Francisco Parés
En
la noche del 26 de marzo ocurrió en la Habana un acontecimiento
extraordinario, probablemente el más importante, en la dinámica revolucionaria,
desde el desembarco trágico en Playa Girón. Fidel Castro pronunció, como de
costumbre, un discurso-río: dos horas de afirmaciones negadas momentos después,
de negaciones rectificadas inmediatamente. Oratoria y dialéctica a base de puro
«cantinflismo», característica primaria del hombre y de su verbo. Pero nitradas
las contradicciones, la esencia del discurso es evidente y permite afirmar que
un nuevo elemento, de importancia capital, se introduce en la historia del
comunismo cubano.
Un primer indicio, si se prefiere; pero un
primer indicio que anuncia la apertura de un proceso apasionante. He ahí, en
síntesis, lo expresado por Fidel Castro:
Primero. Aníbal Escalante, comunista de la
vieja guardia, fundador y director hasta hace muy poco de «Hoy», órgano del
partido comunista, cometió un imperdonable pecado de «sectarismo» al manejar a
su antojo la secretaría general de las Organizaciones Revolucionarias
Integradas, proyecto de partido comunista único.
Segundo. Desde la secretaría de las O.R.I.,
Escalante desarrolló una política de nucleación en beneficio exclusivo del
partido comunista y de veto a las demás organizaciones revolucionarias.
Consecuencia: «Una reverenda basura... el caos nacional.»
Tercero. Hoy en Cuba hay tres millones de
comunistas. ¿Quién los aporta a la historia nacional? No precisamente el partido
comunista —«que fue un cascarón hasta la victoria revolucionaria»—, sino el
propio Fidel Castro.
Cuarto. «La historia se construye, no se
reconstruye.» Los esfuerzos del partido comunista cubano por reescribir la
historia, en demostración de que el advenimiento Revolucionario se debe a la
estrategia del partido, son simplemente ridículos.
Quinto. La unidad revolucionaria exige, en
primer lugar, la unidad de la base. Sin la misma, la unidad de la organización
será simplemente una ficción. Un delito de franco «sectarismo» que no se puede
tolerar, porque la alternativa es la destrucción del espíritu revolucionario.
Sexto. Es preferible el analfabeto en
marxismo-leninismo, pero combatiente de la primera hora, que el «bachiller
capaz de recitar el catecismo marxista-leninista, pero que se oculta bajo el
coletón en la hora de los tiros».
CONTRA LA TRAYECTORIA
En otras palabras: se alcanza en Cuba una fase
revolucionaria que de
repente niega la trayectoria lógica. Recuérdese que el proceso revolucionario
arranca de la consigna «no somos capitalistas ni comunistas». Se pasa
inmediatamente a la consigna «el anticomunista es un contrarrevolucionario».
Salto siguiente: «Unidad con los comunistas, los mejores defensores de la
revolución». Consigna subsiguiente: «Si esto es comunismo, yo soy comunista».
Por fin, el paso capital: «La revolución es marxista-leninista». Pero en el
instante en que el inmediato paso lógico habría sido «todo el poder para los
comunistas», se produce una contradicción paralizante —y se dibuja un cisma
entre los comunistas ortodoxos y los comunistas de nuevo cuño: entre el
comunismo oficial y el fidelocomunismo. Y el «máximo líder» denuncia: «El
sectarismo es contrarrevolucionario». El sectarismo, ¡el comunismo clásico!
Porque conviene no engañarse: ataque brutal,
directo, contra Aníbal Escalante, pero también ataque indirecto, solapado,
contra el partido comunista. Aquí y allá, en el discurso gaseiforme del 26 de
marzo, invectivas rampantes, pero en el fondo crueles: el partido respaldó a
Batista, el gesto del 26 de julio fue calificado de «aventura absurda» por los
jerarcas del partido, éstos no combatieron» ni en las calles ni en los montes...
¿Qué significa el aparente cisma que se insinúa en el seno de las
organizaciones Revolucionarias Integradas? ¿Se trata de una maniobra
planificada conjuntamente por Fidel Castro y el partido, en demanda de un chivo
expiatorio? ¿Es en realidad un cisma, un principio de querella por el mando
supremo?
¿«RUSOS» Y «CHINOS»?
La rebatiña entre Moscú y Pekín alcanza planos
mundiales. Cabe por lo tanto la posibilidad de que también destiña en Cuba.
Pero presunción insostenible, en realidad. La pugna ideológica entre rusos y
chinos llega sólo de rechace a las costas cubanas. Por mucho que se rebusque en
la panoplia de posiciones marxistas cubanas, difícilmente se podrá establecer
diferencias entre doctrinarios «rusos» y «chinos». Si Blas Roca apareció al
lado de Kruschev en el Mausoleo de la Plaza Roja moscovita, en noviembre pasado,
es prueba de que el comunismo cubano, en conjunto, es incondicionalmente ruso.
Escalante, de otro lado, nunca se apartó de la
más estricta disciplina moscovita. Es el doctrinario por excelencia del
comunismo cubano, pero no en el sentido que toma la palabra en labios de
Kruschev cuando acusa a Molotof. Doctrinarismo, en Escalante, equivale a
fidelidad perruna a las consignas rusas. No, indudablemente, la «tesis del
cisma ruso-chino» no explica satisfactoriamente el súbito ataque de Fidel
Castro contra el comunismo criollo.
Tesis de maniobra conjunta, ideada por Castro
y el partido... ¿Pero con qué objeto? Las purgas periódicas, en los países
comunistas, son frecuentes. Pero tienen objetivos bien definidos. O reforzar la
autoridad del equipo en el poder o prevenir, por la vía del terrorismo previo,
eventuales oposiciones. Pero en ambos casos siempre se procura salvar el
prestigio del partido. Es decir, nunca se ataca al partido en sí mismo, sino a
los «antipartido». Y en el discurso
de Fidel Castro la víctima, por elevación, es el partido comunista oficial.
Este sale disminuido en su autoridad, pierde un jerarca de primera fila y sufre
un eclipse de prestigio. No es de creer que el partido comunista se haya
prestado voluntariamente a ello.
Escalante embarcó hacia Praga horas antes de
que el diluvio se desatara sobre su cabeza. El partido sabía, por lo tanto, que
se avecinaba la tempestad. Pero ello no quiere decir que la deseara al día
siguiente. Escalante fue eliminado de las O.R.I., pero no del partido, hecho
extremadamente elocuente. No, la tesis de la maniobra conjunta tampoco se
sostiene. Hay algo más detrás del discurso del «líder máximo».
¿QUIEN MANDA EN CUBA?
La lenta pero constante amenaza de los viejos
comunistas en los resortes del poder, la designación de viejos jerarcas en
puestos clave —Lázaro Peña, secretario general de los Sindicatos; Carlos R.
Rodríguez, director de la Reforma Agraria; Marinello, rector de la
Universidad...— autorizan, desde hace algún tiempo, la formulación de la
pregunta: ¿quién manda en Cuba? Es decir, ¿se ha iniciado ya el proceso de
decadencia de la autoridad de Fidel Castro? La pregunta es infantil, y está mal
planteada. Fidel Castro representa el legitimismo revolucionario, el impulso inicial
todavía indispensable, el único misticismo susceptible de cohesionar el
campesinado e, incluso, el proletariado. El proceso de rígida nucleación que intentaba
el partido, a pesar de todo, no podía comprometer la rectoría personal del
«líder máximo». En Cuba, los sistemas no ejercen la menor hipnosis, a no ser al
través de las personas que lo simbolizan. En la conciencia del sector nacional
que se adscribe a la revolución, la prelación no es dudosa: el hombre es
superior y anterior a la ideología. Fidel Castro es la revolución; el partido
comunista no es más que un apéndice. No se trata por consiguiente de un caso
explosivo de celos. Castro necesita del partido y el partido necesita de Castro.
Pero el primero, en principio, podría pasarse del segundo. Pero el partido, en
la actual coyuntura, no puede pasarse sin Fidel Castro.
RESPONSABLES DE LA SITUACIÓN
¿Quién es el responsable, el culpable de la
actual situación desesperada? Por supuesto, el régimen —pero el régimen es
Fidel Castro. Rencor contra todo lo anterior a la revolución y sistemática
destrucción de la sociedad, sin creación paralela de una nueva sociedad viable.
Un ex limpiabotas dirige un ingenio, un auténtico analfabeto dirige la única
fábrica de productos químicos que había en la Habana. Improvisación,
despilfarro, alegre carnaval en bancarrota.
Cuba es hoy una isla cruzada de brazos. Trescientos
mil milicianos que, por supuesto, no producen. Ejército, policía, legión increíble
de soplones, burocracia inflada hasta el absurdo: otras trescientas mil
personas que no fertilizan la economía nacional. El inmenso grupo de los
enemigos del régimen, en resistencia pasiva. Más de medio millón de empleados
de comercio detrás de mostradores vacíos. En el campo, “absentismo”, así lo llama
el régimen, en parte debido al drenaje del campesinado hacia la milicia, en parte
a la resistencia del obrero agrícola a trabajar por salarios reducidos. En el
frente industrial, los días de labor se van recortando por carencia de materia
prima. Sobre esta pirámide de semiactividad, la «nueva clase»: los dirigentes
revolucionarios, cartilla marxista leninista en mano, pero incapaces de
organizar nada.
Como remate, evasión del 75 por ciento de los
técnicos. «Cometimos el error de maltratar a los técnicos y ahora pagamos las
consecuencias», palabras del propio Fidel Castro. Para suplirlos, importaciones
de especialistas rusos, checos, polacos, alemanes del Este, chinos... Es de
suponer que trabajan concienzudamente. Pero trabajan en el vacío. En primer
lugar, el material humano que manejan pertenece a otra cultura, posee una
mentalidad totalmente incomprensible para ellos. En segundo lugar, la
maquinaria industrial subsistente en Cuba difiere profundamente de la
soviética. Las fantásticas instalaciones mineras norteamericanas de Moa Bay y
de Nicaro —trescientos millones de dólares— prácticamente han dejado de producir:
los super-técnicos rusos no han podido desentrañar los secretos de la super-técnica
norteamericana. Cuando una pieza capital de la maquinaria se rompe, ¿cómo
sustituirla? El sistema industrial ruso carece del instrumental adecuado a las
máquinas anglosajonas. Consecuencia: asfixia progresiva e irremediable de la
economía cubana.
Fidel Castro, con sus anárquicas improvisaciones,
es el primer culpable de la quiebra. Pero no es el único. Si se repasa la
prensa habanera correspondiente a los primeros meses de 1960, inmediatamente
después del viaje de Mikoyan, se verá que, según manifestaciones del Gobierno,
el bloque soviético se comprometió a suministrar materias primas, fábricas
enteras, créditos y alimentos en volumen suficiente para asegurar la
supervivencia cubana. La promesa ha sido cumplimentada solamente en dos
renglones: armas y petróleo. Petróleo y armas —más una vaga garantía
internacional— a cambio del secuestro total de la economía cubana.
Fidel Castro lo ha sacrificado todo a Rusia:
la «tercera posición» que habría provocado un diluvio de oro norteamericano y
ruso, el movimiento realmente nacional que fue el 26 de julio, desbandado por
orden personal de los Castro después de la victoria, el Ejército Rebelde,
maquiavélicamente fraccionado y sustituido por las milicias, a fin de facilitar
la progresión comunista. El comercio exterior —400 millones de dólares al año,
solamente en azúcar de la cuota americana— deliberadamente transferido al bloque
soviético, a precios fijados unilateralmente por Rusia, a cambio de productos
rusos en un 80 por ciento del total, sólo en un 20 por ciento liquidado en
dólares.
¿Cómo explicar este encadenamiento voluntario
e incondicional, realmente monstruoso? Por encima de ideologías y de rencores,
sólo se explica de una manera: Castro creyó ingenuamente que Rusia cumpliría
sus promesas.
PREVISIONES FUNDAMENTALES
Ahora bien: ¿por qué Moscú no financia la
revolución cubana en términos suficientes? Tres presunciones:
1.a Rusia no está en condiciones de suministrar
a Cuba lo que Cuba antes adquiría en el mundo occidental. Es posible. Pero Rusia,
en todo caso, está en disposición financiera de prestar dólares a Cuba, y no lo
hace. Sin embargo, presta a la India,
Indonesia, Ghana, Guinea...
2.a Rusia sabe que el experimento comunista en
el Caribe está condenado, a la larga, y
no quiere invertir inútilmente. Sin embargo, es evidente que una pequeña
inversión —pequeña por comparación con las posibilidades soviéticas—
prolongaría la supervivencia de Cuba comunista, con las naturales y positivas
consecuencias en el frente de la propaganda latino-americana.
3.a Rusia ha decidido no financiar ampliamente
la revolución cubana hasta el momento en que el poder haya pasado enteramente
a manos del partido comunista. Hasta el momento en que Fidel Castro haya
quedado reducido al simple papel de figura decorativa.
Nucleación forzada por parte del partido,
evidente indiferencia rusa ante el drama económico, labor de zapa en descrédito
de Castro por parte de los jerarcas comunistas, indicios de feroces pugnas
entre unos y otros. Todo parece sustentar la tercera presunción. Antecedentes
históricos: en todos los países de Europa oriental, después de la guerra, sus
respectivos partidos comunistas constituían sin pies minorías. El vuelco
emocional de grandes sectores nacionales se debió a la aportación de socialistas,
socialdemócratas e incluso liberales. Los líderes que establecieron frente
común con el comunismo, después de la fase inicial de colaboración, fueron
eliminados del poder, encarcelados muchos, asesinados algunos. Hay una lógica
en el sistema comunista universal. No quiere sugerirse, con lo anterior, que el
Kremlin haya decidido ya la sustitución de Fidel Castro. Quiere decirse que, en
la lógica del Kremlin, la conveniencia de su sustitución, figura como una
consecuencia lógica de su constante estratégica.
LA MANIOBRA
¿Está convencido Fidel Castro de que Rusia, voluntaria
o involuntariamente, es incapaz de financiar la revolución cubana en términos
suficientes? La tragedia para Fidel Castro estriba en que no puede esperar más.
Los próximos meses van a ser definitivos. El dilema es: o se fuerza a Rusia a una
inversión generosa o se busca una fórmula de repuesto, una política de recambio.
O se demuestra que Cuba comunista puede asegurar su supervivencia en
vinculación exclusiva al bloque soviético o se recurre a un relativo regreso de
Cuba a la órbita occidental, con todas las consecuencias políticas imaginables.
Por eso Fidel Castro inventa el «caso
Escalante». No es más que un movimiento de tanteo, un primer disparo, pero que
por su importancia conlleva una fatalidad: abre un proceso casi imposible de
detener. Porque una vez revelada la grieta que se establece en la cumbre del
poder cubano, queda comprometido el prestigio de los dos extremos del dilema. El
hecho de que inmediatamente Escalante haya sido eliminado de las O.R.I. y de
que en el órgano oficial del partido comunista se haya dado la razón a Fidel
Castro, no quiere decir nada, en definitiva. El partido comunista, ante el
golpe, se encoge prudentemente, pero por supuesto no está vencido.
La maniobra de Castro es extremadamente hábil,
porque plantea la crisis de las relaciones entre el Gobierno cubano y el
partido comunista, no como un ataque contra el marxismo-leninismo, sino desde
dentro del propio sistema, desde la plataforma ideológica marxista-leninista
más pura. Más pura según el propio Castro, por supuesto. «La
revolución es y será siempre marxista-leninista», declara el «máximo líder» con
insistencia reveladora. No se aparta en lo más mínimo de la obediencia a Moscú,
remacha su fidelidad al sistema soviético, prosigue sus ataques contra el
«imperialismo», en Cuba, pasa al través de Fidel Castro y no al través del
partido comunista oficial. En otras palabras: se permite de dar una lección de marxismo-leninismo
a los marxistas-leninistas cubanos diplomados por el Kremlin.
El proceso está abierto. El segundo acto puede
tardar semanas o meses en producirse, pero se producirá indefectiblemente. De
momento, el comunismo oficial se encuentra incapacitado para reaccionar. Por
suerte para Fidel Castro, Cuba no se halla soldada geográficamente al bloque
soviético y Rusia no está en disposición de remitir a las playas cubanas un
puñado de divisiones del Ejército rojo.
En síntesis de todo lo anterior: Rusia ha subestimado la capacidad de maniobra de Fidel Castro. Es probable que Castro subestime la capacidad de maniobra del Kremlin en Cuba, y del partido comunista cubano, gomigrafo de Moscú.
En síntesis de todo lo anterior: Rusia ha subestimado la capacidad de maniobra de Fidel Castro. Es probable que Castro subestime la capacidad de maniobra del Kremlin en Cuba, y del partido comunista cubano, gomigrafo de Moscú.
“Cuba; primer indicio de un apasionante
proceso cismático”, La Vanguardia
española, 20 de mayo de 1962.
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