miércoles, 26 de septiembre de 2018

Cartier-Bresson



 Rafael Heliodoro Valle

 Ha llegado a México, engolosinado de una curiosidad que se depuró ante el paisaje español, este gran muchacho francés, artista que tiene definiciones silenciosas para los problemas puros del paisaje y que aplica el álgebra de su emoción a la nueva fotografía, la que acaba de exaltar en un ensayo cargado de sapiencia revolucionaria Guillermo de Torre desde su ventanal madrileño "Luz".
 Viene el peregrino apasionado con su buen bagaje de modernidad, integrando la Expedición México-Buenos Aires que acaudilla Brandán y que tiene un programa redactado en las nubes, pero al servicio de realidades espirituales que han de infundir conocimientos de esta América en la Francia siempre preocupada por los enigmas del mundo.
 En este movimiento renovador del arte de la cámara, tiene Cartier-Bresson un sitio preciso, uniéndose a quienes han sabido ponerse a la vanguardia: Weston, Modotti, Álvarez Bravo, Agustín Jiménez y todos los que han hecho de la fotografía una de las artes plásticas que darán el mensaje de nuestro tiempo.
 En la peligrosa aventura de documentarse para la semblanza de América, están comprometidos Bernard de Colmont, los hermanos Tacvor, Lionel Charmoy, y un querido y fantástico cazador de alegorías, Toño Salazar. Unificados en el propósito que los enciende pausadamente, trae cada uno la independencia de su personalidad, y en dos años de andanzas podrán iluminarse de sorpresas y señalar nuevas rutas a la investigación estética. Comenzaron ya las giras en tierras de Tlaxcala, donde la hospitalidad se les hizo innumerable, y tuvieron así el privilegio de gozar las venturas de un paraíso de historias y de romances que sirvió hace cuatro siglos para que concurrieran dos civilizaciones en conflicto.
 Ha dicho Guillermo de Torre en elogio de este joven descubridor: “Cartier-Bresson, a la vuelta de todas las complicaciones, exento de puntos de vista previos, se coloca ante el natural sencillamente y sin pretender demostrar nada con su cámara. De ahí la frescura, la belleza intacta de sus fotografías. Apenas una vaga intención superrealista -subconsciente, con todo, más que deliberada-, nacida de sus frecuentaciones con Dalí y Cocteau –para el que está ilustrando un libro- se advierte en algunas; cierta propensión a lo inexplicado, a componer escenas extrañas de “stimmung”.

 México D. F., septiembre de 1934.

 Diario de la Marina, 7 de septiembre de 1934.

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