Biografía
del Sinsonte que estaba en la calle de Candelaria, casa número 27.
Lo compré al Maestro Luis de Urra el año de 1837 en 25 ps. y murió en 1856: resulta, pues, una diferencia de diez y nueve años, y dos que gradúo tendría cuando vino a mi poder, hacen veintiun años que contaba el canoro animalito cuando dejó de existir. Y como soy el único doliente que tiene el difunto, a mí es a quien toca el cuidado de que no pasen desapercibidos sus talentos y voy a presentar al público un fiel bosquejo de su vida artística, a fin de que la conozcan mis contemporáneos, y no quede perdida para la posteridad, cumpliendo en esto los deseos manifestados por varios amigos, y los del difunto, que como artista anhelaba sin duda legar su fama a las edades futuras.
Como a los dos meses de tenerlo en mi poder, observé que todas las ocasiones que tocaba la flauta o el doble flageolet, y que él estaba cantando dejaba de hacerlo, y hacía un movimiento con la cabeza como quien se interesa a oír, o a aprender alguna cosa que le agrada, lo cual me hizo entender el buen gusto que tenía y el buen discípulo que de él podía sacar. Convencido de ello dí principio enseñándole la escala natural, la que aprendió con tanta facilidad, que a los seis u ocho días la ejecutaba con toda la destreza y afinación que pudiera apetecer el maestro más severo y exigente. Conseguido esto, me interesé en que aprendiese la escala cromática, y confieso no sucedió con esta como con la primera, pues le costó a él como tres meses de trabajo, y a mí otro tanto tiempo de paciencia; pero al fin tuve el gusto de ver realizado mi deseo, y con tal grado de perfección, que algunas ocasiones cuando regresaba a casa, me parecía a cierta distancia estar oyendo a un buen pianista, o un escelente flautista. También aprendió unos cuantos trozos de la Sonámbula y la mayor parte del aria final de Lucía, lo mismo que una infinidad de canciones de la época.
Algunos
amigos me mandaban sus sinsontes a ver si estando a su lado, conseguían se les
pegara alguna cosa; pero todos enmudecían, y se extasiaban ante el Rubini de
los pájaros, azorándose en oír un canto extraño en un individuo de su especie. Por espacio de diez años fue un centinela sin relevo, pues jamás pisó ninguna
persona el umbral de la casa sin que dejara de ser anunciada con un canto
áspero y tan fuerte que todos comprendiamos haber entrado alguna persona; y
esto lo hacía lo mismo en todas las horas de la noche. En fin sería
interminable, si tratara de referir todas las gracias y habilidades de este
peregrino pájaro, las que omito, tanto por no parecer exagerado, cuanto por no
cansar al que las lea con narraciones al parecer fabulosas y de ningun interés. Conozco que este elogio es un imperfecto bosquejo del mérito extraordinario de
este pájaro, y de todo cuanto pudiera decirse de él, así pues suplico a todos
mis lectores disimulen las faltas que notasen; del mismo modo que los defectos
del epitafio que dedico a su memoria.
Aquí yace el inmortal
Cantor raro
y peregrino
De la zona
tropical,
Que en sus cadencias
y trino
Jamás
conoció rival.
El Doliente *
* Con este epíteto lo firmó el Sr. D. Pedro Castillo, natural de Puerto-Príncipe,
de familia distinguida y hacendado rico, entusiasta por la música, y a la vez
de este célebre pajarito. Cuanto de él cuenta era una verdad, comprobada por
mí, y muy conocida por aquellos días en semejante población. N. del A.
Originalmente publicado El Fanal, Puerto Príncipe, febrero de 1856. Como "El pájaro filarmónico de Cuba", Miguel Rodríguez Ferrer lo incluye en Naturaleza y civilización de la grandiosa isla de Cuba, o estudios variados y científicos, al alcance de todos, y otros históricos, estadísticos y políticos, Madrid, 1876, p, 851.
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