscando, preguntándonos.
Juan Carlos Flores, “Virgilio Piñera”, Los pájaros escritos, Ediciones Unión, 1994, pp.64-65.
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