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jueves, 6 de agosto de 2020

Virgilio Piñera


Juan Carlos Flores


Animal de tiro o de parábola

cargaste todo el peso, en omóplatos lo propio 

     y lo añadido:

polvo y polen y lo que no se ha reducido en círculos.

Extraño mercader,

tus paños el más exacto, alucinado mapa del país

y un espejo no apto para los cazadores de fantasmas.

Algo ejemplar: aún te vieron sonreír de orilla a orilla

con la malicia de un niño o un ratón ante la adversidad

entregarte al prohibido, devorante amor anfibio

como una dama impúdica, como querías

como que todo al final no es más que una gran broma,

un carcajearse escamado entre las sales.

Oscar Wilde tuvo su estancia gélida, el aislamiento 

     pudo ser la tuya.

A la hora anunciada por los especialistas en posteridad

te convertiste en una isla, isla hundida

en qué profundo y olvidado mar oscuro.

Dispersas están las cosas que fueron prometidas,

así en la cita bíblica: debajo de la casa un tesoro, 

     un alimento.

Nos decían que no, que no nos acercáramos

nos mandaban a leer a Pita, a Guillén, a cualquiera 

     de los otros

nos decían que no y tuvimos que escoger, que adelantarnos

a estrella o muro empezar la partida, el naipe 

     de los desorejados,

aunque tuviéramos que introducir toda la escala

en el dormido paladar de los prudentes.

Hombre, mujer o coágulo que anuda el paraíso:

Entre líneas andamos buscando, preguntándonos.

 

 

 Juan Carlos Flores, “Virgilio Piñera”, Los pájaros escritos, Ediciones Unión, 1994, pp.64-65.


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